21 Nov
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Población indígena del Istmo antes de la época del Descubrimiento.

Cerca de sesenta tribus más o menos densas, regadas desde las orillas del Atrato hasta los confines de Chiriquí, habitaban el territorio del Istmo de Panamá a principios del siglo XVI, estimándose aproximadamente la población de todas ellas en unos 400.000 habitantes.

Las tribus actuales no son otra cosa que restos dispersos de varias de la conquista, pues gran parte de la raza originaria pereció antes del segundo tercio del siglo citado; de modo que contingentes extraños, introducidos por los conquistadores, fueron la base de la nueva población indígena esparcida especialmente en el occidente del país.

Características físicas de los indígenas del Istmo.

Los caracteres físicos de los indígenas que ocupaban nuestro territorio eran los siguientes: piel cobriza ó bronceada cuya intensidad variaba según las localidades; cabellos negros, lacios y gruesos; frente angosta; ojos algo hundidos bajo cejas negras; nariz pequeña, perfilada en unos, chata en otros; pómulos salientes; boca me diana; labios delgados; dientes blancos, bien coloca dos; mejillas proporcionadas y barba pequeña.

Generalmente los moradores de la costa tenían más tostada la piel y la talla más elevada que los de las sierras.

Las mujeres eran por lo común pequeñas, bien formadas, propensas en la vejez a la obesidad; "las más bellas y hermosas que he visto en las Indias", escribe el cronista Cieza de León.

Todos tenían muy empobrecido los sentidos del gusto y del tacto; pero en compensación muy desarrollados los de la vista, del oído y del olfato.

Las viviendas.

Generalmente constaban las casas de un solo piso; el armazón se formaba de varas unidas por bejucos o cortezas textiles, cubierto por cañas, a las cuales protegía por lo común una capa de barro.

El techo tenía forma cónica y lo cubrían pencas de palma ó haces de paja. Las puertas se formaban de palos delgados unidos entre sí, o bien de la piel de un cuadrúpedo. A tales viviendas se les llamaba bohíos.

Algunas estaban construídas sobre pilotes de maderas duras clavados en el lecho de los ríos o a las orillas del mar; otras formaban una especie de plataforma sostenida por postes, a la cual se subía por medio de una viga dentellada a modo de cremallera; otras se fabricaban en la copa de los árboles. Estas últimas viviendas eran comunes en los lugares inundables.

Algunas aldeas de Veraguas estaban rodeadas por largas estacas con el objeto de protegerse sus moradores del ataque de los enemigos y de las fieras.

Poco mobiliario constituía el ajuar de una casa. Dormían los indígenas en hamacas o en el suelo y comían sentados sobre éste, con los dedos.

En Chiriquí existían asientos de piedra y otros objetos del servicio doméstico.

Medios de subsistencia.

Vivían de la agricultura, de la pesca y de la caza. Cultivaban, el maíz, la yuca, el otóe, el plátano, el fríjol, el camote y otros vegetales alimenticios. Pescaban con redes, con anzuelos de espina de tiburón ó por medio de ciertas substancias vegetales que le echaban al agua de los ríos para adormecer los peces.

Para la caza poseían grandes disposiciones naturales: imitaban admirablemente las varias voces de los animales como los quejidos dolorosos de éstos o de sus hijuelos; trepaban y descendían a toda carrera una cuesta empinada como atravesaban con rapidez un río; ágiles y avezados a las fatigas de la intemperie, el ojo atento al menor movimiento y el oído al más imperceptible ruido.

Para obtener fuego frotaban rápidamente un palo contra un pedazo de madera y para aumentar la combustión le echaban yescas o hierbas secas.

Vestido. Adornos.

Las mujeres en algunas tribus usaban camisolas o enaguas; en otras andaban completamente desnudas. En Bocas del Toro y en parte de las hoy provincias de Colón y Panamá no usaban cubierta alguna ninguno de los dos sexos.

Hombres y mujeres llevaban pulseras en los brazos, zarcillos en las orejas, argollas en la nariz, sartas de cuentas al rededor del cuello, de los brazos y de las rodillas. Todos estos objetos eran de oro, de hueso, de caracolitos, de dientes o de uñas de animales.

También se horadaban con artificio las mejillas y las orejas para introducirse plumas de aves, flores, o una varita de oro. En las fiestas o cuando marchaban a la guerra llevaban los caciques en la cabeza penachos con vistosas plumas y los demás guerreros coronas formadas con uñas de fieras. Tanto el jefe como los súbditos se pintaban la cara y el cuerpo.

En Chiriquí las mujeres usaban una tela en la frente a modo de cinta. Algunas tribus aplicaban la extravagante y bárbara costumbre de deformarles la cabeza a los niños recién nacidos, colocándoles él cráneo entre dos tablillas, una en la región frontal y otra en la occipital.

Las armas y la guerra.

Las armas de que se servían los indios eran: arcos resistentes sacados de una palmera negra; flechas de madera con las puntas formadas por espinas de tiburones, de huesos o de dientes de cuadrúpedos; cerbatanas, dardos, mazas, lanzas de conchas de tortugas y macanas.

