02 Mar
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La mañana del 15 de junio de 1945, bajo un cielo despejado que daba paso a los todavía débiles rayos del sol, un reluciente Teatro Nacional abría sus puertas para acoger a un variopinto grupo de hombres y mujeres a los que se había asignado la misión de decidir el futuro del país.

Con la frente en alto y con sus maletines de trabajo en la mano, 51 convencionales elegidos democráticamente el 6 de mayo anterior, se iban acercando al histórico edificio, conscientes de la importancia del proceso que iniciaba aquel día.

Allí estaban las educadoras Gumercinda Páez y Esther Neira de Calvo; el abogado Jorge Isaac Fábrega; el intelectual socialista Diógenes de la Rosa; el exalcalde Mario Galindo, el escritor Gil Blas Tejeria; el doctor Cecilio Castillero; el brillante empresario y futuro presidente de la República Ernesto de la Guardia; la poetisa María Olimpia de Obaldía y Leopoldo Arosemena, por mencionar algunos.

A las 9 de la mañana, los convencionales ocuparon sus escritorios de madera, especialmente dispuestos en el espacio del anfiteatro, bajo la mirada atenta del numeroso público que llenaba las lunetas, palcos y gradas de los pisos superiores del teatro.

Tras todas las solemnidades del caso, los convencionales se dispusieron a asumir sus funciones: no solo designar al nuevo gobierno de la República, sino legislar sobre necesidades inmediatas y elaborar la tercera constitución de la república en 42 años de independencia.

RESULTADOS

De la convención que se instituía aquel día, saldría la que el eminente jurista César Quintero llamaría más tarde la ‘más balanceada y democrática carta de gobierno que hubiera tenido Panamá'.

Ella regiría la vida nacional durante los próximos 36 años, hasta ser sustituida por un nuevo estatuto en 1972.

Entre los mayores aciertos de esa Asamblea Nacional Constituyente estuvo poner a cargo del gobierno al experimentado diplomático Enrique A. Jimenez, un hombre de gran prestigio y capacidad, y permitir a la mujer panameña la plena participación en la vida ciudadana.

En cuanto a sus labores constitucionales, la asamblea supo también reconocer, ratificar, ampliar y ordenar los aciertos de la poco reconocida Constitución de 1941.

FIN DE UNA ETAPA

Con la elección de Jiménez y el inicio de las tareas legislativas de la Convención, se cerraba un largo y complicado capítulo de la historia panameña, lleno de anomalías e irregularidades políticas.

El derrocamiento del presidente constitucional Arnulfo Arias Madrid, en 1941, el encarcelamiento de su primer designado (vicepresidente) José Pezet Arosemena, y la asunción de Ricardo Adolfo de la Guardia habían sido solo algunos de los hechos que conmocionaron a la ciudadanía.

De la Guardia, a quien los designios constitucionales imponían un gobierno de corta duración, estuvo en el poder durante tres años, que coincidieron con la incertidumbre de la II Guerra Mundial y el abundante flujo de efectivo que generaba la presencia de las decenas de miles de soldados estadounidenses que ocupaban 136 bases militares arrendadas por su gobierno a los norteamericanos.

El presidente enfrentó en todo momento fortísimas críticas de sus opositores que, con gran suspicacia, lo llamaban ‘el usurpador', ‘dictador' y ‘pretendiente al trono de emperador de Panamá', por su supuesta intención de permanecer en el puesto permanentemente.

LA ASAMBLEA ASUME FUNCIONES

Durante los primeros días, la Asamblea legisló algunos asuntos pendientes a través de decretos.

Entre otras cosas, recomendó al Gobierno romper relaciones con el general Francisco Franco y la Falange española, establecer relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética, e investigar a los gobiernos nacionales desde 1940.

Por sugerencia del diputado Jorge Ramírez Duque, quien alegó la necesidad de ‘dar prueba de una solvencia moral que nos escude y respalde', cada uno de los convencionales presentó una declaración notariada de su fortuna personal.

Poco después, se autoasignaron un salario mensual de $500 más otros $500 más por cada periodo de sesiones y $300 durante el tiempo de inactividad. (Según una calculadora de inflación, el salario de $500 de 1945 equivaldrían a $6,800 de hoy).

