01 Dec
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Belisario Porras: el buen y mal uso del poder político

Algunos seres humanos necesitan el poder. El Dr. Porras fue uno de ellos. Pero, con sus luces y sus sombras, el 3 veces presidente de Panamá.

Estudios recientes en el campo de la psicología han determinado que existen personas que ‘necesitan' el poder, es decir, tienen una ardiente motivación para buscar ser influyentes, causar impacto, tener control (Dr. Adrian Furnham).

Los psicólogos también han distinguido entre una buena y otra mala necesidad de poder: unos dan consejos y ayudan a su prójimo; otros intentan controlar o regular a los demás; otros más, buscan el poder para destruir a sus enemigos.

En el campo de la política, el poder se puede usar para el avance institucional o para el engrandecimiento personal.

La diferencia entre estos dos últimos podemos aplicarla a las vidas de dos líderes latinoamericanos de principios del siglo XX: el presidente panameño Belisario Porras (1912-1924) y el dictador venezolano Juan Vicente Gómez (1908 -1935), ambos considerados ‘arquitectos del Estado moderno' en sus respectivos países.

Porras y Gómez se conocieron en Venezuela, en donde sostuvieron una interesante conversación que reproduce Carlos Iván Zúñiga en su ensayo ‘Belisario Porras, caudillo de la democracia ' (2001).

De acuerdo con Zúñiga, Gómez le preguntó a Porras si poseía fincas y ganado, a lo que Porras señaló: ‘Soy dueño de unas doscientas hectáreas, en las que habitan unas sesenta cabezas de ganado y treinta caballos'.

Gómez continuó: ‘Mis tierras se miden por leguas, desde el Macaray hasta el río Orinoco, cerca del Brasil. Poseo 400 mil cabezas de ganado'.

Inmediatamente, el venezolano le confiaría en tono confidencial: ‘Ya estoy camino de convertirme en el hombre más rico de toda América'.

RIQUEZAS Y PODER

Efectivamente, el general Gómez, quien figura como uno de los diez dictadores más crueles de América Latina en el siglo XX, gobernó Venezuela durante 35 años, tiempo en que logró amasar una fortuna por encima de cualquier imaginación, especialmente gracias a los impuestos pagados por las compañías británicas y estadounidenses para la explotación del petróleo, dinero del cual se apropió en gran parte.

Por su parte, el presidente Porras, gobernó el país durante diez años (1912-1916; 1918-1920 y 1920-1924) tras los cuales disfrutó de prestigio personal, pero no de riquezas.

Durante sus últimos años, dice Zúñiga, el expresidente no tuvo ingresos suficientes para cumplir con el pago del préstamo hipotecario de su vivienda principal.

Pocos meses antes de morir, la junta directiva del Banco Nacional incluso evaluó sacar a remate el domicilio del viejo caudillo.

Solo lo salvó la intervención enérgica del presidente del banco, Enrique A. Jimenez, quien había sido su secretario personal.

Al morir Porras, el 28 de agosto de 1942, la Asamblea Nacional, por medio de la Ley 107 de 1943, decidió ‘facultar al Poder Ejecutivo para aliviar en la forma que estime más conveniente la situación económica de la viuda del doctor Belisario Porras'.

UN PRESIDENTE CON MUCHA EXPERIENCIA

Porras ganó la presidencia de la República de Panamá por primera vez en las elecciones de julio de 1912.

Para entonces, contaba con 56 años ‘bien vividos', en los que había conocido las cimas más altas del éxito y reconocimiento y los fosos más profundos de la amargura y la humillación.

Tenía 13 hijos, de seis mujeres diferentes, dos de ellas sus esposas (Eva Paniza, de la cual se divorció, y Alicia Castro).

Había experimentado los horrores de la guerra y visto morir a decenas de jóvenes inocentes, un recuerdo que lo perseguiría por el resto de su vida.

Mientras que el venezolano Gómez se abrió camino por las armas, Porras, que había crecido en un hogar pobre de Las Tablas, lo hizo a través su afición por el estudio -obtuvo un doctorado en derecho y ciencias políticas en Bogotá y amplió sus estudios en la Universidad de Lovaina- y el cultivo de buenas relaciones personales, no solo entre los más humildes, sino en centros de poder internacional, como la Casa Blanca, el Tribunal Internacional de La Haya, y las presidencias de Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Colombia-.

Sin embargo, también había conocido la humillación; el odio de enemigos implacables, y la traición de sus propios allegados.

En el año 1905, cuando empezaba a abrirse paso como político, fue calumniado, injuriado, despojado de sus derechos ciudadanos, y abandonado por todos.

Su ‘delito', no haber creído en la independencia del istmo.

Aunque los derechos le fueron restituidos en 1907 por la Corte Suprema de Justicia, durante esos dos años no pudo siquiera ejercer su profesión de abogado y debió exiliarse en Las Tablas, donde solo tuvo por compañía a los peones de su finca.

OBRAS DE UN PRESIDENTE

En 1912, Panamá era un país de 400 mil habitantes, el 75% vivía en la pobreza y el 95% era analfabeta.

