HISTORIA DE LA ENFERMERÍA EN PANAMÁ
Los cuidados de enfermería estuvieron en nuestros nosocomios por muchos años, en manos de las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Durante la construcción del Ferrocarril de Panamá, manejaron con mucho acierto el Hospital de Extranjeros, y después el Hospital Central de Panamá, el mejor centro de atención médica de la época del canal francés.
De igual forma se les encomienda, hacia fines del siglo XIX del viejo Hospital Santo Tomás.
Con el arribo de los norteamericanos en 1904, para tomar a su cargo la construcción del Canal de Panamá, llegó también el Coronel William C. Gorgas y un número de enfermeras dirigidas por Miss Mary Eugenie Hibbard, quienes cambiaron radicalmente el plan de atención a los enfermos y las técnicas a usarse en el salón de operaciones.
En ambos grupos - las Hermanas de la Caridad y las enfermeras profesionales - siempre estuvo presente el sentimiento de impartir docencia al personal subordinado, con el objeto de integrar un cuerpo de auxiliares, que sirviera de mayor apoyo para las labores que realizaban.
VISTA FRONTAL DEL HOSPITAL
SANTO TOMÁS
Estos balbuceos en la enseñanza se cristalizaron un poco más en abril de 1904 al crearse una Escuela Práctica de Parteras en el Hospital Santo Tomás, que realizó un trabajo pionero en este sentido y dos años después (1906) se transforma en una Escuela de Obstetricia, con mayores aspiraciones y planes de estudios más avanzados.
Sólo en el cambio de nombre; de Escuela Práctica de Parteras a Escuela de Obstetricia, se puede visualizar la tendencia hacia una superior categoría en la escolaridad y en el programa docente a seguir.
El Dr. Julio Icaza era su director, realizándose en febrero 22 de 1909 su última graduación, con las alumnas Raquel Franco, Justina Correa, Julia Sánchez, Eloisa Sandoval y Clelia M. Urrutia.
Por ciertas desavenencias que se presentaron en 1907 entre las Hermanas de la Caridad y las autoridades del Hospital Santo Tomás, las primeras fueron retiradas de esta institución, lo que motivó una contratación urgente de enfermeras alemanas y norteamericanas.
El panorama de ver a esta profesión en manos foráneas, no era muy del agrado de los distinguidos ciudadanos: Don Samuel Lewis y el Dr. Alfonso Preciado, quienes convencieron al Presidente de la República, Don José Domingo de Obaldía para que firmase el Decreto No. 61 del 14 de diciembre de 1908, por medio del cual se creaba la Escuela de Enfermería del Hospital Santo Tomás.
Decreto No. 61 del 14 de diciembre de 1908 mediante el cual se crea al Escuela de enfermeras:
Capítulo III
Artículo 6o. Créase una escuela para formar un servicio de enfermeras con personal de alumnos del país.
Artículo 7o. Esta escuela estará a cargo de una enfermera graduada quien está obligada a dictar clases teóricas sobre enfermería a 30 discípulas.
Artículo 8o. Para ser discípula se requiere tener conocimiento suficiente para poder más tarde desempeñar el cargo de enfermera en el mismo hospital.
Artículo 9o. Además de las clases teóricas que reciben de la enfermera instructora, las enfermeras aprendices pasarán parte del día en las salas de enfermos: recibiendo clases prácticas de las enfermeras graduadas que tiene a su servicio el hospital.
Artículo 10o. La enfermera instructora presentará a la directora del Hospital un programa de los estudios que han de hacer las enfermeras aprendices.
Artículo 11o. La enfermera instructora residirá en el hospital y además de los alimentos y habitaciones, gozará de un sueldo de B/.100.00 mensuales.
Artículo 12o. Las enfermeras aprendices recibirán del hospital, habitación y alimento, así como una asignación mensual de B/.15.00 cada una.
Para directora se pensó en Louise Brackamayer, una enfermera alemana con vasta experiencia y preparación, que se encontraba en el país desde 1905, trabajando en el Hospital Ancón de la Zona del Canal , y luego en el Sanatorio de la Isla de Taboga.
Los ingentes esfuerzos por organizar e impulsar esta inicial experiencia nuestra en la formación de nuevos profesionales de la enfermería se vieron realizados en 1913, con la primera graduanda, la estudiante Débora Jaén (después señora de Patiño).
