Aires de guerra: !Viva Panamá! !Abajo Costa Rica!
Apenas enterados de que un regimiento tico había invadido el poblado de Coto, cerca de la frontera, los panameños se alistaron a defender su patria
Los rumores habían corrido durante varios días en la ciudad de Panamá, pero nadie había podido confirmarlos.
No fue sino el día 24 de febrero de 1921, hace 98 años, cuando el cónsul de Costa Rica en Panamá, Tomás Jácome, lo contó todo: una expedición armada, con 100 soldados costarricenses, había llegado el 21 de febrero a Coto para reclamar su soberanía sobre ese territorio.
"Ríndase y acepte el dominio costarricense", informó el coronel costarricense Héctor Zúñiga al inspector Manuel Pinzón, de la policía panameña en Coto, un pueblo solitario dedicado al cultivo de caña y coco, situado cerca del límite entre Panamá y Costa Rica,
‘Puede hacer lo que quiera, porque estoy sin remedio', habría respondido el inspector policial, según su propia versión de los hechos, para después ver, con dolor en el alma, cómo las tropas costarricenses arriaban la bandera panameña y enarbolaban la propia.
En la ciudad de Panamá, la noticia de la invasión armada tampoco dejaría a nadie indiferente.
Pocos minutos habían pasado desde la confesión de Jácome cuando un grupo de jóvenes profesionales, entre ellos el doctor Harmodio Arias, el doctor Aurelio Dutari, el doctor Ricardo Morales y Luis F. Clement, asumían la iniciativa de movilizar a la población en una manifestación de patriotismo.
No tuvieron que hacer mucho esfuerzo, porque ya los panameños se sentían henchidos de amor patrio ante la afrenta del que hasta hace poco consideraban un país hermano.
Ese mismo día, a las cuatro de la tarde, de acuerdo con la versión de la edición del día 25 de febrero de La Estrella de Panamá , una nutrida marcha encabezada por policías a caballo y distinguidos caballeros de todas las afiliaciones políticas se dirigía a la Presidencia.
A medida que la marcha avanzaba por la Avenida Central, cientos de personas se les unían portando banderas que hacían ondear sobre sus cabezas.
Mujeres, niños y ancianos los vitoreaban desde los balcones y aceras.
"Viva Panamá". "Abajo Costa Rica", gritaban todos, según detallara el mismo diario.
Al pasar frente a la Plaza de Santa Ana, se les unió la Banda Republicana.
Al llegar a la estación del ferrocarril, la banda de los bomberos se colocó al final de la multitudinaria fila, que ya alcanzaba las 5 mil almas.
"No nos vencerán, fuera el invasor", gritaban.
Al llegar frente a la Presidencia, el abogado Domingo H. Turner tomó la palabra para retar al presidente Porras, quien se encontraba ya en el balcón, acompañado de todos los secretarios de Estado y numerosos empleados publicos.
En la calle, la gente no se cabía.
‘Estamos ya enterados de la verdad, señor presidente... esta manifestación viene a demostraros el alto sentimiento patriótico del pueblo panameño. Es el momento de que digáis al país vuestros propósitos y probéis vuestro patriotismo; si procede como patriota, podréis rodearos de un nimbo de gloria; de lo contrario, os cubriréis de las sombras más tenebrosas del oprobio", anunció Turner en su oratoria florida.
Todos los ojos estaban puestos sobre Porras, de quien no se entendía el silencio sobre los hechos. Además, se sabía que él había vivido varios años en Costa Rica y estaba casado con una dama de aquel país.
Pero la respuesta de Porras no dejó lugar a dudas: ‘En representación de mi gobierno yo acepto esta manifestación de adhesión. Como dice el poeta, por nuestro país debemos sacrificar salud y vida y riquezas, padre y madre, esposa y niños, amor y honor y cualquiera que la bondad de Dios nos diera', dijo dramáticamente desde el balcón de la Presidencia, según narrara La Estrella de Panamá .
"Comenzando hoy, cada ciudadano deberá registrarse en la Alcaldía para la formación de fuerzas militares", continuó.
