El requerimiento y justificación de la barbarie
En Panamá, los conquistadores españoles harían las primeras lecturas del famoso documento que pretendía justificar la toma del Nuevo Mundo.
El 11 de Abril de 1514, desde el puerto de San Lúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, partía la expedición más numerosa e importante de todas las que hasta entonces se hubiesen dirigido desde España hacia el Nuevo Mundo.
El convoy, liderado por Pedrarias Dávila y con más de 22 barcos y mil hombres, se había retrasado varios meses por órdenes del rey Fernando El Católico (rey de Aragón y regente de Castilla, tras la muerte de su esposa, la reina Isabel La Católica).
El rey había exigido que el nuevo gobernador de Castilla del Oro (sudeste de Centroamérica y norte de Sudamérica) esperara hasta que sus letrados hubieran terminado de elaborar un documento legal que Pedrarias devía llevar a las tierras recién descubiertas.
Se trataba del ‘Requerimiento’ o ‘Notificación y requerimiento que se ha dado de hacer a los moradores de las islas en tierra firme del mar océano que aún no están sujetos a Nuestro Señor’, que, en lo sucesivo, sería leído por los conquistadores a los nativos que debiesen someter.
Teólogos y juristas del rey español se habían afanado en la preparación de ese documento, de apenas una cuartilla, que garantizaría que el “trabajo” en las tierras descubiertas, que creían las Indias, se realizase según los principios cristianos de la “guerra justa” .
Con ello, Fernando esperaba acallar para siempre los rumores que circulaban sobre la supuesta condena de su alma, como consecuencia de los terribles abusos que se daban contra los indígenas en el marco de sistema colonial hispánico, y todo lo que este involucraba: la toma de los territorios, bienes y propiedades y el sometimiento y catequización de los aborígenes.
ORÍGENES
El escándalo había surgido en la isla de la Española el domingo 21 de diciembre de 1511, cuando un religioso de la Orden de los Dominicos, de nombre fray Antón de Montesinos, leyó ante las más prominentes cabezas españolas de la isla, entre las que se encontraba el mismo Diego Colón, hijo del almirante Cristóbal Colón, un inflamatorio sermón en la misa de Adviento.
‘Todos los aquí presentes estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes’, empezó el fraile, en referencia al mal trato que daban a los indígenas.
Montesinos aseguraba que los europeos no tenían derecho a someter a los indios a una servidumbre tan injusta, a hacerles la guerra, ni mucho menos a causar muertes y estragos entre ellos, solamente por sacar y adquirir ‘oro cada día’.
‘¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que vivían en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos de las enfermedades en que caen y mueren por los excesivos trabajos?’, continuaba el religioso, ante los cristianos reunidos en misa, entre quienes también se encontraba un joven fraile llamado Bartolomé de las Casas.
Consumidos por la ira, tras finalizar la misa, los encumbrados señores se acercaron a la casa de los frailes de la comunidad dominica. Allí exigieron al ardiente Montesinos y a su líder espiritual, Pedro de Córdoba, que se retractasen de las ‘escandalosas y gravísimas mentiras proferidas contra el rey y su señorío’.
Después de todo, ‘¿por qué no habrían de tener indios, habiéndonoslos dado el rey?’, preguntaban, advirtiendo a Córdoba que, de no desdecirse el próximo domingo en misa, harían llegar la acusación hasta las cortes de España, para que desde allá procediesen a sacarlos de la colonia.
¿SE RETRACTA?
Al siguiente domingo, 29 de diciembre, ‘no había persona de aquella isla que no se hallase en la iglesia’ esperando la respuesta del fraile, contaría posteriormente Bartolomé de las Casas, quien se convertiría con los años en el más audaz defensor de los derechos de los indígenas y autor de una serie de Crónicas sobre la Conquista (entre ellas, Historia de Indias).
Ya subido en el púlpito para dar su sermón, ante la mirada atenta de todos los presentes, Montesinos, habría dicho lo siguiente: “Y ahora me referiré a las palabras que prediqué el domingo pasado y que vosotros escucháis con tanta amargura. Son palabras que hoy demostraré verdaderas’.