El derecho del más fuerte regaló a estas primitivas sociedades, pues para ellas no había, en rigor, derechos sino hechos. Unas tribus con otras peleaban frecuentemente por la ambición de acrecentar el territorio, por derribar un cacique por rivalidades lugareñas. Las hostilidades comenzaban sin declaratoria previa de guerra, triunfando casi siempre el más fuerte y en igualdad de circunstancias el más astuto.

La guerra era la escala para ascender a todas las jerarquías y todos los honores; de ahí que muchos la deseasen para mejorar de condición social. En los saqueos cada cual era dueño de lo que hallaba, porque no se consideraba hurto la apropiación de los bienes del enemigo; los prisioneros hechos en el campo de batalla pasaban a ser esclavos del vencedor, quien les hacía una señal especial, bien en los brazos, bien en la cara, o les quitaba un incisivo. Comunmente los tornaba para sí el cacique, quien a su vez regalaba algunos a los aprehensores; más en las tribus sin gobierno el prisionero pertenecía al que le había echado mano en el combate.

Las clases sociales.

Cada grupo indígena, alcanzara o no a formar un pueblo, tenía generalmente su respectivo jefe -el Cacique- súbdito de otro jefe más poderoso -el Tiba- quien gobernaba sobre una tribu. A este último le estaban subordinadas varias parcialidades de un mismo idioma, de idénticas costumbres y de creencias semejantes. El Tiba a su turno dependía de un jefe supremo llamado Quibi ó Quibián en algunas partes, Jura en otras.

Los españoles, sin embargo, designaban bajo el nombre genérico de Cacique a todo indio que tuviera mando.

Las clases sociales estaban deslindadas así:
Ocupaban el primer rango los nobles; en seguida los sacerdotes, quienes desempeñaban al mismo tiempo las funciones de médicos y adivinos; después los plebeyos, y por último los esclavos, que eran los prisioneros cogidos en la guerra.

A los nobles se les llamaba cabras o sacos; a los sacerdotes, piachas, leres y tequinas; a los plebeyos chuis; a los esclavos pacos.

Transmisión del señorío. - La Familia.

La regla más común era que el hijo mayor heredase al morir su padre; sin embargo, cuando éste no tenía sino solo hijas o hermanas, la sucesión pasaba al hijo de una de las últimas; a falta de ellas al de la parienta más cercana.

En la tribu de Panamá al morir el cacique lo reemplazaba en el gobierno el hermano que le seguía; no existiendo éste, el hijo de una de las hermanas.

Todo indígena tenía tantas mujeres cuantas pudiera mantener; sin embargo siempre una era la preferida. Cuando todas vivía juntas, la favorita entonces las mandaba, pero tratándolas bien.

Industria y comercio.

Algunas tribus fabricaban con barro diversas vasijas de uso doméstico, instrumentos de música y objetos de adorno; con las plantas textiles hacían petates, hamacas, redes y cuerdas; con las plumas de las aves primorosas mantas y coronas; con el algodón telas para vestidos y hamacas; con los metales preciosos diferentes joyas.

Sus embarcaciones las construían del tronco de los árboles. No disponían de bestia de tiro ni de carga; así como el transporte marítimo y fluvial se efectuaba en canoas, piraguas o balsas, el terrestre se hacía sobre hombros de pobres rústicos, escogiéndose al efecto para el oficio de cargador a las personas que tenían ancha espalda y robustos brazos.

El comercio se reducía al cambio o permuta de unos efectos por otros, debido ello ya que desconocían el uso de la moneda. Las ferias, eran muy frecuentes y concurridas.

Justicia y Religión.

Tenían pena de muerte para el adulterio, el asesinato y el perjurio. Al ladrón le amputaban un brazo, o una mano o los dedos. Los pleitos entre dos personas los decidía el cacique y las faltas no muy graves se castigaban con azotes. La fórmula del juramento consistía en sacarles un diente sin ninguna ayuda de calmante.

Casi todas las tribus profesaban el sabeísmo: creían que el Sol era el Dios creador de todas las cosas visibles é invisibles; a la Luna la consideraban esposa del astro-rey, e hijos de este matrimonio a los luceros y a las estrellas.

Los Ngäbere y Buglere adoraban los cerros. Los Tuira llamaban las parcialidades del Darién, el diablo, espíritu que según ellas intervenía de modo fatal y siniestro en las cosas humanas.

Había también ateos, como lo testifican los cronistas españoles.

Algunos indígenas creían en la inmortalidad del alma.

Consideraban la muerte como el punto de partida de un largo viaje; de manera que al morir un cacique era enterrado con sus joyas, sus vestidos, sus armas sus mujeres y sus esclavos a fin de que le sirvieran en la otra vida tal como le habían servido en ésta. Se le ponía también gran cantidad de alimentos para que tuviera con qué sostenerse durante la eterna marcha que iba a emprender. Por tanto, el concepto que se tenía de la vida futura era puramente material. Los que no creían en ella eran enterrados solos, sin alimentos ni objeto alguno.

Las tunibas de los indñigenas se llamaban huacas.

No faltaban los sacrificios humanos en una que otra tribu las víctimas eran esclavos o aves; también la ofrenda consistía a veces en alhajas, frutas, pan de maíz o sahumerios aromáticos.

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