Mateo de Ribera (1604-c.1663) Poeta criollo panameño. El más sobresaliente autor en la antología poética. Llanto de Panamá y principal talento de la denominada “primera generación poética” de 1638.
Mateo de Ribera nació en Panamá en 1604 o 1605, según noticias de su biógrafo, el estudioso y diplomático español Antonio Serrano de Haro. Su padre fue el militar español Mateo de Ribera, quien después de una activa vida militar en su tierra se enroló en la carrera de Indias como uno de los capitanes de las tropas que protegían la flota de Tierra Firme, que llevaba las mercancías y correspondencias desde España al Perú y a Chile a través del Istmo en 1589. Ribera fiinalmente se asentó en América. Debió llegar soltero, y contrajo nupcias en el Reino de Tierra Firme con doña Juana de Nombela. De su matrimonio nacieron varios hijos, y entre ellos el poeta. La infancia y la adolescencia de Mateo de Ribera hijo debieron transcurrir entre Portobelo, en la costa caribeña y Panamá, del lado del Mar Pacífico. En la ciudad de Panamá cursó todos sus estudios. No pudo, como otros contemporáneos suyos, asistir a la universidad más cercana –la de San Marcos de Lima, Perú-, posiblemente porque la muerte del padre lo hubiera obligado a hacerse cargo del patrimonio familiar. Según opinión de su biógrafo, Antonio Serrano de Haro, este vínculo despertó en él un temprano patriotismo local. Fue considerado un estudiante excelente en el colegio de la Compañía de Jesús en Panamá, donde estudió letras humanas y teología moral.
Fue ordenado sacerdote hacia 1630, y permaneció en Panamá estudiando, cuidando su hacienda y a cargo de sucesivas capellanías. La primera para la que fue oficialmente nombrado fue una de las dos capellanías con que contaba la Catedral para ayuda del culto divino y de las confesiones. La ocupó durante más de cuatro años.
El nombre de Mateo de Ribera ha permanecido en la memoria de la posteridad por la muerte, acaecida en Panamá el día 3 de noviembre de 1638, del Gobernador don Enrique Enríquez de Sotomayor, que conmovió a la capital del Reino de Tierra Firme. Solemnes honras fúnebres se tributaron al joven y virtuoso gobernador, y cuatro años después se publicó en Madrid, en la imprenta de Pedro Taso, un volumen conmemorativo, que recogía la biografía del difunto gobernador junto con una corona poética que varios ingenios panameños y españoles radicados en Panamá dedicaban a su memoria. El libro es hoy pieza rara tanto en las bibliotecas españolas como en las hispanoamericanas, y está reseñado en el Catálogo de Manuscritos poéticos castellanos de la Hispanic Society, de A. Rodríguez Moñino y María Brey Mariño, con el número LVIII. También existe una versión manuscrita. En 1984, D. Antonio Serrano de Haro presentó, tras riguroso estudio, una edición anotada del texto, bajo el título de Llanto de Panamá. Así se dio a conocer la obra, que constituye parte de la historia cultural de Panamá, y particularmente de su historia literaria.
Mateo de Ribera fue el cronista de Llanto de Panamá, y con bastante precocidad en el tiempo histórico -en opinión de Serrano de Haro- transmitió el juicio crítico de un criollo acerca de una primera autoridad de la Corona: el gobernador Enríquez de Sotomayor. De igual modo, el erudito español ha expresado puntos de vista acerca de la posible existencia de un cenáculo de intelectuales españoles y criollos -entre los que hay un médico, clérigos y otros religiosos-, que escribieron cuarenta y dos poemas para llorar la muerte del gobernador. El grupo parece haber tenido como centro el Colegio de los Jesuitas. Aunque la cultura académica había sido importada de España, Llanto de Panamá demuestra que no desconocía la realidad local, pues, como observa Serrano de Haro, es admirable la vitalidad de la muestra, que incluye la descripción de escenas tan peculiares del Panamá del siglo XVII como la pesquería de perlas, en un trasfondo temeroso de incursiones de piratas. La colección brinda, además, según Serrano de Haro, los primeros ejemplos conocidos de la décima forzada en la literatura panameña, que continúa prestando en la actualidad su graciosa forma a la musa popular panameña, incluso en concursos televisivos para damas y niños. La décima forzada comienza con una redondilla (estrofa de cuatro octosílabos que riman consonantemente el primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero), y al final de cada una de las cuatro décimas que estructuran el poema, se van repitiendo los versos de la redondilla.
