La obra escrita por el manchego Juan Francisco de Páramo y Cepeda relata, al estilo de Ercilla o Virgilio, las luchas de sobrevivencia de los gunas ante el avance de los invasores europeos en el siglo XVII
Con suerte, en las aulas de clase del país se continuará enseñando a nuestros estudiantes sobre los grandes poemas épicos de todos los tiempos: La Ilíada, La Odisea, La Eneida, y sus contrapartes americanas, La victoria de Roncesvalles (1624), Grandeza Mexicana (1604) y Elegías de Varones Ilustres de Indias, de Juan de Castellanos.
Más satisfactorio aún sería que se explicara en detalle a nuestros jóvenes que los panameños contamos con un poema propio tan importante y de tanto valor literario como La Araucana, de Alonso de Ercilla.
Si este último es considerado una reivindicación de La Guerra de Arauco, y el valor de los guerreros mapuches, en los confines de América del Sur, Alteraciones del Dariel, texto escrito en Panamá en el siglo XVII, ha sido reconocido como “la epopeya de los indios gunas” y uno de los “clásicos de la literatura colonial de Hispanoamérica”.
Esta obra poética del barroco panameño no solo rivaliza sino que “podría superar” a La Araucana en muchos aspectos, sostiene el investigador y catedrático colombiano Héctor H. Orjuela.
Alteraciones del Dariel, escrito por el manchego Juan Francisco de Páramo y Cepeda relata, al estilo de Ercilla o Virgilio, los sucesos ocurridos en la zona fronteriza de Panamá y Colombia, en el siglo XVII, y describe las luchas de sobrevivencia de los gunas ante el avance de los invasores europeos.
La obra describe la interacción entre españoles e indígenas, la decisión de los gunas de preservar su autonomía, su negativa a ser “resocializados” bajo costumbres y religiones europeas, o a ser tomados como esclavos para la explotación de minas. También, cubre sus ofensivas de guerrillas, dirigidas a la defensa de su estilo de vida, y sus alianzas con piratas ingleses y de otras nacionalidades.
La trama incluye acciones bélicas, relaciones amorosas, incluso entre indígenas y españoles, y está impregnada de alusiones de carácter mítico y fantástico tanto del Viejo como del Nuevo Mundo.
Descubrimiento de un manuscrito
El manuscrito de Alteraciones del Dariel reposó anónimamente en la Biblioteca Nacional de Madrid durante tres siglos, hasta que fue “descubierto” por el doctor Carlos Manuel Gasteazoro, quien hizo mención a la obra en su libro Introducción al estudio de la historia de Panamá, Tomo I: Fuentes de la época hispánica (México, 1956).
El investigador se había topado tres años antes con el manuscrito de 309 folios titulado Alteraciones del Dariel en diez y ocho cantos, por el Doctor Don Juan Francisco de Páramo y Cepeda, Caballero del Orden de San Jorge y Comisionado del Santo Oficio de la Inquisición de la ciudad de Cartagena en Panamá, Año de 1697.
Para Gasteazoro, se trataba de un “relato oscuro y difícil de seguir”, cuya lectura requería “un paciente ejercicio erudito” y no le atribuyó más mérito que el de ser el primer “gran esfuerzo poético hecho en la colonia panameña”.
“Empobrece el valor poético del poema el enrevesamiento barroco de pésimo gusto, por cierto, del que su autor pretende hacer gala. Poco hay en él de gracia, nada de vuelo de imaginación o de fuerza descriptiva”, concluía entonces el destacado historiador panameño.
Rescate de una obra
El primero en reconocer algún valor al texto de Páramo y Cepeda fue Antonio Serrano de Haro, embajador de España en Panamá y amigo de Gasteazoro, quien, animado por las conversaciones con éste, hizo el esfuerzo de leerlo varias veces, intentando superar las dificultades que imponía la pequeña e irregular letra del autor, además, del lenguaje poético enrevesado y profuso, típico de los gustos barrocos.
Serrano del Haro hizo posteriormente una crítica un poco más favorable que la del panameño en su obra Tertulia española: páginas panameñas de anteayer.
Quien realmente rescató la obra del olvido y le reconoció su valor fue el catedrático colombiano Héctor Orjuela.
Cuenta este que en el verano de 1989, por “circunstancias fortuitas”, “examinó el manuscrito en la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de Madrid.
“De inmediato lo devolví”, relata. “Así pasó también posteriormente dos veces consecutivas, cuando la dificultad de la lectura y el prosaísmo de los argumentos que preceden a los cantos me obligaron a abandonar una lectura que a ratos parecía imposible”.
Pasaron varios meses, pero Orjuela no podía olvidar los versos: “Finalmente, obsesionado por el recuerdo de trozos y versos del poema que repercutían insistentemente en la memoria, resolví dedicar una tarde entera al examen cuidadoso del códice”.
Con mucha paciencia, en 1994, el catedrático colombiano concluyó su labor de transcripción de las 309 páginas y publicó por primera vez el libro en Bogotá ese año (Alteraciones del Dariel: Juan Francisco de Páramo y Cepeda, Santafé de Bogotá, edit Kelly, 1994).
