Mali-Mali, el reo que se enamoró del encanto de Coiba
Narciso Bastidas, oriundo de Guna Yala, cayó preso en el penal de Coiba en 1986, donde pagó una condena de más de once años. Treinta años después se confiesa cautivado por la isla, de la que ya no quiere salir
¿Se puede amar una cárcel? Narciso Bastidas afirma que sí.
Bastidas, conocido como ‘Mali-Mali', llegó como recluso al Centro Penitenciario de Coiba en los años ochenta, tras inventarse una excusa para que lo trasladaran allá, desde La Cárcel Modelo, de donde quería escaparse.
Pero concluida la pena y clausurada la cárcel, se quedó en la isla que le ha enseñado otra manera de ver la vida.
Dice que aún le arden las heridas de las terribles torturas de los años que pasó en el penal que acogió a los peores criminales del país.
DE GUNA YALA A LA CIUDAD
En la década de 1980, Mali- Mali emigró de la comunidad Sasardí Mulatu, en Guna Yala, hacia la ciudad de Panamá, en busca de mejores condiciones de vida, educación y oportunidad laboral.
Vivía en Calidonia y logró graduarse de bachiller en Ciencias en el Colegio José Antonio Remón Cantera.
A los 22 años consiguió su primer empleo, como aseador en el restaurante de comida japonesa Fuji (ya desaparecido), que estaba ubicado en la Vía Brasil.
Su jornada laboral comenzaba a las 6:00 p.m. y terminaba cuando se retirara el último cliente.
El 6 de diciembre de 1986 ocurrió un hecho fatal en el restaurante. El dueño del local fue asaltado y él se vio involucrado.
Lo enviaron a la antigua Cárcel Modelo de El Chorrillo, donde fue obligado a firmar una sentencia de 17 años de cárcel por complicidad de homicidio.
—(...) Me decían ‘firma o recibes más castigo', y yo firmé. Yo no tuve nada que ver con el homicidio, pero eso ya no importa, eso se lo dejo a Dios, dice.
Mali- Mali,'huesudo' en lengua guna, apodado así por su extrema delgadez de joven, permaneció detenido en La Modelo durante casi un año.
—El trato en La Modelo era inhumano: palizas, torturas, humillaciones y hasta violaciones se dieron durante los largos años de su existencia hasta que fue demolida el 10 de diciembre de 1996, durante el gobierno de Ernesto Pérez Balladares. Los reos más peligrosos y los que se portaban mal eran trasladados a Coiba.
En La Modelo se ganó la confianza de los guardias y se hizo panadero. Su jornada de trabajo era de 4:00 a.m. a 6:00 p.m. Su deseo por escapar de esa cárcel era tal que un día le confesó a su jefe —también preso y panadero— su intención de fuga. La única forma de lograrlo era haciendo algo grave para que lo enviaran a la isla penal.
—Sabía que la gente tenía miedo de ir allá, pero yo quería ir. Mi intención era buscar mi libertad escapándome a Coiba. Así que armé un plan.
El 25 de enero de 1988, junto a su jefe preparó la trama. El jefe de Narciso se propinó una puñalada y lo acusó de la agresión. Para Narciso, fue todo un éxito. Dos días después, fue enviado a Coiba y de su jefe no supo más nada.
El 27 de enero de 1988 , llegó esposado a la cárcel junto a otros seis reos.
A diferencia de otros prisioneros que llegaban en barcazas y eran recibidos a golpes, Narciso llegó a Coiba en avión.
En Coiba los presos estaban en libertad, al menos durante el día. Solo el edificio principal de la central tenía celdas. Narciso estuvo por buen tiempo en la 21, ubicada en el segundo piso.
Habían 23 campamentos distribuidos por la isla, incluyendo en Jicarón, con unos cuarenta reos y siete policías cada uno. Eran espacios cerrados, pero con las rejas de hierro abiertas y corroídas por las sales del océano que bañan la fortaleza.
Escapar no era una opción para los reos y quienes lo hacían corrían el riesgo de terminar devorados por los tiburones.
