05 Jul
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Trabajo, orden, economía y un nuevo Packard cada día

Florencio Arosemena gobernó entre 1928 y 1931, a la sombra de ‘El Otro’, y entre las críticas más despiadadas que sufriera un mandatario panameño. Fue derrocado en 1931 por Acción Comunal.
En la madrugada del 2 de enero de 1931, el presidente Florencio Harmodio Arosemena y su esposa, Hercilia Arias, despedían formalmente a los últimos invitados de la fiesta de año nuevo cuando empezaron los estallidos.

No eran fuegos artificiales, sino disparos y provenían del balcón del Banco Nacional, ubicado frente a la Presidencia, en el ahora Casco Viejo de la ciudad de Panamá.

Comprendiendo que se trataba de un intento de derrocar el gobierno, los guardias de Palacio, comandados por el mismo presidente, iniciaron la resistencia.

Los disparos provenían desde todas las esquinas del edificio y hasta con una ametralladora. El fuego cruzado continuó hasta las siete de la mañana, cuando los guardias creyeron haber sofocado la rebelión. No era así. En ese momento, uno de los líderes del movimiento insurgente saltaba silenciosamente por los balcones de la Fiscalía del Distrito, en calle 6, y lograba colarse por la ventana del primer alto del Palacio de las Garzas, arreglándoselas para abrir la puerta de recepción a las fuerzas rebeldes, que en un último tiroteo acabaron por dominar.

En nombre de Acción Comunal, le exijo que renuncie”, dijo en voz alta y firme un envalentonado joven de 30 años, a quien doña Hercilia reconoció de inmediato. Era Arnulfo Arias, a quien pocas horas antes había recibido en su fiesta y al final de la noche había tratado de llevarse a los guardias a “brindar por el presidente”.

“No voy a renunciar. Yo fui elegido constitucionalmente por un término de cuatro años’, reclamó el mandatario.

Pese a su decisión de no irse ese día de la Presidencia, la presión fue montándose con mayor fuerza a lo largo de las horas.

El ministro de Estados Unidos (embajador), Tasco Davis, se negó a ponerse de parte de los poderes constituidos. El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Manuel Herrera, se acercó a la Presidencia para anunciar que los magistrados habían nombrado a un presidente sustituto, el prestigioso abogado Ricardo J. Alfaro.

Así, a las 4 de la tarde, dejando atrás once muertos y cinco heridos, Arosemena salía de la Presidencia, a punta de pistola, acompañado de su esposa y sus hijas Selma y Wally, para tomar su carro y refugiarse, sin escolta, en el Hotel Tívoli, en la Zona del Canal.

“Reina la Tranquilidad en la capital”, titulaba La Estrella de Panamá en la primera plana al día siguiente, mientras que el editorial proclamaba que ‘ha surgido dentro de nuestro derecho público un nuevo gobierno, cuyo espíritu es el más puro amor a la patria”.

“Las causas de esta súbita transformación se encuentran en la consciencia pública, no siendo prudente remover en estos instantes de excitación cívica los hechos que las motivan y que pertenecen al pasado”… decía el diario.

TRANQUILIDAD.

Ni ese día, ni los días siguientes, salió nadie en defensa del presidente constitucional. Durante los años subsiguientes, de acuerdo con los historiadores Celestino Araúz y Patricia Pizzurno, la idea de que la administración de Arosemena había sido ‘nefasta’ fue repitiéndose de generación a generación.

Hoy, los descendientes de Arosemena alegan que fueron aquellos que querían el poder quienes crearon una calumnia. ‘Fueron muy crueles con él’, alegan.

Para sus familiares, Florencio Harmodio fue un hombre honrado, que dio lo mejor para encontrar una salida a los problemas que enfrentaba el país, en uno de los momentos más dificiles de su historia.

Ellos lo recuerdan como una persona jovial, un brillante políglota – dominaba cinco idiomas- y un padre de familia amoroso y exigente, que nunca se sentaba a la mesa sin su saco y que en las noches ponía a sus hijos varones a dar cuerda a la vitrola, marca Víctor, para escuchar música clásica, preferentemente de Caruso.

Como profesional, Arosemena es considerado tal vez el más destacado ingeniero de la historia de la República .

Graduado de ingeniería civil en la Escuela Politécnica Real de Munich, Alemania, en 1895, se especializó, posteriormente, en ingeniería ferroviaria en el Politécnico de Zurich, en aulas frecuentadas por alumnos de la talla de Alberto Einstein.

Arosemena fue contratado por el gobierno alemán para trabajar en el ferrocarril de Turquía. Posteriormente, dirigió las obras ferroviarias en Cuba y Ecuador, donde se hizo cargo del tramo más complicado, en la zona montañosa conocida como ‘Nariz del Diablo’, donde capitaneó la construcción de túneles.