Cabe anotar aquí que la primera panameña en obtener el título de enfermería fue Débora Ma. Henríquez, que llegó a recibir su diploma en enero de 1909 en la Cruz Roja de Bélgica en el Colegio de las Ursulinas de Wavre, mediante una beca concedida por el Gobierno Nacional.
Años más tarde (enero 26 de 1915) recordaría el Dr. Alfonso Preciado en un discurso en otro certamen, todas las luchas y vicisitudes de los fundadores (Lewis y él) para que entonces se reconociera la posibilidad de una ampliación de horizontes de estudio y trabajo para la mujer panameña. Recibieron sus diplomas en esa fecha las señoritas Matilde Rauch, Antonia Sarmiento, Elvira Solano, Baltazara Barrantes, Ester Batista, Francisca Mallol, Elisa Ma. Alverola, Isabel Borkes, Julia Gutiérrez y Zaira Montenegro.
Dijo muy acertadamente "un centro educativo más que la mujer panameña sobre todo, para la que con abnegación y privaciones de todo género, cree un deber de humanidad acompañar a los que sufren, acompañarlos en sus sufrimientos y aliviarlos en sus penas".
"La profesión de enfermería acendra en la mujer sus virtudes y purifica su alma en la atmósfera del dolor".
Miss Brackamayer fue el manantial que nutrió a las estudiantes del gran sentido de responsabilidad y amor al paciente, disciplina férrea en el desempeño de sus funciones y la excelsa profesionalidad que ha caracterizado a este gremio desde sus inicios.
Esta tremenda y cimentadora influencia ejercida por ella, sobre la Escuela de Enfermería, fueron factores decisivos que determinaron la primerísima calidad de sus egresadas.
Los controles casi militares sobre permisos de salidas semanales, horas de llegada al internado, la firma del respectivo libro de los castigos, consecuentes por faltas incurridas, eran parte integral de la política de la escuela, incluyendo de manera paralela, los altos niveles de enseñanza que allí se impartían.
Las estudiantes, que cariñosamente recibían el nombre de "pupilas" (derivado del inglés "pupils" que significa estudiantes), sabían responder con una gran devoción a estas líneas de conducta de la escuela que únicamente iban a moldearles el carácter hacia un amor por el trabajo, respeto a sus superiores, amplia preparación académica y un muy acendrado espíritu de responsabilidad. Brackamayer impuso su muy personal sello de control hasta 1918 cuando se separa voluntariamente.
La norteamericana Louise Kuratt se encarga del plantel de 1918 a 1922 para después nombrarse a Sara E. Adams en 1926.
El nuevo Hospital Santo Tomás es inaugurado el 1o de septiembre de 1924 por el Presidente Belisario Porras y una semana después aprueba el decreto donde nacionalizaba el personal de todos los hospitales nacionales, excepción hecha "de técnicos profesionales que no puedan conseguirse en el país, cuyos servicios puedan ser contratados por el Poder Ejecutivo". De esta manera fue renovado el contrato a Miss Adams por B/.200.00 mensuales, pero con los beneficios añadidos de casa, comida y lavado.
La calidad de los requisitos escolásticos de admisión a la escuela es lógico que se fueron haciendo progresivamente más estrictos: educación primaria, luego dos años de secundaria, más tarde tres, después cuatro y finalmente diploma de secundaria.
Luego de su aceptación las estudiantes tenían que pasar por un periodo de entrenamiento de seis meses que se denominaba "preclínica" donde se evaluaba muy críticamente sus aptitudes y vocación hacia la profesión que escogían.
Aprobado este entrenamiento, venía una imposición de cofias, en un acto especial, donde las "pupilas" desfilaban llevando una lámpara encendida, en recuerdo de Florence Nightingale la fundadora de la enfermería mundial, conocida también como el Angel Blanco de la Guerra de Crimea, por su gran labor con los heridos en ese conflicto.
Al recibir la cofia, que se considera el símbolo de la dignidad de la enfermera, las estudiantes tomaban parte en una de las ceremonias más emocionantes y de mayor impacto en toda su carrera, que es recordada con mucho amor y cariño, algunas veces más que la propia graduación.