26 Oct
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William Crawford Gorgas, el doctor que logró erradicar la fiebre amarilla en Panamá

Caballero Comandante de la Orden de San Miguel y San Jorge KCMG (3 de octubre de 1854 – 3 de julio de 1920) fue un médico estadounidense y el 22avo Cirujano General de la Armada de los Estados Unidos (1914-18). Es mejor conocido por su trabajo en disminuir la transmisión de la fiebre amarilla y la malaria, por medio de control de los mosquitos que la transmiten, en un período donde esto era considerado con escepticismo y existía oposición hacía dichas medidas de control. Nació en Toulminville, Alabama. Gorgas fue el mayor de los seis niños de Josiah Gorgas y Amelia Gayle Gorgas.
Carrera.

Después de estudiar en la Universidad del Sur (conocida en inglés como The University of the South) y en la Universidad del Hospital Médico de Bellevue (conocida en inglés como Bellevue Hospital Medical College), el doctor Gorgas fue nombrado en el Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos en junio de 1880. Gorgas fue asignado a tres puestos – Fuerte Clark, Fuerte Duncan, y el Fuerte Brown – en Texas. Mientras que en el Fuerte Brown (1882-84), sobrevivió a la fiebre amarilla y se reunió con Marie Cook Doughty, con quien se casó en 1885. En 1898, después del final de la Guerra Española-Americana Gorgas fue nombrado Oficial Jefe Sanitario en La Habana, trabajo para erradicar la fiebre amarilla y la malaria.

Gorgas fue Cirujano General del Ejército en 1914, y allí aprendió, junto al Dr. Walter Reed, de un médico cubano Carlos Finlay, el cual descubrió y demostró que el mosquito Aedes Aegypti, antiguamente conocido como Culex, transmitía la fiebre amarilla y sentó las bases de la comprensión con respecto a la prevención a gran escala y la vacunación contra esta enfermedad. Gorgas ganó fama internacional luchando contra la enfermedad, entonces el flagelo de las zonas tropicales y sub-climas tropicales, primero en Florida, después en La Habana y Santiago de Cuba y finalmente en el Canal de Panamá.

¡Por fin! Tras años de discusiones y trabas, en 1903, el gobierno de Estados Unidos había colocado todas sus fichas.

El Congreso había decidido la ruta (Ley Spooner, 1902). Como república independiente, Panamá le había concedido los permisos.

Ahora, el presidente Theodoro Roosevelt se preparaba para dar inicio a los trabajos del ansiado pasaje marítimo entre Oriente y Occidente.

En mayo de 1904, llegaría al país la primera delegación de expertos estadounidenses, integrada por ingenieros y militares de prestigio: el general George Davis; el admirante John Walker; el ingeniero William Barclay Parsons y otros técnicos y contratistas especializados en minería y voladuras.

Entre el grupo, llamaba la atención la tranquila presencia del médico militar George W. Gorgas, cuya labor, el presidente norteamericano consideraba la más importante de todas.

El mandatario, empeñado en la construcción de la vía interoceánica, era consciente de que el principal obstáculo para esta tarea titánica serían las enfermedades. Así lo había demostrado la experiencia de los franceses en el istmo, forzados a abandonar las obras (1878-1895) tras unas 20 mil muertes.

Más fresca todavía en la memoria, estaba la experiencia de la Guerra Hispano-Estadounidense, en Cuba, donde habían fallecido 13 veces más soldados a consecuencia de las enfermedades tropicales que por las balas.

Entre 1989 y 1901, Gorgas, como jefe de sanidad en Cuba, había logrado sanear la isla y proteger a los soldados. Ahora debía hacer lo mismo en Panamá.

GORGAS

A su llegada al istmo, William C. Gorgas tenía cuarenta y nueve años de edad, y su cabello estaba totalmente cubierto por las canas.

El médico nacido en Alamaba, procedía de una distinguida familia sureña. Desde niño soñaba con ser militar, pero la única forma que encontró para entrar en el ejército fue la medicina.

Con su carácter bonachón fundamentado sobre sólidos principios y su conocimiento, aunque ligero, del español, fue el primero de los estadounidenses que entabló relaciones amistosas en la sociedad panameña. Uno de los más allegados sería su colega Manuel Amador, de quien recibiría apoyo importante para la misión que le había sido encomendada.

