21 Oct
21Oct

Las huellas del padre Mahon y la iglesia de San Miguelito

Era la época de los hippies, de Vietnam, del Vaticano II, los viajes al espacio, del primer presidente católico en EEUU.  En San Miguelito, la vida de la comunidad  estaba a punto de cambiar con  la llegada de “la Misión de Chicago”

Una fuerte lluvia caía sobre la costa colonense el 22 de febrero de 1963, al momento en que tres sacerdotes originarios de la ciudad de Chicago, Illinois, pisaban por primera vez  las tierras panameñas.

“En Centroamérica no llueve durante los meses de la estación seca”, se les había dicho a Robert McGlinn, John Greeley y Leo T. Mahon en los meses anteriores, mientras se preparaban para la partida. Pero, como se darían cuenta ese día y en el transcurso de los diez años siguientes, nada en este país tropical era como se les había advertido.

Los tres religiosos liderados por Mahon, todos menores de 40 años,  eran los primeros de un grupo de siete sacerdotes y cinco monjas que llegaría a Panamá entre 1968 y 1975 con una misión: desarrollar una “iglesia experimental” en San Miguelito.

Se trataba de una iniciativa patrocinada por la curia de Chicago  en respuesta a la solicitud del papa Pío XII de apoyar a la Iglesia Católica de América Latina.

El continente de 200 millones de personas, con el 4% de la población mundial y la mayor tasa de crecimiento del planeta, era potencialmente el futuro de la iglesia, pero el déficit de 150 mil sacerdotes -se requerían 1 por cada mil feligreses- hacía temer que esta oportunidad no llegara a concretarse.  Por ello, Roma había solicitado a los países ricos donar el 10% de sus recursos religiosos para iniciativas apostólicas en la región.

El padre Mahon, de una familia irlandesa de clase media, hablaba buen español, aprendido en las comunidades hispanas de Chicago. Traía las ganas de trabajar y el compromiso de la generosa donación de la arquidiócesis de Chicago, pero nada de su experiencia lo había preparado para lo que viviría  en Panamá.

SAN MIGUELITO

San Miguelito era entonces una comunidad improvisada de 25 mil personas,  la mayoría precaristas provenientes del interior de la República, que se las arreglaban para sobrevivir  en medio de caminos de tierra, sin acueductos, sin electricidad, sin transporte público, parques o estaciones de policía.

En su libro autobiográfico “Fire under my feet” (“Pisando Fuego” en español, traducido en 2009 por  la Fundación para la Libertad Ciudadana), Mahon confiesa que “nunca había visto gente más pobre”, no solo en lo material, sino también en lo espiritual y cultural.

Las familias estaban destrozadas por el vicio, la violencia, el incesto, el abandono. Los hombres tenían la peor opinión de los curas, a los que consideraban ya fuera homosexuales o mujeriegos, vendedores de liturgia y altaneros. Las mujeres estaban sometidas y eran fácilmente abusadas por sus parejas.

La mayoría de los habitantes del distrito especial no poseía educación formal y estaba sumida en profundos sentimientos  de inferioridad con respecto a los panameños más afortunados, con respecto a los norteamericanos y a los curas extranjeros.

Ser católico significaba, recuenta Mahon, “ser devoto de un santo” y celebrarlo con un día de borrachera. Los sacramentos como el matrimonio o el bautizo, cuando se practicaban, eran parte de ritos supersticiosos y paganos.

LA MISIÓN DE CHICAGO

La historia que cuenta Mahon en “Pisando Fuego” es la de cómo este grupo de religiosos logró, a pesar de esas duras condiciones, crear una revolución en las comunidades de San Miguelito – San Isidro, Cristo Rey, Pan de Azúcar, San José, Villa Guadalupe y Monte Oscuro-.

Mahon y su grupo venían de un mundo en el que la iglesia funcionaba como una pirámide. Arriba estaba Roma; en el medio, la curia. En la base estaban los parroquianos.

Pero, en San Miguelito, mientras buscaban ser aceptados en los barrios, los sacerdotes se sintieron obligados a “mostrar su hombría” participando en juegos de dominó, bebiendo cerveza y riéndose  de chistes subidos de tono.

Compartiendo pobreza, vivencias, comidas, los sacerdotes empezaron a ver las cosas de otra forma, y optaron por construir un nuevo orden desde abajo, con la gente y para la gente.

El templo de Cristo Redentor, edificado en la más alta colina de San Miguelito con fondos de Chicago, se convertiría en el centro de una comunidad vibrante, en la que el cristianismo era una forma de vida, de relacionarse con los demás; una actitud de servicio.

La gente se sentía parte de una comunidad,  dueña de su iglesia. “Había  tensión de subversión, cambio y movimiento. Estábamos viviendo el momento escatológico del Libro de la Revelación. Nos enfrentábamos a los falsos dioses, la manipulación y la opresión que existía en Panamá”, diría posteriormente el sacerdote Don Headley,  integrante de la misión de Mahon.

Los religiosos no solo se involucraron en los aspectos espirituales, sino que fomentaban el liderazgo de los laicos y se reunían con ellos para ayudarlos a encontrar soluciones en temas como la construcción de escuelas y cómo lidiar con los políticos y poderosos.

