Arias Madrid, el nacionalista y la historia de un amor
Con solo 40 años, Arnulfo Arias Madrid había logrado el sueño de cualquier político. Él, un humilde campesino coclesano como solía autodenominarse, ahora ocupaba el solio presidencial. Pero luego de la vida apabullante y licenciosa de París, sentía que se había bajado de un tren para pasear a caballo nuevamente. Sentía que algo le faltaba, y entonces se concentró en su trabajo y en su profesión. Las cuestiones de Estado giraban en torno a la guerra y Panamá vivía un momento económico de mucha abundancia.
Ya en su calidad de presidente electo decide viajar y se va para Cuba, México, Costa Rica, Puerto Rico y Estados Unidos en compañía de uno de sus grandes amigos, Alcibíades Arosemena. Estaba en la plenitud de su vida y trataba de disfrutarla al máximo. Cuando se encontraba en Panamá no era raro que viajara hasta Colón, que para la época competía con la capital en cuanto a la vida nocturna. Allí solía ir acompañado por el diputado de su partido Luis J. Saavedra, quien además era periodista.
En sus primeros meses de gobierno, mediante un plebiscito que gana por más de cien mil votos, modifica la Constitución de 1904. En esa elección por primera vez la mujer panameña tuvo la oportunidad de sufragar. Uno de los cambios introducidos en la nueva carta magna era la extensión del periodo presidencial de cuatro años a seis, de manera que Arnulfo gobernaría hasta 1947.
LÍDER PANAMEÑO
Durante su primer año de gobierno (1940), Arias Madrid crea la Caja de Seguro Social y el Banco Agropecuario. Impuso el uso del uniforme para ejercer ciertas labores, pagó la deuda externa y aprobó la emisión de nuestra propia moneda nacional, el balboa.
En 1941, la presión del gobierno americano sobre las autoridades panameñas se hacía cada vez más fuerte. Con la excusa de la necesidad de la defensa del Canal de Panamá, los gringos empezaron a exigir al gobierno nacional cada vez más concesiones: Querían negociar nuevos sitios de defensa y que los mismos se extendieran por 999 años, artillar todos los barcos de bandera panameña y abrir nuevos aeropuertos militares.
A todas estas presiones y amenazas, el presidente respondía a través de su canciller Raúl de Roux negándose, de una manera enérgica, a cualquier medida que fuera en detrimento de nuestra soberanía y dignidad como nación.
Para los primeros meses de 1941, el embajador de los Estados Unidos en Panamá deja atrás la cortesía diplomática y amenaza al gobierno panameño exigiéndole que se les permita el uso de tierras y aguas adicionales para su ejército, sin compensaciones.
MENSAJE AL PAÍS
Arnulfo se vio obligado a explicar a su pueblo lo que ocurría y habla en cadena nacional a través de la emisora ‘HP5A Radio Teatro Estrella de Panamá'.
Queda para la historia parte del discurso del presidente en esos momentos de incertidumbre: ‘Nos hallamos ante una prueba definitiva para el futuro de nuestra propia existencia como nación. Aceptar los términos de la solicitud americana sería destruir nuestra propia identidad nacional y abrir el camino a la lenta desaparición de la república'.
Unos meses más tarde, aprovechando que el 4 de julio se celebraba en Panamá como día de fiesta nacional, el día anterior el socio de Arnulfo, José Wendehake, lo invita a pasar una velada en el Happyland, el más exclusivo de los cabarets de moda, ubicado cerca de la 5 de Mayo.
Arnulfo acepta y cuando llegan al local, pasadas las diez de noche, este se encontraba atiborrado de público, especialmente soldados, lo que no fue del agrado del presidente que solo a ruego de su amigo permaneció en el sitio. Adentro, en otra mesa, alcanzaron a ver a Plinio Varela, José Zubieta y Eduardo Vallarino, quienes se levantaron a saludarlos.
ANITA, ¿MITO O REALIDAD?
La primera función de esa noche dio inicio a las once y a Arnulfo le pareció más divertido que artístico. Una de las jóvenes que bailaba atrajo su atención. Al final, el presidente consiguió, sin problemas, que le llevaran a su mesa y le presentaran a Anita De La Vega.
Dos semanas más tarde se volverían a ver, pero esta vez en la clínica de Arias. Arnulfo no podía quitarle los ojos de encima, no dejaba de pensar en ella. Averiguó que ella vivía en el hotel Normandie, donde alquilaba una pequeña habitación junto a una compañera.
