09 Dec
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El presidente George Bush y su visita a Panamá en 1992

No había pasado tres años desde la invasión militar a Panamá cuando el presidente George Bush quiso visitar el país. Como le habían advertido, las heridas de los panameños todavía estaban abiertas. El resultado no pudo ser diferente

Camino a la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, el presidente de Estados Unidos George HW Bush haría, el 11 de junio de 1992, una escala de seis horas en Panamá.

Apenas dos años y medio después de la Operación Causa Justa y declarándose orgulloso de sus resultados, el mandatario estadounidense se reuniría con el presidente Guillermo Endara y su gabinete y participaría en un evento público en la Plaza Porras.

‘Llueva o no llueva, el presidente hablará a los panameños en la Plaza Porras', anunció el vocero de la Casa Blanca Marlin Fitzwate, antes de la visita. Los temas a tratar serían la consolidación de la democracia y el nuevo paquete de ayuda económica.

Bush había sido advertido: las heridas ocasionadas a los panameños por la invasión de 1989 todavía sangraban. En las semanas anteriores a la visita, el país normalmente pacífico había sido sacudido por atentados terroristas que acabaron con un soldado estadounidense herido y otro asesinado.

Pero, en plena campaña para la reelección y, con la aprobación de los votantes en declive, sus asesores consideraron que se trataba de una oportunidad para validar sus credenciales en política exterior.

LLEGA LA GENTE DE ENDARA

El Air Force One llegó al aeropuerto de Tocumen alrededor del mediodía. Después de reuniones ‘fructíferas' con Endara y su gabinete, los dos presidentes se dirigieron hacia la Plaza Porras para el plato fuerte de la visita.

Ya en los alrededores del parque se encontraban reunidos unos 15 mil simpatizantes, separados, por una barrera de madera y por unos 50 agentes antimotines, de 200 opositores que gritaban consignas amenazantes.

De acuerdo con reportes de las agencias internacionales, la manifestación había sido convocada por el Comité de Rescate de la Soberanía, formado a su vez, por 30 asociaciones civiles y partidos políticos, entre ellos la Asociación de Familiares de los Caídos del 20 de Diciembre. El grupo incluía viudas y huérfanos de la invasión, ex militares, ex miembros de los Batallones de la Dignidad, funcionarios del Estado despedidos por el gobierno de Edara, izquierdistas y nacionalistas.

ENTRADA TRIUNFAL

La seguridad del presidente estadounidense no podía ser más sofisticada. Desde la Bahía, una fragata con el más moderno equipo de vigilancia supervisaba la ciudad, en sintonía con cinco helicópteros y cientos de agentes encubiertos apostados en las terrazas de los edificios vecinos.

Mientras las dos parejas presidenciales subían a la tarima, un grupo de niños pequeños cantaba la canción ‘Amigos' y cientos de presentes ondeaban banderitas de Estados Unidos y Panamá.

Una persona del público tiró un clavel blanco. Bush lo atrapó y sonrió. Le cortó el tallo y se lo puso en el bolsillo izquierdo de su saco negro.

La alcaldesa Mayín Correa, organizadora del acto, tomó el micrófono para dirigirse a los presentes. No pasaron ni dos minutos cuando fue interrumpida por un estruendo: los protestantes opositores rompían ruidosamente las barreras de madera que los separaban de los invitados especiales.

Asustados, los antimotines dispararon al aire y arrojaron bombas lacrimógenas a los manifestantes.

La multitud corrió despavorida entre los gases, mientras los agentes del servicio secreto sacaban sus revólveres y, en un abrir y cerrar de ojos, trasladaban al presidente estadounidense a un sitio más seguro.

REACCIÓN DE LOS AGENTES

Una hora después, ya recuperado de los efectos de los gases y del susto, Bush mantenía otro encuentro de masas, pero esta vez en el protegido ambiente de la base militar de Albrook, con sus compatriotas.

‘El día del dictador ha terminado en Panamá', dijo a los presentes, añadiendo: ‘Apreciamos a Panamá, apreciamos al pueblo panameño y no permitieremos jamás que ningún grupo minúsculo de protestantes izquierdistas cambie nuestra opinión'.

UN PATRICIO

‘Me alegro mucho de lo que ha pasado. Se lo merece, porque llegó a Panamá con la misma prepotencia con que los militares romanos visitaban sus colonias. Es un insulto a un país que todavía no termina de contar a sus muertos', comentó a CNN Manuel Antonio Noriega desde su cárcel en Miami.

‘Si alguien es responsable de la muerte de mis hermanos no es bienvenido en mi casa', había escrito el periodista panameño Herasto Reyes en un artículo publicado en un diario de la localidad.

Pero, de cara a la galería, Bush prefirió no dar mucha importancia al asunto. Desde Washington, su vocero reconocía que las protestas que se daban en Panamá eran producto de ‘los procesos de consolidación de la democracia'.

‘Fue un buen viaje, con la excepción del gas lacrimógeno,' concluyó el vocero de Bush, en tono jocoso.

Era la tónica amable sentada por su jefe, quien desde el avión Air Force One, camino a Brasil, no se olvidó de hacer una llamada telefónica al presidente Endara para agradecerle a él y a la alcaldesa Mayín Correa el cálido trato dispensado durante su accidentada estadía en el país.

UN HOMBRE BIEN EDUCADO

Si había algo que no podía reprochársele al expresidente George Herbert Walker Bush eran sus impecables modales.