El entusiasmo agitaba a la gente, que según los recuentos de los presentes, no dejó de aplaudir durante unos 10 minutos, mientras las dos bandas presentes se unían para tocar el Himno Nacional.
No se había terminado de dispersar la manifestación, cuando unos mil de los presentes, al grito de "Abajo Costa Rica", se dirigían hacia el consulado de aquel país a tirar piedras y echar abajo el escudo de armas colocado en la fachada.
Mientras, cientos más concurrían a las oficinas públicas a ofrecerse como voluntarios para la inminente guerra. Tres mil hombres dispuestos al combate partirían al día siguiente hacia Coto.
En las provincias de Chiriquí, Bocas del Toro y otros pueblos del país, los voluntarios se presentaban con sus propios rifles para ofrecerse también para ir al combate.
Panamá y Costa Rica
"El conflicto entre Panamá y Costa Rica es tal vez el caso más claro de dos pueblos que son naturalmente amigos y oficialmente enemigos. Guerra más inesperada, más injustificada, más innecesaria no es posible concebir. No fue ella fruto de odios ancestrales, que no podían existir entre dos vecinos jóvenes, sin intereses antagónicos de ninguna clase, sin problemas económicos de esos en que la vida de uno se asegura de la vida del otro", reflexionaría, años después del acontecimiento, el abogado Ricardo J. Alfaro.
Tal vez, como dijera el prominente intelectual, entre ambas naciones no hubiera odios, pero sí había un viejo desacuerdo limítrofe desde la época colonial.
Durante el siglo XIX, hubo varios intentos de establecer una línea divisoria clara entre Costa Rica y la Gran Colombia, pero ninguno llegó a fructificar.
En 1900, ambos gobiernos acordaron someter el asunto al arbitraje del presidente de Francia Emile Loubet.
En septiembre de ese año, Loubet emitió su fallo (ver mapa), pero este no gustó a las autoridades de Costa Rica, que hicieron ver que este no tenía validez, pues adolecía del vicio de ultra-petita: "el árbitro se había excedido en sus funciones".
La situación quedó en el limbo hasta 1910, siete años después de que Panamá se independizara de Colombia, cuando el dilema volvió a surgir.
Entonces, ambos gobiernos firmaron la convención Anderson Porras, que en su primera cláusula reconocía que el fallo Loubet era "claro e indubitable" en su definición de los límites de la región del Pacífico, desde la Punta Burica hasta un punto en la cordillera Central.
Sin embargo, la convención también señalaba que "no había acuerdo" con respecto "al resto de la línea fronteriza', la que iba desde el punto de la cordillera central hacia la costa del Caribe.
Para dirimir sus diferencias, ambas partes convinieron someterse a un nuevo arbitraje, que en esta ocasión pusieron en manos del jefe de justicia de Estados Unidos, Eduard Douglas White.
FALLO WHITE
El llamado Fallo White, emitido el 12 de setiembre de 1914, dio una nueva versión de la línea fronteriza en la zona del Caribe, la zona en conflicto, restando territorios a Panamá con respecto al fallo Loubet (ver mapa).
En esta ocasión, correspondió a este país "de forma categórica" impugnar la decisión, aludiendo lo misma razón que Costa Rica había esgrimido en 1900: "White se había extralimitado en los poderes concedidos" (ultra-petita).
Tras el rechazo de Panamá de este último fallo, el asunto quedó nuevamente en el limbo, y cada país asumió, de acuerdo con sus propios intereses, su posición en unos territorios prácticamente desocupados y lejanos.
Ese limbo resultaría el detonante de la llamada Guerra de Coto, al intervenir el presidente costarricense Julio Acosta García
LA VERSIÓN COSTARRICENSE
Apenas asumía la Presidencia de Costa Rica, en mayo de 1920, cuando a Acosta le empezaron a llegar reportes de que los panameños estaban avanzando en territorio costarricense.
En diciembre de 1920, el impetuoso mandatario encargó a un tal Renaul de la Croix hacer un recorrido por la zona limítrofe para comprobar qué era lo que estaba ocurriendo, cuenta el historiador costarricense Luis Fernando Sibaja Ch.(El conflicto bélico de 1921 entre Costa Rica y Panamá).
