02 Mar
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El Estado Federal de Panamá 27/02/1855

Cuando Benito Juárez transitó por Panamá, gravitaba la creación del ‘Estado Federal’ de Panamá. Juárez nos visitó en 1854 y 1856, y el Estado Federal se creó en 1855. De acuerdo con los historiadores, fue mediante reiterados esfuerzos del Dr. Justo Arosemena, representante del Istmo en el Congreso Granadino, que los istmeños vieron satisfechos sus deseos de que al territorio se le diera una organización particular que garantizase su bienestar y progreso.

Por acto adicional a la Constitución, de fecha 27 de febrero de 1855, quedó erigido el Istmo en Estado Federal, viniendo así a poseer todas las atribuciones de la soberanía, excepto aquellas referentes a la marina de guerra y al ejército, a las relaciones exteriores. El Gobierno Nacional se reservó también las vías interoceánicas. D. Pedro Fernández Madrid, al firmar la ley como Presidente del Senado, dijo lo siguiente: ‘Voy a dar mi voto al proyecto que crea el Estado de Panamá, porque conozco la necesidad que tiene el Istmo de constituirse sobre las bases del ‘self-government’, pero no se me oculta que éste no es sino el primer paso que da hacia la independencia aquella sección de la República. Tarde o temprano, el istmo de Panamá será perdido para la Nueva Granada’.

El 27 de febrero de 1855, el Congreso de Colombia aprobó el acto constitucional que creó el Estado Federal de Panamá.

Según dicha reforma, el territorio comprendido por las provincias del Istmo de Panamá (en ese momento, Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí) pasó a formar “un Estado Federal soberano, parte integrante de la Nueva Granada, con el Nombre de Estado de Panamá.

La creación del Estado Federal constituye uno de los hitos en el desarrollo de nuestra nacionalidad y se debió, en gran medida a los esfuerzos institucionales del Dr. Justo Arosemena, el gran estadista panameño del siglo XIX. Más allá de las ejecutorias del Dr. Arosemena, la instauración del Estado Federal respondió a una realidad incontrovertible: el sentimiento de identidad nacional que desde los tiempos de la dominación española comenzó a forjarse entre los habitantes del istmo y que fue adquiriendo formas propias y reconocibles a partir de nuestra emancipación de la corona española en 1821.

Es importante recordar hitos como el de 1855 porque, por diversas circunstancias, todavía hay quienes ponen en duda la existencia de la nacionalidad panameña. Atribuyen el surgimiento de la república en 1903 a una conjura capitalista, sin ninguna referencia a las fuertes corrientes autonomistas e independentistas que tuvieron vigencia en el istmo a lo largo del período de unión a Colombia.

Muchos, en el país y el extranjero, se dan a la tarea de diseminar esta especie, en detrimento de nuestro desarrollo nacional y para beneficio de una visión enteramente mercantilista, según la cual Panamá no es una comunidad política sino un negocio, una plataforma de transacciones económicas cuyos habitantes carecen de afectos, lealtades y virtudes cívicas.

Quienes difunden, con ímpetu digno de mejores causas, esta idea, olvidan que la república creada en 1903 fue la segunda que se erigió en nuestro territorio. La primera –denominada Estado de Panamá– se estableció en 1840. Si bien tuvo vigencia efímera –duró desde el 18 de noviembre de 1840 hasta el 31 de diciembre de 1841– no le faltaron a esta entidad los atributos propios de la soberanía.

El establecimiento del Estado de Panamá en 1840 fue posible, en parte, porque había en el istmo un sentimiento nacional considerable, que fue afianzándose con el paso de los años y culminó en la fundación de la República en 1903. Lo mismo podría decirse, guardando las debidas proporciones, al respecto de la fundación del Estado Federal en 1855, cuyo aniversario se deberìa conmemorar.

Que a la realización de los eventos de 1903 contribuyeron intereses económicos y geopolíticos foráneos, no cabe duda –en un mundo interconectado, como ya lo era el planeta en los albores del siglo XX, son muy pocos los acontecimientos relevantes en los que no hay participación externa– pero esos intereses no menoscaban, de manera alguna, existencia de una identidad panameña previa a nuestra escisión de Colombia. Es esa identidad la que nos corresponde fomentar y fortalecer, sobre todo a partir del sistema educativo, las expresiones culturales de diversa índole que tienen cabida en el país y la conmemoración de aniversarios significativos.

Nosotros conmemoraremos la inauguración del Canal (1914) y nuestra gesta nacionalista por excelencia, la que protagonizó la ciudadanía en enero de 1964. Antes que transcurrir como un asueto más, las fechas respectivas deben servir como momentos de reflexión amplia, incluyente, serena y analítica, a fin de que puedan considerarse sus implicaciones para el desarrollo nacional con coherencia y seriedad.

En torno a este punto, vale la pena deliberar sobre los elementos de la identidad panameña cuyos rasgos se evidencian a lo largo de la historia. La tolerancia es uno de ellos. No se trata de idealizar algunos aspectos o soslayar otros, pues –indudablemente– el registro histórico contiene episodios de intolerancia y exclusión. Pero, en comparación con otras sociedades, marcadas por el sectarismo y la violencia, tanto en nuestras cercanías como lejos de nuestras costas, Panamá ha sido –históricamente– un país dispuesto a acoger diferentes corrientes de pensamiento y modos de vida distintos.

He allí uno de los ingredientes que puede servir de fundamento para la transformación positiva de la sociedad panameña. Al evocar sucesos como el acto constitucional promulgado hoy hace 163 años, que representa uno de los peldaños en el camino hacia el afianzamiento de nuestro espíritu nacional, pensemos también en lo que implica esa nacionalidad y cómo puede contribuir su robustecimiento a mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos de la república.

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