13 Feb
13Feb

José Gabriel Duque y B. Porras, enfrentados por... ¿la Lotería?

La concesión para explotar la Lotería en el territorio era uno de los activos más lucrativos para el millonario José Gabriel Duque, considerado “El Rey de Panamá”

Quienes hayan leído las viejas ediciones de La Estrella de Panamá seguramente se sorprenderían ante el ofensivo tono que este diario de tradición mesurada y conservadora impartía a cualquier reporte referente al presidente Belisario Porras en su primer periodo de gobierno, entre 1912 y 1916.

No solo eran los epítetos abusivos o las críticas despiadadas a cualquiera de sus decisiones administrativas. A partir del domingo 13 de diciembre de 1914, a través de las páginas de La Estrella de Panamá se daría una de las campañas opositoras más insólitas y persistentes que recuerde la historia del país.

“Hoy le faltan al doctor Belisario Porras 656 días para que termine el desastre de su administración que pesa como una lámina de plomo sobre el sufrido pueblo panameño” se leía en un pequeño y aparentemente inofensivo recuadro de texto, bajo el título “Calendario Presidencial”.

Al día siguiente, aparecía el mismo texto, con una única diferencia: faltaban 655 días. Al día siguiente, 654.

El conteo regresivo se mantuvo imperturbable durante un año, 9 meses y 21 días (656 días), a veces en primera plana, otras en segunda, tercera o hasta en la última página.

El llamado “calendario presidencial” se publicó por última vez el sábado 30 de septiembre de 1916 con lo que parecía una esquela: “Finaliza una calamidad nacional. 1912-1916. Termina la desastrosa administración del doctor Belisario Porras, que ha venido pesando como una lámina de plomo sobre el pueblo panameño”.

ORIGEN DE UNA CAMPAÑA

Su probable autor era Nicolás Victoria Jaén, entonces colaborador del diario, y quien mantenía una enemistad con Porras. De hecho, todavía en sus últimos años, el anciano presidente se refería a Victoria como una “serpiente” (“El Caudillo de levita”, Roque Laurenza).

Pero podría haber una razón adicional para esta “mala sangre”: ocho días antes del inicio de la campaña, el 5 de diciembre de 1914, el presidente Porras había firmado una ley para nacionalizar los juegos de azar y la Lotería, entonces propiedad, igual que La Estrella de Panamá, de José Gabriel Duque.

La concesión para la venta de los populares y muy lucrativos sorteos, se le había adjudicado a Duque desde 1882 y esta, según reportes de la prensa norteamericana de 1904, venía representando una ganancia de $18,000 semanales (hoy, $46 mil, según una calculadora de inflación online).

El contrato vencía el 31 de diciembre de 1918, y el presidente Porras decidió que, cuando llegara esa fecha, ese flujo constante de efectivo sería usado por el Estado para financiar las necesidades educativas y de salud de la población.

Creación de la lotería

El ingeniero de origen cubano José Gabriel Duque explotaba de forma exitosa la concesión exclusiva para efectuar sorteos de lotería desde 1883. Se trataba de un negocio complicado que muchos otros no habían podido siquiera comenzar.

En 1858, por ejemplo, la concesión se le otorgó a don Gabriel Obarrio y Perez (ley 9 de septiembre de 1858), pero perdió el derecho por no presentar nunca la garantía.
En 1877, se le cedió al doctor José María Ivenes León, pero tampoco pudo ponerla a funcionar.

En 1882, la ley 16 de 15 de noviembre de 1882, le cedió la concesión por cinco años a cuatro personas: José Gabriel Duque, Ricardo Miró (el poeta), Buenaventura Correoso (el político populista) y Joaquín Vejarano.

El único que presentó la patente fue Duque. Al año siguiente, se le concedió la exclusividad por 25 años (Contrato 40 de 24 de noviembre de 1882).

El primer sorteo se hizo el 25 de febrero de 1883 con un premio de $500 pero treinta años después, pagaba $30 mil.

QUIÉN ERA JOSÉ GABRIEL DUQUE

Duque fue uno de los muchos extranjeros que llegaron a Panamá atraídos por las oportunidades de negocio que se suscitaban alrededor de la construcción del canal. Estos hombres de temple y decididos a hacer dinero, terminarían dominando las actividades comerciales de la ciudad capital.

