27 Apr
27Apr

Una emperatriz. Una estatua. Una nación

El tiempo está acostumbrado a desaparecer para siempre, a menos que le arrebatemos algún objeto, una cosa, decía el poeta y filósofo español Luis García Montero.

La estatua de Cristóbal Colón y la joven América, en el Paseo Juan Demóstenes Arosemena, de la ciudad de Colón, podría ser una de esas cosas, arrebatadas al tiempo, que en palabras del poeta arriba citado, se convierten en los ‘nudos de seguridad de la cuerda que sostiene nuestra historia, y nos permiten regresar a un tiempo que ya no existe …’

La escultura es, de acuerdo con el arquitecto e historiador Eduardo Davis, una de las de mayor valor artístico que ha tenido el país, junto con el monumento de Vasco Núñez de Balboa, en la Avenida Balboa, y la de Belisario Porras, en el parque Porras.

Quien la ve hoy, adornando pasivamente las calles de Colón poco se imagina de la fascinante historia que se teje a su alrededor ni de su virtud para atar tantos cabos sueltos de nuestro pasado… nuestros lazos con las monarquías europeas, nuestro tiempo de unión a Colombia, la construcción del Canal Francés y las luchas patrióticas por recuperar los bienes absorbidos por la Zona del Canal.

Cristóbal Colón y la Joven América

Su destino no era Panamá ni Colón, sino Veracruz, en México, un regalo que la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, quiso dar a esta ciudad que el 28 de marzo de 1864 sirvió como puerta de entrada a su pariente, el archiduque Maximiliano de Austria, en su aventura imperial mexicana.

Los emperadores franceses apoyaron los intereses que se movilizaron para instaurar a un monarca católico en México, con la idea de que este cortaría el paso a los Estados Unidos protestantes y facilitaría, por una especie de “efecto dominó”, la aparición de otras monarquías conservadoras y católicas, regidas por príncipes europeos, en Centro y Suramérica.

El mismo año (1864) en que llegaba por primera vez el futuro emperador mexicano a Veracruz, Eugenia encargó al conocido escultor Vicente Vela, residente en Turín, Italia, un monumento del almirante.

Vela modeló en yeso la estatua del Descubridor con la joven América, y la envió a París. Esta fue del agrado de la emperatriz, quien le dio su aprobación al proyecto.

Tres años después, el artista enviaba el soberbio grupo, una de sus obras maestras, a tiempo para ser exhibida en la Exposición Universal de París (1867).
Pero en los tres años que tomó confeccionar la estatua, la guerra estalló en México, acabando con el breve reinado de Maximiliano, quien terminó siendo ejecutado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867.

Como es de imaginar, la emperatriz, no quedó con deseos de enviar la escultura a las tierras mexicanas.

¿Qué hacer con ella? El General Tomás Cipriano de Mosquera, enviado extraordinario y plenipotenciario de Colombia ante los gobiernos europeos, tendría la respuesta.

En una visita a París, el general comentó a la emperatriz Eugenia de la ciudad atlántica colombiana, terminal del primer ferrocarril transcontinental, que 14 años atrás había sido oficializada con el nombre de ‘Colón’.

Ella se decidió enseguida. Así, el 19 de mayo de año de 1870, tras cruzar el Oceáno Atlántico, se le entregaba la estatua, en una gran ceremonia, en el muelle de Colón, al presidente del Estado Soberano de Panamá, el general Buenaventura Correoso.

Se instala en Colón

Poco interés o pocos fondos debió tener Correoso —considerado el más importante político panameño del siglo XIX— que dejó la estatua en la Oficina de Fletes del muelle número 5 de la Compañía del Ferrocarril sin reclamar.

Nadie vio necesidad de sacarla hasta que en octubre de ese año, al superintendente del ferrocarril, E. C. du Bois, se le ocurrió que la escultura podría servir para engalanar la ciudad para la visita de un ilustre visitante inglés, Sir Charles Bright, quien llegaría para desembarcar el cabo del primer cable submarino de telegrafía que comunicaría al istmo.

La estatua fue colocada al apuro y diez años después, la base se encontraba el mal estado.

Entra De Lesseps

Así la encontró el conde Fernando de Lesseps, quien iniciando la obra de construcción del Canal Francés, con fondos de sobra, pidió permiso para colocarla en un nuevo sitio, frente a su residencia, en la punta del terraplén, a la entrada del futuro Canal, en el nuevo barrio de Cristóbal.

El 21 de Febrero de 1886 se celebró su reinauguración, con bellos y sentidos discursos del propio conde.

Llegan los gringos

En 1903, empezaba la nueva etapa republicana para Panamá y los estadounidenses iniciaban la construcción del Canal. En junio de 1904, a razón del convenio Hay Bunau Varilla, se establecieron los límites para la Zona del Canal de Panamá.

La suerte hizo que la estatua del almirante quedara ubicada en la faja de terreno que correspondía a la jurisdicción de los Zonians.

Como era lógico, los panameños reclamaron su propiedad. Sin embargo, inexplicablemente la Panama Canal Comission, apoyada por el Departamento de Estado, en Washington, mantuvieron la tesis de que todo lo que estuviera dentro de los límites establecidos de la Zona, le correspondía en propiedad a Estados Unidos.

Panamá siguió insistiendo en que fuera traspasada la estatua. En los intentos de negociar tuvieron una destacada participación el gobernador la provincia de Colón, Juan Demostenes Arosemena, (que 18 años más tarde sería ministro de Relaciones Exteriores y posteriormente presidente de la República) y el abogado Ricardo J. Alfaro.

Pero todos los intentos se estrellaron contra la intransigencia de las autoridades de la Zona.
La estatua permaneció delante de la que había sido la mansión de De Lesseps hasta el año de 1916, cuando fue removida y colocada en el patio trasero del flamante Hotel Washington, cuando este, recién construido y con una calificación de cinco estrellas, hospedaba a renombradas figuras que provenían de los Estados Unidos.

Finalmente, en 1930, el gobierno de Estados Unidos accedió a regresar la estatua a la jurisdicción de Panamá, por gestión del diplomático Roy Tasco Davis, quien tomó interés especial en finalizar la inútil controversia.

El 31 de mayo de 1930, Davis enviaba al entonces secretario de Relaciones Exteriores de Panamá y próximo presidente, Juan Demóstenes Arosemena, una nota en la que le explicaba: “desde luego que parece ser que dicho monumento es propiedad de Panamá, y el Gobierno de los Estados Unidos, conviene en su inmediata remoción del sitio en que se encuentra y su traslado a cualquier punto que sea satisfactorio para el Gobierno de Vuestra Excelencia”.

Reinauguración
El monumento fue colocado en el Paseo Centenario (ahora llamado Juan Demóstenes Arosamena), vía principal de la ciudad de Colón, sobre una base diseñada por el ingeniero italiano Genaro Ruggieri y oficialmente inaugurada el 21 de diciembre de 1930.

Desde esa posición, se ha convertido en un símbolo emblemático de esta ciudad atlántica.

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