Porras trabajó por mejorar y perfeccionar las instituciones públicas creadas por sus antecesores, e impulsar las leyes, códigos y reformas que hacían falta a través de políticas y obras públicas en educación, salud, higiene, infraestructura, caminos, puentes, ferrocarriles, puertos, correos, telégrafos, leyes y códigos, entre otros.

Entre otros, impulsó contra toda crítica, el Hospital Santo Tomás y el ferrocarril de Chiriquí (1916).

CAUDILLO

Hoy, Porras es reconocido junto con Harmodio Arias, como uno de los mejores presidentes que ha tenido el país.

Su impresión sobre la presidencia la dejó escrita en una carta a su sucesor, Ramón Maximiliano Valdés:

‘El puesto que ocupas hoy es el más alto en la jerarquía de la vida política. Tiene sus ventajas y también sus inconvenientes y peligros. Desde allí vas a dominar un vasto horizonte y a conocer las cosas y a los hombres mucho mejor que hoy. Sin duda los mejores puntos son siempre los más altos.

El inconveniente es que las alturas son a veces aisladas, solitarias y permanentemente frías. También son las preferidas del rayo y en ello está el peligro. Seréis el mejor blanco para tiradores empedernidos que no medran sino así. La Presidencia es un martirio y debéis sobrellevarla hasta el final'.

(¿No les recuerda a aquello de ‘Me pican los pies por salir de la Presidencia'?).

Pese a sus aspectos negativos, no hay duda de que Porras obtuvo de sus días en el Palacio de las Garzas lo que buscó: prestigio personal y la autonomía para llevar adelante su propia visión de país civilizado, con instituciones modernas, orden y educación.

Una anécdota del escritor Roque Javier Laurenza (‘El Caudillo de levita') permite intuir todo lo que era importante para él.

Según lo cuenta el escritor chitreano, el encuentro con Porras debió ocurrir un domingo de verano del año 1938, o tal vez 1939, en la ciudad de Panamá, en la casa del poeta Ricardo Miró, quien por entonces se encontraba enfermo y deprimido.

Laurenza visitaba a su amigo Rodrigo Miró, hijo de Ricardo, cuando, sin previo aviso, apareció el expresidente, ya octogenario, acompañado de su fiel esposa Alicia Castro.

‘Vengo a ver a Ricardo… a mi Ricardo', dijo Porras a guisa de saludo.

Según cuenta Laurenza, el anciano, todavía lleno de vitalidad, abrazó con toda su fuerza a Miró, ‘como queriendo transmitirle el secreto de su propia juventud perenne, y esa fuerza interior que le permitía todavía subir dos largas escaleras sin descansar'.

‘Estás muy bien Ricardo, pero estás muy bien', repetía el anciano al poeta enfermo, mientras doña Alicia se unía a las hijas de Miró, y Rodrigo y Laurenza miraban por el balcón.

‘Caía la tarde. Frente a nosotros, el paisaje marino era una perfecta imagen de abanico. En primer término, la pequeña ensenada del antiguo mercado de Panamá, erizada de mástiles y, al fondo, los barrios residenciales, que había abierto al progreso la tenacidad del viejo caudillo'.

‘Mira, Ricardo, allá están la Exposiciòn y Bella Vista, mis elefantes blancos, como decía esa serpiente de Nicolás Victoria'...

‘Lástima que no me dejen volver a la Presidencia, Ricardo, esos liberales ingratos... Pondría en práctica unos proyectos maravillosos que tengo… Grandes proyectos, Ricardo', repetía el anciano, mientras el poeta Miró fumaba sin responder, lleno de nostalgias inexpresables".

‘Qué lastima, Ricardo, qué lastima… Sin embargo, allí quedan nuestras obras. Tú tienes los Preludios..., y yo tengo estas cosas...', sigue relatando Laurenza, explicando que el doctor Porras abría los brazos como si quisiera abarcar a todo Panamá.

En ese momento, continúa el escritor, Rodrigo Miró se dio cuenta de que Porras murmuraba algo entre dientes, uno frase latina. ‘Yo estoy seguro de que se trataba del horaciano Non omnis moriar , no he de morir del todo, dicho con la justa jactancia de quien ha construido los propios pedestales de su fama'.

‘Y en ese instante mismo, como un truco teatral dispuesto por un invisible director de escena, uno banda de pájaros cruzó frente a nosotros'.

‘Tus gaviotas, Ricardo, tus gaviotas', exclamó el doctor Porras, aludiendo al célebre soneto de Ricardo Miró.

Y entonces, el viejo caudillo se apoyó ligeramente sobre el hombro de Miró, tembloroso un instante, los ojos húmedos, tras los bachillerescos espejuelos, para murmurar con afectuoso dejo:

‘Mi poeta, hombre, mi poeta', repetía mientras seguía mirando el paisaje familiar de la bahía panameña, que los dos vieran durante muchas tardes triunfales de la edad madura y que volvían a ver, otra vez juntos, en la hora triste y solitaria del ocaso'.

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