‘A todos los que han amenazado con escribir a Castilla, pues háganlo a quien quieran’, siguió.
La noticia del sermón llegaría a oídos del rey Fernando, en Castilla, quien hizo de inmediato llamar, desde La Española, al líder de la comunidad dominica, Pedro de Córdoba, y al mismo provincial de la orden en el reino, Alonso de Loaysa.
El segundo se puso de parte del rey y del gobernador de La Española (Diego Colón) y aseguró que reprendería a Córdoba y a todos sus hermanos por esta prédica, que seguramente ‘había sido producto de los engaños del demonio’.
Por su parte, el rey Fernando, calificado como ‘prototipo del príncipe maquiavélico’, decidió encomendar a todos sus letrados la elaboración de una tesis que acabase con las ideas que ponían en entredicho sus derechos sobre las tierras americanas, concedidos a España por el papa Alejandro VI a través de las llamadas ‘bulas alejandrinas’ en 1493.
DOCTRINA
El resultado de aquellas reuniones fue la elaboración del llamado ‘Requerimiento’, en el que los letrados recurrirían a las viejas doctrinas que planteaban que el papa era el vicario de Cristo, y, por consiguiente, representante de Dios en la Tierra y único soberano del mundo (de todas las regiones, independientemente de que fuesen habitadas por fieles a Cristo o infieles). Según esta posición, ello lo capacitaba a delegar su poder a los reyes.
Si la comunidad dominicana, ilustrada en la prestigiosa Universidad de Salamanca y plena del espíritu de la Reforma, se alimentaba de las doctrinas de Tomás de Aquino (siglo 13), que hacía una división entre el poder espiritual que ostentaba el papa y el reino natural, los abogados y teólogos del rey prefirieron elaborar el Requerimiento en base a la ‘teología de las sentencias’ del siglo 12, según la cual el papa tenía el derecho y poder de disponer de todos los bienes que existiesen.
LA PRÁCTICA
El Requerimiento, que estaría en uso durante varias décadas, fue llevado al Nuevo Mundo por la expedición de Pedrarias y leído por primera vez durante las expediciones de conquista de los territorios que hoy componen la república de Panamá.
Según los reglamentos dictados por la Corte española, antes de entrar en pleito con los indígenas, los conquistadores debían reunirlos en asamblea (ello debía estar confirmado por un notario), para dar lectura del documento, que les advertía que las tierras que hasta ese día ocupaban eran propiedad del rey español y de su hija Juana.
Ello debía ser aceptado pacíficamente, porque, de lo contrario, serían sometidos a vejámenes (leer el Requerimiento que ilustra esta página).
En la práctica, la mayoría de las veces no se disponía de traductor, de modo que los indígenas escuchaban azorados, sin entender lo que pasaba. Por su parte, los españoles lo leían sin preocuparse de que estos prestaran la más mínima atención.
En algunos casos, para evitar explicaciones, decidían leer el documento a varios kilómetros de la aldea que pretendían tomar.
Entre las anécdotas de los cronistas de la Conquista, ha trascendido la de un aborigen listo que, tras escuchar el Requerimiento, diría que le parecía muy bien aquello de un solo Dios, gobernador de cielo y de la tierra, pero que ‘el Papa debía estar borracho cuando se le ocurrió entregar lo que no era suyo’.
El rey, por otra parte, al decir de este indígena, debía estar ‘todavía más loco por aceptar lo dicho por el borracho’.
Además, advertía que si este rey se acercara por allí a tomar las tierras que no le pertenecían, ‘le pondrían la cabeza en un palo’.
La surrealista situación fue denunciado por Bartolomé de Las Casas como “una burla de la verdad y de la justicia y un gran insulto a nuestra fe cristiana y a la piedad y caridad de Jesucristo’. Según De las Casas, el documento no tenía ‘ninguna legalidad”.
De cualquier modo, con el Requerimiento o sin él, según el arqueólogo Carlos Fitzgerald, los indígenas panameños terminarían sometidos y debilitados, (algunos grupos, como los Cuevas, extinguidos) por culpa de las guerras y las enfermedades.
