La obra de Isabel Burgos, premiada con el Miró en 2018, explora la convivencia de los panameños y estadounidenses en la Zona del Canal en la década del sesenta
Hace unos días, tuve la oportunidad de conocer varios interesantes detalles del premiado musical estadounidense Hamilton al escuchar la conversación entre dos parientes que comentaban sobre el accidentado estreno de esta obra en Puerto Rico, en enero de este año.
Mis parientes explicaban que el autor de Hamilton, Lin Manuel Miranda, criado en Nueva York pero hijo de inmigrantes puertorriqueños, se había sentido impelido a escribir la obra al finalizar la lectura de las 400 páginas del libro homónimo de Ron Chernow, que relata la historia de este inmigrante caribeño que tuvo una participación destacada en la independencia de Estados Unidos y que posteriormente inspiró y escandalizó a la nueva nación.
Miranda, identificado con el personaje, de origen caribeño como sus padres, quiso utilizar sus aptitudes para la composición musical, la rima, y el drama, para dar a conocer el contenido del libro a las masas de población que no se sienten tentadas por la lectura de un libro tan monumental pero que con agrado pagan para presenciar durante dos horas un espectáculo entretenido e inteligente.
La conversación sobre esta obra estrenada en Broadway en 2015 y premiada con un Tony al mejor musical, me llevó a reflexionar sobre la disposición de los panameños a aprovechar este maravilloso medio que es el teatro para dar a conocer y reflexionar sobre la historia del país.
En realidad, son muchas las novelas históricas que se publican localmente así como los dramas basados en sucesos reales que han ganado el Concurso Nacional de Literatura Ricardo Miró: Implicados (Arturo Wong, 2016), inspirado en el incendio de las instalaciones del Centro de Cumplimiento de Tocumen; Gaughin y el canal (Frank Spano, 2006); Desaparecidos (Alex Mariscal, 2015), que trata sobre la invasión de Estados Unidos en 1989.
Precisamente, se encuentra ahora en cartelera una de estas obras que de forma entretenida nos permite conocer el pasado y reflexionar sobre él: Los Inocentes, insertada en la Zona del Canal de los 60, una época estremecida por el Movimiento de los derechos civiles (1955-1969) que tenía lugar en Estados Unidos.
LA ZONA DEL CANAL
La Zonal del Canal era todavía en los sesenta una sociedad en estado de apartheid, jerarquizada en castas, en cuya cúspide se encontraba el gringo blanco, que asignaba grados de valor y oportunidad a otros grupos que dominaba: panameños blancos, panameños mestizos y por último, en la escala, los panameños y zonians negros.
Los panameños hemos protestado contra el gringo y el racismo e injusticias de la Zona del Canal y los agravios que recibíamos en un territorio del cual éramos y somos soberanos. La obra nos invita a reflexionar: ¿eran solo ellos los racistas, los discriminadores, los sesgados, los que segregaban?
Los Inocentes, se basa en una historia que la dramaturga y productora Isabel Pérez Burgos escuchó en muchas ocasiones de boca de su suegro, quien trabajó durante muchos años como cajero en la sucursal de La Boca del Chase Manhattan Bank.
El suceso tuvo su origen en las protestas de los grupos que defendían los derechos de la población negra contra el Chase Manhattan Bank, que, manejado por la familia Rockefeller, era entonces uno de los más importantes bancos del mundo. El banco prestaba dinero al gobierno racista de Suráfrica y negaba ascensos y oportunidades a sus empleados negros. Primero fueron las protestas en frente de sus oficinas en Nueva York. Después innumerables demandas en el sistema legal. Por último, el boicot y el llamado a retirar los fondos del banco.
Probablemente, ese fue el punto que convenció a los dirigentes del banco que era el momento de cambiar sus políticas.
De casa matriz en Nueva York salió una orden para todas las sucursales del Chase en el mundo: debían abrir oportunidades de ascenso a los empleados negros a las posiciones que pudieran ocupar en razón de sus conocimientos y habilidades.
