El éxito de la Constituyente de 1945-46 se debió a la participación de delegados con alto sentido ético y conocimiento de los temas legales, en especial intelectuales como Diógenes de la Rosa, José Isaac Fábrega y Esther Neira de Calvo
Quienes temen que una constituyente originaria pueda ejercer una influencia desestabilizadora sobre la realidad nacional podrían dar una mirada a nuestros antecedentes históricos, especialmente la Constituyente de 1945-46, para conocer cómo una asamblea de este tipo puede, por el contrario, convertirse en un agente unificador y clarificador de las metas y valores de la nación panameña.
A pesar de sus tropezados orígenes, de los grupos de presión, de estar compuesta primordialmente por representantes de partidos políticos, esta asamblea produjo lo que el eminente jurista panameño César Quintero ha llamado “la constitución más ponderada y democrática que haya tenido la República”.
Gran parte de su éxito se debe a los juristas José Dolores Moscote, Ricardo J. Alfaro y Eduardo Chiari que elaboraron el proyecto base, sin olvidar la importante labor de la Comisión de Estudio de la Constitución, integrada por los delegados Agustín Ferrari, Jacinto Lopéz y León, Abilio Bellido, Esther Neira de Calvo, Harmodio Arosemena, Didacio Silvera, Diógenes de la Rosa y José Isaac Fábrega. Ellos se encargaron de evaluar la propuesta original, hacer las modificaciones y preparar la versión que sería sometida finalmente a las sesiones del pleno.
La magnitud del esfuerzo realizado por la Comisión de Estudio puede comprobarse en los Anales de la Segunda Asamblea Nacional Constituyente, documento que reúne las actas de trabajo a partir de su primera reunión el 19 de julio de 1945 y hasta la conclusión de sus labores en septiembre de ese mismo año.
Las actas permiten dar seguimiento a las deliberaciones para evaluar los artículos originales, además de sus motivos y posibles repercusiones. El documento resulta de particular interés histórico pues permite conocer las personalidades de los delegados, su filosofías de vida, sus experiencias, prejuicios y hasta pequeñas rivalidades. En conjunto va componiendo un interesantísimo y detallado análisis de la situación social y económica de la época y de cómo la vivían los panameños.
De la lectura se desprende la importancia de la presencia de delegados del calibre de José Isaac Fábrega y Diógenes de la Rosa, cuya erudición en temas legales, políticos, históricos y sociólogicos y amplitud de miras consiguieron elevar las discusiones del grupo para producir debates importantes que resultaron en el perfeccionamiento del proyecto.
Cabe destacar también la participación de la delegada independiente Esther Neira de Calvo, una de las dos mujeres que lograron entrar como delegadas electas. Con su experiencia en temas educativos y sus largos años de viajes y estudios, Neira hizo aportes relevantes que permitieron entender mejor las realidades de la juventud, la mujer, los indígenas y los campesinos.
Resulta claro, no obstante, que el debate estuvo dominado por Fábrega y De la Rosa, quienes, manteniendo serias diferencias ideológicas, una de izquierda (de la Rosa) y la otra liberal (Fábrega) y procediendo de dos sectores sociales totalmente distintos (de la Rosa del sector obrero y Fábrega de los grupos dominantes), tuvieron la determinación de contribuir positivamente en la elaboracion del mejor documento posible, lo que los mantuvo enfocados en la disciplina y en el trato respetuoso. Sería difícil pensar que el producto final hubiera sido el mismo sin ellos.
Una de las discusiones más interesantes de la comisión surgió a partir del 25 de julio de 1945, con la deliberación del Titulo II relativo a la Nacionalidad y Extranjería.
El tema era centro de interés al encontrarse de por medio la Constitución de 1941 que había despojado de la nacionalidad a más de 50 mil afroantillanos (lo que Fábrega llamó “el problema antillano”) y a la posterior Ley 24 del 1941 que nacionalizaba el comercio.
Lejos de concentrase meramente en la redacción de los artículos, el delegado Fábrega pidió a los presentes una valoración de los factores aglutinantes de una nación.
Si se consideraba que era el lenguaje, como lo hacía Fábrega, había razón para restringir la ciudadanía a los antillanos, que según se dijo, no se habían molestado en adaptarse a la cultura panameña ni mucho menos hablar el español.
Si se consideraba que era la condición geográfica, o el territorio, como decía De la Rosa, entonces no había razón para no incorporar a los inmigrantes o residentes del país aunque estos tuvieran características diferentes a los de la mayoría.
La discusión tomó varios días, que sirvieron para hacer una revisión bibliográfica e incluso invitar a un sociólogo para que manifestara su punto de vista sobre la incorporación y los tipos de migración más adecuados para la nación.
El invitado fue el director del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Nacional, el alemán Richard Behrendt, quien hizo un análisis profundo del tema migratorio, y advirtió a los presentes que en un país formado por un 12% de habitantes de raza blanca, estos no podían darse el lujo de mantener prejuicios raciales.
