En las Criptas de una iglesia y su historia...
La espesa oscuridad de las catacumbas de la Catedral Metropolitana de Panamá aturde los sentidos. Afuera el sol quema las pupilas, pero en las criptas la humedad colma las fosas nasales y apenas si se alcanzan a adivinar los nichos de los muertos de hace décadas.
Un grupo de estudiantes está de excursión por las iglesias del Casco Antiguo y han entrado en ese espacio abovedado de la Catedral, la principal del país, armados solamente con las lucecitas de sus teléfonos celulares. Entre gritos y bromas, los jóvenes caminan tanteando las paredes de un templo cuya construcción comenzó en el siglo XVII y quedó terminado en 1796.
La Catedral Metropolitana es un espacioso edificio que se levanta frente a la Plaza de la Independencia. Allí estuvo alguna vez el papa Juan Pablo II y allí reposan los restos de los arzobispos de la Arquidiócesis de Panamá. El último en ser sepultado fue Marcos Gregorio McGrath, arzobispo de Panamá de 1969 a 1994, fallecido el 4 de agosto de 2000.
Como iglesia antigua, fue el destino final de varios habitantes de la ciudad amurallada. A un lado de la nave central se encuentra, por ejemplo, la lápida de un niño: Feliciano Pascual. Nacido el 27 de julio de 1861 y muerto el 20 de enero de 1866, siglo y medio después puede imaginarse el trance de sus padres cuando se leen las palabras que quisieron eternizar: “Los breves días de su existencia colmaron de dicha el corazón de sus padres; su eterna separación les ha dejado un recuerdo lleno de tristeza y de lágrimas”.
Ricardo Gago es un hombre de nariz aguileña, 1.90 metros de altura, empresario y descendiente de españoles que se radicaron en Panamá. Desde hace unos meses es presidente del Comité de Amigos de Iglesias del Casco Antiguo, un grupo sin fines de lucro que se ha formado con la intención de empujar la restauración de las cinco iglesias del Casco Viejo, que están amenazadas por el tiempo, el clima y la escasa o nula inversión en mantenimiento.
Desde que lidera el grupo, Gago invita y organiza excursiones por los templos, y ese martes estaba al frente de un grupo de estudiantes de la Academia Internacional de Panamá (AIP). “La Catedral ha sufrido por el fuego y por la destrucción del hombre. Se han hecho los experimentos más atroces, empezando por el piso, que era de ladrillo rojo y se puso de cemento”, explica, mientras una mujer lo limpia con un trapeador viejo. Entusiasta y didáctico, Gago señala un sitio y cuenta la historia. No oculta su preocupación; el hecho cierto de que rescatar ese edificio monumental cuesta muchísimo dinero.
El único altar original que se conserva allí, dice, es el llamado “Altar de los Ratones”. Se ven los animales sobre la cubierta de un barco y a unos marineros sorprendidos. La historia cuenta que el barco era de unos buscadores de perlas que se dieron cuenta de que la embarcación se hundía cuando notaron el pavor que sacó a los animalitos de los almacenes. En agradecimiento, cuenta el presidente del Comité, los hermanos mandaron a construir dos altares para la Catedral, aunque de ellos solo queda uno.
Actualmente, la Catedral permanece cerrada al público. Se le protege así del ajetreo diario y también de las palomas que durante algún tiempo anidaron confiadas en los rincones altos de sus techos. Hay un sacerdote a cargo, pero la mayor parte del tiempo comparte ese espacio tan solo con las almas viejas, inmortalizadas no solo en las catacumbas, el altar o la nave, sino incluso en las paredes.
Los chicos de la excursión, saciada su curiosidad, emergen del espacio subterráneo que está detrás del altar y Gago invita al siguiente punto de la visita: el Oratorio de San Felipe Neri.
Para entender el Casco
Lo primero que sorprende en el Casco Antiguo de Panamá es ese paisaje como de ciudad en reconstrucción, debido a los trabajos de restauración de sus calles enladrilladas. Lo segundo son sus casas estrechas de balconcitos primorosos, las viviendas condenadas que persisten, el sol que inunda cada esquina, la brisa del mar y, por qué no, el tráfico que enreda los espacios debido a que allí hay varias instituciones estatales.
La construcción del Casco Antiguo empezó en 1673, luego de que el pirata inglés Henry Morgan acabara con la hoy llamada Panamá La Vieja, en 1671, ciudad que había sido fundada en 1519 por los españoles.
En el libro Historia general de Panamá se lee que, tras la destrucción pirata, España buscó un sitio más resguardado para reconstruir la urbe: la Península de Chiriquí, donde hoy se levanta la Plaza de Francia y el Paseo Esteban Huertas.
Del ataque de Morgan solo sobrevivieron dos edificaciones: el Convento y la iglesia de San José (de la orden de los Agustinos Recoletos) y el Convento y la iglesia de La Merced (de la orden mercedaria). El fray mercedario Javier Mañas comenta que La Merced sobrevivió porque Morgan la usó como campamento.
