01 Dec
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¡Alarma!, comemos cada vez más plástico invisible!

Imagine 2.800.000 ballenas azules, el mayor de todos los animales, apiladas unas sobre otras. Complicado, ¿verdad? Serían el equivalente a 500 millones de toneladas; la cantidad de desechos plásticos que, según Greenpeace, produciremos anualmente en todo el mundo en 2020. No parecen exagerar, por tanto, quienes dicen que vivimos en la Edad del Plástico o en el Planeta del Plástico.

Los problemas que esto crea son diversos. Uno de ellos, muy grave, es que toda esta basura que nos rodea y que no se biodegrada se erosiona y fragmenta hasta volverse minúscula, por lo que acaba muchas veces dentro de nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta. Hay plásticos incluso imperceptibles desde el inicio, como las microesferas usadas por la industria cosmética en pasta de dientes, exfoliantes, detergentes o geles que se escurren por el desagüe y escapan a los filtros de las depuradoras. Todos ellos son los llamados ‘microplásticos’.

Cada año ingerimos alrededor de 11.000 partículas de microplásticos, según investigadores de la Universidad de Gante, en Bélgica. Han sido hallados en el agua potable, del grifo y embotellada; en la sal, en pescados y mariscos, en cervezas y en la miel. «Es inevitable. Estas partículas ya están en el ambiente. De hecho, sospechamos que se encuentran en todos los alimentos», asegura María Íñiguez, ingeniera química e investigadora de la Universidad de Alicante, que ha comprobado la presencia de microplásticos en la sal de cocina.
Cuando empezó el muestreo, Íñiguez suponía que solo los detectaría en la sal marina, porque a los océanos van a parar, cada año, entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de basura plástica, según cálculos realizados en 2010 por Jenna Jambeck, experta en ingeniería ambiental de la Universidad de Georgia. La investigadora alicantina, sin embargo, también halló microplásticos en sal de yacimientos subterráneos. Según concluye Íñiguez, si cada día nos limitamos a comer los cinco gramos de sal (menos que una cucharada de té) recomendados por la Organización Mundial de la Salud, ingerimos unas 510 partículas por año. «Si lo comparamos con las 178 partículas que otros investigadores han encontrado en un único mejillón, la cantidad en la sal no es excesiva -admite la experta-. Aunque lo cierto es que todavía no sabemos cuánto es mucho ni cuánto es poco». Es decir, no se sabe aún cuáles son las cantidades ni los efectos nocivos para el ser humano.

Bomba tóxica

«Aunque no sepamos directamente los efectos acumulativos sobre la salud, las investigaciones nos llevan a creer que los microplásticos que ingerimos son una pequeña bomba tóxica», afirma Elvira Jiménez, responsable de la Campaña de Océanos en Greenpeace España. El hecho de que el plástico ejerza una preocupante atracción hacia otros venenos es lo que justifica esta sospecha. Es decir, al microplástico se le pegan hidrocarburos o metales pesados, que se suman a las toxinas que la mayoría de los plásticos ya desprende. El bisfenol A (BPA), el polibromodifenil éteres (PBDE) o los ftalatos, por ejemplo, son compuestos capaces de causar desequilibrios en el sistema hormonal en concentraciones muy bajas, que afectan sobre todo al sistema reproductor.

«En el mar, los tóxicos acumulados en microplásticos tienen una concentración mil veces mayor que la del agua a su alrededor. Un cangrejo o un pez se comen estas partículas, que, al llevarlas a la mesa, pasan a nuestro organismo», ilustra Jiménez. Es lo que Jesús Gago, investigador del Instituto Español de Oceanografía, llama ‘efecto caballo de Troya’: «Desconocemos el impacto sobre nuestra salud, pero de lo que no hay duda es de que el microplástico transporta la toxicidad dentro de nosotros».

El daño causado a mariscos y pescados, de hecho, ya está comprobado. «Se mueren atragantados, por dilaceraciones internas o porque los aditivos pegados a ellos pueden ser liberados durante la ingestión y producir toxicidad», explica Luis Francisco Ruiz-Orejón, investigador del Centro de Estudios Avanzados de Blanes, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Los animales marinos ingieren microplásticos porque son filtradores -caso de mejillones, ostras, almejas o navajas- o porque los confunden con alimento, como ya se ha detectado incluso en grandes pescados como el atún o el pez espada. Los comen ellos y, por lo tanto, los comemos nosotros.

Si pensaban o creían que nuestra inconciencia de botar basura al mar no iba afectarnos... SE EQUIVOCA, es una questión de karma, tarde o temprano nos afectará.


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