Allí fue donde el cajero panameño del Chase en la Zona del Canal, de apellido Burgos, fue llamado un día a su oficina por el gerente del banco. La llamada era algo extraordinario. Debía ser un asunto serio. Y así fue. Quería hacerle una pregunta fundamental: ¿estaba dispuesto a trabajar mano a mano con un cajero negro?
Así empieza el drama de esta historia. La presencia del nuevo cajero de color suscita las protestas de los zonians, que acudieron con letreros frente al banco para hacer llegar su mensaje de protesta a través de carteles: la Biblia defendía la separación de las razas. Los comunistas habían llegado demasiado lejos. Los pobres ciudadanos blancos estaban en riesgo.
Cuando la policía llegó a la escena, no fue para acabar con la manifestación sino para proteger a los manifestantes, muchos de los cuales eran sus parejas, hijos o amigos.
Los zonians amenazaron con no acudir más al banco, pero en realidad no tenían opción. Era el banco que manejaba todos los dineros de la Zona del Canal.
La presencia del nuevo cajero se convirtió en una nueva parcela de la realidad, aunque eran pocos los que optaban por hacer fila en la caja que él atendía, especialmente los mensajeros panameños a quienes el color de la piel del cajero no era un tema de importancia.
“Era como la fila de los jubilados de hoy, una fila exprés”, dice Isabel, riéndose de la incredulidad de esa realidad comunicada por su suegro, para quien, dice, esos acontecimientos tenían ribetes mágicos, en comparación con los de esta época, que, dice, nos sorprende que este tipo de eventos hayan tenido lugar.
LA OBRA
La historia del primer cajero negro de la Zona del Canal y las protestas que su presencia suscitó entre los zonians no fue más que el pretexto para una obra teatral que reflexiona sobre la pirámide de poder y de valor que existía en la Zona del Canal, las ricas y complejas relaciones humanas que se establecían entre panameños y zonians, el abuso de unos, la rebeldía o sumisión de otros que se acomodaban a la realidad en busca de beneficios personales.
Los personajes que acompañan a Thomas, el primer cajero negro, son representativos de sectores diversos de la sociedad panameña. Allí está la rabiblanca que busca marido en la Zona del Canal, el juega vivo que con no más capacidades o créditos que el no ser negro se camaleoniza para sacar provecho del sistema sin que lo perturben los valores de ningún tipo; el residente de Rainbow City a quien sus padres han insistido en que sea más limpio, amable y educado que ningún otro para que el gran impedimento de ser negro no fastidie sus oportunidades en la vida.
Pero la obra no se queda allí, sino que avanza hasta la realidad de hoy. ¿Quiénes somos? ¿Como estamos jerarquizados nosotros mismos? ¿Por qué se jerarquiza se separa y se discrimina? Se hace de acuerdo con realidades o en nociones culturales y prejuicios infundados?
La obra no solo ha encantado a los jurados del Miró que la premiaron en el año 2018, sino a quienes acuden a verla, desde X… .
Para el montaje, Isabel, una dramaturga premiada con el miró en 2014 y que volvió a repetir con esta obra en 2018, pasó largas horas con su suegro, intentando expurgar hasta el último detalle de la época. Qué preocupaciones tenía la gente en los sesenta; cuáles eran las costumbres; de qué se hablaba, cómo utilizaban el tiempo libre, cuáles eran las rutinas en el banco.
La autora se siente muy satisfecha de los resultados de su esfuerzo. Los comentarios positivos abundan, empezando por los que surgen durante el conversatorio que toma lugar al finalizada la obra.
“Yo viví esta época y lo que se ha contado aquí es la realidad que yo conocí”, dijo uno de los espectadores que acudieron este miércoles a ver el drama.
Uno de los espectadores de la primera semana acudió al día siguiente a comprar cien boletos para distribuir a los estudiantes de una escuela de la ciudad: “Todos los panameños tenían que ver esta obra”, fue su comentario.
Lo mismo pienso yo.
La Estrella de Panamá