Cuando comenzó la mudanza, la prioridad eran las murallas para proteger la nueva ciudad. A falta de material suficiente, los mercedarios donaron las piedras de su convento. Por eso, la reconstrucción de La Merced tardó más de lo planeado.
La segunda Ciudad de Panamá fue tomando forma en un espacio de apenas treinta hectáreas, con cinco calles a lo ancho y diez de largo. Hacia el mar, la muralla era el Paseo Esteban Huertas. Hacia tierra firme, un de las entradas estaba por la casa Boyacá y, la otra, entre la iglesia La Merced y el Palacio de la Municipalidad. Afuera del muro quedaba el arrabal.
Si bien en el intramuros solo vivían las “familias bien” y estaban las iglesias y edificios de gobierno, no todo era agradable. En Historia general de Panamá se recoge el testimonio de Eugenio María de Hostos, quien pasó por el país hacia 1850 ―ya siendo parte de la Gran Colombia― y escribió cómo, “para la vida estable, Panamá debe ser inadmisible… por el cosmopolitismo de pésimo carácter que allí impera… El europeo impone las impertinencias de su civilización jactanciosa; el yankee impone preeminencia impertinente y cada latinoamericano ofende el patriotismo del vecino con la intemperancia insoportable del suyo”.
El Casco Viejo fue declarado por la Unesco conjunto monumental en 1976 y Patrimonio Histórico de la Humanidad en 1997.
San Felipe Neri y San José
Quien no sabe que está allí, no la encuentra. San Felipe Neri es una iglesia diminuta de estilo afrancesado a un costado de la Plaza Bolívar, la zona más turística del Casco Viejo. La iglesia original fue construida en 1688, pero en 1732 y 1756 sufrió los estragos del fuego. En 1855 la reconstruyeron y, en 1913 se le hizo un techo de cemento para evitar las filtraciones, pero en el proceso taparon las pinturas que la adornaban.
Hace diez años, con una inversión de dos millones de dólares, un equipo de expertos decidió devolverle el esplendor al templo a punta de bisturí, y hoy es posible deleitarse con sus detalles y ornamentos, si bien las pinturas de las paredes no pudieron recuperarse. De hecho, de aquellas decoraciones hechas por las monjas de clausura que vivían a un costado de la iglesia apenas si quedan fragmentos que pueden apreciarse en algunos altares.
San Felipe Neri había permanecido cerrada por casi una década, pero ahora hay misas todos los domingos, a las 12:30 del mediodía. De las cinco iglesias del Casco es la que está en mejores condiciones, con el único coro de dos niveles existente en el país, una acústica excelente y su sagrario, en pleno proceso de restauración para devolverle su oro original.
Unas cuadras más allá, casi en el límite del barrio, se encuentra la mítica iglesia de San José, de los agustinos. En el tablero a la entrada del templo hay un anuncio que llama la atención: “No hay cupos para bodas”.
Legendario por su altar de oro, el templo fue otro de los sobrevivientes del incendio desatado por Morgan en 1671. La leyenda cuenta que el altar se salvó de la codicia pirata porque los padres lo pintaron de negro, distrayendo así a los bandoleros. En 1675 fue trasladado al sitio que hoy ocupa, en la avenida A con calle octava, y aquel altar original se perdió en un incendio. El actual está hecho de caoba recubierta con pan de oro, réplica del que estaba en Panamá La Vieja. Gago informa que debido a la falta de una climatización adecuada, el pan de oro se está deshaciendo, poniendo en riesgo el esplendor del trabajo artesanal.
La misa aquí es todos los domingos, a las 8:30 de la mañana. Como si de un viaje al pasado se tratara, todavía es posible ver señoras cubiertas con velos negros en los bancos largos del lugar.
Iglesia de La Merced
(Orden de Nuestra Señora de Merced).
Congregación de hombres fundada en 1218 por San Pedro Nolasco, nacido en 1189, en Mas-des-Saintes-Puelles, Departamento de Aude, Francia. Se unió al ejército de Simón de Montfort durante el ataque a los Albigenses. Fue designado tutor del joven rey Jaime I de Aragón, que había accedido al trono después de fallecer su padre, Pedro II, muerto en la batalla de Muret. Pedro Nolasco siguió a su pupilo hasta la capital, Barcelona, en 1215. A partir del año 1192 algunos nobles de la ciudad habían formado una confraternidad con el fin de cuidar a los enfermos en hospitales y también para rescatar a los cristianos cautivos de los musulmanes. Pedro Nolasco tuvo una visión de la Santa Virgen en la que le pidió que fundase una orden dedicada especialmente a la redención de cautivos. Su confesor, San Raimundo de Peñafort, el canónigo de Barcelona, le alentó y asistió en este proyecto al tiempo que el rey Jaime I le ofreció su protección. Los citados nobles ya se habían convertido en los primeros monjes de la orden y habían establecido su cuartel general en el convento de Santa Eulalia de Barcelona, erigido en 1232. La Orden estaba formada por clérigos y laicos o caballeros. El desarrollo de la orden fue inmediato y se extendió a través de Francia, Inglaterra, Alemania, Portugal y España.