Después de varios días de esquelas y notas y de otra visita al consultorio, el presidente la convenció de verse en el hotel. Una vez allí, Arnulfo abrazó a Anita y la besó con fuerza en la boca mientras una mano apretaba sus pechos y la otra exploraba su cuerpo. Anita jadeó excitada y sorprendida no había esperado que el gentil, amable y considerado doctor fuera tan apasionado y diestro y se entregó a él, como no recordaba haberlo hecho con nadie desde que llegó de Cuba. ‘No quiero irme', decía él. ‘Tu esposa estará inquieta', decía ella con voz suave y sin ánimo.
Al siguiente día, Arnulfo regresó y le dijo: ‘No te preocupes, a pesar de mis años no soy ni un hombre ni un presidente aburrido. Me gusta la política, pero vengo del campo, me agrada cuidar mis fincas y recorrerlas con mis perros y después pasar la velada leyendo o escuchando la radio, pero lo que me ha ocurrido contigo tiene aires de continuidad'.
‘Desde mañana quiero que abandones tu trabajo y te mudes al Hotel Central, donde ya tienes una habitación reservada a tu nombre y está de más decirte que tus gastos y lo que necesites correrán por cuenta mía'.
Durante los meses siguientes, Arnulfo pasó menos tiempo con su amante del que habría deseado. Su responsabilidad como mandatario en época de guerra consumía gran parte de su labor aunque siempre buscaba un espacio para dedicárselo a su amante. Se veían todas las semanas y poco a poco olvidaron las medidas de precaución. En una ocasión envío a un colaborador suyo de apellido Mujica a que la acompañara al almacén El Corte Inglés a comprarse ropa más adecuada a su nueva realidad.
La esposa de Arnulfo ya debía estar enterada, así lo creía Anita porque la ciudad de Panamá era un lugar muy pequeño. Él le daba la razón. Pero no haría nada, le dijo él, nunca lo hace y eso la hizo sentir como una aventura más del presidente.
Una tarde yacían en la cama después de hacer el amor; él le apretó mucho la mano y le dijo: ‘Ana Matilde sabe que yo jamás la abandonaría. He luchado muy duro por lo que tengo y no podría causarle ningún daño ni a ella ni a su familia. Además que un divorcio acabaría con mi carrera política. Ella me conoce muy bien y sabe que hay una extraña seguridad en un hombre que siempre se está enamorando. Como presidente y antes en mi calidad de diplomático he conocido a muchas mujeres hermosas y las he disfrutado. Pero ahora tengo una gran responsabilidad como presidente de este pequeño país y espero que lo comprendas', dijo el presidente.
Los días de Arnulfo eran acaparados cada vez más por asuntos de Estado. Anita nunca sabía cuándo se verían y las llamadas antes tan largas y continuas empezaron a escasear. Ella sentía que a su manera él la amaba, pero sabía que no había la menor posibilidad de que el presidente dejara a su mujer para casarse con ella.
A finales de agosto del 1941, Anita recibe una carta de su madre, quien residía en un barrio obrero de La Habana suplicándole que vuelva de inmediato que le habían diagnosticado un problema hepático y temía por su vida. Con el poco dinero ahorrado Anita decide volver a su patria sin consultar con su amante porque le aterraba pensar que el presidente, amparado en su poder y de temperamento celoso, la pusiera a elegir entre él y su madre. Así que se marchó dejándole una larga esquela a donde le explicaba los motivos que la impulsaron a tomar esa decisión y su deseo de no perjudicarle más.
Cuando Arnulfo se entera de la salida de su amante de Panamá, su primer pensamiento fue de incredulidad, no estaba acostumbrado al rechazo y menos que una mujer lo abandonara de esa manera.
Desde su despacho consigue hablar con el cónsul general de Panamá en Cuba, al que le pide que muy discretamente averigüe por el paradero de su amante. Una semana más tarde, recibe un radiograma con la información requerida. Con ese aviso en su poder consigue ponerse en contacto con ella, que le cuenta que su mamá se restableció. Arnulfo le pide que regrese y ella insiste en que no hasta que unas semanas más tarde y actuando por impulso como tantas otras veces en su accidentada vida política planifica un viaje a La Habana, con el mayor hermetismo, para pasar unos días con Anita en el Hotel Miramar, en la playa de Varadero para convencerla quizá a que regresara con él.
El lunes seis de octubre de 1941, en la noche, sube a un scout del ferrocarril que lo lleva a Colón donde aborda un avión de la Panamerican Airways con destino a Barranquilla, de donde sale al día siguiente a Cienfuegos y de allí se va por tierra a Varadero. Todo esto hizo para evitar ser reconocido si viajaba vía La Habana. Pero con lo que no contaba Arnulfo era que la inteligencia americana estaba al corriente de todos sus pasos y que no desaprovecharían la ocasión para librarse de él. Era el siete de octubre de 1941. Dos días después, estando en Cuba, fue derrocado.
