El curioso caso del mayor Alemán y los bonos de valor sentimental.
En noviembre de 1955, el entonces ministro de Hacienda y Tesoro daba a conocer el hallazgo de una serie de valores comerciales encontrados en su despacho sin que nadie supiera nada de ellos. Excepto un comerciante de la localidad
A finales de noviembre de 1955, el diario La Estrella de Panamá publicaba un relato que hoy, 60 años más tarde, vale la pena rescatar.
La historia, como la contara el entonces ministro de Hacienda y Tesoro del gobierno del presidente Ricardo Arias Espinosa, mayor Alfredo Alemán, comienza con la inesperada visita de un comerciante de la localidad.
El visitante llegó a la oficina del ministro a conversar sobre unos viejos documentos archivados en el despacho de este, unos bonos ‘ya sin valor’, emitidos años atrás por una empresa japonesa.
El mayor, por entonces un sagaz político y hombre de negocios de 63 años, nombrado en la cartera de Hacienda por el presidente José Antonio Remón después de las elecciones de 1952, había continuado en el cargo tras el asesinato de este (en enero de 1955), y hasta la culminación de su periodo presidencial por su segundo vicepresidente Ricardo Arias Espinosa.
El comerciante, cuyo nombre no fue revelado por el ministro, se dijo dispuesto a ofrecer hasta $300 por esos papeles viejos que solo quería, relató el ministro, para obsequiarlos a un amigo suyo, un tal I. Amano, residente de Lima, Perú, para quien, por haber sido el propietario original, estos documentos tenían ‘un valor sentimental’ .
Alemán, quien, según su versión de los hechos, ignoraba la existencia de dichos papeles, descubrió que se trataba de 55 bonos emitidos por la Tokyo Electric Light Co. Ltd, compañía que suministraba energía eléctrica a la capital japonesa.
El hecho despertó su curiosidad, pero en lugar de satisfacer los deseos del comerciante, decidió informarse al respecto en los sistemas de contabilidad y finanzas del ministerio. Para su sorpresa, no obtuvo ninguna respuesta satisfactoria.
Alemán, siempre según su relato, decidió recurrir a un joven economista de 34 años de edad, conocido por su inteligencia y honestidad, que laboraba como subgerente del Chase Manhattan Bank, Rubén Darío Carles (‘Chinchorro’).
Tras hacer las investigaciones, días más tarde, el economista le informaba que los bonos sí tenían valor y que el Chase los vendería sin costo para el Gobierno Nacional.
Finalmente, el 23 de noviembre, el banco reportaba al ministro de Hacienda que había obtenido para el fisco la suma de 96 mil 673 dólares, producto de la operación. Al día de hoy, sumando la inflación acumulada, esa cifra equivaldría a cerca de un millón de dólares.
Como vemos, el asunto se resolvió de la forma más beneficiosa para el Gobierno; sin embargo, dejó, hasta la fecha grandes interrogantes.
¿Qué hacían esos bonos archivados sin que ni el ministro ni, aparentemente, nadie más en el gobierno supiera de su existencia? ¿Cuán a menudo se daban este tipo de ‘descuidos’ en la administración?
Y tal vez menos importante, pero no menos curioso es ¿cómo pretendía el comerciante timar a un personaje de tanto millaje como el mayor?
EL MAYOR ALEMÁN
Alfredo Alemán es una de esas figuras legendarias que brillaban en el Panamá de antaño. Las ‘leyendas urbanas’ de su época recogen muchas anécdotas de este político nacido en 1892, que ocupó todas las carteras del gabinete presidencial, con excepción de la de Educación, y quien, además, fue militar, locutor de radio, gerente de la Cervecería Nacional y diplomático.
En sus memorias, publicadas en el año 1982, Alemán cuenta que el 3 de noviembre de 1903, cuando tenía once años de edad, encontrándose en el parque de la Catedral, vio nacer la República: ‘Mis ojos y mi pensamiento de adolescente captaron para siempre la visión de aquel momento de insuperable trascendencia histórica y, tal vez, el hecho de haber presenciado el surgimiento de la patria marcó su imagen a fuego en mi mente y en mi emoción, para que la tenga presente aun en los momentos más difíciles de mi existencia’.