LAS FIEBRES TROPICALES

Como gran parte de los médicos de la época, en 1989, al llegar a Cuba, Gorgas ignoraba el origen de las enfermedades que diezmaban a los soldados estadounidenses y que la sabiduría popular atribuía a la mala higiene o a ‘los humos miasmáticos' de los trópicos.

Una de las primeras acciones tomadas por el médico al surgir la crisis sanitaria en Siboney (Cuba), fue quemar el pueblo. Afortunadamente, entraría en contacto con el médico cubano Carlos Finlay, quien desde la década de los ochenta había estado tratando de convencer a la comunidad científica y a las autoridades de que la fiebre amarilla, la malaria y la fiebre tifoidea, principales causas de muerte, eran transmitidas por los mosquitos.

Gracias a los conocimientos brindados por Finlay, Gorgas pudo desarrollar una estrategia que le permitió controlar los criaderos de insectos y reducir dramáticamente la tasa de mortalidad en La Habana, que en el año 1900 consistió sorprendentemente de 34 defunciones por 1000 residentes. En 1901, la fiebre amarilla había desaparecido.

CONDICIONES EN PANAMÁ

Pero todos sabían que la situación de Panamá era bastante más complicada y difícil.

De acuerdo con las memorias transcritas por su esposa Marie, (recogidas por David McCullough en su portentosa obra ‘Un camino entre dos mares'), al llegar a Panamá, Gorgas encontró un lugar ‘terrible'.

Colón lo sorprendió como ‘un pueblo sucio y dilapidado', donde los niños deambulaban desnudos en ‘medio de casuchas rodeadas de pantanos pestilentes cubiertos de aguas negras'.

Panamá, que por años había tenido la fama de ser uno de los sitios más insalubres del planeta, debía convertirse en un lugar sano para acoger a los más de 40 mil trabajadores que se esperaban para las obras.

Ni en la terminal atlántica del ferrocarril ni en la del pacífico, Panamá, había alcantarillados.

En general, el istmo era el paraíso de los mosquitos. No solo la temperatura, que permanecía constante a través del año, permitía su constante renovación. Las costumbres de la población también ayudaban.

En las casas de la ciudad de Panamá, el agua se almacenaba en barriles de madera y tinajas de barro, en las que abundaban las larvas.

En el mismo Hospital de Ancón -construido y operado por los franceses y que fue aprovechado por Gorgas para establecer su sede de operaciones-, no había mosquiteros. En los jardines abundaban los recipientes que acumulaban el agua. En las salas para los enfermos, se protegía a los pacientes de las arrieras colocando vasijas llenas del líquido en las patas de la cama.

En las noches, había tantos mosquitos en el hospital, que parte del personal tenía como única ocupación abanicar a los doctores y enfermeras para que estos pudieran trabajar.

Tras un análisis profundo de la situación imperante, Gorgas estableció su estrategia de saneamiento, en la que el combate a la fiebre amarilla ocupaba el primer lugar.

A diferencia de la malaria, endémica en el istmo, y que afectaba a gran parte de la población residente a lo largo de la ruta elegida para el canal, la fiebre amarilla aparecía esporádicamente en forma de epidemia, con gran mortandad. Entre los años 1892 y 1897 esta había desaparecido para volver con fuerza en 1899 y 1900. Por ello, Gorgas pudo determinar que esta debía provenir de elementos recién llegados al istmo.

A través de los estudios de Finlay, Gorgas había podido saber que la fiebre amarilla se transmite entre los seres humanos por medio de la picadura del mosquito Stegomyia fasciata, hoy conocido como Aedes aegypti.

Mientras el Anopheles, que transmite la malaria, se cría principalmente en los pantanos, el Stegomya vive entre los seres humanos, cuya sangre necesita para madurar sus huevos.

Para transmitir la fiebre, la hembra del mosquito debía picar a la persona durante los primeros tres días de incubación de la enfermedad.

LA FIEBRE AMARILLA EN PANAMÁ

En junio de 1904, llegaría al istmo el ingeniero John F. Wallace, nombrado por Roosevelt como jefe de ingenieros del canal y cabeza principal del proyecto.

Wallace, que tenía un sueldo de $25 mil al año (Gorgas ganaba $4,000), estaba ansioso de iniciar las obras. Para ello, necesitaba reunir lo más pronto posible una fuerza laboral de unos 30 mil trabajadores, la mayoría de los cuales debían ser extranjeros.

Temiendo que los miles de recién llegados no inmunes provocaran otra nueva epidemia, Gorgas presentó a Wallace su plan de trabajo.

