18 Jul
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Belisario Porras, poco popular

El tres veces presidente de la República es considerado uno de los mejores ejecutivos que haya tenido el país. Sin embargo, en su momento fue fuertemente criticado
Panamá tenía apenas 12 años de existencia y ocupaba el solio presidencial el sexto gobernante de la historia republicana, el tableño Belisario Porras Barahona.

Todavía en la resaca de la crisis económica y financiera de la Primera Guerra Mundial, el primer ejecutivo que no provenía del Círculo de los de Adentro (con excepción del breve periodo de Carlos A. Mendoza), había emprendido una “titánica labor de modernización de la República”.

Bajo su liderazgo se había dado inicio a importantes proyectos, entre ellos la construcción sistematizada de obras públicas y la codificación de leyes basadas en las costumbres locales, en reemplazo de las de fuerte raigambre colombiana. Se había iniciado una reforma educativa que rápidamente logró ampliar la base de estudiantes de primaria en todo el país, desde 15 mil en 1912 a 22 mil en 1914.

Porras lanzó también el ambicioso proyecto de construcción de un ferrocarril nacional (del que solo se logró concretar la fase chiricana) y el de La Exposición Nacional, con motivo del tercer centenario del descubrimiento del Pacífico y la reciente inauguración del Canal. Este dejó al país edificios emblemáticos como el del Registro Civil, el Registro Público y los archivos nacionales.

Pero a quien la historia ha ubicado como uno de nuestros mejores presidentes, no gozó en su momento de la aprobación generalizada, ni mucho menos la de los políticos de su partido… ni siquiera de la de sus viejos amigos.

Si observamos la portada de La Estrella de Panamá del día miércoles 9 de junio de 1915, veremos una nota que se expresa en los siguientes términos:

“Calendario presidencial. Hoy le faltan al doctor Belisario Porras 478 días para que termine el desastre de su administración, que pesa como una lámina de plomo sobre el sufrido pueblo panameño”.

El calendario, que había empezado a publicarse diariamente algunas semanas atrás, ese día llegaba a primera plana. En las páginas del diario se mantendría hasta el final del periodo presidencial de Porras, en 1916, restando cada día lo que faltaba para que acabara su presidencia.

Orígenes de una campaña.

Muchos atribuyen esta inusual campaña contra el presidente a una riña que surgiera durante las elecciones de junio del año 1914 contra uno de sus viejos amigos, el también miembro del Partido Liberal Carlos Antonio Mendoza.

De acuerdo con información recogida por Estudio del Panamá Republicano, Mendoza, entonces director del Partido Liberal, en un gesto de cortesía, había enviado a Porras la lista de los candidatos a diputados y concejales liberales elaborada por el directorio.

Carlos_Antonio_MendozaPorras evaluó las listas, las modificó a su antojo, reemplazando a algunos candidatos propuestos por Mendoza por otros más de su gusto y las envió de vuelva .

Mendoza se molestó y le mandó a decir al presidente que ”la elección que le confirió el poder al doctor Porras para que fuera el jefe de la nación, ninguna prerrogativa le ha dado sobre aquel, en cuanto se relacione con el rumbo político del Partido Liberal”.

No obstante, el presidente insistió y, en las elecciones del 5 de junio de 1914, el Partido Liberal se presentó con dos listas. El directorio recomendaba votar por una y los partidarios de Porras recomendaban otra.

Al final, prevalecieron los candidatos del presidente, con la excepción de la ciudad capital. Porras había triunfado sobre sus contendores y dentro del mismo partido .

La opinión pública, además, reconocería lo que en aquel momento se consideró un hito: las primeras elecciones libres de la historia republicana.

El diario La Estrella de Panamá publicaba el 7 de julio de ese mismo año que “cuando los bandos contenedores van al sufragio honradamente y los votos se emiten con libertad y se cuentan con legalidad, son imposibles las agitaciones tumultarias y no se necesita poner en vigor las consecuencias del artículo 136 de la Constitución Nacional”.

El suelto de la discordia

Sin embargo, diez días más tarde, este mismo diario publicaba un suelto titulado “Evidencias de la Imposición Oficial”, en el que acusaba al presidente de interferir en las elecciones a favor de sus candidatos y lo tildaba de “uno de los mayores dictatorzuelos de América Latina”.

Porras estaba furioso. Acudió ante el juez superior de la República para que iniciara una investigación. Quería demandar al autor del suelto por “delito de imprenta”.

El juez citó, en primera instancia, al propietario del diario, J. Gabriel Duque, y le pidió que dijera quién era el autor.

Duque contestó que él no sabía cuál de los redactores del periódico había confeccionado el suelto, pero que este se basaba en información suministrada por el doctor Carlos A. Mendoza.

La revelación de Duque sería el detonante para la ruptura definitiva entre quienes habían sido amigos durante más de treinta años, colabores de la Guerra de los Mil Días y compañeros de partido.

El destacado abogado Diógenes de la Rosa la llamaría “la gran escisión liberal” ; otros, la “ruptura entre algunos de los más connotados forjadores de la patria”.

En los meses subsiguientes, Mendoza se aliaría, junto con otros liberales como Cesar Saavedra Zárate, Rodolfo Chiari, Francisco Filós e incluso con conservadores como Nicolás Victoria Jaén, Samuel Lewis y Eduardo Chiari, para iniciar una de las campañas más crueles y despiadadas contra gobernante que se viera hasta ese momento.

Mendoza y Victoria Jaén, principalmente, combatieron a Porras en todos los terrenos.

En el lenguaje florido de la época, utilizaron las páginas del diario para descalificarlo, llamándolo, entre otras cosas, káiser, czar y futuro Nerón, “dispuesto a quemar la ciudad para recrearse con el espectáculo del incendio”.
Mendoza moriría al año siguiente, de un repentino ataque al corazón, tal vez, en parte motivado por el estrés de la enemistad ganada.

Por su parte, Nicolás Victoria Jaén, sería nombrado en el segundo mandato de Porras como director de la Escuela Normal de Institutores.

En los años siguientes, desde su puesto de director, se convirtió en uno de los más ardientes defensores de Porras.

Se cuenta que en esta época, un viejo conocido lo detendría en la calle para preguntarle por qué no criticaba ya a Porras.

A esto, Victoria contestaría con la frase que llegaría a convertirse en una anécdota repetida durante generaciones y recogida por los libros de historia: “Es mala educación hablar con la boca llena”.

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