‘Era el hombre más amable del mundo', diría pocos días después de su muerte la periodista del NYT , Maureen Dowd.

Su biógrafo, Jon Meacham, lo llamó ‘el último caballero' de la política estadounidense.

Pero esa amabilidad y exquisitos modales que le granjearon amistades en todas partes del mundo y hoy son tan admiradas, no fueron suficiente para garantizar su éxito ante los votantes.

Camino a la Cumbre de Río, tras el fracaso de Panamá, probablemente el presidente reflexionaría sobre las oportunidades que se le esfumaban.

Desde marzo de 1991, después de asegurada la victoria de la Guerra del Golfo, la aprobación de los votantes había ido cayendo progresivamente desde 87%, de acuerdo con la encuestadora Gallup, hasta 37%.

Los disturbios relacionados con Rodney King en Los Angeles en abril de 1992, el escándalo Irán Contras y la economía en declive seguramente no habían ayudado.

INICIOS POLÍTICOS, RELACIÓN CON NIXON

Desde que asumió la candidatura por el partido Republicano para correr como presidente de Estados Unidos, en 1988, la prensa estadounidense lo presentaba reiteradamente como una persona fuera de tono con el sufrimiento de los menos favorecidos.

A diferencia de Ronald Regan un carismático actor hecho a sí mismo, Bush representaba el privilegio de los pocos.

Nieto de industriales, hijo de banquero y criado entre niñeras y choferes, los historiadores sostienen que Bush llegó a la posición de máximo prestigio en su país gracias a la red de apoyo económico y contactos de su familia.

Al igual que su padre, estudió en la Universidad de Yale, donde se codeó con los de su clase: los Harriman, los Dewey, futuros presidentes de las empresas más poderosas de Estados Unidos como Chase Manhattan Bank, Tiffany & Co., J. P. Stevens and Co. y Pennzoil.

En la década del 40, su padre, Prescott Bush, ‘descubrió' el potencial de un joven abogado llamado Richard Nixon, carente de riqueza y de padrinos. Con matraqueos y fuertes donaciones para sus campañas, él y sus millonarios amigos impulsaron la exitosa carrera política que lo llevaría primero a la Casa de Representantes (1947-1950), luego al Senado (1950-1953), luego a la Presidencia (fue vicepresidente de Eisenhower entre 1953 y 1951 y presidente entre 1969 y 1974).

A cambio, pedían defender sus intereses e inversiones, especialmente un cuestionado subsidio a la producción petrolera (the oil depletion allowance).

En 1968, cuando Nixon lanzaba su segunda candidatura presidencial, los amigos de Prescott Bush presionaron para que tomara como su vicepresidente al joven George Bush, quien apenas empezaba su carrera política (había perdido una postulación al Senado en 1964 y ganado un puesto en la Casa de Representantes en 1966).

Pero Nixon, ya con la nominación asegurada, y cosiderándolo ‘un peso liviano', se negó. En su lugar, lo nombró como embajador en las Naciones Unidas, a pesar de su escasa experiencia en relaciones internacionales. Bush hijo sirvió en la ONU hasta marzo de 1973, cuando fue nombrado presidente del Partido Republicano, cargo que ocupó hasta 1974.

Irónicamente, desde esta posición, y ya avanzadas las investigaciones sobre Watergate, tuvo que solicitar la renuncia de Nixon. Pero en el poder quedaba Gerald Ford, también amigo, quien lo nombraría como ‘enlace' en la República China, donde estuvo hasta 1975.

En 1976, Ford lo llamó a casa, para que se encargara de la CIA, aparentemente envuelta en problemas. Durante el tiempo en que estuvo a cargo del equipo de inteligencia, Bush mantuvo activa la política de apoyo a la Operación Condor y a los dictadores de derecha en América Latina.

Algunos autores señalan que la familia Bush fue una de las fuerzas más influyentes del Partido Republicano y la política estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX, especialmente relacionados con algunas de las más controversiales operaciones de inteligencia internacional (Iran Contra, Operación Condor, Bahía Cochinos, la destitución del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz).

Sus buenas maneras, su amabilidad con los contrincantes políticos nunca estuvieron reñidos con la decisión de asignar a otros la responsabilidad para acciones cuestionables dirigidas a defender sus intereses personales o nacionales.

De acuerdo con el periodista Harold Meyerson, uno de los más feos espisodios de su carrera fue la campaña sucia contra su contrincante demócrata Michael Dukakis en las elecciones de 1988.

Otra fue el indulto, en diciembre de 1992, un mes antes de dejar la presidencia, a Caspar Weinberger, Elliot Abrams y Robert McFarland, presumiblemente para evitar una investigación en la que acabaría siendo descubierta su participación en el escándalo Iran Contras.

En su primer año de gobierno tomó la decisión de invadir Panamá, donde, de acuerdo con Human Rights Watch, ‘la ley de la proporcionalidad y la obligación de minimizar el daño a los civiles… no fueron observados fielmente por las tropas invasoras'.

Muchos celebran la victoria de Estados Unidos en la Guerra en el Golfo, pero allí los bombardeos mataron cerca de 10 mil irakíes y otros 10 mil murieron posteriormente, además de la pérdida de la infraestructura de soporte a los civiles.

¿Política? ¿El fin justifica los medios? El último juicio lo tendrá la historia.... y DIOS!!!

La Estrella de Panamá

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