Sin embargo, ni este ni el entonces gobernador de la recién organizada Zona del Canal, el general Davis, comprendieron la gravedad ni la urgencia de la situación.

Cuando Gorgas le pidió que se adquirieran telas metálicas para edificios y residencias, la respuesta de la gente de Wallace fue que ‘tenían cosas más importantes en las que pensar'.

Como lo temía Gorgas, pronto aparecería nuevamente la fiebre. El primer caso se dio en el Hospital Santo Tomás, el 21 de noviembre. Se trataba de un trabajador italiano recién llegado al istmo.

Para gran alarma de Gorgas y de la población, la enfermedad empezó a propagarse rápidamente.

En las páginas del Star & Herald se aparecían a diario numerosos obituarios de los muertos y un listado de nuevos casos.

En Colón, cuenta McCullough, un empresario, que había vivido epidemias previas, empezó a acumular ataúdes en su establecimiento comercial, preparándose para hacer negocio.

Pero un hecho cambiaría todo: abrumado por la burocracia, los deslizamientos de tierra y las muertes de los trabajadores, el ingeniero Wallace decidió renunciar a su puesto.

Un mes después, tenía en sus manos el Decreto No. 25, firmado por el recién electo presidente, su colega el doctor Amador Guerrero, que lo facultaba a ‘tomar las medidas convenientes para el saneamiento de las ciudades de Panamá, Colón y el área del canal'.

Una de las primeras acciones de Gorgas fue emitir una serie de ordenanzas que alteraban las costumbres antiquísimas de los panameños y que, de acuerdo con el médico, favorecían la crianza de los mosquitos y la propagación de las enfermedades: acumular el agua de la lluvia o de riachuelos en tinajas o barriles destapados, arrojar la basura en los patios traseras de las casas y permitir que el agua de lluvia se acumulara en las calles no pavimentadas de la ciudad.

La ordenanza seis de Gorgas, por ejemplo, prohibía ‘taxativamente las larvas de mosquitos (gusarapos) dentro de los límites de la ciudad de Panamá' y establecía que todo dueño o inquilino de una casa sería responsable de esa violación ‘bajo pena de una multa de cinco pesos oro'.

Otras órdenes incluían la obligatoriedad de la vacunación, la reglamentación de la recolección de basura, de los mataderos y mercados públicos y exhumación de los cadáveres.

Panamá estaba bajo ley sanitaria y las órdenes de Gorgas tenían todo el respaldo de los alcaldes y la policía de las ciudades de Panamá y Colón.

REVOLUCIÓN SANITARIA

Las zonas urbanas de Panamá y Colón bullían de actividad. Mientras los obreros excavaban las principales calles de la ciudad para construir el primer acueducto del país, ‘el ejército de Gorgas', como le llamaban los panameños, integrado por decenas de trabajadores, circulaban desde las primeras horas de la mañana, cargando escaleras, cubos, rollos de papel manila y viejos periódicos, tapando ventanas, revisando acumulaciones de agua.

Como recordó Gorgas en su libro ‘Sanitation in Panama', las brigadas de fumigadores contratados por la Comisión del Canal Interocéanico recorrían a diario las dos ciudades fumigando casa por casa, vertiendo aceite en los charcos de agua, colocando telas de alambre sobre barriles y depósitos de agua, inspeccionando lecherías, panaderías, barberías, caballerizas y los productos de consumo como la carne. Se buscaba a los enfermos para trasladarlos a los hospitales.

‘Tal es la fiebre de verter aceite que en alguna casa este ha sido derramado en aguas para beber y en aguas acabadas de comprar a los aguadores para un baño', se quejaba en enero de 1905 La Estrella de Panamá.

A pesar de los esfuerzos de Gorgas, estos no eran suficientes. Consciente de que necesitaba más recursos, y más gente, acudía con regularidad a sus superiores en Panamá, pero estos no creían importante sus labores. George Wallace, la máxima autoridad de la Comisión en Panamá, no creía en esa ‘teoría de los mosquitos' y se molestaba con los constantes pedidos del médico.

En junio de 1905, cuando ya habían llegado al país centenares de trabajadores, ocurrió lo que el jefe de sanidad temía: estallaron las epidemias.

Entre el primero de mayo y el 31 de agosto de 1905, 47 empleados del Canal murieron de fiebre amarilla; el doble falleció de malaria; 49 de neumonía; 57 de diarrea y 46 de disentería.

