27 Apr
27Apr

HISTORIAS NO CONTADAS

Era conocido por los constructores del Canal que para lograr el tránsito de buques por él debería ser creado un gran lago para almacenar agua. En el territorio inundado existían un número conocido de pueblos que quedaron sumergidos bajo las aguas. Descripciones de algunos observadores y viajeros por esos tiempos, documentan que no se podía andar una milla por la línea de ferrocarril sin encontrar un poblado.

Nombres como Gatún, Bohío Soldado, Gorgona, Frijoles, Matachín, Tabernilla, Bas Obispo, Tiger Hill, Lion Hill, Ahorca Lagarto, Barbacoas, Cruces, Santa Cruz, Cruz de Juan Gallego, San Pablo, Bailamonos, Buena Vista, Monte Lirio, Caimito, Mamei, Peñas Blancas, Juan Grande, son parte de la memoria olvidada de algunos de ellos.

A aquellos otros poblados que no fueron inundados se les obligó -mediante disposiciones administrativas a reasentarse o salir fuera de la Zona del Canal. Para el año de 1912, el censo de la Zona del Canal registraba un número de 62,810 habitantes y fue cuando las autoridades de Estados Unidos tomaron la decisión de eliminar los que ellos llamaban los “pueblos nativos” y, con ellos, el comercio y la propiedad privada en la Zona del Canal.

El presidente estadounidense William Howard Taft decretó que todas las tierras de la zona, ocupada por estos pueblos, eran necesarias para el Canal, y se decide expulsar a cerca de 40 mil personas que vivían dentro de ellos. Emperador es uno de estos pueblos sujetos a expulsión y que da origen, años más tarde, al nuevo bajo el nombre de ‘Nuevo Emperador.

Fuentes documentales nos dicen que Emperador se encontraba localizado al sur del pueblo de Las Cascadas; fue sede principal de la División Central de la Comisión Ístmica del Canal durante la construcción del Canal. Algunos talleres fueron ubicados allí para reparar las palas mecánicas o de vapor utilizadas en el Corte Culebra. Emperador fue base para la División de Ingenieros, sede de la oficina principal y parada obligada de viajeros durante la Fiebre del Oro. El censo del año 1908 reporta 5,139 habitantes, conformados por 1,659 blancos, 3,388 negros (categoría que incluye mulatos e indígenas), y 92 de raza asiàticas (chinos, japoneses y filipinos).

La imagen de algunos de estos pueblos -incluido Emperador se describe como asentamientos formales de casas y calles; de comercio activo, con imprentas, servicios de abogados, escuelas, cantinas, tiendas de abarrotes, mercados y, por supuesto, cementerios.

Seguramente, sería posible recoger mediante historia oral las memorias de las gentes que vivieron entre esas calles y que construyeron experiencia en esos pueblos, donde la mayoría de las casas y edificios fueron construidos con madera, techo de zinc y levantadas del suelo -según los reglamentos sanitarios- a tres pies sobre el suelo para propiciar la ventilación y reducir la humedad.

Bajo la expulsión administrativa promovida, se organiza en 1910 ‘Nuevo Emperador’, poblado que tiene el mismo nombre, en el corregimiento y distrito de Arraiján, con el nombre de Paja. Hoy algunas de las casas patrimonio construido del antiguo Paja cuentan de una historia poco conocida por investigadores, y lejos del conocimiento general que permita entender su origen y garantizar su permanencia.

Poblado de Emperador

‘Nuevo Emperador’ y algunas de sus casas, no lejos de la ciudad cabecera de Arraiján, muestra con nostalgia y misterio la historia de un tiempo que pasó. ¿Por qué están esas casas allí? ¿Quiénes construyeron estas casas? ¿Cómo fueron construidas? ¿Por qué siguen en pie?

Edilia Camargo, en su obra “De Maquenque a Carabalí por Emperador”, documenta que las personas que se asentaron allí estaban vinculadas a la agricultura. Los primeros habitantes de ‘Nuevo Emperador’ eran agricultores vinculados a la siembra de yucas, plátanos y otros cultivos perennes. Concesiones de tierras fueron otorgadas por los administradores del Canal en la ribera oeste del Canal para ser utilizadas para la siembra. No más de cincuenta hectáreas fueron asignadas por familia, a razón del pago de una suma de cinco dólares anuales por cada hectárea.

La concesión incluyó, además, material de segunda mano proveniente de los edificios demolidos, sujeto a disposiciones especiales de peso y de volumen. Los materiales de las antiguas casas de Emperador fueron concesionados a los nuevos habitantes reasentados de los pueblos expulsados.

Se compraron las casas des-montadas en tablones y se volvieron a montar. “La nuestra fue una iglesia protestante, con dos de sus largas bancas que conservábamos en la veranda. Se montaron al ojo e ingenio de los compradores. Hasta pilotes como si estuviéramos al borde del lago Gatún. o Pedro Miguel. Las puertas de madera machimbraci a s resistieron todas las guerras, incluyendo el comején y la polilla”. Nos sigue diciendo Edilia Camargo, “le supliqué a mi abuelo no derrumbarla…por otras razones no lo logré”.

Algunos hechos podrían explicar por qué estas casas de madera, techo de zinc y sabor caribeño están en ‘Nuevo Emperador. Es probable que la tipología de estas casas evoque -bajo el imaginario de los antiguos habitantes de los pueblos desmantelados- la idea de un espacio que dejó de existir.

Es el recuerdo de aquellas ciudades y calles de donde fueron expulsados junto con sus gentes de la Zona del Canal. Son estas casas de madera de Emperador testigos mudos de un tiempo difuso- con ribetes culturales, territoriales y administrativos aún por documentar, develar y valorar.

Entre el eco del tren y los sonidos perdidos del martilleo de las dragas y de la excavación del Canal. Entre el entrañable sabor del plátano, la yuca y el guandú, la memoria vida de estos pueblos permanece entre tablas de colores y cubiertas de lata que con las gotas de lluvia cantarían en largos aguaceros una historia aún no contada.

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