Narciso lo intentó varias veces, siempre sin éxito. Estos intentos por escapar, si eran descubiertos por los policías, se pagaban con castigos en un tenebroso e inhumano cuarto con paredes de concreto, oscuro y frío, a las orillas del mar. Allí los reos pasaban semanas, sumergidos hasta el cuello en el agua salada del océano que atravesaba las paredes durante la marea alta y alejados del contacto humano.
Todos los presos eran obligados a trabajar para evitar el ocio. En los campamentos había agricultores, ganaderos, cocineros, hacheros, macheteros....
—Al que no trabajaba lo castigaban con palo. Desde muy temprano, una sirena empezaba a sonar, recuerda.
A las 4:00 a.m. hacían el llamado para el aseo personal y tomar el desayuno. Generalmente, se comía lo que se cosechaba en la isla: plátano verde sancochado o yuca con té negro. Tenían prohibido agarrar los frutos del campo sin autorización.
Las jornadas laborables de los reos eran de sol a sol. Los guardias pasaban la lista a las 6:00 a.m. y a las 6:00 p.m. debían volver; si no, los castigaban.
—A mí me tocó cargar a varios compañeros muertos o con heridas graves por desobedecer los reglamentos. Son recuerdos que me ponen triste.
Narciso limpiaba con machete en el campo, sembraba la tierra, hacía trochas, limpiaba los llanos, el monte, de todo. Pero además se ganó la confianza de los guardias y aprendió a navegar en la marina. Primero se encargó de repartir los alimentos a las diferentes playas de la isla y en ocasiones le daban el timón del bote para navegar. Los guardias sabían que él no se quería escapar.
—Después de la invasión de los Estados Unidos, en 1989, en el penal todo cambió.
UN EMPLEO EN LA ISLA
Su interés por estudiar la vida marina empezó el 17 de diciembre de 1991, cuando el entonces presidente Guillermo Endara Galimany decretó que el Centro Penitenciario de Coiba pasaba a ser Parque Nacional Coiba.
En 1993, los primeros investigadores de la Agencia Española de Cooperación Internacional empezaron a llegar a la isla para catalogar la flora y la fauna del parque y estudiarla.
Ese mismo año, Mali-Mali comenzó a trabajar con los investigadores, quienes le enseñaron sobre la biología, a bucear con tanque y explorar en las profundidades marinas.
Narciso no era un naturista ni un científico, pero, según cuenta, conocía el terreno como la palma de su mano.
Tanto es así que con los ojos tapados podía señalar dónde anidaba la tortuga carey, pero además había aprendido a manejar las embarcaciones.
El 6 de agosto de 1998, terminó su condena, el mismo año de la terrible ‘masacre', en playa Brava, muy cerca del penal de playa Hermosa.
Mali-Mali volvió a la capital y consiguió empleo como aseador en el Hospital San Miguel Arcángel. A los dos años, dejó la capital para regresar a la isla.
Sentía la necesidad de proteger las riquezas naturales de la exótica isla que había aprendido a querer desde el trabajo y el conocimiento. Sin mucha dificultad se hizo ayudante de los guardaparques en el Ministerio de Ambiente. Más tarde lo certificaron como tal.
A sus 53 años de edad, Narciso todavía se mantiene activo. Labora como guardaparque de Coiba, durante quince días corridos y otros quince está libre para reunirse con su esposa, su ‘amor platónico', como la llama, en Valle del Sol, en el sector de Boyalá, cerca de Cerro Galera, en Veracruz, también cerca del mar.
A diario, en el cerro Gambute, donde está la sede central del Ministerio de Ambiente en Coiba, bajo un tibio sol y la tenue brisa playera, antes de desayunar, Narciso baja hasta la playa para contemplar la naturaleza de la isla y las aguas cristalinas del mar que la envuelve y que un día lo vieron llorar. Es su ritual.
A eso de las 7:30 a.m. regresa a desayunar. Dos tortillas de maíz, huevos revueltos, café y frutas, el menú.
Algunos de los alimentos y frutos que consumen en la isla, provienen de los árboles sembrados durante la época carcelaria de la dictadura militar. Mangos, marañones, limones, yucas, plátanos, almendras y cocos son algunos de los productos que crecen libres en la isla, como los recuerdos de Mali-Mali, que sobrevivió la leyenda y las ruinas del histórico penal.