*Nuevas evidencias documentales sobre el origen de la pollera panameña.* - escrito por Rafael Ruiloba
El historiador Mario Molina en su libro La tragedia del Color en el Panamá Colonial (2011) indica que la primera costurera de polleras de quien se tiene noticia en Panamá se llamó Juana Criolla. Era una MUJER DE COLOR, esclava, niña costurera de 16 años, cuyo valor fue tasado en 600 pesos, un valor muy alto para una esclava.
Esto se debía a que sabía elaborar polleras, por lo que fue incluida como la parte más apreciada del dote matrimonial de la hija de un español pudiente de Panamá La Vieja. En la carta de dote se contabilizaron polleras de tafetán rosado guarnecidas con puntillas de oro, había polleras de tela morada, fondo en oro, guarnecida de pasamano de oro, forradas en tafetán carmesí, unas naguas de tafetán carmesí, guarnecidas con punta de oro grandes y un manto, todas elaboradas por la esclava. Los adornos originales de la pollera eran de oro. Todo este ajuar del dote valía 430 pesos, pero como iba de aditamento la esclava que los elaboraba, el dote matrimonial era de gran prestigio social porque iba con la esclava que elaboraba el ajuar, lo cual triplicaba su valor. Por lo que la esclava era lo más valioso del dote por ser costurera de polleras.
Esto es una EVIDENCIA histórica, no la opinión de un folclorista, por lo que toda esa idea de que la pollera tuvo otro origen hay que revisarla.
En otro documento, una lista de bienes embargados al mercader don Diego González en 1681, se le contabilizó dos enaguas, unas polleras carmesí y una mantilla pequeña de tafetán listado para niños. Otra referencia a las polleras es de 1739, encontrada en el testamento de Micaela Pacheco, quien dejó en herencia a su hija una pollera de pequín amarillo (tela de seda, parecida a la sarga, generalmente pintada de varios colores, que antiguamente se traía de China), una saya de cota de espumilla, (saya o basquiña, blusa y corpiño ajustado) una mantilla de bayeta morada, (tipo de tela tipo gamuza) con sus faralaes (adorno de las bailarinas de flamenco que se colocan tanto al final de la falda como en las manga).
Por otra parte, se constata que las esclavas iban ataviadas “casi a la par” con las polleras que ellas mismas fabricaban para sus amas. Ya que las damas de alcurnia españolas acostumbraban a salir con unas o varias esclavas como damas de compañía y no iban a permitir que fueran mal vestidas como Silvia la runcha, sobre todo si las costureras eran ellas mismas. Las costureras de polleras fueron las primeras esclavas capaces de comprar su libertad y sobrevivir vendiendo sus polleras.
Una mulata famosa en la época, de acuerdo al historiador Castillero Calvo, fue Damiana Pérez, quien por su labor como costurera pudo comprar su libertad en 600 pesos y ganarse la vida fabricando polleras. En su testamento, según el historiador Mario Molina, consta que poseía camisas de punta de encajes con mangas de clarín y cambray, enaguas de Bretaña, polleras de color con sus puntos y galones de plata y de pequín carmesí, sayas con sus puntos de alto, medias de todos los colores, mantillas con sus fajas, sombreros guarnecidos, vinchas de tela, pañuelos de seda, hebillas, cadenas de relicarios, rosarios de oro, zarcillos de perlas y calcetes escarpines.
Esto demuestra que la pollera no surge como vestido femenino elaborado por los campesinos santeños. Lo más significativo, y que demuestra el vestuario de una mujer de color, escribe Molina, se reconoce en sus ropas y alhajas, propias de las que usan las mujeres de hoy en el atavío de la pollera. Por tanto es innegable que la pollera era un vestido elaborado y usado por las mujeres de color y mulatas como consta en los documentos del siglo XVII y XVIII. Los viajeros que pasaban por Panamá verifican ésta hipótesis de Mario Molina.
Según Antonio Pineda, miembro de la expedición científica evangélica católica dirigida por el capitán italiano Alessandro Malaspina, quien vino a Panamá a finales del siglo XVIII, los religiosos se escandalizaron por la sensualidad pecaminosa de las mujeres vestidas de polleras en Panamá y por sus ritmos y bailes africanos coreados al son del tambor.
El capitán Malaspina, quien dirigía una expedición religiosa de la Corona española y el naturalista guatemalteco Antonio Pineda, fueron los primeros en denunciar la sensualidad de las panameñas ataviadas con polleras.