Arnulfo Arias Madrid fue deportado a Managua tras ser derrocado. De allí parte a México, en donde estuvo hasta 1942, cuando regresa a Cuba en busca de Anita De La Vega
Después de su derrocamiento, en octubre de 1941, se supo que, en base a interceptaciones telefónicas e informes recogidos por los agentes del servicio de inteligencia americano, dirigido por un mayor de apellido Carter, todos los planes del viaje del presidente eran conocidos con antelación.
Una vez que los americanos constataron que estaba fuera de Panamá, avisaron al ministro de Gobierno y Justicia, Ricardo Adolfo De La Guardia, con el que mantenían una relación de amistad.
LÍDER PANAMEÑISTA
La oportunidad se presentaba acogedora para quienes deseaban derrocar al presidente. La guardia presidencial solo contaba con treinta hombres al mando del mayor Oscar Ocaña, y la persona que quizá más habría podido oponer resistencia, el asesor de la policía, el teniente coronel Alleu, que se encontraba en una gira de trabajo en la provincia de Bocas del Toro. Con todos estos elementos a su favor y el apoyo del gobernador de la Zona del Canal, los conjurados, mediante una maniobra política, escogen como nuevo presidente de la nación a Ricardo A. De La Guardia.
Arnulfo se ve obligado a interrumpir su luna de miel. Alcibiades Arosemena, su amigo y uno de los dos que sabían lo del viaje, lo llama desde La Habana, donde se encontraba, para contarle sobre lo que estaba sucediendo en Panamá.
El presidente consigue un vehículo de alquiler y se dirige a la capital de Cuba, donde llega varias horas después y se hospeda en el Hotel Country Club. Luego se va para el Hotel Sevilla, donde se alojaba Arosemena. Allí le mostraron los cables que daban cuenta de su desaparición sin aparentes motivos.
Cuando la prensa cubana le cuestionó a Arias y le preguntó por qué abandonó su país, él respondió que fue a consultar a un famoso oftalmólogo cubano de nombre Cruz Planas. Pero, nunca supo explicar por qué pasó la noche anterior a su llegada a La Habana en el balneario de Varadero ni con quién.
Arias regresó a Panamá en el vapor Cefalú, tres días después, llegando al puerto de Cristóbal el 14 de octubre. Después de un día de negociaciones entre el gobierno, que había enviado a Galileo Solís para convencerlo de que no desembarcara en Panamá, Arias decide entregarse a las autoridades, en horas de la noche. Es encarcelado y posteriormente exiliado a Nicaragua.
Ese mismo día que es enviado al exilio el gobierno panameño autorizó al americano el artillamiento de todos los barcos que enarbolaran la bandera panameña, lo que Arnulfo les había negado pocos días antes.
El gobierno de Ricardo De La Guardia, temiendo la posibilidad de que Arias intentara retornar al país, envió una nota a todo su servicio exterior ordenando anular el pasaporte diplomático número 24 del expresidente.
Desde ese momento, una fiera persecución es montada desde Panamá a través del ministro de Relaciones Exteriores para mantener al expresidente inmovilizado en tierras nicaragüenses.
El entonces cónsul de Panamá en Managua, Virgilo Pérez Balladares, le responde al canciller que siguiendo sus instrucciones ha comunicado a las compañías aéreas y de vapores que el pasaporte de Arias ha sido invalidado y que no puede viajar.
Sin embargo, el expresidente consigue un salvoconducto emitido por el cónsul de México en Nicaragua, y viaja a ese país, en donde permanece hasta el 29 de enero de 1942.
Rescatamos la entrevista que dio Arnulfo a los periodistas un mes después de su derrocamiento, a su llegada a México. ‘Yo acudí presuroso a las oficinas de la compañía de aviación. Quería regresar a Panamá en el primer avión que saliese. Con la natural sorpresa mía se me dijo que no podía regresar en avión. Hasta me fue cancelado mi tiquete de vuelta'.
¿Y como volvió usted a su país?, le preguntó la prensa. ‘En barco, tardé varios días. Yo no tenía ningún temor y quise enfrentarme con la situación, pero no pude. En cuanto pisé tierra me llevaron a la cárcel. Allí permanecí una semana horrible, mi incomunicación era absoluta, no sabía qué pasaba, ni siquiera me dejaron ver a mi esposa ni a mi madre. Me exigían que firmara mi renuncia, cosa a la que me negué'.