El informe de misión de la Croix, en enero de 1921, inquietó a los costarricenses: Panamá mantenía representantes oficiales en los poblados de Coto y de Cañas Gordas (en el sector del Pacífico, y por lo tanto dentro de los límites costarricenses según los fallos Loubet y White).
Además, reportó de la Croix, un tal Tobías Pérez Uribe, panameño, había reconocido que estaba pagando $200 anuales al gobierno de este país por los derechos de explotar unos cocales situados cerca del poblado de Coto.
Sumamente molesto con los panameños, Acosta reunió a su gabinete en San José, el 20 de febrero de 1921.
El consejo acordó que era "una obligación indeclinable desalojar a las autoridades panameñas de los pueblos invadidos" y se decretó encargar al secretario de Guerra asegurarse que "dicho territorio quede bajo el mando de las autoridades civiles y militares de la República".
Ese mismo día, el coronel Héctor Zúñiga Mora, comandante militar de la zona del Golfo Dulce, recibía las órdenes de trasladarse hacia Coto con 100 hombres.
Allá llegó el 21 de febrero a las 2 de la tarde, donde después de emplazar al oficial de policía Manuel Pinzón, tomó posesión solemne y anuló la concesión dada por el gobierno panameño para explotar los cocales a Tobías Pérez Uribe.
Esa misma tarde, enviaba un telegrama al gobernador de la provincia de Chiriquí informándole que, por órdenes del Gobierno de Costa Rica, y en acatamiento del Fallo White, de 1910, tomaba posesión de Coto.
Y la bandera panameña volvió a ondear en Pueblo Nuevo de Coto
La Estrella de Panamá describía así, en su edición del martes 26 de febrero de 1921, la atmósfera de la ciudad, tras conocerse el día anterior que un contingente militar costarricense había invadido el poblado de Pueblo Nuevo de Coto, en Alanje.
Bajo un enorme titular que leía ‘Siguen activamente los preparativos para rechazar la invasión costarricense', La Decana de la prensa istmeña publicaba una emotiva alocución del presidente de la República, Belisario Porras: ‘Yo espero que en este momento supremo se borren las diferencias de partidos y unidos todos encontremos que sabemos ser panameños y emprender todo género de sacrificios para mantener la dignidad'.
Lejos de amedrentar a la población, el llamado a guerra levantaba un aire de patriotismo nunca antes visto en aquella joven nación que apenas llegaría ese mes de noviembre a sus dieciocho años.
La sentimental sintonía patriótica llegaría a su punto más alto ese mismo día, a las cuatro de la tarde, cuando la ciudad se volcaba a despedir a los representantes de la virilidad nacional, doscientos policías que partían al campo de batalla bajo las órdenes del inspector Alberto R. Lamb, portando 270 rifles y municiones.
Mientras se soltaban las amarras del buque David, ‘la banda del cuerpo de bomberos tocaba vibrantes piezas; los balcones, las aceras y todo sitio viable encontrábase repleto de mujeres, niños y ancianos, que aplaudían frenéticamente a los valerosos soldados, como una muestra de la más intensa simpatía', continuaba el relato de La Estrella de Panamá .
COMIENZA LA GUERRA
Pero la entusiasmada muchedumbre desconocía que aquel contingente armado no era el primer grupo de panameños que partía hacia Coto, donde ya se adelantaban los acontecimientos. La madrugada del 23 de febrero, desde ese mismo muelle en la ciudad de Panamá, había salido un primer buque, el Veraguas, con cien policías a las órdenes del general Manuel Quintero Villarreal.
Fue una decisión tomada por el presidente Belisario Porras y su gabinete, al cual había convocado el mandatario, con carácter de urgencia, el día 22 (el 21 había sido la invasión de Coto), tras recibir un telegrama urgente del gobernador de Chiriquí, Nicolás Delgado.
‘El pueblo chiricano protesta enérgicamente por este atentado contra la soberanía nacional y en masa espera órdenes para repeler por la fuerza tamaño ultraje', leía el cable del gobernador.
Porras reunió de inmediato a sus ministros Narciso Garay (Relaciones Exteriores), Eusebio A. Morales (Hacienda y Tesoro), Jeptha B. Duncan (Instrucción Pública), y Manuel Quintero Villarreal (Fomento y Obras Públicas).
