18 Jul
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La conferencia de Panamá, entre presidentes y dictadores

El encuentro realizado en 1956 para conmemorar el 130 aniversario del Congreso Anfictiónico reunió en el istmo a 19 líderes del continente y ofreció a los panameños un descanso en medio de una época de graves y violentos acontecimientos

En junio de 1956, después de varios años de acontecimientos traumáticos y violentos que culminaron con el asesinato del presidente José Remón en 1955 y el encarcelamiento y juicio de su sucesor, la población panameña se preparaba para disfrutar de uno de los eventos más refrescantes de la década.

Por decisión del presidente Ricardo Arias Espinosa y la Organización de Estados Americanos (OEA) la ciudad capital se convertiría en sede de una conferencia de jefes de estado del continente. La reunión se realizaría entre el 25 y 26 de junio para conmemorar el Congreso Anfictiónico.

El histórico evento, realizado en 1826 por iniciativa de Simón Bolívar en el antiguo convento de San Francisco —hoy Palacio Bolívar, en el Casco Viejo de la ciudad de Panamá— una de las primeras grandes reuniones del continente, fue considerado por el mismo Libertador como un esfuerzo fallido, en parte debido a los problemas de salubridad que aquejaban a la ciudad de Panamá en aquella época. Pero 130 años después, la situación era diferente.

A mediados de la década del 50, la ciudad de Panamá tenía una calidad de vida envidiable y pasaba posiblemente por su época de mayor esplendor. Ese año, el periodista estadounidense Huan Madden la describía como ‘una mezcla extraordinaria del viejo estilo español con un toque de progreso americano; llena de hermosos hogares y edificios modernos situados en un ambiente exótico’, y con la ‘población más políglota que pueda ser encontrada en ninguna parte’.

Una de las más vistosas áreas de la ciudad era la Vía España, especialmente en el entronque con la Federico Boyd, donde se erguía la nueva iglesia gótica de El Carmen (completada el año anterior) y el ‘ultra moderno’ Hotel El Panamá (inaugurado en 1951). Este, que ocupaba una cuadra entera, estaba construido sobre una colina rodeada de fuentes y jardines de palmeras y árboles frutales.

Cuando el gobierno de Ricardo Arias decidió alquilar el hotel durante una semana para los huéspedes —nunca un hotel había hospedado a tantos jefes de estado al mismo tiempo, se dijo en ese momento— la administración del complejo reaccionó con entusiasmo: ‘El término VIP no es suficiente’, bromeó el gerente Joseph R. Cuningham, de la cadena Kirkeby. Para él, habría que crear un nuevo término: VVIPI, como acrónimo de ‘Very Very Important Person Indeed’. Y terminó asegurando que su preocupación más grande sería a quién asignar la lujosa Suite Presidencial.

EL INVITADO ESTRELLA
Uno de los primeros en aceptar la invitación panameña fue el presidente estadounidense Dwight Eisenhower (ver vídeo), quien se convirtió en el catalizador que movió a la mayoría de los jefes de estado del continente a aceptar la cita inmediatamente.

A partir de ese momento, todo se encaminó hacia el gran evento. Primero se removieron los restos de los cartelones de propaganda política que todavía se conservaban en la Avenida Central, como feo testimonio de las elecciones presidenciales que habían tenido lugar el mes anterior.

Después, el alcalde del distrito capital ordenó que se pintaran las fachadas de todas las casas y edificios, bajo amenaza de multa. Lo mismo se hizo con los edificios públicos y municipales. El Palacio de las Garzas, donde se recibiría a los visitantes, fue remodelado cuarto por cuarto.

Todo parecía listo para la gran reunión, cuando un acontecimiento inesperado sorprendió a todos: el 9 de junio, el presidente estadounidense tuvo que ser llevado de emergencia al hospital para una operación abdominal. La recuperación tomaría al menos dos semanas.

La principal estrella del espectáculo cancelaba su presencia. Se hablaba de que en su reemplazo se enviaría al secretario de estado John Dulles o al vicepresidente Richard Nixon, dos opciones poco estimulantes.

Pero el presidente panameño estaba decidido a que no faltara su invitado especial. Después de consultar con el resto de los gobernantes, se acordó aplazar la cita hasta el 21 y 22 de julio de ese mismo año.

La presencia de los mandatarios imponía tremendos retos de seguridad al gobierno panameño, que tuvo que tomar medidas extraordinarias. El depuesto líder argentino Juan Domingo Perón, exiliado en Panamá para esos años, decidió pasar una semana en Nicaragua. La amplia comunidad de exiliados nicaragüenses fue enviada a pasar unos días en Taboga.

Las fronteras con Colombia y Costa Rica fueron cerradas. Costa Rica hizo lo mismo con su propia línea limítrofe con Nicaragua.

SE INICIA LA CONFERENCIA

Una vez iniciada la conferencia, fue claro que se trataba de un momento extraordinario. Pocas veces tendrían los fotógrafos y periodistas presentes la ocasión de observar tan de cerca a los VIP (VVIPI) reunidos. Los 19 jefes de estado presentes, con excepción de los presidentes de Estados Unidos y de Perú, se hospedaron en el Hotel el Panamá y deambulaban libremente por los pasillos y el lobby del hotel, desayunaban en los restaurantes y cafeterías y mantenían una actitud amistosa con los periodistas.

El doctor Juscelino Kubitschek, futuro ‘Padre del Brasil Moderno’, visitó la sala de prensa y dijo que estaba dispuesto a contestar cualquier pregunta.

El presidente de México, Adolfo Ruiz Cortines y el cubano Fulgencio Batista acudieron, cada uno por su cuenta, a las esclusas de Miraflores por invitación del gobernador de la Zona del Canal.