¿Y cómo recuperó su libertad?, preguntó la prensa. ‘De una manera inesperada. Una madrugada la policía se presentó a mi celda, me hicieron salir y me acompañaron al aeródromo de Albrook. Una vez allí ocupe un avión que nos dejó en Managua (Nicaragua). Allí llegué como un vagabundo, sin documento alguno de identidad'.
En 1942, Arias sale de México con destino a La Habana a encontrarse con su amante Anita De La Vega, a la que le pide que lo acompañe a Venezuela. Para entonces se había iniciado la Segunda Guerra Mundial y Arias toma la decisión de establecerse en Caracas y ejercer cómo médico cirujano, que era su profesión.
A pesar de sus deseos de residir en esta ciudad, tuvo que desistir de su empeño porque el encargado de negocios de Panamá, Antonio Valdés, lo persigue y crea una opinión desfavorable del expresidente.
El día 29 de abril de 1942 sube a bordo del vapor ‘Cabo de Hornos', que lo conduce a su nuevo destino, Río de Janeiro (Brasil). Allí se queda hasta el 17 de agosto que viaja a Chile, donde lo esperaba su esposa Ana Matilde Linares.
Ambos se hospedan en el Hotel Carrera. Allí son visitados por Miguel Ángel Ordoñez y Jaime De León, estudiantes panameños de universidades chilenas.
Octavio Vallarino, embajador de Panamá en Chile, había enviado a Ordoñez a explorar el terreno y le sugiere al canciller que le ofrezca ayuda económica al estudiante para que este compartiera los planes de Arias.
Como no prosperó lo del estudiante Ordoñez, el embajador contrata a un inspector retirado de los servicios de inteligencia chilena -Ernesto Latelier- para que se encargue de seguir a Arias.
Estas pesquisas dieron como resultado conocer que Anita De La Vega estaba en Chile, en compañía de Arias, donde permanece hasta el 10 de noviembre de 1942, cuando viajó a Buenos Aires, en compañía de su madre, cuya salud estaba deteriorada. Ambas se hospedaron en el Hotel Plaza, en la habitación 755. El 21 de diciembre de 1942, Arnulfo llega a Buenos Aires y se hospeda en el mismo hotel y en el mismo piso en que estaba su amante .
El 4 de enero de 1943, el encargado de negocios de Panamá en Argentina, José De La Cruz Herrera, envía un extenso informe al canciller Octavio Fábrega en donde indicaba que Arias permanecía en el Hotel Plaza, en compañía de Anita De Vega.
A finales de 1943, el expresidente adquiere el apartamento 6D, en la avenida El Callao, en Buenos Aires, y se traslada al mismo.
El 21 de octubre de 1943 fallece inesperadamente en Panamá doña Carmen Madrid, madre del expresidente. Arnulfo era el hijo menor y siempre fue el consentido de ella. Entre ambos existían profundos lazos de afecto. Harmodio solicitó una audiencia al mandatario Ricardo De La Guardia, en donde le ruega encarecidamente que permita el regreso de su hermano menor para que asista al sepelio de su madre. De La Guardia se negó rotundamente a hacerlo.
El resto del año 1943 y parte de 1944, Arias se refugia en su soledad, en un luto profundo , como un tributo de afecto y devoción hacia su madre. Una vez superado ese dolor, con el afán emprendedor propio de su personalidad, viaja a Lizama, un pueblito ubicado a 55 kilómetros de Buenos Aires.
El 12 de abril del 1944 compra la finca ‘El Triunfo', de 264 hectáreas, al abogado Ricardo Lizcano por 35,697 pesos. En poco tiempo, Arias hizo grandes transformaciones en la propiedad convirtiendo una estancia improductiva en una exitosa empresa.
LA VIDA EN ARGENTINA
En Argentina, Arias es reconocido en el mundo cultural, por sus dotes de mando, por su inteligencia y su intuición, lo que le permite hacer grandes amistades en ese ámbito.
Famosas personalidades del mundo político se declaran sus amigos, en Argentina. Hasta el entonces vicepresidente de ese país, Juan Domingo Perón, lo invita al palacio de gobierno el 13 de septiembre de 1944. La noticia fue recogida por la prensa argentina y destacada con grandes titulares en los medios impresos.
Perón y Arias lograron establecer una gran amistad. Ambos tenían gustos similares, al punto que una década después (1955), Perón se casó con una cabaretera que conoció en el Happiland de Panamá.
Fuente Ricardo Bustamante V.