Había nacido en Cuba, en enero de 1849, hijo de un inmigrante de las Islas Canarias y de una cubana de apellido Amaro.

A los 15 años, se trasladó a Pensilvania, donde se graduó como ingeniero civil del Instituto Politécnico de Filadelfia. Al terminar sus estudios, permaneció en Estados Unidos como parte del equipo de ingenieros encargados de buscar la mejor ruta para una línea ferroviaria transcontinental de la Pensilvania Railroad Company.

Llegó al Istmo en 1879, ya de 30 años, y con la ciudadanía estadounidense. Al parecer, fue uno de sus hermanos quien le hizo saber de las oportunidades que se presentaban aquí.
En un principio, trabajó como encargado de las empresas de la familia Fernández, pero, al morir sus padres, Duque, que ya tenía hecha su vida en el Istmo, viajó a Cuba, vendió los cafetales que le tocaron en herencia, y regresó con el dinero a establecer negocios propios.

En asociación con sus hermanos Tomás, Carlos y Luciano, fundó la firma Duque Hermanos, dedicada a la importación y exportación. Una de las líneas de negocio más lucrativas fue la importación de cigarros de Cuba, aunque también participaron en la ganadería y abastecían de carne de res al mercado público.

El 16 de junio de 1892, Duque compra la empresa editora de los diarios The Star and Herald, La Estrella de Panamà y L'Etoile du Panama, que figuraban entre los más importantes de América Latina.

Con la Lotería, el negocio de la carne, una fábrica de hielo adquirida en 1896, y la capacidad de influir sobre la opinión pública, Duque se convertía en uno de los hombres más poderosos de Panamá, y uno de los socios más solicitados para cualquier “gran empresa”.

Tanta era su importancia en el engranaje económico, social y político del país, que la prensa norteamericana lo llamaba “El Rey de Panamá”.

CASI “PRIMER PRESIDENTE”

Una anécdota interesante contada por la prensa del norte da fe de ese prestigio del que disfrutaba.

El hecho ocurrió en mayo de 1903, cuando le correspondió en suerte embarcarse con el doctor Amador Guerrero rumbo a Nueva York, a donde el médico y político se dirigía a buscar apoyo para la independencia.

En aquella ciudad, Amador esperaba reunirse con el abogado del ferrocarril de Panamá, William Nelson Cromwell, y concretar una cita con el secretario de Estado John Hay.
Pero al ver a Duque, a quien conocía de sus muchos viajes al Istmo, el muy astuto Cromwell habría considerado que su prestigio y riquezas aportaban más solidez a sus planes que la persistencia del anciano doctor.

Cromwell se reunió con Duque y le pidió su cooperación. Si pudiera dar una donación de, digamos, $100 mil, para correr con los gastos que se esperaban, no solo ese dinero le sería devuelto íntegro al lograrse la independencia, sino que, además, se le podría nombrar como primer presidente de la nueva República.

Los planes no debieron parecerle muy descabellados a Duque, ya que aceptó reunirse con el secretario de Estado en Washington. Allá viajó al amparo de la noche para transmitir, asumimos, un pronóstico favorable para la empresa.

Sin embargo, después de este importante encuentro - tal vez motivado por el temor de perder el favor del gobierno colombiano si el movimiento revolucionario no prosperaba- notificó a su amigo Tomás Herrán, negociador del tratado Herrán Hay, de los planes revolucionarios. Este, a su vez, informó al gobierno colombiano, que ordenó contratar un detective para seguir a Cromwell.

La acción de Duque había puesto en jaque a la independencia. No obstante, una vez concretado el hecho, otro proceder lo redimió: el 3 de noviembre de 1903, ya impresa la edición correspondiente al día 4, que anunciaba el nacimiento de la nueva República, alguien se percató de que había un error. El encabezado permanecía como siempre, citando el origen de la publicación, “República de Colombia”. Duque ordenó destruir todos los ejemplares y hacer la edición nuevamente con su correspondiente “República de Panamá”.

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