LA ECONOMÌA DEL VICIO Y EL SEXO EN PANAMÀ
En 1913 la Zona del Canal había suspendido totalmente la concesión de licencias de licor. En lo sucesivo, el negocio de cantina sería exclusivo y floreciente de Panamá. El impuesto a la producción y venta de licores generaba al menos el 20% de los ingresos del Estado; en otros años alcanzó cerca del 50%.
Simultáneamente, “enormes cantidades” desaparecían en el cosmos burocrático. Sin embargo, la relevancia de la producción y venta de licor excedía la mera tributación. En 1908, las ciudades de Panamá y Colón mantenían 351 cantinas. En la década siguiente, solo en la capital se registraron 500 puestos de venta de alcohol, lo que representaba el 75% de los establecimientos de ventas al por menor.
Comprensiblemente, los líderes del gobierno y los comerciantes daban la bienvenida a los visitantes que cruzaban la zona e impulsaban en gran medida la cultura de cantina en la zona limítrofe. El creciente número de soldados norteamericanos proveía estímulo a un país que experimentaba una profunda depresión económica, agravada por la terminación de las obras del Canal y de la Primera Guerra Mundial.
Un sector que mantenía incesante demanda era el mercado del sexo. En 1917, el Ejército estadounidense hubo de atender a más del 10% de los soldados por enfermedades de transmisión sexual. Exigieron inmediatamente a Panamá adoptar medidas enérgicas contra el mercado clandestino del sexo. Poco después, arrestaron a 406 trabajadoras de la noche en Panamá y a 456 en Colón. De las segundas, 436 recibieron atención por sífilis o gonorrea.
Los soldados estimulaban algo más que el comercio del sexo: conjuntamente, sus ingresos montaban a cientos de miles de dólares mensualmente. Se convirtieron en “productores de los huevos de oro”, con “pésimas bebidas, cocaína y otros narcóticos, enfermedades venéreas y estafas de diversos géneros”, todo ello ofrecido a orilla de la zona limítrofe soberana.
Panamá había prohibido la cocaína y el opio en 1912 a instancia de Estados Unidos. No obstante, el tráfico se mantuvo “estable” durante años. En julio de 1916, la policía arrestó al panameño Alfredo Naar por vender cocaína a un soldado de EU. Por esas fechas, el despacho del alcalde había decomisado y entregado al superintendente del hospital Santo Tomás cinco botellas, una lata menuda y 24 paquetes pequeños, todos atiborrados de cocaína. Provenían de ventas entre soldados y prostitutas.
El notorio desorden de la cultura del “vicio” de la zona limítrofe se instaló sin dificultad en la idea de los norteamericanos, que atribuía a los panameños inferioridad racial y gobierno incompetente. Además, la percepción de “corrupción” era estimulada por la politización del “vicio”. Así, la oposición política manipulaba el discurso colonial para ganar el favor y protección de los funcionarios de EU, con el propósito de reforzar las sospechas norteamericanas sobre la corrupción en Panamá. Por ejemplo, en 1916 se remitió al presidente de la Comisión del Canal, George Goethals, una carta firmada por “un número plural de panameños”. Ostensiblemente, la carta había sido redactada para conquistar el apoyo de los funcionarios de EU, puesto que enfatizaba asuntos de su interés. “No hay más que ausencia de disciplina, amenazas, violencia, saqueo a ciudadanos, persecuciones simuladas a traficantes de opio, jugadores y prostitutas”, escribían.
Peor aún -concluían-, existía la posibilidad de otro “conflicto” entre la policía panameña y los soldados de EU. Esto acontecía durante la administración del presidente Ramón M. Valdés en que “se veía a la mayoría de los policías como borrachines, salvajes y bribones”.
Aunque un sector de la oposición no estaba exento de la retórica colonial, una parte considerable del discurso público objetaba enérgicamente esa representación. Numerosos panameños sostenían que las ciudades de Panamá y Colón no eran diferentes a otras de EU como Nueva York, Chicago y Nueva Orleans. El ministro de Exteriores de Panamá, Narciso Garay, señalaba que la industria de la diversión había surgido de principios del libre mercado, con lo cual criticaba implícitamente la desidia de EU que no invitaba a discusiones más extensas sobre el “vicio”. La prensa nacionalista identificaba más precisamente la “mano invisible” que impulsaba el comercio en la zona limítrofe.
En 1923 alegaba que ciertas drogas como la morfina y la cocaína eran “desconocidas en Panamá antes de la construcción del Canal”. Había sido el “ejército mercenario Yankee”, combinado con trabajadores “indeseables” del Canal, quienes habían sembrado las “semillas de nuevos vicios con el oro de sus salarios”.
Las ciudades terminales habían dependido económicamente de la dinámica de la diversión en la zona limítrofe. No obstante, la estridente vida nocturna de los visitantes fomentó el sentimiento antinorteamericano. De hecho, en 1912 sobrevinieron disturbios y muertos; en 1915 se repitieron dos veces. Los gobiernos de ambos países arribaron a conclusiones totalmente distintas.
Aunque Panamá alegaba que los ciudadanos estadounidenses eran responsables y exigía compensación por importantes daños a escaparates y residencias, pronto se hallaron a la defensiva.
EU atribuía el problema a la policía panameña, por lo que exigió que fuera desarmada. Panamá terminó humillada; fue obligada a entregar los rifles de la policía al Ejército norteamericano, lo cual reforzó aún más la hostilidad hacia Estados Unidos...