Los trabajadores negros de las islas caribeñas fallecían de neumonía. Un caso de peste bubónica se detectó en La Boca.

En un momento entre estos meses, el 50% de los obreros recién llegados estaba hospitalizado.

Los trabajadores entraron en pánico. Los periódicos estadounidenses anunciaban el fracaso de la empresa del canal.

Gorgas necesitaba redoblar esfuerzos, pero Wallace se negaba a dar apoyo. Además, los panameños se aferraban a las viejas costumbres de mantener los barriles de agua y pozos sin tapa; los enfermos se escondían para evitar ser traslados a los hospitales, a los que temían.

En agosto 13 de 1905, la Estrella de Panamá se quejaba: ‘Gastos, gastos y más gastos y nada. los procedimientos que aquí se emplean para acabar con los roedores e insectos nunca permitirán llegar al deseado fin... Mejores resultados podrían obtenerse con cualquier clase de leña, según el procedimiento de nuestros campesinos contra los mismos mosquitos'.

El mismo artículo anunciaba que había llegado al país un verdadero experto en combatir los mosquitos y se ofrecía a pasar a Gorgas el dato para ‘ayudarlo'.

Cuando el coronel Gorgas ordenó que el agua bendita de la Iglesia de la Catedral en la ciudad de Panamá se cambiara a diario, los panameños interpretaron la medida como un insulto.

RENUNCIA Y REORGANIZACIÓN

Mientras tanto, en Washington, el secretario de Guerra de Estados Unidos William Taf, azuzado por los miembros de la Comisión del Canal, quienes no terminaban de creer en lo que despectivamente se conocía como ‘la teoría de los mosquitos', hacia esfuerzos por ‘tumbarle la cabeza' a Gorgas.

Roosevelt se enfrentaba a una de las grandes decisiones de su carrera. Apoyar a Gorgas y sus solicitudes de mayor presupuesto para acabar con los criaderos, o reemplazarlo por alguien que se dedicaría principalmente a ‘la limpieza'.

Tras consultarlo con varios expertos, tomó su decisión.

El gobernador de la Zona del Canal, George D. Davis, fue reemplazado por Charles A. Magoon; el ingeniero en jefe del proyecto, George Wallace, renunció y fue sustituido por el ingeniero John Stevens.

De todos los que habían sido nombrados en posiciones de importancia en el año 1904, el único que quedó en su puesto fue Gorgas, a quien se le atribuyó más poder. Su oficina fue colocada en el organigrama justo debajo de Stevens, quien, como reconociera años más tarde, ‘puso todo el peso de su jefatura al servicio del médico'.

A diferencia de sus antecesores, bajo el liderazgo de Stevens al trabajo de Gorgas se le asignó la máxima prioridad.

Se puso a su disposición unos 1,200 hombres y se le aumentó el presupuesto anual de $50 mil a millones de dólares - se calcula que el presupuesto de Gorgas constituyó el 5% de los gastos totales de construcción del Canal-.

Ahora sí había dinero. Se contrató a un arquitecto para diseñar las barracas de los trabajadores, los edificios de la Comisión y la vivienda de los oficiales de acuerdo con las necesidades: ventilación, cobertura total con mallas contra los mosquitos y una sola puerta de entrada, de manera que fuera más fácil controlar el ingreso de los insectos.

Se construyeron miles de millas de zanjas de cemento para drenar los pantanos y aguas estancadas; se cortaban los montes y herbazales de la ruta del canal a menos de 200 pies de todo asentamiento humano.

Según el relato del mismo Gorgas, el trabajo más fuerte de profilaxis se hizo entre los meses de septiembre y diciembre del año 1905.

En diciembre de 1905, se dio el último caso de fiebre amarilla en el Istmo.

Para diciembre de 1906, tanto en la Zona del Canal como en las ciudades de Panamá y Colón, la endémica malaria, que afectaba a miles de personas a lo largo de la ruta canalera se había reducido a menos de un 5% de incidencia.

Ya para entonces había sido inaugurado el acueducto que, por primera vez en la historia del país, proveía agua potable a las comunidades de Colón, Panamá, Cristóbal, Ancón, La Boca, Culebra y Emperador. Los hospitales, equipados con instrumentos y profesionales de primera, brindaban servicio gratuito a panameños y extranjeros.

El final de la historia es conocido. Los estadounidenses lograron construir el Canal y Panamá adquirió su fama de ‘Tacita de Oro'

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