En Panamá, se hizo cargo de algunos de los edificios más emblemáticos de la época, como el Teatro Nacional, el Palacio Nacional, el Instituto Nacional, el edificio de los Archivos Nacionales y los planes para el barrio de la Exposición.

Sin considerarse político, llegó a la Presidencia por un llamado de su amigo personal, el presidente Rodolfo Chiari (1924 – 1928), quien lo convenció de que representara a su partido (Liberal) en las elecciones de 1928, al no contar con ninguna figura de prestigio.

GOBIERNO

Un análisis objetivo de su presidencia revela varios aciertos, entre ellos obras de interés en el campo económico, social y fiscal.

Arosemena impulsó la agricultura, innumerables obras y aprobó leyes de cortre progresista. Fue él quien decidió poner a las escuelas públicas nombre de países, con el fin de “desarrollar una mentalidad internacional que prepare mejor para la vida moderna”. Todo esto en una situación de caos económico y fiscal, que coincidió con la quiebra de la Bolsa de Valores de Nueva York y la Gran Depresión.

Panamá era un país sin rentas, que importaba la mayor parte de los artículos de primera necesidad, y cuyos ingresos provenían, casi exclusivamente, de la Lotería Nacional, los intereses del Fondo Constitucional y la anualidad del Canal.

Arosemena se vio obligado a hacer todo tipo de economías en los gastos públicos, suprimiendo los puestos que no fueran necesarios y cortando el salario a los funcionarios públicos.

Una de sus más acertadas acciones fue contratar a un comité para que estudiara las perspectivas económicas del país, el llamado Informe Roberts, presentado al Órgano Ejecutivo el 16 de septiembre de 1929. Este contempló recomendaciones fundamentales como la profesionalización de la contabilidad estatal, la reforma del sistema tributario, la creación de una zona o puerto libre (proyecto que iniciaría como Zona Libre de Colón) y la Contraloría Nacional de la República.

Según el historiador Ernesto J. Castillero, Florencio Harmodio fue una víctima de los errores cometidos por las administraciones que lo predecieron.

Sus esfuerzos por sacar el país adelante se estrellaron contra la realidad política y la crítica pública, que, entre otras cosas, parodió su lema ‘Trabajo orden y economía’, añadiéndole el satírico ‘y un nuevo Packard todos los días’, en alusión a la marca de autos de lujo que usaban los secretarios de Estado (ministros) como transporte.

En realidad, según todos los recuentos, la sombra más tenebrosa que se irguió sobre el gobierno de Arosemena, y el verdadero poder durante su gestión, fue el expresidente Rodolfo Chiari, a quien el publo llamaba ‘El Otro’ o ‘El patrón político’ y “dictador”.

Chiari “gobernaba desde las sombras de su misterioso antro dela calle 10”, (Isidro Beluche) a través de la maquinaria política y gubernamental que había montado durante su presidencia. Para mantener su posición, el partido descontaba el 5% de su salario de los funcionarios públicos, lo que le proporcionaba a Chiari entre $25 mil y $50 al mil al mes, que usaba para preparar su retorno a la Presidencia en 1932 (Benjamín Muse).

Al parecer, el mismo Arosemena reconocía sus límites ante los poderes ocultos y la presión política que se ejercía sobre él y se sentía incapaz de detener la rampante corrupción, percibida por la opinión publica como “alarmente”.

“Este país está enfermo, muy enfermo y yo no puedo hacer nada al respecto… Sé que hay malos elementos en mi gobierno que están haciendo mucho daño, pero le aseguro que es imposible para mí frenar esto en virtud de la ley. Panamá tiene tantas e igualmente tan malas leyes que un abogado astuto puede llegar a probar cualquier cosa y, si no puede llegar a probar su tesis, puede inducir al juez a pronunciar cualquier sentencia a su favor… constitucionalmente yo estoy imposibilitado de interferir con la justicia. No puedo hacer dimitir a los jueces. A la larga o a la corta, el país necesita un dictador… Si Panamá quiere curar su enfermedad necesita de una dictadura absoluta. Es imposible curar la enfermedad de este país a menos que se deroguen la Constitución y las leyes…. “. le comentó en una ocasión al encargado de negocios de Estados Unidos en Panamá, Benjamín Muse, quien, a su vez, lo reportó al Departamento de Estado.

El movimiento de Acción Comunal se gestó en momentos, en que, según Muse, “mucha gente en Panamá desea ardientemente que el presidente tenga el coraje y el poder para desechar el control que ejerce Chiari”.

Florencio Harmodio Arosemena pasó sus últimos años aislado y resentido y murió en 1945, en Nueva York, víctima de cáncer.

Algunos de los que lo conocieron consideran que su gran error fue haber participado en política, un ámbito en el que no cabía un hombre de su talla y cuyos gigantescos desafíos él no tuvo el carácter para enfrentar.

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