En 1640, Mateo de Ribera fue nombrado titular de la capellanía de la Venta de Cruces, un servicio que se ofrecía anualmente para atender a los marineros de la flota que llegaba a Portobelo.
A finales de 1640, Mateo de Ribera organizó una expedición a la región de El Darién, para ocuparse de la explotación de unas haciendas de su propiedad, presumiblemente heredadas de su padre. Debieron ser ricas, pues Serrano de Haro informa que existe constancia de un robo de ganado vacuno, perpetrado por indígenas al hermano de Mateo, que alcanzó la cifra de dos mil cabezas. El viaje, más allá de Chepo y Bayano, dos regiones de la actual provincia de Panamá, obligaba a atravesar un territorio peligroso en el que la Corona no había podido consolidar su sistema político y administrativo. Mateo de Ribera viajó como colono, sin prescindir de su condición sacerdotal, y se hizo conceder una licencia episcopal para ejercer su ministerio en Bayano. Entre las razones que lo habían movido a solicitar dicha autorización, menciona el mismo Ribera las actividades económicas de la región: los aserraderos de madera (aún hoy importantes), los trapiches de caña de azúcar y los hatos de ganado en la sabana. La expedición tuvo dos propósitos: el corte de madera y la reducción de un hato de vacas. Acompañaba a Ribera un nutrido grupo, conducido por un impulso aventurero y bucólico, a más de mercantil. Los viajeros pasaron una temporada en San Jerónimo, poblado de indios fundado años antes por fray Adrián de Santo Tomás y Julián de Carrizoli. Tal vez este sea el mismo don Julián de Carisolio, hijo de español e india, que aparece en las páginas de Alteraciones del Dariel, extenso poema de don Juan de Páramo y Cepeda escrito alrededor de 1697, y editado en Santa Fe de Bogotá en 1994 con los comentarios del Dr. Héctor H. Orjuela.
Mateo de Ribera regresó a Panamá a mediados de 1641, y en mayo de 1642 fue nombrado capellán de la Audiencia. Pero al acercarse a los cuarenta años mostró un anhelo imperioso de mayor horizonte, y en 1643 solicitó a las autoridades eclesiásticas una canonjía, u otra dignidad eclesiástica en cualquier iglesia de Indias. Su petición tuvo respuesta afirmativa, y en 1645 fue nombrado maestrescuela de la Catedral.
Ribera tomó a su cargo el saneamiento de las finanzas del Seminario que funcionaba en los alrededores de la Catedral, con el fin de construirle un nuevo edificio, pues el anterior se había destruido en un gran incendio ocurrido en 1643, y los colegiales se veían forzados a disponer de uno en alquiler. Fue comisario de las obras de reedificación de la Catedral, que también había padecido los estragos del fuego. En 1647 ascendió a la dignidad de chantre, y a finales del mismo año retomaba las obras de la reedificación, que terminaron con el beneplácito de las autoridades.
De allí en adelante, la vida de Mateo de Ribera se pierde de vista en la investigación de Serrano de Haro hasta el 31 de marzo de 1663. En esa fecha, el oidor más antiguo de la Audiencia de Panamá, don Bernardo Trigo de Figueroa, dirigió a Su Majestad Felipe IV un documento en que daba cuenta del estado de abandono en que se encontraba el cabildo catedralicio panameño después de haberse producido tres vacantes por fallecimiento, e informa que sólo quedaban cuatro canónigos ancianos; entre ellos, el chantre Mateo de Ribera, inspirado poeta y autor principal de Llanto de Panamá.
En su libro Tertulia española, Serrano de Haro se pregunta si Ribera vivió lo suficiente para presenciar la invasión de la ciudad de Panamá por el pirata Henry Morgan, en 1671. La muerte de Mateo de Ribera debió ocurrir en un período de tiempo cercano a la década de 1663 a 1673.