El magnífico edificio terminado a mediados de 1908, después de tres años de construcción, simbolizaba las esperanzas de la sociedad panameña de unirse al grupo de naciones cultas y civilizadas del mundo
La toma de posesión del segundo presidente de la República, José Domingo de Obaldía, consolidaba las instituciones democráticas, y renovaba las esperanzas de un futuro de mayor prosperidad, a lo que también contribuían los acelerados cambios en materia de sanidad y obras públicas que llegaban como subproducto de la construcción del proyecto canalero.
Aun la presencia de los zonians, con sus nuevas costumbres y su nuevo idioma, sacudían la aniquilosada vida provinciana del territorio hasta hacía poco manejado desde la lejana Bogotá.
La ciudad capital, que había vibrado con las marchas y actos de festejo realizados a principios del mes de octubre en honor al nuevo presidente, ahora esperaba ansiosamente la gran fiesta artística que tendría lugar en el mismo escenario de la toma de posesión, el recién estrenado Teatro Nacional.
TEATRO NACIONAL
El nuevo teatro venía a satisfacer las inquietudes culturales de la población, cuyos más viejos miembros recordaban con añoranza los tiempos del antiguo Teatro Sarah Bernardt, construido por la Compañía Universal del Canal Interocéanico e inaugurado en 1886 con la presencia de la célebre actriz francesa. Este, muy deteriorado, había sido derribado para dar paso al nuevo edificio.
PUESTA LA PRIMERA PIEDRA
TEATRO NACIONAL
La primera piedra para la constrrucción del Teatro Nacional fue colocada el día 12 de febrero de 1906 a las 2:53 pm, como reportara en su momento ‘La Estrella de Panamá'.
Después de tres meses de preparación de los terrenos e instalación de las fundaciones, se dieron cita altos oficiales de la administración de Amador, para la celebración de la ceremonia de puesta de la primera piedra.
En el acto estuvieron presentes el presidente de la Republica, el vicepresidente Pablo Arosemena; Melchor Lasso de la Vega, secretario de Justicia; y el encargado del departamento de Obras Públicas, Ladislao Sossa. Los acompañaban los contratistas, J. Gabriel Duque y R. Arias Jr; el arquitecto y jefe de ingeniería, Genaro Ruggieri.
Formando un semicírculo, alrededor del albañil italiano que se encargaba de efectuar el trabajo, los presentes se dispusieron a escuchar las palabras del encargado de Obras Públicas, el señor Sossa:
‘Caballeros. La marcada y transcendental importancia de este simple acto que acabamos de presenciar no pasará sin ser notado por el inteligente sentido de percepción de las personas presentes. Tal tacto representa uno de estos momentos civilizadores, que después de cierto periodo de tiempo, parecerán prueba y testimonio de los esfuerzos que hemos hecho para mostrarnos dignos y judiciosos en el presente, en la vida independiente de nuestra república'.
‘Muy urgente es la necesidad que sentimos en esta capital, que con su posición geográfica está ante la mirada escrutadora del entero universo, de la construcción de dos nuevos edificios, el Palacio de Gobierno y el Teatro Nacional Nacional, que por su naturaleza demostrarán a la nación amante de la paz la importancia de su existencia; ellos sintetizan la ornamentación pública, la importancia de la política para la búsqueda del confort social'.
‘Con esta primera piedra colocada se hace comienzo formal a la construcción de lo que en el futuro próximo será una hermosa estructura que, dividida en dos secciones, servirá como Palacio de Gobierno y Teatro Nacional. Bajo estos buenos auspicios se comienza la edificación de esta estructura que traerá embellecimiento y engrandecerá nuestra ciudad capital, dando al mismo tiempo honor y gloria a los honorables caballeros cuya ejecución ha sido confiada'.
‘En conclusión, caballeros, me da el más grande placer traer adelante el nombre del Gobierno que represento y mi más ferviente voto a que estos edificios sean pronto una brillante realidad que será parte de los orgullosos istmeños y uno de los más duraderos monumentos entre nosotros, mostrando su belleza ante las aguas azules del Pacífico'.
Después de que Sossa terminara su discurso, con gran solemnidad, el señor Duque pasó al arquitecto Rugierri un pequeño paquete de documentos, periódicos y una colección de monedas panameñas de diferentes denominaciones, que tras colocarse sobre la primera piedra, fueron cubiertas por el cemento, donde deben permanecer todavía hoy, después de 111 años.
La magnífica obra de estilo neoclásico, ubicada en una céntrica cuadra al pie de la hermosa bahía de Panamá, con un diseño del arquitecto Genaro Ruggieri, era una iniciativa del presidente Manuel Amador (1904-1908).
El reluciente edificio que compartía con el Palacio de Gobierno producía tal orgullo entre los habitantes de San Felipe, que incluso dio paso a la iniciativa de organizar bazares de caridad para recolectar fondos para mejorar la apariencia de los dilapidados edificios que lo rodeaban —especialmente la Iglesia de San Francisco—.
INAUGURACIÓN ARTÍSTICA
Desde el 4 de octubre comenzaron a aparecer en los periódicos locales las noticias de la inminente llegada de la prestigiosa Compañía de Ópera Lombardi, que ofrecería una temporada artística con 20 presentaciones de la más alta calidad.