DEFENDER O NO DEFENDER
La ocupación de Coto por los costarricenses ponía sobre la mesa temas legales complicados y nuevos para todos.
Aunque Panamá había adquirido su autonomía en 1903, desde entonces, casi todos los ámbitos de la vida nacional habían estado supeditados al Tratado Hay Bunau Varilla.
Este, en su artículo 1, establecía que los Estados Unidos eran ‘garantes' de ‘la independencia de la República de Panamá'.
Además, la misma Constitución de la República, en su artículo 136, manifestaba que el Gobierno de los Estados Unidos podría intervenir en ‘cualquier punto de la República de Panamá', para restablecer la paz pública y el orden constitucional si hubiere sido turbado o para garantizar la independencia y soberanía de la República de Panamá.
Bajo esos términos, ¿a quién correspondía defender el suelo patrio?
El gabinete en pleno decidió que Panamá asumiría su defensa ‘hasta las últimas consecuencias'.
Pero si esa era la decisión, se presentaba un problema adicional: ¿Con qué armas se defendería a la patria?
Panamá no tenía ejército, solo un cuerpo de policía, sin armas: en 1916, el gobierno norteamericano había obligado al país a entregarlas todas, bajo la amenaza explícita de una intervención.
Pero en este punto, el presidente Porras tenía un As bajo la manga: siendo presidente en 1916, había logrado ocultar, en un oscuro depósito de la Presidencia, varias cajas camufladas con cincuenta rifles Remington y sesenta mil tiros. Había que probarlas a ver si servían.
También se propuso adquirir cincuenta carabinas más ‘en los almacenes de los señores Arias y Duque', y solicitar a la policía del interior de la República.
PARTEN LAS TROPAS
Así fue como en la madrugada del 23 de febrero, tomando precauciones para no alertar a la población, había salido el buque Veraguas rumbo al frente de batalla.
El general Quintero Villarreal, acompañado del veterano de la Guerra de los Mil Días, Tomás Armuelles, y los cien policías, llegarían, después de cuarenta y tres horas de viaje a Rabo de Puerco (hoy Puerto Armuelles).
Una vez tocada la tierra chiricana, Quintero se encontraría con que el gobernador Delgado había movilizado a toda la población, organizando compañías y batallones dispuestos a combatir a los ticos.
Entre los voluntarios estaban dispuestos unos cincuenta policías chiricanos, bajo el mando del capitán Juan B. Grimaldo, el teniente Francisco Benítez y el subteniente Joaquín Amaya.
Las tropas de Quintero partieron junto con las chiricanas en un tren hacia La Concepción y, de allí, a la población de Progreso, donde instalarían el centro de operaciones.
En Progreso, los esperaba el grupo de ‘13 voluntarios de Bugaba', en su mayoría veteranos de guerra que, bajo las órdenes del sargento mayor Ricardo Franceschi y del coronel Laureano Gasca, jugarían un rol fundamental en los acontecimientos que sobrevendrían (Datos históricos de la Guerra de Coto, de Ricardo Franceschi).
Ya instalados en Progreso, el general Quintero dispuso que unos cien hombres de caballería avanzaran hacia Coto para reconocer el terreno.
Entre ellos, irían delante los trece voluntarios, que conocían la topografía y podrían guiar a los hombres a través de los angostos caminos de herraduras llenos de lodazales y de peligrosos despeñaderos, caudalosos ríos y quebradas (Cuestas, Panamá y Costa Rica).
EL MOMENTO DECISIVO
El día 26, a altas horas de la noche, las tropas de caballería acamparon a la orilla del río Coto, a unas sesenta varas del poblado del mismo nombre, desde donde podían escuchar ocasionales tiros y cornetas.
En la madrugada del 27, hacían planes para el ataque el coronel Laureano Gasca, el mayor Ricardo Franceschi, el capitán Tomás Armuelles y el coronel Alvarado, cuando, de repente, vieron moverse entre los árboles a un par de hombres extraños.
Al verlos, casi maquinalmente, Gasca saltó y colocó la punta de su espada sobre el cuello de uno de ellos.
