24 May
24May

Cacique Paris - Parita (Herrera) Epoca Precolombina

Batallas sangrientas... tesoros escondidos en parajes misteriosos... astucia... codicia... vencedores y vencidos... son los ingredientes de los grandes relatos de siempre, de los cuales no carece la historia panameña.

Gonzalo de Badajoz, quien fue uno de los primeros conquistadores que llegaron al istmo (arribó en 1508, con la expedición de Diego de Nicuesa) fue enviado por Pedrarias Dávila a esta zona con la misión de tomar posesión de las tierras en nombre de la Corona española y conseguir la mayor cantidad de oro que pudiera.

En marzo de 1515, partió Badajoz de Santa María la Antigua, en Darién, sede de la gobernación de Pedrarias, con 150 hombres, dejando allí a este, envuelto en sus intrigas contra Vasco Núñez de Balboa.

El principio de la expedición no pudo ser más desalentador.
Al llegar a Nombre de Dios (fundada por Diego de Nicuesa, 1510) se encontraron los europeos con que esta se había convertido en un cementerio improvisado, donde infinidad de rústicas cruces de madera, colocadas sobre pequeños amontonamientos de piedras que apenas cubrían los huesos de los conquistadores, muertos de hambre, según relatara posteriormente el cronista Bartolomé de las Casas.

Como era de esperarse, los hombres de Badajoz se asustaron ante tamaño espectáculo, por lo que este, antes de que se sublevaran, ordenó que las naves que los habían traido desde Darién se devolvieran, vacías.

Era un mensaje claro para sus hombres y típico de la época: ¡Vencer o morir!

Los relatos de cronistas como Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo, Pascual de Andagoya, dan cuenta de la travesía de los españoles a través del istmo, que, de acuerdo con la antropóloga Reina Torres de Arauz, estaba en esos momentos en la cima de su civilización precolombina.
Organizados en cacicazgos independientes, liderados por un líder (cacique), los pueblos autóctonos mantenían un estilo de vida que hoy llamaríamos sostenible, con un nivel considerable de civilización, aunque no exento de guerras y enfrentamientos entre sí.

Los cronistas cuentan cómo los españoles se fueron adentrando por el territorio, através de las montañas de Capira, donde pasaron noches exquisitas de luna ‘con olor a miel'.
Pero también cuentan los atropellos contra los grupos autóctonos que encontraban a su paso.

ATROPELLOS

Al llegar a las posesiones del cacique Pontanagua, "señor de mucha tierra y gente serrana', los españoles encontraron al cacique durmiendo, lo que aprovecharon para prender su rancho y robar hasta 6,000 castellanos.
Posteriormente, Badajoz atacaría a los caciques Perequeté, Chante y Chirú , quienes, según relata Pascual de Andagoya, "nunca habían visto al hombre europeo, al que asumieron como ‘cosa caída del cielo', por lo que no ‘osaban acometerlos hasta saber si morían". Esta confusión (¿eran dioses u hombres?) sería en un principio una ventaja para los conquistadores.

EL REQUERIMIENTO

Por órdenes de la Corona española, cada primer encuentro con un grupo indígena debía comenzar con la lectura del Requerimiento (‘Notificación y requerimiento que se ha dado de hacer a los moradores de las islas en tierra firme del mar océano que aún no están sujetos a Nuestro Señor' ), una declaración elaborada por órdenes de rey Fernando El Católico, con el fin de notificar a los indígenas que eran sus súbditos, lo que debían aceptar con buena voluntad y sin ninguna resistencia.

De lo contrario, serían sujetados al yugo y convertidos en esclavos y sus mujeres serían tomadas y sometidas y les vendrían los más crueles castigos.
No podemos imaginar que Badajoz pudiera reunir en cada uno de las aldeas a las que llegara una asamblea para dar lectura de este largo documento, escrito en una lengua que los indígenas no conocían.

De cualquier forma, desde la perspectiva de los visitantes, la ley española les confería la dispensa y (bloqueo de conciencia) para realizar cualquier acto necesario para obtener lo que buscaban. Recordemos que, al decir de los indígenas americanos, los españoles padecían de una enfermedad que solo el oro podía curar, y que era la codicia.

De las serranías de Capira,, Badajoz y sus hombres llegarían a donde Totonaga, un cacique ciego, que los hospedó, según los cronistas, amorosamente, y les dio seis mil pesos de oro en granos, vasos y joyas.