Cristóbal Colón llevó a algunos miembros de la Orden de la Merced a América, donde fundaron gran cantidad de conventos en América Latina, en México, Cuba, Brasil, Perú, Panamá, Chile y Ecuador En el año 1493 el Padre Jorge de Sevilla llega a América. Es el primer mercedario que abre camino de expansión redentora en el Nuevo Mundo, la orden tomó parte activa en la conversión de los indios
Gago recuerda que la primera vez que abrieron el templo ―también cerrado durante varios años― la nave estaba completamente inundada, debido a las malas condiciones del techo. Ahora ya está seca y se reparan las sillas y las puertas, pero en las paredes todavía es posible ver el paso del tiempo gracias a la pátina verde que ha dejado la humedad.
Con los trabajos de restauración en pleno, tal vez lo mejor que tiene ahora mismo San Francisco de Asís es su campanario, desde donde se divisa el océano Pacífico ―aunque ahora mutilado por un proyecto carretero― y una gran vista panorámica del barrio viejo.
La Merced, por su parte, es un templo lleno de sorpresas. Localizado en la avenida central del Casco, Mañas les cuenta a los estudiantes ya cansados cómo, cuando los mercedarios decidieron donar el material de su convento e iglesia para la construcción de la muralla, se quedaron sin recursos para mudarse a la nueva ciudad. Lo que sí conservaron y trajeron íntegra fue la fachada, de finales de 1590, que se levanta imponente pese a los daños evidentes que carcomen su estructura.
La Merced es monumento nacional desde 1956, guarda en sus paredes los recuerdos de la ciudad muerta, sus muros contemplaron el 28 de diciembre de 1530 a los futuros conquistadores del Perú y el histórico sermón de circunstancia de labios del Presbítero Juan de Vargas sobre la conquista del gran imperio de Atahualpa.
La plazoleta frontal está flanqueada por dos pequeñas capillas, una destinada a la veneración de la Virgen de La Merced, en la capilla permanece una pintura que es uno de los cuadros más antiguo del país, un retrato de origen europeo que plasma a la Virgen La Merced que data del año 1600 y fue trasladado del convento de Panamá Viejo luego del saqueo en 1671 y que fue rescatado por un devoto. La otra es el actual mausoleo de la familia Pérez Arosemena.
Con los años, a La Merced también se le hicieron modificaciones. Las columnas de níspero de 22 metros de largo fueron recubiertas en 1964 por cemento y mosaiquillos, mientras que el techo original de madera fue tapado con uno de una especie de gypsum. Hoy se puede ver la estructura original del techo, que no tiene ni un solo clavo ni tornillo, pero la recuperación apenas empieza.
La Merced es una iglesia acogedora y “caprichosa”. Entre las imágenes allí expuestas está el Jesús Pobre, la Virgen de la Caridad del Cobre y Santa Eduviges, que a los pies de su altar exhibe docenas de casitas colocadas allí por sus devotos (Santa Eduviges es la patrona de las casas). En el altar se conserva la imagen original de la Virgen de La Merced, donada por Felipe V.
Uno de los sitios más interesantes del templo es su museo eclesiástico, en el área de la sacristía. Allí se exhiben atriles, crucifijos, candelabros y báculos de los siglos XVIII y XIX, además de documentos históricos como el registro del nacimiento del general Tomás Herrera, el del matrimonio del primer presidente de Panamá, Manuel Amador Guerrero, y el del poeta Ricardo Miró.
Desde 1743, La Merced había llevado todos los registros, no solo de nacimientos y matrimonios sino también de bautizos y defunciones. En unos libros se anotaban todos los actos sacramentales de los blancos; en otros, los de los mestizos, zambos, negros y pardos.
Una réplica de la Constitución de la República de Panamá de 1904 reposa en el museo de La Merced, además de una interesante crónica escrita por el empresario panameño Camilo Quelquejeu Araúz sobre los acontecimientos de la batalla del puente de Calidonia entre el 19 y 26 de julio de 1900.
Allí, entre todos esos papeles, también está el testimonio escrito que el padre Javier Arteta dejó sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989. Arteta era el cura responsable de la Parroquia de Fátima, de El Chorrillo, uno de los barrios más afectados por la intervención armada.
Entre los tesoros del museo hay tres más: las viejas campanas. Con la restauración se descubrió que una de ellas es de 1232 y, las otras dos, de 1670 y 1761. Desgastadas y rajadas, se bajaron hace poco y en su lugar se colocaron tres nuevas, activadas electrónicamente.
Terminada la excursión, Gago reitera que se necesitan millones para poner a punto los templos de la segunda Ciudad de Panamá. Y aunque el avance es poco, las ganas siguen intactas. Después de todo, el Casco Viejo ha demostrado que sus atractivos son muchos y que la magia de otros tiempos aún persiste entre la modernidad.