En 1921, como militar, guió a las tropas panameñas a caballo desde Veraguas hasta la frontera con Costa Rica para combatir en la Guerra de Coto, en la que obtuvo el rango de mayor.
Más adelante serviría como agregado en la Embajada de Panamá en Washington, donde tuvo la oportunidad de relacionarse con destacadas personalidades del gobierno estadounidense, entre ellas el joven secretario de Marina, Franklin Delano Roosevelt.
Con los años, se convertiría en un exitoso y multifacético profesional, en quien el presidente Remón confió, por ‘su carácter recio y sus buenos consejos’, para salvar las finanzas del Estado, que pasaban un momento crítico, debido a la falta de hábito, sobre todo de los panameños más adinerados, de pagar impuestos.
Alemán le sugirió al presidente implementar el sistema peruano de ‘paz y salvo’ comprobante del pago del impuesto sobre la renta, que se solicitaría a todos aquellos que quisieran viajar o hacer determinadas transacciones comerciales.
El mayor Alemán cuenta en sus memorias que al momento en que le sugirió la idea al presidente Remón, este le respondió, sorprendido: ‘Y, tú, ¿qué quieres? ¿que me maten?’.
No obstante su aprensión inicial, el sistema de ‘paz y salvo’ fue aprobado mediante la Ley 2 del 3 de enero de 1953. Este fue implementado de forma férrea, lo que ayudó a Remón a contar con dinero para llevar a cabo sus actividades de gobierno.
Al mayor, sin embargo, la norma le granjeó todo tipo de insultos, ‘de noche y de día’, renoció, de parte de amigos, conocidos y vecinos.
El descontento fue tan grande que hay quienes aseguran que fue el motivo de que algunos sectores planearan el asesinato del mandatario panameño.
LA SOPA Y OTRAS CUESTIONES
Las anécdotas sobre el mayor no se restringen a la vida política, sino a los hechos más curiosos. Uno de ellos es el de la sopa bautizada con su nombre —la sopa Mayor Alemán—, que todavía hoy aparece en el menú de varios restaurantes chinos de la ciudad capital.
Además, el mismo Ricardo Miró escribió la letra, en su honor, de una pieza musical del compositor Máximo Arrates Boza (conocido como ‘Chichito’): ‘Alfredo, si tú te vas’.
Según Alemán, desde ese momento nunca pudo pasar desapercibido allí donde hubiera orquesta, pues, a donde fuera —Estados Unidos, Europa, Centro o Sur América o Panamá, por supuesto—, al verlo llegar, los músicos se daban la señal y empezaban a tocar la pieza, con la que él se veía obligado a bailar, saludar o hacer un brindis.
Varios años antes de morir, se hizo construir un pequeño mausoleo en el camposanto de Amador, detrás de El Chorrillo, donde se le podía encontrar alrededor de las diez de la mañana, quitando los rastrojos y cuidando que el mármol estuviese prístino.
En la base de la sencilla tumba, en cuyo extremo superior estaba la efigie del clásico ángel del silencio, se podía leer ‘Mayor Alfredo Alemán’, y luego la fecha de nacimiento, septiembre de 1892.
El espacio de la fecha de muerte estaba vacío, esperando que esta viniera a buscarlo.
LOS BONOS
De vuelta al tema de los bonos, existe una versión diferente de la del mayor, recogida en las memorias del expresidente Enrique A. Jiménez, publicadas por el abogado Fernando Sucre en el libro El Triunfo de un Estadista .
Según Jiménez, dichos bonos fueron incautados por el Gobierno de Panamá al ciudadano japonés Yoshitaro Amano, junto con otras propiedades de ‘súbditos del Eje’, como forma de sufragar los gastos que la II Guerra había ocasionado al país.
Jiménez sostiene que el mismo Amano solicitó a Alemán la devolución de los bonos sin revelar su valor.
Si Alemán disfrazó o no la anécdota, nunca lo sabremos, lo que sí queda claro es su capacidad para aprovechar las oportunidades y su evidente protagonismo. Su versión de la historia es sabrosa como la sopa que lleva su nombre y popular como la parranda que por siempre siente su ausencia.