18 Nov
18Nov

Panamá en 1903: ¿República independiente o colonia americana?

(El 18 de noviembre de 1903 se impuso el Tratado Hay Bunau Varilla, hijo de la "separación impuesta 15 días antes, extracto del libro: "La verdadera historia de la separación de 1903")

Los hechos posteriores son más conocidos y menos controversiales, por ello no nos detendremos en detalles. Sin embargo, cabe una reflexión: ¿El 3 de Noviembre de 1903, Panamá se convirtió en una República “independiente”, libre al fin del “yugo” colombiano, como afirma la leyenda rosa y la historia oficial panameña? ¿O se convirtió en un “protectorado”, es decir, una colonia intervenida y dirigida desde Estados Unidos? ¿Panamá perdió o ganó independencia? ¿La situación colonial se limitó a la Zona del Canal, como proponen algunos, o se extendió por todo el territorio del otrora Departamento del Istmo?

Las respuestas a estas preguntas no son ociosas, pues nos dan la verdadera medida del acontecimiento, y el lugar que éste debe ocupar en la historia del país. Los intérpretes de la versión “ecléctica” de nuestro pasado aseguran que no había otra opción, y que la “separación” fue el mal menor, el paso necesario, aunque mediatizado por la intervención norteamericana.

A ellos les preguntamos: ¿En verdad no había otra opción? ¿Cuál era la posición moralmente digna que un patriota debía adoptar en 1903? ¿Avalar una supuesta “independencia” para beneficiar a Estados Unidos con un tratado que le permitiera construir y manejar un canal en nuestro territorio “como si fueran soberanos”?

El punto de vista que defendemos es que la supuesta “independencia” o “separación” no fue más que un acto intervencionista de Estados Unidos, para el cual se prestaron las élites oligárquicas panameñas.

La única opción verdaderamente patriótica, en ese momento, era negarse a avalar estos hechos. Esta fue la actitud dignamente asumida en ese momento por los más prestantes líderes populares: Juan B. Pérez y Soto, Belisario Porras, y el anciano caudillo del arrabal Buenaventura Correoso, que se mantuvo al margen de los acontecimientos, e inclusive de sectores de las clases altas, como Oscar Terán. A ellos la historia oficial les mantiene convenientemente en el olvido.

Hay quienes pretenden que la “independencia” fue un acto legítimo, y que el problema se reduce a que los “próceres” fueron finalmente “traicionados”, por el francés Philippe Bunau Varilla. Si bien es cierto que en sus sueños crematísticos la oligarquía panameña no imaginó cuán al margen iba a quedar del “negocio” canalero, también lo es que a cada paso y presión de Bunau Varilla y del imperialismo norteamericano cedieron cobardemente.

Después de dudar un poco, le enviaron a Bunau Varilla el tan esperado telegrama: “La Junta de Gobierno Provisional de la República de Panamá lo nombra a usted Enviado Extraordinario y Plenipotenciario ante el Gobierno de los Estados Unidos de América con plenos poderes para negociaciones políticas y financieras”.

Enviaron a Amador y Boyd como los negociadores del nuevo Tratado del Canal, pero cuando éstos llegaron a Nueva York, y Bunau Varilla presionó a la Junta Provisional para que lo ratificaran a él como negociador y desconocieran a los panameños, a los cuales ni siquiera consultó, nuevamente cedieron contestándole: “Aprobamos que haya negado que los comisionados vayan a discutir y firmar el Tratado del Canal, todo lo cual concierne exclusivamente a Vuestra Excelencia. Amador y Boyd no tienen misión ante el gobierno americano, excepto la misión comunicada a Vuestra Excelencia en el cablegrama de ayer, con el fin de evitar pérdida de tiempo”.

En una carta personal de Amador Guerrero a su familia, recientemente publicada, fechada el 21 de noviembre desde Washington, éste ni siquiera parece enojado con los actos de Bunau Varilla, y más bien dice lacónicamente:

“Al llegar a Washington, encontramos que Bunau-Varilla, temeroso de que le robaran sus glorias, había firmado el Tratado, dándonos por excusa que la Junta no le había dicho que tenía que esperarnos. Me abrazó con efusión y lloró a lágrima viva.

“Con Bunau Varilla, visitamos ayer a Roosevelt, Hay y Loomis. Al primero le regalé un prendedor con la bandera de Panamá que me habían regalado y engalanó con él la solapa de su levita. Las conferencias fueron de lo más cordiales, creo que hubiéramos hecho un Tratado mejor porque Hay estaba muy bien dispuesto.

“Hablamos con él (Hay) como una hora y yo le hice presente cierta obscuridad con el Tratado, sobre los 250,000 oro que el P.R.R. (ferrocarril) pagaba al Departamento, los cuales creo debe continuar pagando. Nos dijo que mandáramos una nota a Knox, Procurador General, sobre el asunto y voy a interesarme a los Senadores en nuestro favor en este caso”.

Al leer esta carta se tiene la impresión de que Amador Guerrero, y por extensión sus acompañantes, Carlos Arosemana y Federico Boyd, dan como hecho consumado la firma del Tratado por Bunau Varilla. No se aprecia ninguna intención de cuestionar, ni de intentar renegociar lo hecho por el francés, pudiendo hacerlo, pues tenían como interlocutores directos a Roosevelt y Hay.

Apenas se atreve a insinuar una enmienda, y ella se refiere a la anualidad de la Compañía del Ferrocarril. Es decir, a Amador Guerrero no le preocupan otros aspectos del Tratado, como la afectación de la soberanía, la jurisdicción, la Zona del Canal, etc. Sólo le preocupa la plata. La cual, a fin de cuentas, tampoco consiguió.