TEXTO DEL REQUERIMIENTO
De parte del muy alto y muy poderoso y muy católico defensor de la iglesia, siempre vencedor y nunca vencido el gran Rey don Fernando V de España de las dos Sicilias, de Jerusalén, de las Islas y tierras firmes del Mar Océano,etc. tomador de las gentes bárbaras, de la muy alta y poderosa Sra. la Reina Doña Juana, su muy cálida y amada hija, nuestros eñores, yo Dávila su criado, mensajero y capitán, los notifico y les hago saber como mejor puedo:
Que Dios nuestro señor único y eterno, creó el cielo y la tierra, un hombre y una mujer de quienes nosotros y vosotros fueron y son descendientes y procreados y todos los de después de nosotros vinieron, mas la muchedumbre de la generación y de esto ha sucedido de cinco mil y mas años que el mundo fue creado, fue necesario que unos hombres fuesen de una parte y otros fuesen por otra y se dividiesen por muchos reinos y provincias de que una sola no se podrían sostener ni conservar.
Uno de los pontífices pasados que en lugar de este mundo, hizo donación de estas Islas y tierras firmes del Mar Océano, a los ricos Rey y Reinas y a los sucesores en estos reinos , con todo lo que en ellas hay según se contienen en ciertas escrituras que sobre ellos basaron, así que sus Altezas son Reyes y Sres. de estas Islas y tierras firmes, por virtud de dicha donación y como a tales Reyes y Sres. algunas Islas más y casi todas a quienes esto ha sido modificado has recibido a sus altezas y les han obedecido y servido y sirven como súbditos lo deben hacer, con buena voluntad y sin ninguna resistencia, luego de su inclinación como fueron informado de lo susodicho, obedecieron y recibieron a los valores religiosos que sus Altezas profesaban para que les predicasen y enseñasen la Santa fe, y todos ellos de su humilde y agradable voluntad sin apremio ni condición alguna se hicieron cristianos y lo son, sus Altezas los recibieron alegres y así los mandó tratar como a los otros súbditos y vasallos, los otros son pedidos y obligados a hacer lo contrario.
Por ende, como mejor puedo os ruego y requiero que entendais bien lo que he dicho, y tomeis para entenderlo y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo y reconoscais a la Iglesia por Señora y Superiora del universo mundo y al sumo pontífice llamado Papa en su nombre y al Rey y la Reina nuestros señores en su lugar como Superiores y Señores y Reyes de esta isla y tierra firme por virtud de la dicha donación y consentais en ese lugar a que estos padres religiosos o declaren los susodichos.
Si así lo hicieres te ha de ir bien y aquello a que estas obligado, y sus altezas en su nombre los recibirán con todo amor y caridad, los dejarán vuestras mujeres hijos y haciendas libres, sin servidumbre, para que de ellas y nosotros hagais libremente lo que quisieres y por bien tuvieres y no os compelerán a que torneis cristianos, salvo si vosostros informados de la verdad quisieres convertir a la religión católica como lo han hecho casi todos los vecinos de estas islas y además de esto su Alteza dará muchos privilegios y exenciones que gozarán muchas veces.
Si no lo hicieres o en ello dilación maliciosamente pusieres, os certifico que con la ayuda de Dios entraré poderosamene contra vosotros y os haré guerra por todas las partes y maneras que tuviere y sujetaré al yugo y obediencias de la iglesia y de sus Altezas y tomaré vuestras personas y las de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos y como tales los venderé y dispondré de ellos como su Alteza mandare, y os tomaré vuetros bienes, y os haré todos los males y daños que pudiere como a vasallos que no obedecen y que no quieren recibir a sus señor y le resisten y contradicen y protesto de los muertes y daños que de ellos se registrarén serán a culpa vuestra y no de sus Altezas ni mía, ni de estos caballeros que conmigo vinieron y de como lo digo, requiero, pido al presente Escribano que me lo de como testimonio firmado y a los presentes ruego que de ello sean testigo”.