‘No nos maten', pidieron estos asustados.
En ese momento, se acercó el capitán Armuelles y se puso frente a ellos.
‘¿Quiénes son ustedes?', preguntó el capitán.
‘Somos cazadores', respondieron con acento que delataba su origen tico.
Armuelles tomó el morral que uno de los hombres llevaba encima y, al revisar los documentos que llevaba adentro, se llevó una sorpresa mayúscula: entre los papeles había cartas del mismo presidente de la República de Costa Rica, Julio Acosta García y del secretario de guerra del país, dándole instrucciones. Se trataba el coronel Zúñiga Mora, comandante militar del Golfo Dulce, a cargo de la toma de Coto.
El otro era el coronel Daniel González.
NEGOCIACIÓN
‘Coronel, hágame el favor de rendirse y ordenar a sus hombres que nos entreguen las armas', le dijo el capitán Armuelles a Zúñiga Mora.
Mientras el coronel tico debatía cuál era el mejor proceder, su compañero, el coronel González, le recomendó: ‘No nos queda otra cosa que rendirnos, coronel'.
Ya con la promesa de Zúñiga, las tropas panameñas avanzaron hacia el villorrio de Coto, para recobrarlo sin combate, capturando a treinta costarricenses, con sus fusiles y municiones.
Inmediatamente entrar al poblado, Armuelles buscó y encontró la bandera panameña, abandonada en un rincón, tras lo cual ordenó a Zúñiga Mora que arriara la costarricense.
Zúñiga aceptó, a condición de que le permitieran bajarla con honores.
‘Yo accedí a eso porque pensé que no había motivo para negarles tal satisfacción', reveló posteriormente Armuelles en el reporte oficial de los hechos.
Al día siguiente, en Panamá, el presidente Porras recibía desde Progreso, un telegrama fechado 28 de febrero, que le explicaba la operación del día de anterior y cómo el escuadrón de caballería al mando del coronel Laureano Gasca y cien hombres de la Policía Nacional al mando de los capitanes Armuelles, Solís, Grimaldo, el teniente Mejía y el capitán Antonio Alvarado, habían hecho prisionera a toda la guarnición enemiga, que ya había sido enviada a la capital.
‘Loor al pueblo panameño. Firmado, vuestro atento servidor, el jefe de Operaciones, Manuel Quintero'.
Posteriormente, un informe oficial, elaborado por Domingo H. Turner, pondría también de manifiesto ‘el coraje de Gasca, la cautela de Armuelles y la estrategia y experiencia del general Quintero'.
La bandera panameña volvía a flamear en Coto, pero la guerra no acababa. Vendrían, posteriormente, los verdaderos triunfos de la guerra, y la pérdida final de aquel territorio.
Coto: la guerra que Panamá perdió ganando
‘Las armas panameñas obtienen la 4ta victoria', anunciaba a grandes titulares La Estrella de Panamá en su edición del 4 de marzo de 1921.
No habían transcurrido diez días de la intempestiva invasión de las tropas costarricenses a Pueblo Nuevo Coto, un villorrio ubicado en el área gris de la frontera entre ambos países, cuando los panameños, pese a su reducido número y pobres armamentos, lograban dominar ampliamente.
Hasta ese 4 de marzo, el balance para el istmo de la incipiente guerra era de tres lanchas capturadas, más de cien prisioneros y un armamento de primera que se usaría en reemplazo de los viejos y oxidados rifles, casi inservibles, que había escondido entre cajas el presidente Belisario Porras en la Presidencia durante cinco años.
Los panameños estaban entusiasmados por la nueva experiencia de guerra y se ufanaban de sus triunfos militares. En los periódicos aparecían felicitaciones de todos los sectores del país, ya dirigidas al presidente o al general Manuel Quintero. Igualmente, continuaban los ofrecimientos solidarios de todo tipo.
‘Médicos extranjeros ofrecen sus servicios al país', decía un titular de las páginas interiores de ‘La Decana', el 2 de marzo.
‘Los Westindianos están listos a prestar su ayuda en defensa de Panamá', se leía en otra página del diario.
