Ovidio Díaz: los cien años de una leyenda
Ya fuera como político, empresario o ciudadano, Ovidio Díaz ha estado presente en la mayor parte de las luchas republicanas. Este mes cumplió 100 años de vida
En los 40, fue uno de los más activos miembros de la Federación de Asociaciones Santeñas. En los 50 y 60 fue diputado, funcionario, empresario y voz de una nueva generación de panameños.
Para celebrar su centenario, este mes de marzo, familiares y amigos se dieron cita en un colorido evento en el Hotel Sheraton. Allí estuvieron presentes viejos compañeros de lucha, como Raúl Montenegro, Gabriel Diez, R. Delvalle, Mayín Correa, algunos de los cuales se acercaron al micrófono a dar testimonio de la amistad que los unió durante varias décadas.
‘Allá por la década del 80, Ovidio me invitó a participar en un negocio de árboles maderables. Me prometió que veríamos los frutos en 30 años, pero yo no creí que estaríamos vivos para entonces. Si hubiera creído en él, hoy sería millonario', recordó uno de sus más jóvenes amigos, abrazándolo desde un podio improvisado en la pista de baile, mientras que Díaz, a su lado, lo observaba medio confundido y medio cómplice en su silla de ruedas.
Otros recordarían los viajes por el mundo en representación del gobierno panameño, sus discursos y afanes empresariales, siempre sui generis. Otros más traerían anécdotas como la caída del avión en que viajaba desde Pedasí a la capital, el 28 de enero de 1985 cuando, como legislador, presidía la comisión de presupuesto de la Asamblea Nacional.
Los motores del avión fallaron y el avión se desplomó entre las islas de Otoque y Taboga. Gracias a la pericia del piloto, el aparato cayó de barriga, por lo que no se hundió de inmediato, dando tiempo a los pasajeros a salir por una de las puertas del avión. Afortunadamente, ninguno de los viajeros sufrió daños de cuidado.
Aquel serio acontecimiento fue convertido en una broma nacional gracias al sentido del humor de Díaz, quien en los días siguientes no se cansó de contar a periodistas y conocidos cómo mientras esperaban a ser rescatados, en las aguas de la bahía, rodeados de tiburones, vio aparecer como por arte de magia, flotando, el maletín que contenía intacto el presupuesto de la República, listo para ser discutido ese día en la Asamblea.
Pero Ovidio Díaz es más que anécdotas graciosas. El es uno de los representantes de una generación de panameños que tuvo que luchar contra grandes obstáculos para construir el destino de este país cuando todo estaba por hacer.
Le correspondió una época de optimismo, en la que se creyó que con esfuerzo, planificación y los adelantos científicos, se podía acelerar el proceso de desarrollo de la nación, lo que no habían podido hacer las generaciones anteriores por falta de acceso al conocimiento y a la información.
‘La difusión de las ideas a través de la comunicaciones, la universalización de la cultura, fueron despertando en nuestro tiempo la conciencia de que podíamos aspirar a mejores niveles de vida, a través de las debidas transformaciones estructurales en la vida social y económica', reflexiona Díaz en su libro de memorias Tenacidad, Superación y Optimismo , publicado en el año 2005.
‘Se retaba la sociedad tradicional, el conformismo en la conducción social, en la miseria, o la teoría sedativa e irreal de que vivimos en un mundo de igualdad, cuando el sistema social no ofrecía igualdad de oportunidades….'.
Ovidio Díaz nació en el poblado de Macaracas, en la provincia de Los Santos, el 26 de febrero de 1919. Acababa de terminar la I Guerra Mundial y Rusia todavía estaba inmersa en su guerra civil. Belisario Porras era presidente del país por segunda vez.
Entonces Macaracas quedaba a seis horas de caballo y tres días de viaje de la ciudad capital. Como la mayor parte de las provincias del interior de la República, era un pueblo aislado. Las viviendas eran de paja y quincha y los puercos circulaban libremente entre la gente.
Su padre, José Casimiro Díaz, era un médico tableño descendiente de los próceres de la independencia. Su madre, una sencilla mujer de Macaracas que vio en él un futuro de excepción, por lo que no lo dejaba unirse a los otros niños en sus juegos. Mientras los de su edad iban encutarrados y jugaban en los campos y ríos con sus biombos, él debía vestir bien, quedarse en casa y comportarse como un señorito. ‘Tú serás presidente de la República', le repetía su progenitora, recuerda Díaz, en son de protesta, en sus mencionadas memorias.
Aunque reconoce que la ambición materna impulsó su deseo de superación, los planes de que se convirtiera en presidente quedarían truncados cuando perdió, en la temprana adolescencia, a ambos padres. A partir de entonces, tuvo que abrirse paso por sí mismo.
