24 May
24May

EL TRUEQUE

El Trueque, donde se juntan Arte e Historia

Lo que tardaba en consumirse una fogata era el tiempo que demoraba la negociación. Eso al menos es lo que mencionan los libros de Historia sobre las costumbres que los indígenas que habitaban lo que ahora es la provincia panameña de Coclé imponían como norma a los conquistadores españoles. Así es como comienza la historia de este cuadro inspirado en lo que pudo ser el momento histórico en el que los indígenas que habitaban la provincia de Coclé entraron en contacto con los españoles y llevaron a cabo el primer intercambio comercial entre las dos culturas.

Este cuadro es el trabajo de una rigurosa investigación del pintor panameño Horacio Rivera, quien con decenas de bocetos y una minuciosa recopilación de información sobre este momento histórico se inspira para construir una obra en la mejor de las tradiciones de la pintura histórica.

Se trata de una escena en la que se puede adivinar más de lo que aparentemente se dice; si para los indígenas las cerámicas, cocidas y pintadas con intrincadas figuras zoomorfas y con vibrante policromía era lo más valioso que tenían para ofrecer a los españoles, éstos, sin embargo, tenían los ojos puestos en el oro procedente de las arenas de los ríos de Panamá.

Mientras los españoles ofrecían cuentas de colores y espejos, los indios daban a cambio sus pectorales y sus huacas de oro, que tras ser fundidas, eran llevadas en arcones a España.

Entre los personajes principales vemos al español Gaspar de Espinoza, quien fundó la ciudad de Natá de los Caballeros en 1522, y a sus acompañantes, junto a un grupo de indígenas que presentan las características de los que entonces habitaban Coclé, en el Pacífico panameño.

A un lado, el poder representado por el pendón de Castilla a manos de unos soldados y el de la iglesia encarnado en unos franciscanos de rosados pómulos que elevan orgullosos el báculo en alto con la figura del Cristo crucificado.

Al otro, el indígena americano aparece en cuclillas, a veces mirando al espectador, aparentemente sin ningún interés en esta situación de difícil comunicación entre ambas partes.

El conquistador aparece enorme y pálido, haciendo aspavientos para conseguir todo el oro que le sea posible, mientras un escribano apunta con rigor todo lo que obtienen con sus argucias. En contraposición está la figura delgada y bronceada de los indígenas américanos, que aparentemente no tienen interés alguno en lo que está ocurriendo, aunque si se mira con más detenimiento, podemos apreciar que hay un par de ellos manejando sendas espadas con cierta fascinación.

Horacio Rivera nos propone así presenciar la escena con otros ojos. No es solo la tan manida idea del español sacando partido de la ignorancia del indígena sobre el valor del oro, es también la del indígena aprovechando el intercambio para hacerse con un elemento tecnológico, la espada, que hasta entonces le era desconocido y estaba fuera de su alcance.

Del emperador Carlos V a la tierra de Natto

El emperador Carlos I de España y V de Alemania envió a 100 hombres de las familias más hidalgas de la península ibérica a Natá, en el istmo de Panamá, en el siglo XVI. Tenían una misión clara: expandir la fe católica por esas tierras alejadas de Dios y crear un punto de abastecimiento que garantizara a los conquistadores que venían a Centroamérica un sitio para abrirse paso hacia las rutas comerciales a Oriente. Y así Natá se convirtió en la cabaña y el granero reales, donde convergían la producción ganadera y de productos agrícolas, especialmente para abastecer a las ciudades terminales de Panamá y Nombre de Dios. Y desde allí también se fraguó la conquista de Veraguas.

Llegó Gaspar de Espinoza, alcalde mayor de Castilla de Oro, y allí lo recibió el cacique Natá (Natto). Desde ese momento empezó a conspirar para realizar futuras expediciones para la colonización y conquista del continente. Desde allí también comenzó el principio del fin de los caciques más guerreros y combativos de Veraguas, como Urracá.

Natá de los Caballeros lleva ese nombre porque cuando los primeros conquistadores llegaron, entendieron que ese caserío y esa tierras eran dominios del cacique Natto, Nata, Anatá o Natan, y lo de los caballeros se le agregó por los hidalgos que había mandando el emperador desde España en el siglo XVI.