El presidente de Nicaragua, Anastasio Somoza, se dirigió una tarde al café El Pueblo en El Marañón a saludar a los comensales.

El primer gran espectáculo para la población panameña se dio a las 10 de la mañana del sábado 21, cuando los presidentes se empezaron a congregar en el lobby del hotel para abordar los vehículos que los llevarían en una caravana hacia el Palacio de las Garzas.

Uno a uno, en orden alfabético, fueron tomando su lugar en medio de los aplausos de los presentes.

La Estrella de Panamá , en su edición del 22 de julio, describe así los acontecimientos: ‘Unos salieron con aire solemne, como el presidente provisional argentino, General Pedro E. Aramburu, que vistió de gris. Otros, alegremente, como José Figueres, de Costa Rica, y el general Anastasio Somoza, de Nicaragua. Otros, con aire paternal, como Carlos Ibañez, de Chile, de 79 años y quien parecía rejuvenecido por el clima tropical. Fulgencio Batista, de Cuba, salió con aire atlético’.

‘El presidente electo del Perú, Manuel Prado, recibió calurosos aplausos apenas subió al automóvil, lo que lo motivó a salir nuevamente y saludar a la multitud reunida’. Los saludos más calurosos fueron para Aramburu Ibañez.

El presidente Eisenhower, todavía débil por su operación, llegó tarde y fue el último en abordar su vehículo.

A lo largo del camino hacia el Casco Viejo, los importantes huéspedes serían homenajeados por los estudiantes de escuelas públicas y privadas del país, en una calle de honor.

FIRMA DE LA DECLARACIÓN DE PANAMÁ

El clímax de la reunión se daría al día siguiente, en horas de la mañana, cuando los presidentes se reunieron en el Salón Bolívar, en la Escuela de los Agustinos —donde había tenido lugar el Congreso Anfictiónico en 1826— para después pasar al jardín a firmar la llamada Declaración de Panamá .

Allí, bajo una lona verde y blanca, y rodeado de los representantes de los 350 millones de habitantes de Estados Unidos y la América Latina, el presidente panameño presentó el texto de la Declaración, alabándola como la recopilación suscinta de las aspiraciones continentales de paz, unión y prosperidad. Minutos después, uno a uno, los presidentes pasaron a firmarla. Fue una larga velada, en la que cada uno de los 19 líderes presentes dirigió unas palabras a sus compañeros. Algunos hablaron durante 5 minutos. Otros, durante 45.

Mientras los presidentes intentaban impresionar a sus colegas, Eisenhower, sin comprender una palabra de español, francés o portugués, y cansado por no haber podido tomar su siesta, hacía esfuerzos por mantener el tipo.

Pero cuando le correspondió su turno, sorprendió a todos, hablando durante 9 minutos, en los que propuso que se formara una comisión con representantes de cada uno de los países del continente para debatir los grandes problemas comunes y sugerir recomendaciones.

Tras la ceremonia, cada uno de los presentes recibió una medalla conmemorativa de oro.

FIESTA

Esa noche, los dos días de eventos terminaron con una fiesta de 1,500 invitados, que se llevó a cabo dentro del hotel, exquisitamente arreglado como un enorme jardín tropical, con más de 2,000 orquídeas en distintos tonos de morado y amarillo. La pista de baile, con piso de mármol, estaba coronado por graciosos árboles de almendras con efectos luminosos.

Muchos de los presidentes permanecieron en el país algunos días más para mantener reuniones bilaterales. Eisenhower aceptó reunirse en la Embajada de Estados Unidos con los presidentes de Cuba, Venezuela, Bolivia, Chile, Nicaragua y Ecuador, Paraguay, El Salvador y República Dominicana. Asediado por las diferentes delegaciones con peticiones de ayuda económica, a cambio, pediría el voto contra la presencia de China Continental en las Naciones Unidas.

Por fin, a las siete de la noche, visitó al presidente panameño para despedirse y firmar el acuerdo para la construcción del futuro Puente de las Américas, una promesa largamente esperada por los panameños.

Como en el Congreso Anfictiónico, la reunión de 1956 no resultó en nada concreto. Se trataba más que todo de un acontecimiento protocolar y amistoso. La Declaración de Panamá no era otra cosa que un llamado retórico en favor de la libertad, el progreso y veladamente una declaración en contra del comunismo.

Algunos de los participantes de la conferencia pasarían a la historia como terribles dictadores, muchos de ellos depuestos y exiliados y algunos hasta asesinados por sus opositores.

En septiembre de ese mismo año, Anastasio Somoza sufrió un atentado en la ciudad de León y murió varios días después en un hospital de la Zona del Canal. En diciembre, Paul Magloire, de Haití, saldría huyendo del país en medio de acusaciones de haberse robado el dinero de la ayuda internacional para los damnificados de un huracán que dejó estragos en la isla—sería relevado por Francois Duvalier. Al año siguiente, Carlos Castillo Armas, de Guatemala, sería asesinado por guardias izquierdistas en su propio palacio. En 1958, el venezolano Marco Pérez Jiménez sufriría un golpe de estado. En 1959, Fulgencio Batista sería derrocado por Fidel Castro. En 1970, Aramburu, de Argentina, fue raptado y asesinado por una organización radical. Permanecería poco más en el poder el general paraguayo Alfredo Stroessner, depuesto en 1989, tras 35 años de represión a su pueblo.

Cada uno de ellos se había comprometido a luchar por “los beneficios de una paz fundada en la justicia y la libertad, que permita a todos los pueblos, sin distinción de raza o credo, trabajar con honor y fe en el porvenir”.

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