En el año 1935, recibió una beca para optar por el título de Perito Agrónomo en el Jardín Experimental de Summit, un programa de internado en la antigua Zona del Canal que mezclaba los estudios secundarios con las prácticas de Agricultura. Fue en esos años que desarrolló su primera ‘iniciativa empresarial', vendiendo las iguanas que cazaba en el jardín. ‘Me convertí en el mejor cazador del grupo y cada semana lograba vender un mínimo de 30 iguanas a veinticinco centavos cada una, lo que permitía comprar ropa, calzado y hasta ayudar a mi familia', recuerda en su libro de memorias.
En los años siguientes fue obrero de la construcción, calentador de alquitrán, albañil. Trabajó en puentes, carreteras, alcantarillados, minas, edificios, viviendo la angustia de los despidos injustificados, jefes abusivos, y otros males de la vida laboral precaria. En las noches estudiaba en la Escuela de Artes y Oficio, en la que acumuló los títulos de agrimensor, topógrafo, maestro de obras, y perito mercantil.
Su deseo de superación lo llevó a ingresar ya de veintipico de años a la Universidad de Panamá, para estudiar ingeniería.
Tenía toda la capacidad y energía para hacerlo, pero tenía un impedimento serio: no era bachiller en ciencias. Se le ocurrió la idea de asistir como oyente y pedir a los profesores que le llevaran las notas de las asignaciones y pruebas como si fuera alumno regular.
Fue una época de gran esfuerzo, en la que además de tener su propia compañía de construcción (Arauz, Díaz y Montenegro), se involucró en todo tipo de actividades cívicas. Fue miembro activo del Frente Patriótico de la Juventud, presidente de la Sociedad Pro Macaracas, secretario general de la Federación de Santeños Unidos, organización de autoayuda que buscaba superar las condiciones de atraso, promoviendo la construcción de obras públicas.
Fue también presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios, parte del Concejo General Universitario y de la Junta de Facultad.
Terminó materias en el año 1952 y la facultad, que había visto su esfuerzo, capacidad y buenas calificaciones, decidió aprobar su graduación. Así obtuvo su título de ingeniero civil, cuando tenía 33 años de edad.
Nueve años después, en 1961, fue electo presidente de la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA) posición para la que fue reelegido en 1962. En su discurso de toma de posesión, hizo notar que se trataba de la primera vez en que un profesional graduado en Panamá llegaba a esta posición.
‘La cultura superior ha llegado al alcance de los grupos populares, permitiendo a muchos obtener un título académico que nunca hubieran podido adquirir basados en las posibilidades económicas de su familia', dijo días más tarde Sergio Castro, en un homenaje en su honor organizado por el orgulloso pueblo macaraqueño.
‘Ovidio es producto de una vida forjada a golpe de esfuerzo, sacrificio y de consagración al estudio... ha llegado a donde está por haberse hundido en las bibliotecas, por haber escrudiñado en los libros', continuó Castro.
Para más orgullo de su pueblo natal, en el año 1962 aceptó la invitación del presidente Roberto Chiari de convertirse en director de la Comisión de Caminos, Aeropuertos y Muelles (CAM), una de las posiciones más complicadas dentro del Ministerio de Obras Públicas. Como revela Díaz en sus memorias, lo primero que hizo al asumir el cargo fue despedir a las 20 botellas que había en el departamento, a pesar de la advertencia de que en su mayoría eran recomendados de personas de influencia que le harían la vida imposible. Efectivamente, así fue, durante los primeros meses al mando del CAM se le hizo una campaña que insistía en llamarlo ‘Ovidio hueco', en referencia al mal estado de las calles.
Sin embargo, con tesón, logró combatir la mala imagen y dejar su nombre bien parado. Una de sus iniciativas más exitosas fue la llamada ‘Ayuda Mutua', que le permitió paliar la eterna carencia de recursos del Estado, a través de este programa que ofrecía a las comunidades interioranas el equipo del ministerio, además de materiales y mano de obra, si estos proporcionaban el pago de los operadores.
En 1964 obtuvo una curul en la Asamblea Nacional. Como diputado, le correspondió ser miembro, junto con Jacobo Salas y Abraham Pretto, de la comisión que estudió las acusaciones para la destitución del presidente Marco Robles.
A pesar de que se desempeñó en una variedad de puestos públicos, Díaz siempre tuvo más afinidad por la iniciativa empresarial. Fue socio de la constructora Arauz, Díaz y Montenegro, de una empresa maderera, un taller de ebanistería, una fábrica de pinturas, una molienda de cal, entre otros.
Fue presidente de la Cámara Panameña de la Construcción durante dos periodos; presidente del Consejo Nacional de la Empresa Privada durante tres periodos; presidente de la Organización Regional de Cámaras de Construcción de Centro América y el Caribe, durante nueve años.
Hasta sus ochenta y noventa años se mantuvo activo, siempre proponiendo nuevas ideas para el progreso de la patria.