11 Aug
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A 60 años de la revolución de Santa Clara

Fue un drama político criollo que capturó la atención del mundo, más que nada por sus estrellas de reparto: la bailarina Margot Fonteyn, John Wayne, Aristóteles Onassis

Era el domingo 19 de abril de 1959. El personal del Palacio de las Garzas se afanaba en los últimos detalles para el banquete que tendría lugar esa noche en la mansión presidencial. Flores. Champán. Canapés. Cristalería. Platería. Todo tenía que estar perfecto. El huésped de honor era una de las figuras más prestigiosas de la escena social del planeta, una de esas personalidades que rara vez visitaba Panamá.

El banquete empezaría tarde, a las 11 p.m., anunciaba la prensa, pues el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, había llegado a tierras panameñas apenas a las seis de la tarde, a bordo del yate real Britania, en la última etapa de un viaje de 100 días (ver The Crown , segunda temporada, episodios 2 y 3). Pasaría apenas unas horas en el país, justo para cumplir con su compromiso en la Embajada del Reino Unido y en la Presidencia de la República. En Londres, su esposa, su Majestad la Reina Isabel II, lo esperaba ansiosamente.

El aparente éxito de la velada quedaría plasmado en la portada de La Estrella de Panamá , que al día siguiente preservaba para la historia la visita del joven y apuesto príncipe, padre de dos niños (el tercero nacería exactamente nueve meses después).

Bajo el título ‘Llegó el Duque de Edimburgo', una de las fotografías de la primera plana mostraba al marido de la reina rodeado de un grupo de señoras maduras sonrientes, al parecer cautivadas por su presencia. En otra, aparece conversando, champán en mano, con ministros del gabinete de Ernesto de la Guardia, un selecto grupo de hombres a los que superaba notablemente en altura, pero no en educación formal: Fernando Eleta, ministro de Hacienda y Tesoro; Miguel Moreno, ministro de Relaciones Exteriores; Alberto Boyd, ministro de Agricultura y Comercio; y Roberto López Fábrega, ministro de Obras Públicas.

En un extremo del grupo se ubicaba el presidente de la República, quien lucía sonriente y aparentemente despreocupado, disfrutando de la noche: un raro momento de relax en medio de una tormenta de trágicos sucesos que parecía arrastrar a su gobierno a una posición cada vez más complicada.

Domingo en la tarde

El presidente De la Guardia tenía razones para preocuparse. El domingo en la tarde, mientras el duque arribaba al Muelle 1 del Club de Yates de Balboa, la agencia noticiosa France Press lanzaba desde Cuba un cable con una amenaza para su gobierno.

En entrevista exclusiva con la agencia, el siempre incendiario Rubén Miró, ahora refugiado en Cuba, anunciaba que grupos armados procedentes de diversos países del continente se preparaban para invadir a Panamá en los próximos días, en una revolución al estilo cubano.

La invasión tendría lugar, dijo Miró, antes del 22 de mayo, fecha en que se conmemoraba ‘el primer aniversario del asesinato de un número de estudiantes panameños por órdenes del coronel Bolívar Vallarino y el presidente de la República'.

‘Para esa fecha (22 de febrero)', anunciaba Miró a través de la agencia francesa, ‘ya se les habrá hecho justicia a esos nobles muchachos que llenos de ideales ofrendaron sus vidas por un Panamá mejor. Para entonces habremos expulsado del poder al grupo que hoy en día gobierna y que representa el imperio del crimen organizado, la corrupción y la vergüenza'.

Domingo en la noche

Esa misma noche, poco antes de que el presidente De la Guardia diera la bienvenida al duque de Edimburgo en su residencia, recibía una llamada urgente del coronel Bolívar Vallarino, comandante de la Guardia Nacional.

En un allanamiento en la casa del abogado Aníbal Illueca, en el exclusivo barrio de Coco del Mar, sus hombres se habían incautado de un cargamento de armas que parecía destinado a apoyar el golpe anunciado por Miró.

Escondidos en un entarimado especialmente diseñado para este propósito, los guardias encontraron quince fusiles semi automáticos y seis de pistolas de diferentes calibres, 100 tiros de carabina, 1,935 tiros de fusil calibre 3030 y 150 tiros para fusil calibre 45.

Pero Aníbal Illueca y Rubén Miró eran apenas figuras secundarias de este entramado revolucionario tropical, que el comandante Bolívar Vallarino venía siguiendo secretamente desde principios de año.

Domingo 19 en horas de la mañana

Hacía meses, el cuerpo policial había identificado al supuesto cabecilla. No se trataba de un izquierdista barbudo o un pobretón sin nada que perder, sino de una figura de los más selectos círculos de la sociedad panameña. No era casualidad que esa noche figurara en la lista de invitados al banquete en el Palacio de las Garzas en honor al príncipe, de quien era un viejo conocido, porque durante años había sido embajador de Panamá en la corte de su majestad.

No llegó a la fiesta, por supuesto. A esas alturas no se le esperaba, pues pendía una orden de arresto en su contra y era considerado ‘prófugo de la justicia'.

