18 Nov
18Nov

Un país sin armas para imponer orden social

Las riñas entre soldados estadounidenses y policías panameños eran constantes en los primeros años de República. Tanto, que EE.UU. terminó exigiendo a Panamá que entregara los rifles de alto poder que tenía.

El ejército desapareció. Sin embargo, no había temor de la clase política. Los artículos VII y XXIII del Tratado Hay-Buneau Varilla, además del artículo 136 de la Constitición de 1904, eran cheque en blanco al ejército de Estado Unidos, para IMPONER el orden en territorio panameño.

Todas las armas del Ejército de Panamá fueron entregadas por el presidente Manuel Amador Guerrero al ejército de los Estados Unidos. En la nueva Zona del Canal se implementó la policía extranjera.

Panamá no tuvo policía como tal hasta el año 1908, cuando se dictó el decreto 183 del 23 de marzo. El primer comandante fue Eduardo Pérez, pero renunció a los días y se dejó en el mando a Leonidas Pretelt.

Pronto comenzaron los enfrentamientos en los barrios rojos de las ciudades terminales de Panamá y Colón. El presidente Belisario Porras, en su primer mandato (1912) compra rifles de "alta tensión", lo que le da poder de fuego a los panameños.

Esto provoca que el saldo de las riñas tumultuarias sea fatal. Mueren soldados estadounidenses y otros tantos resultan heridos.

Se tienen reportes que en 1911 el entonces comandante policial, Julio Quijano, abrió la armería para entregar armas a civiles en el enfrentamiento contra los marines.

Esto le costó el puesto a Quijano, quien debió exiliarse en Colombia.

En 1915 la temperatura de estos choques subió más allá de lo previsible. Era Porras presidente, y Ernesto T. Lefevre el Canciller. La gran potencia había dado el ultimátum: si no se entregaban los rifles de grueso calibre, el ejército de Estados Unidos entraría por ellos. Se preveía una matanza.

Reunión de notables

Luego del ultimátum, y de que el embajador de Estados Unidos en Panamá, Jennings Price, redujo el número de la escolta presidencial de 75 a 25 hombres.

El canciller Lefevre reúne una junta de notables, de todos los partidos políticos, para ventilar el problema. Les transmite el parecer del embajador Price: "El gobierno de Panamá no necesita una policía armada ni ejército, porque en caso de disturbios, el gobierno americano inmediatamente los sofocará".

El doctor Carlos Iván Zúñiga, en un compendio editado en 1973 por Ediciones Patrióticas, da cuenta de lo que en esa junta de notables se habló. He aquí un resumen:

Samuel Lewis. En 1912 dije que era inadecuado importar armas de "alta tensión", porque en manos inexpertas constituyen una amenaza para el ciudadano, y muy especialmente en época electoral. Hoy creo lo mismo.

Nicanor de Obarrio. Las armas deben entregarse sin ninguna demora, siendo como son una amenaza para todos los ciudadanos.

Nicanor Villalaz. El desarme de la Policía en Panamá y Colón envuelve en mi concepto un peligro grandísimo para nuestra soberanía. Si nos quedamos sin armas contra los americanos, que son los primeros que nos faltan, estamos perdidos.

Francisco Filós. Pienso igual que en 1912: la Policía debe ser un cuerpo enteramente civil. Estoy convencido de que la Policía no necesita ningún arma de alto alcance para mantener el orden social. Opino que las armas sean entregadas porque el cuerpo policial no las necesita.

Próspero Pinel. En 1912, en la oposición sostuvimos que la Policía sólo necesitaba escopetas, revólveres y garrotes. Creo que se deben entregar las armas de alta tensión.

Ramón Arias. Cuando se eliminó el veterano Batallón Colombia, que ayudó a independizarnos, sentí profundísimo dolor. En 1912, cuando EE.UU. pidió el desarme de la Policía, tuve el honor de oponerme a esa medida porque antes, como hoy, soy panameño.

General Manuel Quintero. Hay que desarmar todo el país. La Policía es una amenaza social.

Ricardo Arias. Debe reorganizarse el cuerpo de Policía, dándole un carácter netamente civil.

Santiago de la Guardia. Fui quien organizó el primer cuerpo policial. Antes había una cosa que se llamaba ejército, rezago del batallón Colombia. Esteban Huertas era el alma del batallón. Y los soldados le pertenecían a él. Eran una amenaza social.

Horacio Alfaro. En 1912 preferí 100 veces que subiera Porras, antes que hubiera una intervención de EE.UU.. Ninguna autorización tiene ese país para exigir la entrega de las armas.

Ricardo J. Alfaro. En un país como Panamá, en donde la resistencia por medio de la fuerza no es posible, no queda otro camino abierto, sino protestar ante el mundo entero.

Harmodio Arias Madrid. Considero que es preferible proceder con entereza de carácter, aunque peligre la independencia nacional. Si se pierde, que se pierda con dignidad. Creo que el Gobierno Nacional debe rechazar la solicitud de Estados Unidos, y si este insiste, que se apodere del armamento de la Policía por la fuerza.

Jephta B. Duncan. Me adhiero a aquellos ciudadanos que son de opinión que no se entreguen las armas voluntariamente; que se diga al gobierno americano que, si las quiere, que venga por ellas.

Augusto Boyd. Creo que la Policía nunca debió ser un cuerpo armado.

Estados Unidos se queda con los rifles panameños
La pugna, hasta 1916 diplomática, terminó con la insolencia de William Jennings Price, quien ordenó de modo definitivo el desarme, por considerar a la Policía un entidad “de gran peligro”.
El gobierno de Panamá se debatía entre la colonización (Estados Unidos), y el temor a Colombia, que podía mandar sus fuerzas militares para recuperar el territorio que consideraban usurpado en 1903.
Price llegó al extremo de disponer qué armas se podían usar: Rifles ligeros para la Guardia de Honor presidencial, y “shots guns” (armas cortas) para la custodia de presos.

Panamá terminó entregando las armas (944 rifles) que fueron llevados a un lugar seco y seguro de la Zona del Canal. Según dijo Price, los rifles serían devueltos a Panamá “en cualquier emergencia, o en caso de necesidad”.

Cuando sobrevino la “guerra” de Coto, contra Costa Rica, Estados Unidos no entregó las armas.
Por fortuna, el presidente Belisario Porras había escondido 90 fusiles “Mouser” en el sótano del Palacio Presidencial.

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