En Panamá, los miembros de la Junta Provisional parecieron ponerse firmes exigiendo lo mínimo, que para su ratificación el Tratado debía ser enviado a Panamá. Pero se dejaron amedrentar del francés quien, bajo la amenaza de que Estados Unidos les quitaría el apoyo y negociaría con el enviado del gobierno colombiano, aceptaron ratificarlo sin enmiendas ni modificaciones tan pronto llegara. Lo cual hicieron en menos de 24 horas, sin siquiera traducir el Convenio al español. Para hacerlo más humillante, lo devolvieron inmediatamente al cónsul norteamericano sin quedarse con una copia.

“Con inmensa satisfacción se le informa a Vuestra Excelencia que hemos ratificado el Tratado del Canal unánimemente y sin modificaciones. Esta acción del Gobierno ha ganado la aprobación general”.

Este telegrama, enviado el 2 de diciembre, desmiente la versión histórica que ha pretendido exonerar a los “próceres” de toda responsabilidad, presentándolos como víctimas de Bunau Varilla, con la trillada frasecita de que el Tratado Bunau Varilla, fue el “tratado que ningún panameño firmó”.

Ninguno lo firmó. Pero los miembros de la Junta de Gobierno Provisional sí lo ratificaron, pudiendo no hacerlo. Pudiendo proponer enmiendas o, al menos, interpretaciones.

Lo más lamentable es que tres días antes, el 30 de noviembre, las diferencias que habían empezado a aflorar entre Cromwell y Bunau Varilla, habían motivado que el primero cablegrafiara al capitán Beers, por medio de un funcionario de la Compañía del Ferrocarril de apellido Drake, para que comunicara a la Junta de Gobierno panameña que todavía podía renegociar, y denunciaba el Tratado firmado por el francés, pues era objetado por algunos senadores, ya que no era panameño, y que en el mismo se había renunciado a muchos derechos que Panamá habría obtenido con sólo exigirlos.

Los “próceres” ratificaron en condiciones humillantes un Tratado que, a todas luces, era mucho peor que el Tratado Herrán – Hay, que con tanta razón habían rechazado panameños y colombianos. Comparemos el texto de ambos convenios, respecto al tema de la soberanía. El Tratado Hay – Bunau Varilla , en su Artículo III, dice:

“La República de Panamá concede a los Estados Unidos en la zona mencionada y descrita en el Artículo II de este Convenio y dentro de los límites de todas las tierras y aguas auxiliares mencionadas y descritas en el citado Artículo II, todos los derechos, poder y autoridad que los Estados Unidos poseerían y ejercitarían si ellos fueran soberanos del territorio dentro del cual están situadas dichas tierras y aguas, con entera exclusión del ejercicio de tales derechos soberanos, poder o autoridad por la República de Panamá”.

Mientras que el Tratado Herrán – Hay, en el Artículo IV, decía:

“Los derechos y privilegios concedidos a los Estados Unidos por los términos de esta Convención no afectarán la soberanía de la República de Colombia sobre el territorio dentro de cuyos límites habrán de ejercer tales derechos y privilegios. El Gobierno de los Estados Unidos reconoce en todo esta soberanía, y rechaza toda pretensión de menoscabarla de manera cualquiera o de aumentar su territorio a expensas de Colombia o de cualesquiera de las Repúblicas hermanas de Centro o de Sur América; pues desea, por el contrario, robustecer el poder de las Repúblicas en este continente y promover, desarrollar y conservar su propiedad e independencia”.

Para confirmar el carácter de colonia en que quedamos sometidos luego de la “separación”, al momento de redactarse la primera Constitución Política de la República, en enero de 1904, el prócer Tomás Arias, de una conversación con los embajadores norteamericanos Baupré y Buchanam, se le ocurrió (creemos que le propusieron) la inclusión de un artículo (Artículo 136), copiado del modelo cubano (Enmienda Platt) que literalmente decía:

“Artículo 136. El Gobierno de los Estados Unidos de América podrá intervenir en cualquier punto de la República de Panamá, para establecer la paz pública y el orden constitucional, si hubiere sido turbado, en el caso de que por virtud de Tratado Público aquella nación asumiere, o hubiere asumido, la obligación de garantizar la independencia y soberanía de la República”.

El Tratado Hay – Bunau Varilla, el Artículo 136 y los hechos que desembocaron en el 3 de Noviembre de 1903, marcaron los siguientes cien años de historia panameña, y lo siguen haciendo aún. No tardaron mucho en extinguirse los sueños de riquezas que lloverían sobre Panamá, con los cuales los conspiradores de 1903 consiguieron apoyo público para su traición.

Los líderes populares, encabezados por Buenaventura Correoso, se opusieron al Artículo 136, y empezaron una lucha generacional por la abrogación del Tratado Hay – Bunau Varilla. Lucha que se fue nutriendo, década tras década, salpicada de movilizaciones y heroicas confrontaciones, como el Movimiento Inquilinario de 1925, el rechazo del Tratado de 1947 o los acontecimientos del 9 al 11 de Enero de 1964.

Mientras la vendepatria oligarquía panameña medrosamente rogaba a Estados Unidos enmiendas al Tratado de 1903, con el fin de obtener alguna tajadita del negocio canalero, el pueblo, desde abajo, fue construyendo un movimiento nacionalista contra la presencia colonial norteamericana luchando por la verdadera independencia. Fue en este proceso en que se forjó el nacionalismo panameño, luchando contra el colonialismo y el imperialismo yanqui, y no contra Colombia, como falsamente enseña la historia oficial.

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