La lucha de los Duque por no perder la concesión de la lotería
Desde finales del siglo XIX, José Gabriel Duque era conocido como uno de los hombres más ricos e influyentes de Panamá.
Sus variados intereses comerciales incluían una empresa de importación y exportación, una fábrica de hielo, una finca ganadera y los diarios The Star and Herald y La Estrella de Panamá .
Sin duda, entre todos ellos, la joya mayor era la Lotería, un negocio para el que tenía la exclusividad por veinticinco años y que explotaba a través de la firma Duque Hermanos.
En un país azotado por la guerra, la pobreza y el racismo, y con pocas oportunidades para la superación personal a través de la educación, el negocio de los juegos de azar estaba destinado a prosperar.
De acuerdo con un reporte de la prensa norteamericana de 1904, los sorteos semanales de la lotería representaban un flujo de efectivo de $18,000 semanales para los Duque, un dinero que, desde que le fuera otorgada la concesión en 1883, ‘goteaba' generosamente sobre el Estado, la Iglesia, infinidad de obras de caridad. Y la familia.
TODOS GANAN
En plena Guerra de los Mil Días, el general Carlos Albán, desesperado por la falta de dinero para sufragar los gastos de la guerra contra los liberales, solicitó a Duque una donación.
Este y sus hermanos le ofrecieron $100 mil en efectivo. A cambio, Albán negoció con el presidente colombiano José Manuel Marroquín su autorización para extender la concesión por 10 años más, hasta el 31 de diciembre de 1918.
Como en esta ocasión, infinidad de documentos históricos destacan la mano generosa de Duque, que, ya donaba fondos para el Asilo Bolívar, ya compraba bancas para el Parque de Santa Ana, o elaboraba planes para la limpieza de la ciudad.
Era una figura querida, a la que se le reconocía como agradable, amistosa y, sobre todo, esmerada en educar a su vasta descendencia.
También se destaca su participación en los primeros años de fundación del Cuerpo de Bomberos de Panamá, del que fue su primer comandante.
NUEVAS OPORTUNIDADES
Al independizarse el Istmo de Colombia, los empresarios como los Duque encontraron un sinfín de nuevos espacios para la inversión. Una de las más importantes fue la primera compañía de electricidad del país, la Pan American Corporation, de la que se hizo accionista junto con el abogado estadounidense William Cromwell, el doctor Manuel Amador y los hermanos Tomás y Ricardo Arias.
También fue socio fundador de la Cervecería Nacional, de la Compañía Internacional de Seguros y del Hospital Panamá.
Pero mientras se abrían nuevas avenidas, otras se cerraban.
El 9 de mayo de 1904, una orden ejecutiva del presidente de Estados Unidos prohibía la venta de los populares billetes de Lotería en la Zona del Canal.
A las autoridades norteamericanas no les gustaba que sus trabajadores se mezclaran con el ‘bajo mundo' panameño.
La prostitución, las cantinas, los juegos de azar, eran tentaciones que desenfocaban la atención de los trabajadores en lo que debía ser su prioridad, la construcción del Canal.
La lotería era considerada una de estas actividades y siempre estuvo en la mirilla.
En el año 1913 , en momentos en que en Estados Unidos se iniciaba una ola de legislaciones contra las diversas loterías dentro de su territorio, el embajador de este país en Panamá, William Jennings Price, iniciaba una nueva cruzada para la eliminación de la del Istmo.
Para defenderse contra la amenaza que se levantaba, en septiembre de ese año, los Duque presentaron una demanda por daños contra el gobierno de Estados Unidos en los tribunales de la Zona del Canal.
La familia exigía $7,500,000 oro, alegando que la prohibición de venta de billetes en la Zona del Canal, 14 años antes de que venciera la concesión, había despojado a la empresa de su mercado más valioso, uno que representaba tres veces más que las zonas de Panamá y Colón juntas.
MÁS PROBLEMAS
En 1914, se abriría otro frente de batalla. Los estadounidenses encontrarían una nueva provocación con la llamada ‘Lotería China', una subconcesión otorgada en enero de ese año por los Hermanos Duque a un grupo de miembros de esta comunidad asiática en el país.
A diferencia de los sorteos tradicionales, que se realizaban una vez a la semana, la Lotería China se hacía tres veces al día: dos sorteos en la tarde y uno en la noche.
Con una inversión de entre 5 y 10 centavos, los participantes tenían la oportunidad de ganar un premio único de $15,000.
Los trabajadores de la Zona del Canal se contagiaron rápidamente de la fiebre de este nuevo juego de azar.
