07 Dec
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Sara Sotillo

Educadora panameña

Cuantos de entre nosotros no guardamos un recuerdo imperecedero de algún maestro o profesor que compartiendo con nosotros penas y alegrías, nos brindó su luz y su guía, abriéndonos las puertas del conocimiento o haciéndonos descubrir nuevas perspectivas sobre una misma realidad; brindándonos su apoyo, consejos y sabiduría para hacer de nosotros mejores personas, mejores ciudadanos. Por esta y muchas otras razones, muchos de nosotros escogimos ser docentes, para retornar con creces a las nuevas generaciones aquello que nos hizo crecer como seres humanos y que nos ha hecho las personas de bien que somos en el presente.
Ciertamente la educación ha tenido un gran avance, al estudiar la Historia general, podemos constatar como ésta se ha democratizado y diversificado.

En la Antigüedad, la educación era reservada a una elite, frecuentemente religiosa, que eran los que ostentaban el poder. En la Edad Media, la educación fue privilegio de un pequeño grupo y continuo de estar ligada a la religión. En el mundo occidental estuvo ligada al cristianismo, y transmitida por las órdenes religiosas de jesuitas, agustinianos y otros. La educación no era concebida como la transmisión del conocimiento per se, sino más bien como una misión de evangelización y de aculturación. La gran masa de iletrados recibía una educación oral. Los libros, en latín o griego, escritos a mano por los monjes en los monasterios eran reservados a un pequeño grupo de privilegiados.

Tendremos que esperar la Reforma Calvinista/Luterana, y el descubrimiento de la prensa por Gutenberg para que sean introducidos dos elementos fundamentales en la vulgarización del conocimiento, el primero es la utilización del lenguaje vernacular y el otro la posibilidad de reproducir masivamente los textos, lo que evidentemente hace más asequible el conocimiento a un mayor número de gente.

Más tarde, la separación de la Iglesia y del Estado, establece una educación laica que beneficiará a un número mayor de la población, ya que no será percibida como el instrumento de dominación de la Iglesia; sino como lo que es actualmente la transmisión de la acumulación del saber a las nuevas generaciones.

En Panamá, la educación evolucionará de igual manera, de ser el privilegio de algunos y de estar predominantemente en manos de ordenes o congregaciones religiosas, a ser el principal interés del Estado, gracias a los esfuerzos realizados a fines del siglo XIX con el fin de multiplicar las escuelas y las instituciones de formación para los educadores.
Los diversos gobiernos de la República acrecentarán sus esfuerzos en pro de la educación con planteamientos diferentes, unos hacia la multiplicación de planteles educativos, otros en pro de las mejoras de las condiciones de los educadores o la diversificación de la enseñanza y los otros en aras de la elevación de la calidad de la educación.

Cualesquiera que sean las políticas educativas de los diferentes gobiernos, un hecho sigue siendo realidad y es que, los educadores, aunque más numerosos y mejor capacitados que en el pasado, continúan sintiéndose desvalorizados. Es triste pensar, que el rol fundamental del educador en la formación del ser humano no sea aún apreciado a su justa valor. Realzar el prestigio de los educadores fue la principal lucha de una de las más grandes figuras en la educación panameña,

sara Sotillo.

Sara Sotillo nace el 19 de abril de 1900 en la Isla de San Miguel en el Archipiélago de Las Perlas, en la República de Panamá. Educadora, graduada de la Escuela Normal de Institutoras, luego de una breve estadía en la Escuela de Garachiné, será trasladada a la Escuela Manuel José Hurtado en dónde se jubilará luego de 30 años de desempeñar una labor que ella consideraba como un apostolado, la entrega de su cerebro y su corazón al servicio de la patria. Profundamente nacionalista, participó igualmente en el movimiento político de rechazo al Tratado Filós-Hines.

Su convicción, tenacidad y liderazgo en pro de la enseñanza, para elevar el prestigio de los maestros y mejorar su condición salarial, la llevaron a dirigir el movimiento de educadores, obteniendo grandes logros para la educación panameña, como lo son la creación del Magisterio Panameño Unido en 1944, la Ley 36 del 14 de septiembre de 1946 o ley de escalafón, la Ley 47 Orgánica de Educación del 24 de septiembre de 1946, la construcción de la barriada del maestro en Miraflores , la constitución de la Cooperativa de Ahorro del Educador y la Casa del Maestro en Obarrio.

Los que la conocieron la recuerdan como una persona recta, desprendida, perseverante en sus propósitos, tenaz en la realización de sus ideales, leal, con un gran espíritu de sacrificio, completamente desinteresada, extremadamente respetuosa con sus colegas a los que siempre procuraba convencer y no de imponer sus ideas y sobre todo orgullosa de ser maestra y hacer parte de este honorable cuerpo de docentes. Hasta su muerte el 16 de diciembre de 1961, continuó interesándose por los asuntos nacionales y la problemática educativa.

Podemos decir junto con Sara que esperamos que cuando el tiempo nos ordene entregar el mando a las generaciones de educadores que se vienen forjando ellos nos recuerden reverentes y tomen nuestro ejemplo como antorcha de inextinguible inspiración.

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