La compañía de 83 miembros —25 artistas principales, 8 secundarios, 8 bailarines de ballet, un coro de 30 voces y una orquesta de 12 músicos—, venía precedida de una justificada fama, ganada en actuaciones en los cinco continentes, las más recientes en el Teatro Francés de Opera de New Orleans, Louisiana.
Los artistas llegaron al puerto de Colón el lunes 17 de octubre y después de pasar encerrados tres días en cuarentena, se les dio permiso para tomar el tren que los llevaría a la ciudad de Panamá. Necesitaron para ello tres vagones, uno para los pasajeros y dos para el equipaje, vestuario y escenario.
SE INICIA LA TEMPORADA
La tan esperada fecha sería el jueves 22 de octubre de 1908. Esa noche se inauguraría el nuevo escenario a lo grande, con la presentación de Aida, una ópera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi, sobre una princesa etíope, capturada y llevada a Egipto como esclava.
Como era de esperarse, el teatro estaba colmado a capacidad con lo más representativo de la sociedad panameña: la élite de San Felipe, las altas autoridades de la Zona del Canal, los más experimentados ingenieros de la Comisión del Canal Ístmico y representantes del cuerpo diplomático.
Los boletos se habían agotado: los palcos de 8 asientos vendidos a $40; el anfiteatro, a $5; la luneta, $4; la galería a $1. Incluso cientos de personas habían pagado $2 para observar de pie. Había, según reportes, un total de dos mil personas en el teatro de mil asientos.
Según el recuento de los hechos, presentado al día siguiente por La Estrella de Panamá y The Star and Herald , mientras esperaban el inicio de la presentación artística, los espectadores miraban embelezados, a la luz de los novedosos bombillos eléctricos, la belleza de las decoraciones, la riqueza de la arquitectura del teatro, los elegantes vestidos de las damas, y sus costosísimas joyas.
A las 8:40 en punto el presidente, acompañado de la Señora Obaldía y los miembros de su gabinete, hicieron su entrada triunfal, colocándose en el palco presidencial, adornado con el escudo de armas de la República y ubicado en el centro, justo frente a la porción media del escenario.
Poco después se presentaba en escena el director del Teatro, principal impulsor del movimiento artístico que se gestaba en el istmo, Narciso Garay, quien tomando su batuta, se colocó en posición para dirigir la orquesta que iniciaría tocando una marcha patriótica compuesta por él, especialmente para aquella ocasión.
Después de tocar esta pieza, que, según se dijo, no estuvo a la altura de las circunstancias, finalmente, se dio inicio a ópera, con A. Manceri como el rey; L. Mileri como Amneris; L. de Benedetto como Aida, y A. Scalabrini como Radamés.
Esta no desilusionó. Durante los días siguientes, la prensa destacó el gran lujo del vestuario y el extraordinario apoyo que le dio la orquesta. ‘El papel principal fue interpretado por la señora de Benedetto, con gran maestría', decía el diario, que destacaba ‘su bella voz y su gran capacidad histriónica, en el difícil papel que le tocó desempeñar', lo que le hizo ‘ganar los corazones de la gran audiencia' que estallaba en repetidos imparables aplausos.
En términos generales, la velada fue un éxito, a pesar de lo cual siempre aparecieron las obligadas críticas: los especuladores que compraron un gran número de boletos con el objeto de revenderlos a precios muy altos, obteniendo ganancias enormes; las aglomeraciones en la entrada del teatro motivadas por el cierre de las dos entradas laterales; las quejas por el permiso dado a ‘algunos favoritos' para entrar antes de la hora señalada a tomar los mejores puestos en la sección de galería, lo que se interpretó como una burla a quienes habían formado largas filas para lograr un temprano acceso.
La Estrella de Panamá también reportaría que la orquesta no le había hecho justicia a algunos de los delicados y finos pasajes de la composición, escrita por Garay en tiempo de ‘grand marcha': ‘Faltó confianza entre algunos de los músicos, que no habían tenido oportunidad de practicar juntos para alcanzar su mejor nivel' (www.alonso-roy.com).
También se dijo que el lugar designado para la orquesta resultaba muy estrecho y se dieron quejas ante la extraña ocurrencia de que un número de músicos panameños, empleados como refuerzo, se presentaron tarde a la función, pues debían primero cumplir con sus compromisos en la Banda Republicana y su retreta semanal del parque de Santa Ana.
En fin, no obstante las pequeñas situaciones, fue una exitosa velada. En los días siguientes, ‘todos los detalles fueron mejorados' y la ciudad capital pudo disfrutar de un total de 20 presentaciones de la Compañía de Opera Lombardi, con un subsidio gubernamental de $10,000.
El 24 de octubre se presentó nuevamente la opera Carmen, de Bizet, con la actuación de Ester Ferrabini. El 25 de octubre se escuchó la obra maestra Lucía, de Gaetano Donizetti. El 31 de octubre de 1908 se reportó Il Trovatore, también de Verdi.
Fue una temporada magnífica, sin duda un inicio de lujo para el centro de espectáculos culturales número uno del país.
La Estrella de Panamá