19 Sep
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Andrea Iglesias vivió sus primeros 22 años en la comarca Guna Yala. En ese entonces, este archipiélago de 365 islas se llamaba San Blas. Tras la muerte de sus padres, que se oponían a que ella se instalara en la ciudad capital, la joven pensó que era el momento de buscar otros horizontes.

En el año 74 dejó su poblado por pedido de su hijo mayor, que años atrás había viajado a la capital para continuar sus estudios. Andrea se instaló en un cuarto alquilado en una casa de madera en el corregimiento de San Francisco.

Antes de irse, prometió a los tres hijos que dejaba en su natal Río Azúcar que, tan pronto se instalara en la ciudad, mandaría dinero para el pasaje.

Tras dos días buscando inmuebles, dio con una pieza de 40 dólares mensuales a orillas del Océano Pacífico. Hoy, rentar un cuarto en esta zona cuesta no menos de mil dólares.

Allí vivió cinco años, hasta que una mañana la despertó el ruido de un tractor. ‘Tiene unos minutos para salir’, le gritó el operador del aparato. ‘Pero ayer pagué el alquiler a la dueña y no me dijo nada. No debo ningún centavo’, reclamó Andrea.

Mientras el equipo pesado derrumbaba la casa, para darle paso a la construcción del hotel más lujoso de la capital, Andrea se fue a la corregiduría. El funcionario que la atendió le informó que la propiedad había sido vendida años atrás.

Por 150 dólares mensuales consiguió un cuarto en el mismo corregimiento. El corregidor le entregó dinero para sufragar el acarreo de sus pertenencias. ‘No me voy a quedar mucho tiempo, está muy caro’, se dijo. Al mes se mudó.

Esta vez, se instaló en un edificio del corregimiento de Calidonia, a un costado de la Lotería Nacional. La propiedad, en la que solo vivían familias gunas, albergaba la Secretaría Indígena. Allí le nació la idea de fundar un pueblo guna fuera de la comarca.

‘Mariela, te voy a decir lo que estoy pensando’, le comentó Andrea a la recepcionista de la Secretaría Indígena.

Mariela le dijo que hablara con el padre Ibáñez, el responsable de la oficina. Ibáñez, de origen español, aceptó la propuesta de Andrea y puso un bus a su disposición para que visitara los terrenos disponibles para el nuevo pueblo.

Visitaron solares en Las Mañanitas y Tocumen, al este de la capital; dos terrenos en la vía Tumba Muerto (conocida así porque aparecían cadáveres tirados a la orilla de la carretera). Andrea optó por un terreno en las zonas revertidas tras la firma del tratado Torrijos-Carter.

Mariela obtuvo el apoyo de un estudiante de arquitectura que hizo la planificación del nuevo barrio, llamado Guna Nega, y Andrea salió en busca de los habitantes. ‘Anunciamos por radio que los gunas que querían terrenos podían venir’, comenta. Así, sumó las primeras familias que fundaron el barrio.

Guna Nega comenzó a funcionar con el mismo modelo de gobierno de los pueblos originarios, regidos por caciques locales y generales. Pero este modelo solo duró meses porque tres incendios, en tres ocasiones, arrasaron la casa de gobierno.

CUANDO LLEGÓ, ESE VERTEDERO NO ESTABA ALLÍ

A pocos metros de Guna Nega, está el basurero de Cerro Patacón. Pero en el 93, cuando se mudaron, el vertedero no estaba allí, dice Andrea. El gobierno decidió, tras la clausura del domping de Panamá Viejo, llevar las 2,300 toneladas de desechos capitalinos a las cercanías de Guna Nega.

Hoy, el olor de los desperdicios está presente las 24 horas del día. Las montañas de basura se acercan al poblado, que es sobrevolado por nubes de gallinazos.

Lo peor no es eso. Son los fuegos y esa contaminación entró en los cuerpos de los moradores sin que las autoridades tomaran las medidas sanitarias.

La contaminación tampoco es el problema mayor, según Andrea. Lo que más le preocupa es la apertura de cantinas, negocios que ellos habían prohibido en el poblado para evitar las peleas y los disturbios.

Ahora que Guna Nega ha crecido (tiene 240 socios y nuevos asentamientos informales se han enclavado en los alrededores), Andrea piensa en regresar a la comarca. El aire no le hace bien a su esposo que padece de insuficiencia renal crónica.

Mientras llegue ese día, Andrea enseña a las jóvenes a coser el vestido tradicional guna. Para esta tarea, tienen la casa del adulto mayor, una estructura que funciona como una tienda de refrescos y taller de costura. Elaborar un vestido completo tarda no menos de tres días, comenta.

‘JET SET’ SOBRE VERTEDEROS

Si el vertedero de Cerro Patacón corriera la misma suerte del basurero anterior, Guna Nega estaría destinada a convertirse en una mina de oro. Sobre el basurero de Panamá Viejo se han construido casas y rascacielos para la gente más rica del país.

Andrea no visualiza ese futuro prometedor para el pueblo que fundó. En todo caso, si Guna Nega llegara a transformarse en un barrio de élite, como ocurrió con el viejo domping de Panamá Viejo, convertido hoy en Costa del Este, ya ella no estará allí.

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