Ataque armado al Palacio de las Garzas
Después de 17 meses de un accidentado periodo gubernamental, el Ejecutivo estaba acorralado por los otros dos poderes del Estado.
Así quedó el Palacio de las Garzas después de la batalla del 10 de mayo de 1951, que forzó el fin del segundo mandato presidencial de Arnulfo Arias.
En la mañana del día jueves 10 de mayo de 1951, la mayoría de los panameños consideraba finalizado el segundo mandato presidencial del doctor Arnulfo Arias Madrid.
ARNULFO ARIAS
‘Ustedes, copartidarios, cumplieron su deber. Yo, como mandatario, cumplí con el mío. Estos son unos traidores. Volveremos".
Era el desenlace que muchos preveían desde la noche del lunes 7 de ese mismo mes, cuando el presidente leía en cadena de radio nacional un decreto de gabinete por el que derogaba la Constitución de 1946, ponía en vigor la de 1941. También ordenaba la clausura de la Asamblea Nacional y ponía en ‘interinidad' a los jueces de la Corte Suprema de Justicia.
El presidente estimaba necesaria la medida para acabar con los actos de sabotaje que minaban su mandato. Pero calculó mal las fuerzas opositoras.
La noche del miércoles 9, después de dos días tumultuosos, la Asamblea Nacional destituyó al presidente y se constituyó en corte de justicia para juzgarlo. En su lugar, juramentó al entonces vicepresidente Alcibiades Arosemena.
La medida, no obstante, debía ser sellada con la aprobación de la Corte Suprema de Justicia que emitiría una opinión al mediodía del jueves siguiente.
Así estaban las cosas esa mañana, cuando Alessandro Russo Berguido, al igual que muchos otros simpatizantes del arnulfista Partido Revolucionario Auténtico (PRA), se acercaba al Palacio de Las Garzas.
En la obra publicada posteriormente bajo el nombre " Horario de una Traición ', Russo describe a una presidencia rodeada de cientos de simpatizantes y copartidarios ‘cansados' y ‘trasnochados'.
Mientras el pueblo rodeaba el palacio y preparaba barricadas, los más allegados al presidente, ministros, y funcionarios, según Russo, ‘invadían las piezas y pasillos de la casa presidencial', vigilados por ‘policías de rostros hieráticos, con sus ametralladoras en mano y carabinas terciadas'.
Se ‘respiraba un aire de terror', relata Russo: ‘parecía que se estaba en la víspera de un gran combate'.
DIPLOMACIA
Arnulfo Arias, eternamente víctima de conspiraciones, se negaba a aceptar la eminente derrota política y se aferraba a sus últimas cartas.
En esos momentos de espera, se mantenía ocupado con el envío de cables circulares a todas las cancillerías de América Latina, en los que solicitaba apoyo urgente en momentos en que estaba en ‘peligro la seguridad continental'.
Los cables enviados solicitaban medidas de ‘cooperación mutua' para defenderse de la acción subversiva del ‘comunismo internacional', que ‘se agita en forma notoria empleando métodos habilidosos'.
Arias buscaba que el apoyo de los demás países de América convirtiera su presidencia en un interés continental, en momentos en que todavía creía gozar del favor del pueblo y el de la Policía Nacional, que aquella mañana, a través de las páginas de La Estrella de Panamá , había solicitado al pueblo, en un comunicado, ‘apoyar al presidente de la República Arnulfo Arias Madrid'.
Los arnulfistas también abrigaban la esperanza de que la Corte declarara ilegal lo acaecido en la Asamblea la noche anterior.
EL DERRUMBE
Las esperanzas se derrumbaron en horas del mediodía, cuando el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Erasmo de la Guardia, a nombre de la mayoría de los jueces, leyó la opinión de la Corte: "El procedimiento seguido por la Asamblea, al reunirse en las horas de la noche del día de ayer, no quebranta disposiciones constitucionales o legales'.
De inmediato, desde el Palacio, el ministro de Agricutura Norberto Zurita llamó al comandante Remón para preguntarle cómo esa lectura cambiaba la situación.
Remón le respondió: ‘Dígale a su presidente que ya no lo puedo cuidar más'.
Posteriormente, según los reportes del mismo Remón, procedió a hacer una llamada telefónica al jefe de la guardia presidencial, el mayor Alfredo Lezcano Gómez, con el que mantenía una estrecha comunicación, para el efecto de mantenerse al tanto de cuanto acontecía en la Presidencia.
Remón ordenó a Lezcano ‘cerrar las puertas de hierro donde se mantenía la guardia y no salir ni él ni ninguno del personal'.
Si los atacaban, debían defenderse, pero lo primordial era ‘proteger la armería del palacio, que guardaba una cantidad apreciable de armas y municiones'.
Los hechos que siguieron a continuación y que protagonizara el mayor Lezcano resultan confusos. Durante los años siguientes no han faltado quienes acusan al presidente Arias de su muerte, pero un testigo de los hechos aportó recientemente una versión de lo ocurrido que parece bastante probable .