La importancia histórica de Natá ya la describen los españoles en sus crónicas y se remonta desde el siglo XV hasta principios del XVII. Era en aquel entonces la aldea más grande habitada por indígenas en el Golfo de Parita. A su llegada, los españoles encontraron allí una tierra fértil con suficiente pescado seco, granos, fruta, maíz, venados y otras comidas que consumían los nativos, además de la abundante agua que bajaba de sus dos ríos, el Grande y el Chico. El pueblo indígena original se situaba donde lo que hoy se conoce como el Caño de Natá.

Biografía del pintor Horacio Rivera

Nació en Panamá el 28 de junio de 1941. Desde pequeño demostró un talento especial para el dibujo y la pintura. Los salesianos, donde estudió, hablaron con los padres de Horacio Rivera y les aconsejaron que enviaran al chico a estudiar pintura, pero Panamá era entonces una pequeña república sin escuelas formales de arte.

Así fue como el pintor acabó en España, en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, en la que tuvo el gran privilegio de estudiar con los mismos profesores que dictaban clases en la prestigiosa Escuela de San Fernando.

El arte no fue su primer amor, lo fue la arquitectura y la ingeniería naval; sueños que quedarían truncados para siempre en el pintor, pues una enfermedad a temprana edad le arrebato ese deseo.

A Horacio Rivera, el amor por construir, entender y edificar nunca se le escapó del alma. Estando en Madrid descubre el Museo Naval, y es allí donde Rivera empieza a soñar con construir la maqueta de un barco. Un riguroso diario de sus horas de investigación para la ejecución y el ensamblaje de barcos hablan de su carácter organizado, decidido, pero sobre de un espíritu inquebrantable que le ha acompañado toda su vida.

Tanto en lo que construye como en lo que pinta, Rivera muestra una habilidad increíble para observar con precisión. Se considera a sí mismo un pintor realista, tanto en la pintura como en el dibujo demuestra la habilidad de la observación y de su otra gran pasión, las maquetas de aviones y barcos.

La artritis que actualmente le acompaña no ha doblegado sus sueños. Una vez más, como en su juventud, este hombre de 75 años muestra una actitud indomable y sigue dibujando. Es además un estudioso de la cultura precolombina panameña que plasma en sus obras.

Muchas de sus pinturas reflejan ese orgullo y conocimiento de Panamá, y se reflejan en las piezas precolombinas con pájaros inmensos y serpientes con enormes fauces, obras que los indios dedicaban a sus dioses.

Los bocetos para El Trueque están hechos después de largas lecturas de los libros de los principales estudiosos del tema, como la Dra. Reina Torres de Araúz, Elsa Mercado Souza o Jorge Conde Porras, entre otros.

****

No alcanzo a comprender cómo ha sido posible que uno de los grandes maestros de la pintura nacional, como lo es el insigne artista don Horacio Rivera, haya sido en apariencia relegado a una injusta indiferencia, cuando sus obras le dan tanto brillo al arte panameño y su nombre debe, por derecho propio, figurar al lado de otros notables maestros panameños que son contemporáneos suyos e hicieron de su arte un relevante filón de importantes y hermosas obras. Es notable su colección de bodegones, toneles y tinajas. Rivera domina además la escultura y es una verdadera enciclopedia en todas las ramas del arte y de la historia.

Uno de los homenajes más importantes que ha recibido en su trayectoria artística le fue dispensado por la Embajada de la Federación Rusa en Panamá, el 13 de mayo del año 2007, hecho significativo, porque si hay un pueblo de espíritu sensible y que conoce de arte, este es el pueblo ruso.

Si el alma rusa puede valorar la pintura de Horacio Rivera como trascendente y apreciable, ¿cómo ha sido posible que nuestro pueblo le haya negado el reconocimiento que merece? Es menester que, con equidad y humildad, nuestras autoridades hagan un acto de justicia, reconociendo los innumerables méritos de tan insigne pintor, que hoy en día, a causa de una feroz artrosis, no puede seguir enriqueciendo nuestro patrimonio cultural. Es hora de brindarle honor y reconocer su valía.


Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO