El General Esteban Huertas - ¿Qué hubiese ocurrido si Huertas no apoyaba el movimiento del 3 de noviembre 1903?
El general Esteban Huertas López (Úmbita, Boyacá, Estados Unidos de Colombia, 1876 - Panamá, 1943) fue un comandante militar panameño.
Cuando sólo tenía 8 años de edad escapó de casa para unirse al Ejército. Luchó en la Guerra de los Mil Días, donde ganó diversas medallas. En 1900, perdió su mano derecha por una bala de cañón, por lo que le fue repuesto con una prótesis de madera. En 1902, fue promovido al grado de general.
Historia:
El día 3 noviembre de 1903, el ambiente en la ciudad de Panamá se sentía tenso. Pocos se atrevían a hablar abiertamente de las maquinaciones que se cocían para separar al Istmo de Colombia, pero todos lo podían oler en el aire en la pequeña ciudad de apenas 70 mil habitantes.
El doctor Amador Guerrero, artífice de los planes de separación, había entrado en pánico al conocer que, esa madrugada, había llegado al puerto de Colón el vapor Cartagena, llevando a bordo un batallón de 500 expertos tiradores con órdenes de sofocar cualquier rebelión.
Pero el doctor y su grupo de conspiradores (entre los que se incluían los administradores del Ferrocarril Interoceánico) idearon a toda velocidad una hábil estratagema para mantener al batallón de tiradores en la ciudad de Colón, permitiendo solo a los 3 incautos generales del ejército colombiano, entre ellos el generalísimo Juan B. Tobar, tomar el tren para la ciudad de Panamá esa mañana.
Sin embargo, tanto los generales como el batallón estaban inquietos por la separación y estaban decididos a reunirse cuanto antes.
Los planes eran que, al llegar a la ciudad, el Batallón Tiradores acabara rápidamente con el movimiento separatista y, si fuera necesario, fusilaría a todos los que habían participado en él.
Ahora todo dependía del máximo líder militar local, el general colombiano Esteban Huertas, a cargo del Batallón Colombia, estacionado en la ciudad de Panamá.
REUNIÓN CON AMADOR
Huertas conocía los planes separatistas. El 1 de noviembre se había reunido con Amador en el Hotel Central, donde este le había pedido su apoyo: el movimiento contaba con un grupo de poderosos ciudadanos panameños (José Agustín Arango, Federico Boyd, Nicanor A. De Obarrio, Manuel Espinosa B., Carlos Constantino Arosemena, Tomás Arias y Ricardo Arias) y el respaldo de Estados Unidos, que reconocería rápidamente la nueva república, pero a los panameños correspondía actuar en primer lugar.
“Esperamos un buque lleno de soldados estadounidenses (Nashville) que llegará a la bahía de Colón y nos respaldará una vez hecha la revolución, pero es usted quien puede decidir. Esperamos su respuesta”, le expuso el doctor a Huertas.
El general Esteban Huertas, a quien correspondía inclinar la balanza entre los dos lados en pugna, tenía mucho cariño a Panamá, a donde había llegado a los 14 años. Además, conocía en carne propia el abandono en que se mantenía al Departamento del Istmo: Bogotá no había enviado el salario de las tropas de su Batallón Colombia en los últimos 3 meses.
Sin embargo, detrás de su apariencia de hombre sencillo, de apenas un metro y medio de estatura, cuyo hablar estaba salpicado de términos como “Fíjese usted, mi compadrito”, se escondía un hombre astuto, que no conocía otra vida que la del ejército colombiano, al cual estaba unido desde los 8 años.
Huertas había sido siempre leal a sus jefes, no en balde había sido nombrado general a los 26 años.
Había luchado en 35 batallas de mar y tierra, entre ellas, algunos de los más cruentos episodios de la Guerra de los Mil Días. En 1900, en el Sitio de Morro de Tumaco había perdido la mano derecha, por lo que llevaba una de madera, que se asomaba de la manga del uniforme. En otra ocasión, había sobrevivido milagrosamente a una bala que entró por su tetilla derecha y salió por la espalda…
Había recibido, además, 5 medallas de oro, todas con la insignia de “por su arrojo y valor”, que algunos tachaban de temeridad.
Conocedor del riesgo que implicaba apoyar el movimiento abiertamente, el general Huertas respondió a Amador que “no se comprometía a nada”.
Sin embargo, al general Domingo Díaz, en quien confiaba plenamente, había reconocido poco después del encuentro con Amador, su inclinación a favorecer a los panameños, solo “si las condiciones fuesen favorables”.
¿Puedo contar con el apoyo del pueblo en caso de un movimiento revolucionario?, le había preguntado un cauto Huertas al general Diaz.
Diaz le respondió que sí, a lo que Huertas contestó a su vez que “Entonces, usted no se preocupe, que yo tengo las armas y quiero mucho a Panamá”.
EL 3 DE NOVIEMBRE
A las diez de la mañana del 3 de noviembre, obligado por los ritos militares, el general Huertas había acudido a la estación del ferrocarril a recibir a los generales, que llegaban solos a la ciudad, tras dejar, ingenuamente, a sus tropas en Colón, con la promesa de que “serían enviados en el primer tren”.
Después de instalarse en la Gobernación, exactamente a las 11:50 am, de acuerdo con las memorias de Huertas, el generalísimo Tobar se presentaría al Cuartel Chiriquí, hoy Las Bóvedas, para realizar una inspección.
A las 2 de la tarde, Tobar regresaría con sus generales, Ramón G. Amaya, y Joaquín Caicedo Albán, y sus sobrinos, José N. Tobar y Angel Tobar, haciendo muchas preguntas. En esta ocasión, le pidieron que los llevara a ver la flotilla de guerra, un grupo de barcos del ejército colombiano anclado en la Bahia de Panamá.
Mientras se encontraban en el Paseo de las Bovedas, mirando los buques Bogotá, Padilla y el Chucuito, el general Tobar recibió una carta llevada por un emisario.
Según las memorias de Huertas, Tobar la leyó e inmediatamente la pasó a los demás generales, tras lo cual estos se le quedaron viendo fijamente, en lo que él interpretó como una mirada amenazadora.
Asustado, pero sin dejar traslucir su temor, sugirió que volvieran al cuartel. Dando por finalizada la segunda reunión, los generales lo invitaron a tomar champaña al Gran Hotel. Huertas, sospechando que se tramaban algo, rechazó la invitación porque “estaba cansado”.
Posteriormente sabría que, de haber aceptado la invitación, y una vez separado de sus hombres, habría sido llevado a prisión y destituido. También se enteraría después de que al pasar por el parque de la Catedral, camino hacia el hotel, el general Amaya había comentado “Qué hermosos árboles. De ellos se pueden colgar bastantes cabezas”. Y, señalando el árbol más grande, había dicho: “Ese está bueno para la de Huertas”.
Pero él no había necesitado escuchar esos comentarios para darse cuenta de que no le quedaba otra que unirse a los insurgentes. Los colombianos no creían en él, dado el grado de intimidad que tenía con los panameños.
“ESTAMOS PERDIDOS”
Cuando, a las 3 y 45 de la tarde, le llegó a Huertas un mensaje de Amador en que le decía “No hay movimiento. Estamos perdidos”, ya el general no se podía echar para atrás.
Pero si Amador se sentía pesimista, tras ser abandonado por sus compañeros de lucha, en otro lado de la ciudad otro grupo tomaba la delantera. Se trataba del general Domingo Díaz, quien, montado a caballo, recibía a las masas de ciudadanos que se congregaban en Santa Ana, acompañado de figuras de prestigio del istmo, como su hermano Pedro Díaz, Harmodio Arosemena, Pedro de Icaza, Archibaldo Boyd, Carlos A. Mendoza y Carlos Clement.
La ciudad entera estaba conmocionada; los comercios cerraban con premura sus puertas, mientras las multitudes, guiadas por el general Díaz a caballo, se preparaba a dirigirse hacia el cuartel, a apoyar a Huertas y a proclamar la separación de Colombia.
Asustados, los generales colombianos se dirigieron por tercera vez en ese día al cuartel a pedir explicaciones a Huertas: “El pueblo se reúne en Santa Ana con una actitud muy sospechosa“, dijo el general Caicedo, asustado y exigiendo que se tomaran “acciones inmediatas”, según recuerda Huertas.
Mientras Huertas conversaba con el generalísimo, se dio cuenta de que el general Amaya le hacía a este una señal de que “le volara los sesos” con el revólver.
Había llegado el momento de la verdad. Sin dejarles ver que había observado el gesto de Amaya, Huertas se excusó. Iría a revisar sus piezas de artillería.
Mientras los generales permanecían en el patio, sentados en unas bancas, Huertas se dirigió a su habitación, donde tomó su espada y su revólver. Después, con decisión, ordenó al capitán Marcos Salazar y a un grupo de los mejores hombres que fuesen a apresar a los generales.
“¿Acaso no conoce usted al jefe de los ejércitos colombianos?”, le gritó, furioso, Tobar al capitán Salazar, cuando éste le comunicó que por orden de Huertas estaban detenidos.
Como respuesta, Salazar presionó su bayoneta contra el costado de Tobar, y este empezó a vociferar: “Huertas, ¿donde está Huertas?”.
Entonces este se asomó a la ventana del edificio principal del cuartel y gritó: “Proceda, capitán, sin contemplaciones. Aquí se cumple lo que ordeno yo. Lleve a los generales al cuartel de la Policía”.
A las 5 y 43 de la tarde, bajo los aplausos y vítores de los panameños que salían a observarlos a su paso, los generales colombianos caminaban por las estrechas calles adoquinadas de la ciudad con la cabeza inclinada hasta el cuartel de la Policía, custodiados por Salazar y sus hombres.
Es precisamente en ese momento que se sella la independencia.
De lo anterior podemos desprender que sin la actuación oportuna de Huertas, no se hubiese registrado la independencia el 3 de noviembre de 1903, y ese es el verdadero significado de ser “El Factor Decisivo” de la separación de Panamá de Colombia.
¿Qué hubiese ocurrido si Huertas no apoya el movimiento? Atrevámonos a especular un poco: Los generales Amaya y Tobar se hubieran tomado el Istmo con apoyo de los batallones Colombia y Tiradores sin ninguna resistencia. Una vez consolidado el ejército colombiano, se hubiesen dado purgas, fusilamientos, carcelería, exilios y persecuciones de los conjurados y los que quedaran estarían huyendo o escondidos.
Para la llegada de la flotilla norteamericana, el ejército colombiano tendría total control y sólo quedarían cenizas de la conjura y del movimiento. ¿Qué hubiesen hecho los gringos entonces? Tomarse el Istmo por al fuerza, en cuyo caso hoy seríamos, con suerte, un estado libre asociado o parte de California. También hubiesen podido llegar a un acuerdo con Colombia que, al darse cuenta del peligro que representaba los anhelos separatista de Panamá, el apoyo que le estaban dando los norteamericanos y el interés real y unilateral de estos últimos en hacer el Canal Interoceánico, hubieran pactado por lo que sea a fin de mantener su soberanía sobre el Istmo.