07 Dec
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...Y la bandera panameña volvió a ondear en Pueblo Nuevo de Coto

Tras la invasión costarricense, en febrero de 1921, los panameños se organizaron para tomarse nuevamente el poblado de Coto


‘Desde las primeras horas de la mañana, las calles se hallaban invadidas por personas de diferentes clases y edades con rostros de animación; en las esquinas formábanse grupos numerosos que comentaban de diferentes maneras la situación que afrontaba el país; los diferentes salones de la Alcaldía estaban pletóricos de ciudadanos que pedían inscribir sus nombres para ir a la línea de batalla. Toda la ciudad revestía inmenso y extraordinario movimiento...'.

La Estrella de Panamá describía así, en su edición del martes 26 de febrero de 1921, la atmósfera de la ciudad, tras conocerse el día anterior que un contingente militar costarricense había invadido el poblado de Pueblo Nuevo de Coto, en Alanje.

Bajo un enorme titular que leía ‘Siguen activamente los preparativos para rechazar la invasión costarricense', La Decana de la prensa istmeña publicaba una emotiva alocución del presidente de la República, Belisario Porras: ‘Yo espero que en este momento supremo se borren las diferencias de partidos y unidos todos encontremos que sabemos ser panameños y emprender todo género de sacrificios para mantener la dignidad'.

Lejos de amedrentar a la población, el llamado a guerra levantaba un aire de patriotismo nunca antes visto en aquella joven nación que apenas llegaría ese mes de noviembre a sus dieciocho años.

La sentimental sintonía patriótica llegaría a su punto más alto ese mismo día, a las cuatro de la tarde, cuando la ciudad se volcaba a despedir a los representantes de la virilidad nacional, doscientos policías que partían al campo de batalla bajo las órdenes del inspector Alberto R. Lamb, portando 270 rifles y municiones.

Mientras se soltaban las amarras del buque David, ‘la banda del cuerpo de bomberos tocaba vibrantes piezas; los balcones, las aceras y todo sitio viable encontrábase repleto de mujeres, niños y ancianos, que aplaudían frenéticamente a los valerosos soldados, como una muestra de la más intensa simpatía', continuaba el relato de La Estrella de Panamá .

COMIENZA LA GUERRA

Pero la entusiasmada muchedumbre desconocía que aquel contingente armado no era el primer grupo de panameños que partía hacia Coto, donde ya se adelantaban los acontecimientos. La madrugada del 23 de febrero, desde ese mismo muelle en la ciudad de Panamá, había salido un primer buque, el Veraguas, con cien policías a las órdenes del general Manuel Quintero Villarreal.

Fue una decisión tomada por el presidente Belisario Porras y su gabinete, al cual había convocado el mandatario, con carácter de urgencia, el día 22 (el 21 había sido la invasión de Coto), tras recibir un telegrama urgente del gobernador de Chiriquí, Nicolás Delgado.

‘El pueblo chiricano protesta enérgicamente por este atentado contra la soberanía nacional y en masa espera órdenes para repeler por la fuerza tamaño ultraje', leía el cable del gobernador.

Porras reunió de inmediato a sus ministros Narciso Garay (Relaciones Exteriores), Eusebio A. Morales (Hacienda y Tesoro), Jeptha B. Duncan (Instrucción Pública), y Manuel Quintero Villarreal (Fomento y Obras Públicas).

DEFENDER O NO DEFENDER

La ocupación de Coto por los costarricenses ponía sobre la mesa temas legales complicados y nuevos para todos.

Aunque Panamá había adquirido su autonomía en 1903, desde entonces, casi todos los ámbitos de la vida nacional habían estado supeditados al Tratado Hay Bunau Varilla.

Este, en su artículo 1, establecía que los Estados Unidos eran ‘garantes' de ‘la independencia de la República de Panamá'.

Además, la misma Constitución de la República, en su artículo 136, manifestaba que el Gobierno de los Estados Unidos podría intervenir en ‘cualquier punto de la República de Panamá', para restablecer la paz pública y el orden constitucional si hubiere sido turbado o para garantizar la independencia y soberanía de la República de Panamá.

Bajo esos términos, ¿a quién correspondía defender el suelo patrio?

El gabinete en pleno decidió que Panamá asumiría su defensa ‘hasta las últimas consecuencias'.

Pero si esa era la decisión, se presentaba un problema adicional: ¿Con qué armas se defendería a la patria?

Panamá no tenía ejército, solo un cuerpo de policía, sin armas: en 1916, el gobierno norteamericano había obligado al país a entregarlas todas, bajo la amenaza explícita de una intervención.

Pero en este punto, el presidente Porras tenía un as bajo la manga: siendo presidente en 1916, había logrado ocultar, en un oscuro depósito de la Presidencia, varias cajas camufladas con cincuenta rifles Remington y sesenta mil tiros. Había que probarlas a ver si servían.

También se propuso adquirir cincuenta carabinas más ‘en los almacenes de los señores Arias y Duque', y solicitar a la policía del interior de la República.