“Un país cuya población es esencilamente mixta no puede insistir en distingos de tipo racial por la razón de que tal insistencia provocaría conflictos, desajustes permantes y decisivos entre las partes componentes de la población”. Según Berendt, todos los problemas entre nacionales y grupos de culturas distintas “son el producto de prejuicios, opiniones, errores y equivocaciones mutuos, que dan lugar a generalizaciones fáciles y conceptos prematuros que se van mantenbiendo y fortaleciendo a través de generaciones”.
Berendt instó a que la constitución diera a los antillanos el derecho a adoptar la nacionalidad, si estos demostraban que estaban incoporados espiritualmente a la cultura nacional.
El catedrático tambien propuso que si Panamá necesitaba poblarse (tenía apenas 650 mil habitantes) en el futuro se dieran mayores facilidades para la inmigración de los españoles, italianos, griegos o portugueses, quienes por su cultura podían adaptarse más fácilmente a la vida nacional.
En otros pasajes resultan fascinantes las largas peroratas en que algunos de los delegados enfatizaban sus puntos de interés. Este es el caso de las varias ocasiones aprovechadas por de la Rosa por combatir la inclusión de temas religiosos en la constitución, y sobre todo, la de dar a la religión católica prominencia en la carta Magna, por ser la de la mayoría de los panameños (el 92.7%).
Durante los debates, los delegados fueron documentando ejemplos de sufrimiento humano producto de las injusticias sociales imperantes, enfocándose siempre en que la Constitución los debía corregir: la discriminación de la mujer, de los indígenas, los problemas de los campesinos, la obligación de los padres para con los hijos nacidos fuera del matrimonio, de reconocer en igualdad de condiciones el matrimonio civil, y otros.
En otro de los casos, se debatía la intervención del Estado en la economía y se suscitó una discusión ideológica profunda, en la que de la Rosa proclamaba el fracaso de la iniciativa privada (y su inherente afán de lucro) para elevar las condiciones de vida de las masas de población panameña. A ello, Fábrega se opuso, aduciendo que había que perfeccionar la iniciativa privada y no destruirla para que se cumpliese ese objetivo.
“En el caso de Panamá no podemos decir que sea inepta la actividad que todavía no se ha desarrollado siquiera, que todavía no existe… Por ese motivo yo contemplo la posibilidad de que el estado impulse, ayude, colabore, con esa actividad individual para que llegue al grado de desarrollo mediante el cual nuestra economía tome cuerpo en virtud de esa iniciativa que es el querer de nuestro sistema a través de la doctrina liberal”, dijo el jurista Fábrega.
“En esta constitución estamos estableciendo todos los medios posibles con toda la amplitud del caso que se necesita, con el objeto de que toda injusticia social que sea creada por la libre producción, por la libre competencia, sea reparada… la actividad del individuo no puede en el mundo moderno marchar por sí sola, necesita de un vigilante del Estado”.
En este capítulo de Economía, también se analizó la situación del comercio. El delegado Didacio Silvera se mostró partidario de corregir las injusticias creadas por la Constitución de 1941, que fomentó la partida de 1,500 chinos de los 3,200 que tenía el país, “por los atropellos y abusos en los procedimientos usados para deportarlos y despojarlos de sus establecimientos comerciales”.
Sin embargo, finalmente se decidió mantener la nacionalización del comercio al por menor como actividad restringida a los panameños de nacimiento o adopción.
Durante el periodo de trabajo de la comisión, el presidente Enrique A. Jimenez accedió a poner fin al exilio del depuesto presidente Arias, por lo que se organizó un gran recibimiento que dejaba entrever la disposición del exmandatario a volver a lanzarse a la política. El tema fue introducido durante la discusión sobre los requisitos constitucionales para las candidaturas presidenciales.
En este sentido, el delegado de la Rosa se declaró enemigo político de Arias, pero insistió en que nunca se le ocurriría introducir un artículo que impidiera su derecho a volver a lanzar su candidatura presidencial.
MÉTODOS DE TRABAJO
Durante tres meses, los delegados se reunieron todos los días en el Teatro Nacional durante varias horas, tras lo cual se dirigían a sus hogares u oficinas, pero al día siguiente regresaban con reflexiones sobre el trabajo realizado el día anterior y nuevas ideas para corregir y perfeccionar lo actuado.
No solo se analizaban los textos y se debatían las realidades subyacente a estos, sino que se comparaban las formas de abordar la misma situación en otras constituciones.
Después se pasaba al análisis y redacción de los artículos, haciendo un esfuerzo meticuloso por usar palabbras precisas y adecuadas, en el que no faltaba el constante uso del diccionario para facilitar la comprensidón de diferencias mínimas en el significado de aparentes sinónimos como “cualquiera” y “toda”, “urgencia” y “emergencia”.
En resumidas cuentas, los Anales de la Constitución es un documento valiosísimo para quienes quieran conocer la personalidad y contribuciones de personajes y patriotas de la talla de Fábrega, de la Rosa y Neira de Calvo. Es también una obligada lectura para entender la época y esencial para quienes se interesen en la preparación de una nueva constitución para el país.