11 Jun
11Jun

El obispo Luna Victoria, impulsa la fundación de la Universidad de San Javier.

El siglo XVIII panameño bien podría ser denominado "el del perfil" que dibuja rasgos propios al territorio a despecho de todas las vicisitudes. Cual segmento de primerísima importancia, el Istmo sigue con parsimonioso pero firme andar hacia la propia determinación. Forma parte del Virreinato de la Nueva Granada; el organismo administrativo de la Real Audiencia es suprimido en 1751; se acaban las Ferias de Portobelo y sus implicaciones de auge económico; la ruta es suplantada por la sureña del Cabo de Hornos. Los reveses indicados asestan un golpe fuerte a esta región americana del cual no se recuperará hasta el auge del oro y el Ferrocarril a mediados del siglo siguiente, esto es, cien años más tarde.

No obstante, la postración generalizada no es impedimento para el despunte de un destello espiritual, de renovadoras ansias intelectuales y de un puntal educativo sin precedentes en toda nuestra vida colonial: fue el Colegio de San Javier, el gran proyecto universitario en 1749, hace dos centurias y media.

Su mecenas y principal fuente de recursos fue el sacerdote panameño del clero secular, Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, sostén indiscutible de aquel establecimiento pedagógico que estaba llamado a ser el símbolo no sólo de una avanzada en el orden de los estudios, sino en el anuncio y anticipo de la Universidad de Panamá como atalaya de la identidad de la Nación.

Los jesuitas que trabajaban en Panamá pertenecían a la Provincia de Quito. La Cédula Real promulgada en Aranjuez a 3 de junio de 1749 autorizaba la creación del Colegio en virtud de los privilegios pontificios que desde 1575 había otorgado el Papa Pío IV a los hijos de Ignacio de Loyola.

El Colegio operaba en el Convento jesuita (hoy en ruinas y en estado deplorable). Las Cátedras principales fueron de Filosofía, Teología Escolástica y Moral. Con posterioridad se instauró la Medicina. El primer Rector fue el Padre Hernando de Cavero, mientras otros sacerdotes aseguraban los diferentes cursos inspirados en los modelos educativos de época.

Hasta el momento carecemos de una información detallada de la estructura académica y del desarrollo propiamente dicho del centro.

La investigadora dominicana ¡gueda María Rodríguez Cruz nos ofrece una referencia breve puesto que -en sus palabras- "...hay testimonio de la seriedad y éxito de sus actos literarios, de la pompa de sus grados...".

Por su parte, el Maestro de la literatura panameña Rodrigo Miró quiso llamar a este vivero académico "la expresión criolla" por lo que significó en un Panamá postrado por los embates del momento, pero erguido sobre la inteligencia de personajes que luego brillarían con luz propia fuera de sus fronteras. Las dos figuras representativas fueron Manuel Joseph de Ayala, Archivero del Supremo Consejo de Indias en Madrid y autor de 130 tomos contentivos del gobierno de las colonias, leyes, mapas, notas, rutas marítimas, en fin, una enciclopedia monumental del siglo XVIII. Buen servicio haría el Estado a los investigadores en traer microfilmada toda la obra de Ayala, lo cual sería a la vez un homenaje a la Universidad Javeriana que lo formó.

Otro egresado el claustro del Colegio fue Sebastián López Ruiz, graduado de Bachiller en Artes en 1758, experto en jurisprudencia, medicina y ciencias naturales. En Bogotá fue maestro del prócer Antonio Nariño y, entre tanto, estudió las propiedades de la quina, mérito que le disputó Celestino Mutis.

Con la expulsión de los jesuitas de todos los Reinos de España en 1767 concluyó el intento universitario pionero de los estudios superiores en Panamá. Sólo 18 años estuvo funcionando la Real y Pontificia institución de San Javier, lapso breve pero suficiente para hacerse sentir aquí y al otro lado del gran océano.

La historia nos permite licencia para conjeturar que de haber sobrevivido a tantas vicisitudes, una legión de hombres ilustres habría salido de sus aulas suficientemente equipados en disciplinas humanísticas y científicas como lo fueron la Universidad de San Marcos de Lima, Santo Tomás de la Isla Española o el Colegio Mayor San Bartolomé de Bogotá.

Su presencia fugaz en el Istmo no creó un sedimento sólido de vida intelectual, es cierto. No lo es menos el hecho de que su fugacidad correspondió a un período de transformaciones que darían al traste con el imperio hispánico de ultramar. Y será esa "expresión criolla" la que hará las declaraciones de independencia para conformar las nuevas nacionalidades del hemisferio latinoamericano.

La Universidad de Panamá es sucesora en el tiempo de la Universidad de San Javier. Su misión, similar a la del Siglo XVIII, es la de formar a los hombres y mujeres panameños que se asoman al Tercer Milenio cuando integramos el territorio, perfeccionamos la independencia y afianzamos la identidad.


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