El líder del movimiento se llamaba Roberto ‘Tito' Arias, hijo del expresidente Harmodio Arias, y un exitoso abogado internacional por derecho propio, esposo de la primera bailarina del mundo, Margot Fonteyne, y amigo personal de John Wayne, Errol Flynn y Aristóteles Onassis.

Lunes 20

Dame Margot Fonteyn, distinguida por la reina Isabel por sus aportes a la cultura, tampoco había llegado a la cita en la Presidencia el domingo en la noche. No se encontraba en la ciudad.

Llegaría al día siguiente, a las cinco de la mañana, en el buque Nola, al mismo muelle en que había desembarcado el duque de Edimburgo, en la Zona del Canal, el día anterior.

No más llegar, le advirtieron que el jefe de la policía secreta Héctor Valdés la estaba buscando para interrogarla.

A diferencia de su esposo, prefirió afrontar a las autoridades y se puso en contacto con el fiscal, quien la condujo a la Cárcel Modelo.

La primera bailarina del mundo, la darling del Royal Ballet, su prima ballerina assoluta , no hablaba español, por lo que tuvo esperar, como cualquier hija de vecina, durante varias horas entre las desabridas y burocráticas oficinas públicas de la Cárcel Modelo hasta que se consiguiera un intérprete.

Fue ya avanzada la tarde cuando empezó el interrogatorio, que duraría unas tres horas más, en un proceso extenuante. El fiscal formulaba la pregunta. El intérprete la traducía al inglés. Dame Margot Fonteyn respondía. El intérprete traducía la respuesta al español para que la mecanógrafa la recogiera. Se leía lo escrito al intérprete para que este lo tradujera a Margot y ella hiciera correcciones.

Según trascendiera a la opinión pública, Fonteyn se portó en todo momento de forma correcta. Parecía tranquila y segura de sí misma. Su única preocupación era no parecer descortés hacia el fiscal.

Solo las manos y sus cejas revelaban su nerviosismo. Apretaba las primeras fuertemente y arqueaba las segundas cuando le hacían una pregunta comprometedora.

Su testimonio era uno. No sabía nada de armas ni de ningún plan para invadir ningún país. No sabía nada de política. Su esposo era un hombre pacífico. Sus métodos eran pacíficos. No tenía idea cómo había sido implicado en ese asunto tan sórdido.

Mientras ella terminaba su declaración, la esperaban ansiosos en la Procuraduría el embajador británico Sir Leslie Henderson y los familiares de su esposo. A las nueve de la noche, cuando terminó el interrogatorio, solo le permitieron encontrarse con el embajador.

Henderson indicó que él la llevaría a su alojamiento, pero las autoridades lo pusieron en su lugar: Dame Margot Fonteyn pasaría la noche en la Cárcel Modelo.

Martes 21

La noticia sería un escándalo internacional, pero en realidad, la Fonteyn solo estuvo en la cárcel unas horas. El Panamá América , en su edición del 22 de abril de 1959, reportaba que, a las 3:30 de la mañana del lunes, fue liberada y llevada apresuradamente al aeropuerto de Tocumen, donde tomó un avión rumbo a Miami.

Según la prensa de esta ciudad, a su llegada, la señora Fonteyn sonreía alegremente, pero se rehusó a responder preguntas acerca de su arresto en Panamá.

‘Lo siento. No voy a decir nada', dijo.

El Panamá América , propiedad de la familia de Roberto Arias, insistía en que la bailarina había salido del país por decisión propia y señalaba ‘que los precios de sus presentaciones internacionales estaban aumentando'.

Durante los días siguientes, sin conocer los detalles del asunto, los medios noticiosos ingleses desataron su furia contra Panamá. En Londres, la gente estaba indignada. En la Cámara de los Comunes, del Parlamento Británico, el ministro de Relaciones Exteriores John Prófumo, fue interrogado al respecto.

Notable fue un artículo del diario El Observer , en el que el autor, un tal J. Halcro Ferguson, acusaba a los panameños de ‘complejo de inferioridad'.

‘La breve detención de Dame Margot Fonteyn en Panamá, le ha dado a este país inventado en 1903 la publicidad que rara vez recibe... Esta república de opereta cómica tiene una población menor a los 800 mil habitantes (sic). Diez mil de estos son antillanos y 50 mil son indios que viven todavía en tribu... Desde su formación hace 56 años, el país ha sido dirigido por 29 presidentes, algunos de los cuales han sido asesinados. La política es un monopolio de una pequeña clase de descendientes de los españoles y los feudos políticos son más importantes que los principios'.

La campaña contra el país era atizada por la mamá de Margot Fonteyn, cuyas declaraciones a la prensa no escondían su indignación: ‘Lo que le han hecho a mi hija es espantoso', dijo. ‘De esto, no saldrá nada bueno para los panameños.'

(Fuentes: La Estrella de Panamá , El Panamá América , Associated Press , France Press , The Daily News ).

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