“A pesar de todo, Alteraciones del Dariel constituye el último texto de importancia en la épica del Siglo de Oro y cierra un ciclo que se comienza con La Araucana, a la cual, como hemos dicho, supera en varios aspectos, aunque no mantenga el tono grandioso, ni la unidad temática de su modelo, el cual es un clásico reconocido en el género”, concluye el literato en la introducción del tomo.
Difusión de la obra
En los años siguientes, los panameños Alfredo Castillero Calvo y Gloria Guardia relevaron a Orjuela como principales difusores del texto. A través de conferencias y artículos en diversas publicaciones (suplemento Talingo, Historia General de Panamá, Revista Iberoamericana, etc.) Castillero y Guardia motivaron a otros panameños a disfrutar de la obra.
A Castillero especialmente, como historiador, le correspondió realizar un estudio profuso de la época de Páramo y Cepeda en Panamá, lo que le permitió comprobar que, aunque salpicado de fantasía, el relato de este se ubicaba en un contexto histórico real y contenía datos que complementaban la información conocida sobre la época.
La trama de Alteraciones del Dariel transcurre después del año 1680, cuando empezaban a llegar innumerables incursiones de piratas de distintas nacionalidades en la zona de Darién, para encontrar en los indios gunas aliados dispuestos a colaborar contra el odiado enemigo español, sostuvo Castillero en una conferencia dictada en la Casa de América, de Madrid, el 7 de junio de 1999, titulada “Trasfondo Histórico de las Alteraciones del Dariel de J. F. de Páramo y Cepeda” y publicada posteriormente en el capítulo XXV del Vol. I, Tomo II, de la Historia General de Panamá, 2019.
Para el historiador, la alianza entre los indios y los piratas fue una muy auspiciosa, pues permitió a los piratas cruzar el Istmo hasta la costa pacífica para asolar a los pueblos de la costa y las islas ricas en perlas, llegando incluso a sitiar la ciudad de Panamá. A cambio, los gunas obtuvieron armas para pelear contra los españoles.
En este clima de hostilidad contra los indios fue que el padre jesuita Juan Francisco de Páramo y Cepeda escribió su manuscrito, mostrando en él su admiración por los gunas, sus habilidades guerreras y su coraje, y reconociendo en ellos las mismas virtudes y defectos que podía encontrar en los criollos o entre sus compatriotas” (Castillero).
Protagonista mestizo
Uno de los aspectos más interesantes del poema, razón por la que Gloria Guardia lo llama “fundacional”, es que el héroe, don Luis de Carrisoli, maestre de campo de los españoles es un mestizo, hijo de español y madre indígena, quien, sintiéndose orgulloso de su sangre aborigen, aboga por la unión y entendimiento entre las dos razas.
“Luis de Carrisoli era hijo de Julián Carrisoli, único sobreviviente de un naufragio en las costas del Darién, a las que llegó siendo un adolescente. Tuvo la suerte de ser protegido por el cacique guna Pucro, quien lo cuidó y lo casó con una de sus hijas”, explica Castillero Calvo en la misma conferencia citada.
Perspectiva del historiador
De acuerdo con el historiador, especializado en temas de la colonia, Alteraciones del Dariel es una joya documental que permite entender las mentalidades de la época colonial panameña. Su principal acierto, dice, es cubrir algunos hoyos negros de los documentos oficiales: narra costumbres, amores, batallas desarrolladas en lo más profundo de la selva, las estrategias de combate de uno u otro bando, la alimentación de las tropas.
“Detalles como la preparación en campaña, del pan o la carne, como la lengua de vaca se dejaba secar al sol. Páramo se solaza en estas descripciones y deja caer, como quien no quiere la cosa, indicaciones sobre el color de la res sacrificada, dándonos una de las poquísimas referencias a la tipología vacuna que se conocen para el período colonial”, explica Castillero.
También aporta sobre costumbres desconocidas del pueblo guna, “como la de raparse el cabello cuando mataban en combate a un español y retirarse al monte para purificarse tras un corto período de sufrido ascetismo. Hecho esto, eran promovidos al rango de “urunias”, o guerreros”, explica también Castillero.
El historiador destaca como “antológicos” algunos episodios violentos como el combate cuerpo a cuerpo entre el mestizo Luis de Carrisoli, y el astuto indio Tomás de Ibarra, a quien aquel vence.
“El relato es impresionante. En el fragor de la lucha, Carrisoli hiere gravemente a su oponente, cortándole un brazo y un pie. Este, enloquecido por la ira, le arroja el pie cercenado a la cara, para luego, ensangrentado y moribundo, rodar hasta el río donde es devorado por un caimán”.
“El final no puede ser más dramático. Raras veces escenas como esta se encuentran en los documentos de archivo. Por el relato se descubre que entre Ibarra y Carrisoli, o más bien entre las familias de ambos existían viejas rivalidades y un odio irrefrenable que se remontaba a sus abuelos”.
A diferencia de La Araucana, en Alteraciones del Dariel no hay enfrentamientos de grandes ejércitos. Aquí la naturaleza del terreno impone la guerra de guerrillas y las justas. Sin embargo en ellos sobresale el talento narrativo del autor, que como militar y poeta dotado de fina sensibilidad y sentido dramático, convierte algunas de estas lides en magníficos cuadros de acción guerrera, sostiene Orjuela.
Por Mónica Guardia
La Estrella de Panamá