‘El bello sexo se inscribe'. ‘Bello gesto del profesor Newman'. ‘Costa Rica se ha metido en camisa de once varas', decía el diario, reflejando la tónica que imperaba en el suelo patrio.
Asimismo, diariamente aparecían las listas de los ciudadanos que apoyaban el ‘bono de guerra' de $500 mil, emitido por el gobierno de Porras para sufragar los costos del enfrentamiento.
LOS TRIUNFOS
La acumulación de triunfos panameños había empezado el 27 de febrero, cuando, al mando del capitán Tomás Armuelles y del coronel Laureano Gasca, un grupo de policías istmeños había logrado tomarse la plaza de Coto fácilmente y sin derramamiento de sangre, gracias a la insensatez y mala suerte del coronel tico Héctor Zúñiga Mora.
Tan solo reemplazar la bandera costarricense con su enseña tricolor, los panameños empezaron a movilizarse para asegurar la defensa del villorrio, al que los ticos solo podían acceder navegando desde la desembocadura del Río Coto, en el golfo Dulce.
Pocas horas después de entrar en contacto con los prisioneros, los vigilantes se dieron cuenta de que había un patrón de conducta: la mayoría consultaba cada cierto tiempo su reloj.
¡Elemental! El coronel Laureano Gasca y sus trece voluntarios de Bugaba, a cargo de los prisioneros, dedujeron que estarían esperando refuerzos.
La corazonada demostró ser correcta, cuando, esa misma tarde, a las cinco y media, empezó a escucharse el ruido lejano de una lancha que navegaba río arriba hacia el poblado.
De inmediato, los panameños ocuparon sus puestos. Algunos de los hombres se colocaron a la orilla del río, detrás de unos cocoteros. Otros, detrás de las trincheras.
La lancha se fue acercando con algunos de los ticos en la cubierta, totalmente ajenos a que el sitio había sido retomado esa mañana.
‘Viva Costa Rica'. ‘Muera Panamá', gritaban eufóricos.
Ya a pocos metros del muelle, al toque de una corneta, empezó el tiroteo, que cogió a los ticos desprevenidos.
Algunos de ellos intentaron lanzarse de la lancha y nadar a tierra, pero el fuego se intensificó. El combate duró una hora. La cubierta era un charco de sangre. El piloto trató de escapar, dando vuelta a la lancha, pero, al seguir hacia abajo, encalló en un banco de arena.
Cinco costarricenses murieron; 9 fueron heridos y 30 tomados prisioneros.
Además, se capturaron 28 rifles Mauser con 200 tiros en cada salveque, 3 cajas de municiones y una ametralladora inglesa marca Maxim, completamente nueva.
Ya las fuerzas de Coto no necesitaban nuevos armamentos. ‘Venceremos al invasor con sus propias armas', decía un entusiasta titular de primera plana de La Estrella de Panamá el jueves 3 marzo.
Los heridos fueron conducidos a uno de los ranchos del caserío. Los muertos fueron dejados sobre el césped y cubiertos piadosamente con hojas de plátano para después ser sepultados, según el relato de los hechos del abogado panameño, especialista en la Guerra de Coto, Carlos Cuestas.
AL DÍA SIGUIENTE
El 1 de marzo, quedaban solo 48 panameños en el poblado, el resto abordaba uno de los trofeos de guerra, la ahora lancha panameña rebautizada como Patria (ex lancha tica La Sultana), hacia Rabo de Puerco, a llevar a los prisioneros ticos al cuidado del mayor Alfredo Alemán, a cargo de esa plaza.
Esa misma mañana los que permanecieron en Coto se llevarían una nueva sorpresa: otra embarcación se aproximaba.
Se trataba esta vez de La Estrella, que transportaba a un batallón de refuerzos ticos, cien hombres que, al igual que el contingente anterior, desconocía el destino de La Sultana y de la plaza.
Al igual que la vez anterior, los panameños dejaron acercarse la nave de motor hasta el muelle. Nuevamente, los ticos empezaron a dar vivas a su patria.
En esta ocasión, el combate duró hora y media, y murieron 24 ticos más 12 heridos, entre ellos el capitán de la nave y el maquinista. Fueron capturados 64 individuos, entre oficiales y tropas, además de 98 rifles Mauser con buena dotación, y la lancha, de 60 toneladas.