PARTEN LAS TROPAS

Así fue como en la madrugada del 23 de febrero, tomando precauciones para no alertar a la población, había salido el buque Veraguas rumbo al frente de batalla.

El general Quintero Villarreal, acompañado del veterano de la Guerra de los Mil Días, Tomás Armuelles, y los cien policías, llegarían, después de cuarenta y tres horas de viaje a Rabo de Puerco (hoy Puerto Armuelles).

Una vez tocada la tierra chiricana, Quintero se encontraría con que el gobernador Delgado había movilizado a toda la población, organizando compañías y batallones dispuestos a combatir a los ticos.

Entre los voluntarios estaban dispuestos unos cincuenta policías chiricanos, bajo el mando del capitán Juan B. Grimaldo, el teniente Francisco Benítez y el subteniente Joaquín Amaya.

Las tropas de Quintero partieron junto con las chiricanas en un tren hacia La Concepción y, de allí, a la población de Progreso, donde instalarían el centro de operaciones.

En Progreso, los esperaba el grupo de ‘13 voluntarios de Bugaba', en su mayoría veteranos de guerra que, bajo las órdenes del sargento mayor Ricardo Franceschi y del coronel Laureano Gasca, jugarían un rol fundamental en los acontecimientos que sobrevendrían (Datos históricos de la Guerra de Coto, de Ricardo Franceschi).

Ya instalados en Progreso, el general Quintero dispuso que unos cien hombres de caballería avanzaran hacia Coto para reconocer el terreno.

Entre ellos, irían delante los trece voluntarios, que conocían la topografía y podrían guiar a los hombres a través de los angostos caminos de herraduras llenos de lodazales y de peligrosos despeñaderos, caudalosos ríos y quebradas (Cuestas, Panamá y Costa Rica).

EL MOMENTO DECISIVO

El día 26, a altas horas de la noche, las tropas de caballería acamparon a la orilla del río Coto, a unas sesenta varas del poblado del mismo nombre, desde donde podían escuchar ocasionales tiros y cornetas.

En la madrugada del 27, hacían planes para el ataque el coronel Laureano Gasca, el mayor Ricardo Franceschi, el capitán Tomás Armuelles y el coronel Alvarado, cuando, de repente, vieron moverse entre los árboles a un par de hombres extraños.

Al verlos, casi maquinalmente, Gasca saltó y colocó la punta de su espada sobre el cuello de uno de ellos.

‘No nos maten', pidieron estos asustados.

En ese momento, se acercó el capitán Armuelles y se puso frente a ellos.

‘¿Quiénes son ustedes?', preguntó el capitán.

‘Somos cazadores', respondieron con acento que delataba su origen tico.

Armuelles tomó el morral que uno de los hombres llevaba encima y, al revisar los documentos que llevaba adentro, se llevó una sorpresa mayúscula: entre los papeles había cartas del mismo presidente de la República de Costa Rica, Julio Acosta García y del secretario de guerra del país, dándole instrucciones. Se trataba el coronel Zúñiga Mora, comandante militar del Golfo Dulce, a cargo de la toma de Coto.

El otro era el coronel Daniel González.

NEGOCIACIÓN

‘Coronel, hágame el favor de rendirse y ordenar a sus hombres que nos entreguen las armas', le dijo el capitán Armuelles a Zúñiga Mora.

Mientras el coronel tico debatía cuál era el mejor proceder, su compañero, el coronel González, le recomendó: ‘No nos queda otra cosa que rendirnos, coronel'.

Ya con la promesa de Zúñiga, las tropas panameñas avanzaron hacia el villorrio de Coto, para recobrarlo sin combate, capturando a treinta costarricenses, con sus fusiles y municiones.

Inmediatamente entrar al poblado, Armuelles buscó y encontró la bandera panameña, abandonada en un rincón, tras lo cual ordenó a Zúñiga Mora que arriara la costarricense.

Zúñiga aceptó, a condición de que le permitieran bajarla con honores.

‘Yo accedí a eso porque pensé que no había motivo para negarles tal satisfacción', reveló posteriormente Armuelles en el reporte oficial de los hechos.

Al día siguiente, en Panamá, el presidente Porras recibía desde Progreso, un telegrama fechado 28 de febrero, que le explicaba la operación del día de anterior y cómo el escuadrón de caballería al mando del coronel Laureano Gasca y cien hombres de la Policía Nacional al mando de los capitanes Armuelles, Solís, Grimaldo, el teniente Mejía y el capitán Antonio Alvarado, habían hecho prisionera a toda la guarnición enemiga, que ya había sido enviada a la capital.

‘Loor al pueblo panameño. Firmado, vuestro atento servidor, el jefe de Operaciones, Manuel Quintero'.

Posteriormente, un informe oficial, elaborado por Domingo H. Turner, pondría también de manifiesto ‘el coraje de Gasca, la cautela de Armuelles y la estrategia y experiencia del general Quintero'.

La bandera panameña volvía a flamear en Coto, pero la guerra no acababa. Vendrían, posteriormente, los verdaderos triunfos de la guerra, y la pérdida final de aquel territorio.


La Estrella de Panamá 

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