Los primeros dibujos de polleras (Señorita en hamaca) son de Giovanni Ravenet (pintor y grabador italiano) integrante de la expedición a Panamá, dirigida por Alejandro Malaspina en 1790.
Según Molina, "se compone de una camisa de géneros finos y delgados escotados hasta el principio del vientre al igual que en la espalda con encaje… los guardapies o polleras son de pobrísimo vuelo y de telas muy ligeras y llegan a la pantorrilla que ponen sobre una enagua blanca… en el cuello acomodan una porción de rosarios y cadenas de oro de diferentes gruesos y tamaños, con relicarios y dijes, que alcanzan más de la cintura. El pelo con dos trenzas que colocan a los lados y una cinta que colocan por debajo de él, concluyen con una gran lazo más arriba de la frente. Las que tienen poco pelo suelen usar lazos de erisones (plantas y sus órganos cubiertos de pelos). Los usaban en bailes de tambor haciendo una serie de movimientos seductivos originales de África. Cuando el traje es más propenso para expresar la malicia, han inventado uno que se ejercita públicamente, por toda clase de personas, con el título de ‘arrumbapalo’; aunque empezando con la sagrada adhesión de santiguarse, siguen cuantas escandalosas posiciones pudo inventar el más fino libertinaje, para manifestar las épocas del amor hasta su conclusión o hastío”. Mario Molina encontró el origen de la pollera en Panamá la Vieja y en Panamá la Nueva.
También encontramos información que confirma la hipótesis del origen esclavo de las polleras en el libro de Armand Reclus, Exploraciones a los istmos de Panamá y de Darién en 1876, 1877 y 1878 - Madrid España: Imp. de Enrique Rubiños (1881), quien dejó litografías sobre mujeres negras empolleradas en Darién.
Allí se confirma que las peinetas que utilizaban las mujeres andaluzas, señala Molina, las tomaron los orfebres e hicieron las llamadas peinetas de balcón, para adaptarlo a la cabellera lanuda de las mujeres negras.
Según Molina, Armand Reclus en su libro describe a “una negra natural de Darién, peinetas de balcón de oro y perlas, pajuela de oro en flor, aretes colgantes con monedas, parches o pensamientos en forma de trébol en su frente. Exhibe en su cuello una gargantilla de oro y un collar de cabestrillo de oro con pendiente de una cruz del mismo metal. Además de otro collar de oro”.
En la época colonial, escribe el historiador Mario Molina, "los orfebres blancos y mulatos hicieron sus aportes al crear una serie de joyas como zarcillos, rosarios, cadenas, peinetas, collares de cabestrillos y otros cuyo uso recargado se constituyó en un costumbrismo popular de tendencia barroca”. Las costureras de color y afro-mestizas, supieron copiar de los retablos eclesiales “las figuras de los roleos, calados y luego configurarlos en ramajes trabajados en talco en sombra, talco en sol, bordados o marcados en punto de cruz".
Se reconoce, dice Molina, "que las costureras de color y los orfebres de color esclavos fueron los artífices de lo que se reconoce como la pollera barroca, complementada con alhajas tembleques, flores y peinetas”. Los documentos históricos indican que habían polleras de tafetán Carmesí en Santiago de Veraguas, así mismo en la ciudad de Santiago de Alanje en donde en 1783, Doña Rafaela Samudio poseía un ajuar con la ropa propia de la pollera de hoy.
Otra prueba de esta hipótesis se da porque después de la prohibición de la esclavitud, la pollera se hizo vestido típico de las clases populares formada por familias mulatas y mestizas en Panamá. La pollera era un vestido de las clases populares, las damas de alcurnia vestían a la francesa.
En conclusión la pollera panameña no tiene el origen que los folcloristas le dan hoy día y no pueden abrogar su paternidad a una sola región.
No obstante, la vitalidad moderna de la pollera se debe innegablemente al trabajo artesanal en la elaboración de las polleras en la Provincia de Los Santos y al prestigio cultural actual debido a festivales de la pollera y a los conjuntos folclóricos que le han dado continuidad a la tradición, llevando al vestido típico de la mujer panameña a ser uno de los más elaborados, más vistosos y más caros del mundo, y como ocurre desde el principio de los tiempos sigue siendo una forma de expresión de la belleza y la sensualidad de la mujer panameña.