Panamá, que previamente no disponía de ninguna embarcación para los combates o el transporte de sus fuerzas, ahora ya tenía dos.
En un reporte posterior, un contingente de refuerzos que llegaría poco después, daría una descripción desoladora del panorama encontrado en el villorrio: los muertos estaban colocados unos encima de otros cerca del muelle, mientras los heridos y prisioneros eran custodiados por los soldados panameños armados, relata Cuestas en su libro.
Los costarricenses comenzaban a enterrar a sus compañeros de armas en una fosa común. Había varios heridos de gravedad que no habían recibido tratamiento médico ni medicinas.
LA TERCERA LANCHA
Esa misma noche, las tropas de Vásquez, todavía cansadas por el recorrido a pie y a caballo por las montañas, se disponían a preparar sus alimentos (carne de res sancochada en latas de cinco galones), cuando oyeron el ruido de otra lancha que se aceraba por el río.
Los oficiales ordenaron apagar los fogones, tomar posiciones y esperar la orden de fuego.
Era La Esperanza, una tercera embarcación tica, con provisiones y 56 soldados.
Como en las dos ocasiones anteriores, la tripulación desconocía el avance de los acontecimientos y, mientras se acercaba al muelle, un fonógrafo en cubierta tocaba las notas del himno nacional de Costa Rica.
Así los sorprendió el tiroteo, que dejó 16 muertos, numerosos heridos y 46 prisioneros.
Ese sería el último combate entre las fuerzas panameñas y las costarricenses.
Aunque en los días posteriores, llevados por el entusiasmo, muchos más panameños, provenientes de todo el país, llegarían a Rabo de Puerco para apoyar las fuerzas patrióticas, se encontrarían con que la contienda había terminado, al menos en ese lado de la frontera.
Al conocer que les sería imposible retomar Coto, los costarricenses habían decidido avanzar por la costa atlántica, en la región de Bocas del Toro.
Así, el 4 de marzo de 1921, más de dos mil soldados ticos dotados de cañones y ametralladoras cruzaban la línea fronteriza del puente ferroviario de Guabito sobre el río Sixaola, Almirante y Changuinola.
Los panameños de esa área, superados en número y sin recibir refuerzos ni armamento, no tuvieron más opción que replegarse.
Sin embargo, ya para entonces los gobiernos de ambos países habían decidido que la guerra no era la mejor opción para dirimir sus diferencias.
El mismo presidente Porras había dado a conocer a través de las páginas de La Estrella de Panamá que ‘después de calma consideración yo he decidido que esta controversia sería mejor dirimida en una negociación diplomática. La idea de que dos países vecinos entren en guerra por un territorio no poblado del tamaño de un condado de Estados Unidos es repugnante para mí'.
Pero es preciso decir que los ‘dos países vecinos' contaban ahora con un árbitro, que, ejerciendo su rol de potencia mundial, los comandaba a buscar la paz.
El mismo 4 de marzo, en la bahía de Charco Azul, en Chiriquí, apareció el acorazado Pennsylvania con órdenes de proteger a los ciudadanos e intereses estadounidenses en la zona. Lo mismo haría el crucero Sacramento, en la costa atlántica, el 5 de marzo.
Estados Unidos exigía a ambos países el cese de hostilidades y el retiro de las fuerzas beligerantes. Sin más opciones, los hombres de ambos mandos abandonaron sus posiciones.
Panamá sería obligada a aceptar el fallo emitido por el juez Edward White, presidente de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, y amigo personal del recién instalado (4 de marzo de 1921) presidente estadounidense Warren Harding.
Ni los panameños ni los ticos quedarían satisfechos con el resultado. Los problemas limítrofes solo fueron superados definitivamente en 1941, con el tratado Arias-Calderón.
En los panameños, sin embargo, quedó el orgullo de haber dominado en el campo de batalla, satisfacción ensombrecida por un terrible accidente que sufriría el capitán Tomás Armuelles, héroe de la guerra, al dirigirse a la capital a recibir honores por sus logros de guerra.