Negros y blancos, de todos los rangos, mientras más dinero ganaban, más invertían en las apuestas.
En momentos en que finalizaban los trabajos del Canal y los obreros eran despedidos por docenas, la lotería china se convertía en una esperanza de seguridad económica.
Según el embajador Price, en aras de esa esperanza, sacrificaban el dinero reservado para sus familias o hasta para su alimentación.
Los diarios norteamericanos relataban cómo los obreros del Canal abandonaban antes de finalizar su horario sus correspondiente puestos de trabajo para ir a hacer apuestas en cualquiera de los centenares de centros regados por las ciudades de Panamá y Colón.
Con los dedos cruzados, una muchedumbre ansiosa se congregaba alrededor del local de la lotería en Calidonia, para ver con sus propios ojos el número ganador, que era colocado en el exterior del local, tras ser elegido misteriosamente dentro de las paredes a las que no entraba la mirada del público.
En marzo, las autoridades de la Zona del Canal se reunieron con el presidente Porras y con representantes de la familia Duque para imponer un ultimátum.
Si la lotería china no cesaba ese fin de semana, los billetes de la lotería tradicional no podrían seguir transportándose en el Ferrocarril de Panamá, propiedad del gobierno estadounidense. Además, dirigirían toda su presión diplomática a cancelar ambas loterías.
El 20 de marzo, Duque anunció la cancelación del contrato de subconcesión. No más lotería china en el país.
PELIGRA LA CONCESIÓN
Pero los problemas no acabaron allí. La empresa de la Lotería había perdido crédito social. Los altos dignatarios del gobierno de Panamá, entre ellos Porras y Ernesto T. Lefevre se manifestaban a favor de eliminar los sorteos.
En octubre, el procurador general de la nación, Aristides Arjona, faltando todavía cinco años para que venciera la concesión, presentó en la Asamblea Nacional un proyecto de ley para nacionalizar la lotería.
El proyecto fue aprobado el 5 de diciembre de 1914, y sancionado inmediatamente por el presidente.
De acuerdo con la ley 25, los beneficios de la lotería serían utilizados para pagar los gastos del Hospital Santo Tomás, del hospital de leprosos y del manicomio. El resto de dinero se dividiría en diversas obras de caridad.
Dos días más tarde, los tribunales de la Zona del Canal expedían la resolución no. 152 , que negaba a los Duque la indemnización del gobierno de Estados Unidos.
Se habían perdido dos importantes batallas, pero había una oportunidad. Solo habría que esperar: quedaban 654 días para que acabara el gobierno del presidente Porras -‘que pesaba como una lámina de plomo sobre el sufrido pueblo panameño'-.
Por fin, el 30 de septiembre de 1916. Porras cedía la silla presidencial a una nueva y poco conocida figura, Ramón Maximiliano Valdés.
Los Duque le propusieron al nuevo presidente una negociación, en base a la cláusula 21 del contrato de 1883, que contemplaba nombrar a tres peritos que decidirían la extensión de la concesión.
Valdés se negó.
Pero, sorpresivamente, el 3 de junio de 1918, apenas un año después de asumir la Presidencia, moría el primer mandatario.
Otra nueva oportunidad para renovar el contrato para los Duque. No por mucho tiempo. La Asamblea Nacional, reunida para elegir al sucesor de Valdés, optó por sentar nuevamente a Porras en la silla de mando.
La renovación se esfumaba para siempre.
Entonces, Carlos Duque, hijo de José Gabriel, interpuso una demanda contra el Estado, alegando que le debían 3 millones 750 mil dólares como indemnización por los prejuicios de la cancelación de la venta de billetes en la Zona del Canal. El estado había fallado en asegurarles todos los privilegios sobre la venta de billetes en toda la república.
La Corte falló el 14 de enero de 1919: el concesionario había recibido durante 36 años ganancias inconmensurables. Además, las poblaciones ubicadas en el territorio que ahora comprendía la Zona del Canal eran muy pequeñas y no representaban un mercado significativo para la lotería.
De acuerdo con reportes de prensa local, esa noche el presidente Porras brindó con champán en su palacio.
El 17 de enero de 1919, el gobierno toma la lotería.
Pero, como dice el dicho, los gatos siempre caen de pie.
El presidente de la Junta Directiva de la nacionalizada Lotería de Beneficencia, Pedro Díaz, viejo amigo y aliado, les otorgó dos días después el lucrativo contrato para la impresión de los billetes y fajos de la lotería, un contrato que hasta el día de hoy, mantiene la familia Duque.