Lo de pozo, lo sabemos; pero lo de artesiano viene por la zona francesa en donde, durante la Edad Media, se hicieron famosos tales acuíferos: la región de Artois, la que antaño le decían en español Artesia. Al artesiano hay que diferenciarlo del pozo brocal, ya que este último tenía un cerco para protegerse de un accidente. Primero fue el pozo brocal y luego el artesiano, aunque ambos coexistieron durante el siglo XX. Importante porque el acuífero era más que un lugar de abastecimiento del vital líquido. Allí se reunión la comadres para charlar de temas variados (entre los que no faltaba el rumor pueblerino), así como los jóvenes que se pretendían e iban cada uno provisto de su recipiente, cántaro o lata. Entonces se hacían promesas a la orilla de la fuente y el brocal y el artesiano eran testigos de sus amores. Y así como el artesiano desplazó al brocal, de la misma manera, la fuente de agua casera -la pluma-, terminó por deshacer aquellas relaciones sociales surgidas al arrullo y rumor del líquido en las profundidades de la tierra o en la fuerza del músculo sobre la manigueta. Después, el agua se convirtió en mercancía y recibo mensual para desterrar el embrujo hídrico e imponer su pesetero precio.