Panamá: La identidad indígena y el respeto a su lengua.
Panamá votó a favor de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas que sostiene su derecho a atribuir nombres a sus comunidades y comarcas, pero los mapas oficiales no los incluyen.
La geografía es algo más que nombres y mapas: ¡Es viajar por el mundo! Es identificar lugares y gentes, enriquecerse con la multiculturalidad, aprender a respetar el modo de los otros, saber ser tolerante, e, incluso, ser más curioso de lo normal.
Recuperando la dignidad
¿A qué viene esto de la geografía? El ‘Cerro Colorado', este es un lugar precioso, rodeado de montañas y con una quebrada con muchas piedras. Si preguntan como se llama te dirán: ‘Hato Rincón', extraño nombre. Eso sí, parece estar en un rincón de la montaña. Cuando preguntas por el nombre en ngäbere, dicen: ‘Jädeberibotdä', que quiere decir ‘Junto al río de mucha piedra'. Eso sí tenía sentido.
Con los años, la Comarca Ngäbe tenían nombre en ngäbere, incluso los que no tenían nombre en castellano. ¿Quién ha puesto los nombres en la mayoría de los lugares de la comarca, en los textos y mapas oficiales? Cualquiera, menos la gente del lugar. Algunos tienen la traducción del ngäbere al castellano, pero hay muchos que son todo un despropósito racista, ignorante y discriminador.
Hay otros ejemplos: El poblado que llaman Cerro Colorado (distrito Nole Duima) en realidad se llama Müegidetde (En el brazo del río Müe, el San Félix), porque ahí nace –en ese cerro- dicho río. ¡Hubiera desaparecido si se explota la mina! Otro: El poblado que llaman Alto Caballero (Munä), en verdad se llama Siädogwäbitdi, que significa: sobre la cabeza de la totuma. Otro ‘hato': Hato Pilón (Mironä), se llama Kaninbotdä, o sea, Junto a la quebrada que canta.
Hay más: Boca del Monte (Nole Duima) fue ‘bautizada' por los trabajadores de la mina, sin embargo, ya tenía su nombre: Tubitdi (Sobre el mosquito o el diente). Otro ‘bautizo' desafortunado: Suiche (Kankintu). De hecho, lo conocen como Ngwoiningätde (En la desembocadura del río Ngwoin), o sea, nada que ver.
Por último, otros tres que no tienen absolutamente ninguna relación con el supuesto nombre en castellano: Calabazal (Mironä) en realidad se llama Jabegidetde (En el brazo del río Jabe, el San Juan).
La comunidad de Olá (Nole Duima) se llama Keberibotdä (Junto a la quebrada Camarón). Y por último, la que se lleva el ‘premio' a la tontería, Llano Ñopo (Munä), comunidad muy conocida, en realidad se llama Suliagwatdabitdi (Sobre el cuero de los latinos), porque las historias ngäbe hablan de una batalla en la que vencieron a los españoles en ese lugar. Habría muchos ejemplos más.
¿Arbitrariedad?
Todos estos nombres impuestos están en los mapas oficiales. ¿Quién los puso? ¿A quién se le preguntó? ¿Por qué los pusieron? ¿Quién investigó? ¿A quién se le pidió permiso?
Se repite la historia. Todo nos va remitiendo al obvio racismo que brota, intencional o no, por muchos lugares.
Una excepción: los mapas de la comarca en la región Ñö Kribo tienen la mayoría de los nombres en ngäbere. Quizás porque la gente ‘no se dejó' o porque defendieron su idioma o porque simplemente dieron sólo esos nombres. Podría deberse a la influencia de los sacerdotes que trabajan en esa zona desde hace más de sesenta años. Hay lugares que son escritos tal como suenan (Canquintú, Bisira, Mununi, Guoroni, Ñotolente, y otros).
Esto trae un problema para la enseñanza y la escritura: correctamente serían Kankintubotdä, Bisiragätde, Mününigätde, Gwaranibotdä, Ñö Tolentde, Junto al diente del jurel, En la desembocadura del río bisi (una especie de tucán); En la desembocadura del río polvo; Junto al río gusano; En la curva del río, respectivamente. Hay nombres –en los mapas- traducidos más o menos correctamente al castellano: Piedra Roja (Jätainde); Río Hacha (Üribotdä); Quebrada Tigre (Kwrarigidetde); Cerro Viento (Mürieri); Boca Arena (Ümaningätde) y otros. Es un trabajo pendiente.
¿Qué dicen las leyes?
La Constitución de la República (artículos 88 y 90), aunque trata a los indígenas y sus idiomas como objetos, dice que ‘respeta la identidad étnica de las comunidades indígenas'.
Panamá votó a favor de la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, que en su artículo 13.1 dice ‘los pueblos indígenas tienen derecho a revitalizar… sus idiomas… y a atribuir nombres a sus comunidades, lugares y personas y a mantenerlos'.
Los artículos 53 y 54 de la ley 10 de 1997 (que crea la Comarca Ngäbe-Buglé) se refieren también a la conservación y divulgación del idioma. Igualmente la ley 88 de 2010 (sobre EIB e idiomas) y la ley 37 de 2016 (referente a la consulta a los pueblos indígenas) apoyan un trabajo en esta línea.
No hablamos de los convenios de la OIT sobre pueblos indígenas: el 107 (1959), ratificado por Panamá y el 169 (1991), aún no ratificado por nuestro país (para nuestra vergüenza, ya que prácticamente toda América Latina lo ha hecho). En ellos también hay base para el respeto y revitalización de los idiomas indígenas, entre otras muchas cosas.
Entonces, ¿qué hacer?
Siempre nos preguntamos lo mismo, igual que V. I. Ulianov. Tenemos leyes claras (tema de otro escrito), gente que habla su idioma (hay que reflexionarlo), una educación intercultural bilingüe que nace oficialmente hace más de 40 años (es necesario profundizar en ella) y, sin embargo, seguimos con este problema que podrá no ser del nivel de la seguridad alimentaria o la salud fundamental, pero también es un derecho humano.
¿Por qué nos sentimos con derecho a imponer nombres a los lugares, sin preguntar siquiera a los que viven ahí? Pero no sólo eso. También los ‘inscribimos' oficialmente en los mapas.
Hay que dar pasos claros y firmes: revisión de todos los mapas y adaptación a los nombres indígenas de los lugares (y, por ende, de los libros de texto); revitalizar, reimpulsar o como se diga, la educación intercultural bilingüe en las comarcas, en las zonas adyacentes a las comarcas y en escuelas con presencia fuerte de indígenas (por ejemplo Chiriquí, Guna Yala, Bocas del Toro, Darién y muchos otros); fortalecer el currículum en la Normal de Santiago y en universidades, para que el idioma indígena esté presente con fuerza y claridad; que la educación intercultural sea una realidad en todo el país, no sólo en comarcas; revisar y mejorar la ley 88 de 2010 y desarrollarla; exigir que todos los profesores y maestros de las comarcas hablen, escriban y lean los idiomas indígenas.
Que el tiempo que pasamos ‘vestidos de patria' (¿por qué no de matria?) nos ayude a reflexionar y a actuar en favor de algo tan sencillo pero tan profundo como es un idioma.
Lo mismo ocurre con las agencias de viaje, deberían llamar la comarca de Guna Yala, como realmente es y no San Blas.