“¿Quien manda en Panamá?”, preguntaba el líder en las reuniones.  “¿El pueblo?”

“Nooooo”, respondían los presentes a coro.

“¿Y, quién tiene la culpa? ¿Los mandamases?”, volvía a preguntar.

“Noooooo”.

Buscando métodos masivos de promoción de la liturgia, los curas introdujeron una serie de modalidades que fueron impactantes en el Panamá de entonces. Una de las más exitosas fue la  llamada “Misa típica de San Miguelito”, en la que se cantaba y se bailaba, al ritmo de música panameña.

Otra actividad popular fue la representación de la Pasión de Cristo, que se hacía todos los miércoles de Ceniza.

En esta representación, Jesús era un campesino vestido de traje típico y cutarras. Los soldados no eran romanos,  sino policías de la Guardia Nacional, y los que se oponían a Jesús eran los poderes autocráticos del país, que actuaban a través de los fanáticos religioso y los  políticos corruptos para hacer  su voluntad. Al final, Jesús no moría en la cruz, sino  por balas disparadas por un asesino a sueldo. Sus amigos y seguidores, pobres comunes y corrientes, lo abandonaban en los momentos cruciales.

Con iniciativas como estas, la comunidad católica de San Miguelito se convirtió en “una historia de éxito”,  estudiada por los sectores académicos e inspiración para sacerdotes de otras partes del continente y del mundo, especialmente de Centroamérica. “Recibíamos entre 40 y 80 visitas al mes. Nos llamaban para participar en conferencias internacionales”, recuenta el padre en sus memorias.

Pero las cosas empezaron a cambiar, como diría Mahon, cuando “el sistema político panameño se desmoronó  como un aguacate podrido que cae al suelo, se revienta y produce una peste de mil demonios”.

GOLPE MILITAR

Buena parte de la historia contada por Mahon se centra en la época posterior al golpe de Estado de 1968.

El sacerdote llegó a desarrollar un tipo de relación cercana con el general Omar Torrijos, a raíz de un levantamiento a favor de la democracia que intentaran hacer los habitantes de San Miguelito durante los primeros meses del régimen.

Fue una relación, como la cuenta Mahon, siempre difícil.

“Si todo el mundo actuara como la gente de San Miguelito, no podríamos mantener el control del país”, le gritó una vez el general, que durante los meses posteriores al golpe se sentía inseguro y tenso.

Su primera reacción fue intentar sobornar a Mahon, pensando que caería en vicios, que se dejaría tentar por dinero, mujeres o negocios.  Esto produjo fuertes encontronazos entre ambos.

En una ocasión, el sacerdote recibió una llamada del presidente Jimmy Lakas, quien le preguntó: “Qué le dijiste a Omar? Tiene tres días en estado de borrachera y ofendiendo a Raquelita”.

Pero Torrijos fue cambiando de actitud. Sorprendido, según el sacerdote, por la fuerza y unión de la comunidad, por la capacidad de organización de sus  líderes, el general le propuso trabajar juntos para seguir desarrollando el proyecto y posteriormente expandirlo al resto del país

La colaboración  terminaría de romperse tras la desaparición del padre Héctor Gallego, amigo de Mahon, el  10 de junio de 1971. Para el sacerdote estadounidense, era claro que Torrijos no había participado en el crimen, pero sí lo había encubierto.

Mientras esto sucedía a nivel personal, se iba cayendo el experimento eclesial.

La iglesia local, que según el sacerdote, todavía operaba a los tiempos autocráticos anteriores al Vaticano II (1962-1965) y la II Conferencia del Episcopado Latinomaericano de Medellín (1968), se sentía inconforme con este proyecto revolucionario,  y llegó incluso a acusar a sus sacerdotes de herejía. A tres de los religiosos que residían en San Miguelito se les formularon cargos:  no leer  breviarios,  no creer en el infierno, no reconocer la virginidad de María  y no creer en la real presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

El grupo acometió su defensa, pero el proceso terminó por desgastarlos. Al final, todo fue demasiado fuerte para Mahon, quien decidió volver a Chicago, agobiado por un sentimiento de fracaso: había querido alcanzar las estrellas y no lo había conseguido. San Miguelito no se había convertido en la gloria del mundo cristiano.

En el Epílogo de “Pisando Fuego”, la editora Nancy Davis reflexiona:  los sucesores de Mahon en San Miguelito prohibieron toda práctica de liturgia experimental. Los líderes laicos pasaron a la clandestinidad. Un 80% de los sacerdotes centroamericanos que se capacitaron allí  fueron asesinados durante las guerrillas.

Sin embargo, la editora termina con una nota de esperanza: la semilla sembrada en las décadas de 1960 y 1970  permanece en el espíritu de quienes vivieron estas experiencias y la pasaron a sus hijos. Médicos, abogados, ciudadanos respetados, activistas sociales, hoy caminan por las calles de Panamá llevando en lo más profundo el mensaje del padre Leo Mahon.


LA Estrella de Panamá 

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