Se despidieron de él alegres y contentos y, caminando hacia poniente, llegaron al lugar de Taracuru, reyezuelo rico, que les dio hasta ocho mil pesos de oro.
Destruyeron a Pananome (así llama De las Casas a uno e los caciques de las tierras coclesanas, lo que pone en duda la hermosa leyenda que alega que el nombre de la hoy capital coclesana fuera inspirado por la ‘pena' de Nomé), hermano de Taracuru.

Badajoz y sus hombres pasaron luego por donde Tavor y fueron bien recibidos por Cheru, que les hizo un presente de cuatro mil pesos de oro, pues era rico gracias a las muy buenas salinas que había en sus tierras (hoy Aguadulce).
En la aldea de Natán (hoy día Natá de los Caballeros), ubicada en una planicie muy fértil, encontraron cientos de bohíos con chapiteles y cubiertos de paja. Allí tomaron de rehén al cacique y asumieron el control de la población, donde permanecieron durante dos meses, mientras hacían cortos recorridos y recababan información sobre los territorios vecinos.
Tenía ya por entonces Badajoz ochenta mil pesos de oro en granos, collares, bronchas, zarcillos, cascos, vasos y otras piezas. Llevaban también cuatrocientos esclavos encadenados, entre ellos hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, quienes portaban la carga del oro, la ropa de los españoles y transportaban a los enfermos.

Pero todavía querían más. Pensaban obtenerlo en los terrenos del que, según los comentarios de las gentes de aquellas tierras, era el señor más rico y poderoso, el cacique Pariza o Paris (también Cutara o Antataura).

ENCUENTRO CON PARIS
Cuando llegaron a la actual región de Parita, "y no hallaron hombre, envió Badajoz que lo fuesen a llamar, amenazándole'. Pero, en lugar de salir a recibirlos, dice el cronista, Paris envió a cuatro emisarios de alto rango, quienes, en nombre de este, pedían disculpas por su señor, que estaba en el monte ocupado.

Según algunas versiones, los hombres de Paris portaban también un obsequio fantástico: dos canastas de cuero de venado llenas de joyas de oro fino, deslumbrantes colgantes y piedras, anillos de formas de animales, collares de medallones tallados, pectorales repujados y cincelados, orejeras recubiertas de filigranas, cinturones de los que pendían talismanes en forma de lagartos, serpientes o sapos, broches o sujetadores con oro y turquesas, gargantillas, brazaletas y orejeras'.

El capitán español recibió el obsequio pero preguntó de inmediato a los delegados de Paris si había más de aquello. Estos le respondieron que sí, pero guardado por pumas y coyotes en las montañas de Quema (hoy provincia de Herrera).
Al día siguiente, mientras Badajoz y sus hombres se preparaban a ir donde Paris para exigir más tesoros, este recibía información sobre todo lo que su gente había visto en el campamento español: cuántos hombres tenía, cuál era su disposición de ánimo y con qué armas contaban.
Paris ya tenía su plan armado. Había negociado con otras caciques vecinos la conformación de un ejército de 3 mil hombres, que caerían sobre el campamento de los españoles en las orillas del Río Grande, en horas de la noche.
Así lo hicieron, sorprendiendo a los invasores con un gran estruendo hecho con "unos caracoles grandes que hay en estas indias", armados de arcos y flechas y de impresionantes lanzas incrustadas con dientes de tiburón, y protegidos por unos gruesísimos chalecos de algodón (impenetrables para las ballestas).

Después de perder a 70 de los suyos, los invasores tuvieron que huir, dejando los tesoros reunidos y los 400 esclavos.
Los sobrevivientes intentaron refugiarse en la aldea de Natán, pero sus habitantes, otrora pacíficos, ya sabían que los hombres blancos podían ser vencidos en guerra, y ‘salieron a recibirlos con mucha furia para pelear casi todo un día sin que los unos ni los otros fuesen desbaratados" .
A duras penas, los españoles lograron llegar hasta la playa más cercana y en unas canoas indígenas escaparon hasta la isla de Taboga. Posteriormente, atravesarían nuevamente el istmo para retornar, en noviembre de 1515, a Santa María la Antigua.
Allí se les recibió con desagrado, más que por la pérdida de 80 hombres, por la del tesoro.

Lo mismo pasaría en la Corte española, donde, al ser conocida, la derrota de Badajoz provocaría la ira contra este, por lo que se consideró su poca valentía y arrojo para defender lo que era ya propiedad de la Corona.

Se cuenta que Paris liberó a los 400 rehenes y tomó el tesoro para sí, depositando parte de él en algún lugar de las Montañas de Quema, en la provincia de Herrera.

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