Según esta versión, escuchada de voz del panameñista ‘Ño Candayo", quien dice haber presenciado los hechos, el doctor Arias habría bajado al piso intermedio de la escalinata hasta llegar al patio de Las Garzas acompañado del teniente Juan Flores, a lo que Lezcano, desde el patio interior, demandó a Arias que se rindiera y entregara su arma.
A esto, el mandatario habría replicado "¡Yo soy el presidente de la República!".
Según la misma versión, mientras Lezcano intentaba desenfundar su arma, el teniente Flores disparó y mató a Lezcano, lo que fue respondido por su escolta, que, a su vez, hirió a Flores, mientras Arias subía corriendo al primer piso. (versión que todavía debe ser confirmada).
La muerte de ambos guardias serían el detonante que llevaría a Remón a ordenar el ataque a la Presidencia.
EMPIEZA EL TIROTEO
Alrededor de la una y media de la tarde, llegaban al Casco Viejo de la ciudad de Panamá los buses de la Comandancia, llenos de policías al mando del mayor Timoteo Meléndez, y apertrechadas con armas de combate.
Así empezó la batalla, que Russo describe como un ‘tableteo de ametralladoras, interminables disparos de fusiles', y gases lacrimógenos, que les causaban a los presentes ardor en los ojos y en la garganta.
‘Las bombas incendiarias hendían el aire y consumían los cortinajes del palacio', relata el autor panameñista.
En el interior del edificio, los presentes colocaban el mobiliario en las ventanas y respondían el ataque, lo que intensificó el tiroteo.
‘Nos disparaban por todos los costados. Desde abajo, desde las casas vecinas y la azotea del propio palacio', dice Russo, quien cuenta cómo las paredes se fueron llenando de sangre... y los cadáveres eran colocados en hilera sobre el piso'.
A las 3 y 14 de la tarde, según Remón, Arias Madrid lo llamó para pedir una tregua de diez minutos con el fin de sacar a los heridos y a las mujeres, pero el comandante le contestó: ‘No voy a dar ninguna tregua hasta que no aparezca el mayor Lezcano vivo o muerto'.
Poco después, el cuerpo del mayor era sacado en una ambulancia de la Presidencia y llevado a la morgue del Hospital Santo Tomás, desde donde, a las 4:40 de la tarde, los médicos anunciaban al comandante Remón, que había perecido a la 1 de la tarde.
ULTIMÁTUM
Alrededor de las 5 pm, en el patio exterior de la Presidencia, el mayor Meléndez advertía a través de un altoparlante, que daba un término de diez minutos para rendirse.
De lo contrario, los guardias entrarían y matarían hasta el último de los presentes.
En ese momento, según la versión del ministro de Gobierno y Justicia, José Clemente de Obaldía, el presidente, que hasta ese momento se negaba a claudicar, se le acercó para preguntarle:
-‘¿Qué hacemos?'
- "Rendirnos', le respondió de Obaldía suplicante.
Faltaban cinco minutos.... cuatro minutos.... tres minutos.. dos minutos..., anunciaba el mayor Meléndez, a través del altoparlante.
Al cumplirse el plazo, según el relato de Russo, ‘hombres y mujeres de pueblo, sucios y en harapos con rostros de terror', empezaron a salir al patio del edificio, cargando a los muertos, mientras los guardias, con sus cascos de acero y armas de guerra, los insultaban, les daban empellones y culatazos.
Después, bajaron los ministros: José Clemente De Obaldía, Carlos N. Brin, Rodolfo Herbruger, Cristóbal Adán Urriola, Celso Carbonell, Norberto Zurita, María Santodomingo de Miranda. El secretario del presidente, Gabriel Ehrman, recibió un disparo a quemarropa y murió allí mismo.
Finalmente, le correspondía el turno al presidente, quien, según Russo, ‘con sus ropas blancas teñidas de sangre, acompañado de su esposa Ana Matilde Linares de Arias', descendía ‘serenamente, dispuesto a poner el pecho de escudo para proteger al amado'.
Era ‘como el divino maestro de los pasajes bíblicos, después de haber sido vendido por Judas Iscariote', diría Russo con su lenguaje florido y su pasión panameñista.
Al pasar al lado de la fuente del patio interior del palacio presidencial, ‘cuyas aguas borboteaban saltarinas', el líder panameñista se detuvo un instante.
Tomó con el hueco de la mano el líquido y lo bebió. Entonces, levantó su mano derecha y, en un acto de profundo dramatismo, declaró: "Ustedes, copartidarios, cumplieron su deber. Yo, como mandatario, cumplí con el mío'.
Y señalando a los guardias que miraban atónitos, levantó el tono de voz y declaró : ‘Estos son unos traidores... Volveremos'.
Luego fue condenado en un juicio político donde le quitaron sus derechos políticos, acusado de haber derogado la Constitución de 1946 e intentar disolver los otros poderes del Estado. Durante el juicio se dedicó a leer la obra El Viaje del Kon Tiki.