DEBATES DE ALTURA

Las sesiones diarias se caracterizaron por sus debates de altura intelectual, desarrollados en un ambiente de apertura y transparencia, que permitía a la prensa de la época dar reportes diarios de las discusiones, el comportamiento de los convencionales y cómo cada uno de ellos emitía su voto.

La Estrella de Panamá da cuenta de los esfuerzos que hacían los convencionales para alcanzar consensos con colegas provenientes del más amplio espectro ideológico.

En una ocasión, el diputado nacional Luis García de Paredes hacía un llamado a sus compañeros: ‘Yo, que soy conservador, hago esfuerzos por analizar este tema desde un punto de vista ligeramente a la izquierda, y asimismo, pido a los convencionales de partidos de avanzada, inclinarse a ver un poco más a la derecha, hasta llegar a un deseado equilibrio'.

En otra ocasión, como reportara este mismo diario, el convencional socialista Diógenes de la Rosa presentó, de forma imprevista, un propuesta para cerrar el periodo presidencial de Jiménez al 1 de octubre de 1948, lo que hizo que los diputados del partido del presidente, el Liberal Doctrinario, salieran de la sala repentinamente.

Al día siguiente, precisamente cumpleaños de Jiménez, este declaraba a La Estrella de Panamá que los convencionales no tenían la intención de hacer un desaire a sus colegas, sino consultar con su partido.

Seguidamente, el presidente manifestó, en relación a los deseos de los convencionales de poner fin a su mandato: ‘No puedo dejar de acotar ni de apreciar las medidas adoptadas por la Constituyente, por tratarse de un cuerpo que representa la soberana voluntad del pueblo' .

En otra ocasión, al discutirse el tema de la nacionalización del comercio, medida adoptada en la polémica Constitución de 1941 para evitar el dominio del comercio por parte de los extranjeros, especialmente los comerciantes chinos, el convencional Jorge Fábrega, en un alegato a favor de la medida, comentaba: ‘No concibo este país sin el concurso de los extranjeros, pero, por encima de todo esto, estamos actuando a base de una necesidad que se llama ‘derecho a la vida'. En nombre de ese derecho es que queremos que ese comercio sea para nosotros mismos', dijo el diputado.

Sus comentarios fueron refutados por el escritor Gil Blas Tejeira, quien opinó que no se trataba de ‘nacionalizar' el comercio, sino de proteger al comerciante panameño. Tejeira pasó a criticar el ‘nacionalismo exagerado', que había hecho crisis durante la guerra, trayendo ‘prédicas envenenadas' al pueblo.

‘El panameño necesita conciencia nacional, pero no debe creerse grande y único y mirar a los habitantes de los demás pueblos de la tierra como indeseables', dijo Tejeira, quien defendía que los extranjeros nacionalizados como panameños tuvieran igual derecho de ejercer el comercio al por menor, en contra de otros diputados que abogaban por exigir un periodo adicional de 5 años de residencia en el país antes de dedicarse a esta actividad.

‘El chino forma parte del panorama nacional', dijo el escritor, frase que le costó una serie de silbidos de las barras, que no lo frenaron de continuar diciendo que ‘no le había agradado cómo se había despojado a los chinos de sus tiendas al inicio de la guerra'.

‘Votaré a favor de proteger el comercio panameño, pero que no se cometan injusticias', pidió el diputado, según reportara La Estrella de Panamá al día siguiente.

En febrero de 1946, el trabajo de la Convención estaba finalizado y correspondía sancionar el nuevo estatuto de la República.

Así, en sesión solemne, el día 1 de marzo de 1946, a las 8 de la noche, los convencionales, fueron llamados uno a uno para firmar el estatuto.

A las 11:38 de la noche, relató este diario, el documento fue firmado por el presidente Enrique Jiménez, quien juró respetarla como ley suprema de la nación.

‘Yo, sinceramente creo que la Constitución que entra a regir hoy tendrá la virtud de crear bases seguras para la constante superación económica y social del pueblo panameño', dijo Jiménez.

La aprobación que hacía el presidente sobre el documento sería avalada años más tarde por el abogado constitucionalista César Quintero, quien en 1966, al conmemorarse los 20 años de la carta, todavía aseguraba que, a esa fecha, la Constitución Política de 1946 era un instrumento perfectamente apto para impulsar el desarrollo integral del país'.

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‘La Constitución de 1946 fue, sin duda, la más ponderada y democrática que ha tenido Panamá en su llamada era republicana. Fue debatida en libertad y transparencia',

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