El laberinto del general Noriega: a 30 años de la última oportunidad
Hace 30 años Panamá estaba sumida en la peor crisis de la historia republicana. Los panameños luchaban por la salida de Noriega. Estados Unidos negociaba la salida de Noriega. la negociación estaba destinada al fracaso.
En 1988, Panamá atravesaba una de las más angustiosas crisis de su historia republicana. El país estaba dividido, pero quienes luchaban por buscar la salida del general Manuel Antonio Noriega como jefe de las Fuerzas de Defensa tenían a un poderoso aunque controversial aliado.
En los últimos meses de su mandato presidencial de ocho años, el presidente Ronald Reagan estaba determinado a resolver las dos grandes crisis de su política exterior: la paz del Medio Oriente y Panamá. Según algunos observadores, la primera parecía más fácil que la segunda.
Si para los panameños Noriega era la principal causa de angustia y origen de la crisis política y económica, para el gobierno de Estados Unidos era una pesadilla de relaciones públicas que hacía recordar la doblez de su posición en el trato con dictadores, especialmente si estos eran de derecha. Noriega era ahora su enemigo declarado, pero hasta hace poco el general había estado en la planilla de la CIA (Central Intelligence Agency) y, entre 1982 y 1987, había sido elogiado en múltiples ocasiones por la DEA (Drug Enforcement Administration) por su contribución a la lucha contra el tráfico internacional de narcóticos.
Su permanencia en el poder, a metros de distancia de una de las bases militares más importantes del hemisferio era una humillación y un desafío para el orden continental y el continuo tráfico y seguridad del Canal de Panamá.
SHULTZ
Si Regan estaba decidido a deshacerse de Noriega, su secretario de Estado, George Shultz, parecía estarlo aun más.
En su libro “Turmoil and Triumph“, el economista neoyorquino, ex secretario de Trabajo (1969–70), ex director de Presupuesto (1970–72), ex secretario del Tesoro (1972–1974) y ahora secretario de Estado, relata los múltiples esfuerzos realizados desde finales de 1987 y hasta agosto de 1988 por Reagan y su gabinete para buscar la salida del general Noriega y cómo estos fracasaban una y otra vez.
Por entonces la reputación de Reagan como interventor en los asuntos extranjeros de América Latina había hecho crisis. La invasión de Grenada, el apoyo a los contras de Nicaragua, la intervención en Nicaragua, eran mal vistos por los latinoamericanos y el mundo. El punto más bajo era el asunto Irán Contras, un entramado por el cual el gobierno estadounidense había logrado vender a Irán, uno de los mayores enemigos de EEUU, armas por un valor de $30 millones para financiar la ayuda a los contras de Nicaragua.
El asunto era escandaloso y era explotado constantemente durante la campaña política que por entonces se encontraba en su punto más crítico. “El gobierno debe explicar por qué los Estados Unidos ha acostado con el general Noriega”, repetía constantemente el candidato demócrata Michael Dukakis.
Como exdirector de la CIA (1976-1977), y ahora vicepresidente, y sin haber asegurado su posición como candidato oficial por el partido Republicano, George Bush se sentía especialmente vulnerable por el asunto de Noriega.
SOLUCIONES IMPOSIBLES
Según el periodista Jack Anderson, especialista en temas de América Latina y Panamá, los esfuerzos de Shultz por deshacerse de Noriega llegaron a su punto más álgido en marzo de 1931, durante una reunión del Grupo de Planificación de Seguridad Nacional en la Casa Blanca.
El secretario de Estado había llegado a la reunión con una larga lista de medidas que consideraba viables para sacar a Noriega. Empezó por lo más obvio: que la CIA organizara un golpe de estado en su contra.
Pero la propuesta fue rechazada frontalmente por el secretario de defensa Frank Carlucci y el director de la CIA William Webster: era muy fácil ligar el golpe a la CIA.
Ok, dijo Shultz. “Entonces raptemos a Noriega y traigámoslo a Miami para hacerle un juicio por drogas”. Esta otra propuesta también fue rechazada por Carlucci y por Webster.
Shultz entonces sugirió elevar la presencia de tropas estadounidenses en Panamá a 20 mil hombres – eran 10 mil en ese momento- . Nuevamente Carlucci se opuso: ello agravaría la reputación de Big Brother en América Latina.
El presidente se inclinó hacia la propuesta de Carlucci y aceptó un leve aumento de las tropas, solamente unos 1300 unidades. Además, se retiraría el personal no esencial de la bases –con la idea de asustar a Noriega- y se apoyaría a la oposición panameña.
Entonces el gobierno estadounidense envió a Panamá al diplomático Michael Kozak a negociar con Noriega su salida.
El general panameño lo recibió, según Shultz, con su característica “cara de póker”.
Kozak le ofreció al general asilo en España, con un compromiso de no pedir su extradición. Además, se levantarían las sanciones económicas contra Panamá y las órdenes de arresto en su contra.
A cambio, Noriega debía comprometerse a restituir la libertad de prensa, instalar un gobierno nacional de reconciliación presidido por Delvalle. Era lo que el senador Robert Dole llamaría críticamente un “golden parachute”, es decir, un paracaídas dorado.
Para Kozak, quien varias largas conversaciones con Noriega, algunas por más de 6 horas seguidas, era difícil entender cuánta seriedad daba el general a las ofertas, pero Noriega, para entonces, envalentonado por la restauración de las relaciones diplomáticas con la mayoría de los países de la región, hizo su contrapropuesta.
En caso de aceptar la oferta, para él lo importante era salir con dignidad. No se iría a España como se le había ofrecido, sino como embajador a China. Además, lo haría con una excusa, después de que la Asamblea pasara una ley para poner un límite de 5 años a su gestión en las FDP.
También quería dinero. Pidió que Japón depositara $67 millones en el sistema bancario panameño para volver a darle liquidez (antes de la crisis el gobierno japonés había ofrecido un préstamo por esa cantidad a Panamá). Pero eso no era todo. Lo más importante era que se levantaran las acusaciones en su contra en los tribunales de EEUU.
RESPUESTA DE ESTADOS UNIDOS
La contra oferta de Noriega no fue bien recibida en la Casa Blanca. La mayor resistencia venía de parte del vicepresidente Bush.
“Si aceptamos vamos a enviar a la opinión pública el mensaje de que nuestra política contra las drogas no es firme”.
Pero Reagan estaba decidido. Como respuesta, le prometió: “George, si sale mal yo diré públicamente que tú te opusiste y que yo estaba equivocado”.
A pesar de la decisión, George Bush optó por poner sus barbas en remojo y empezó a dar filtraciones a la prensa sobre los planes del gobierno: El 19 de mayo, el New York Times y el Washington Post publicaban los planes de negociar con Noriega habían llevado un enfrentamiento a muerte entre Bush y Reagan. El vicepresidente no estaba dispuesto a negociar con narcotraficantes.
A pesar de las críticas, los planes siguieron adelante. Los acuerdos se anunciarían el sábado 14 de mayo.
Pero entonces los japoneses se echaron para atrás. Temían que sus depósitos en el sistema bancario panameño iban a desaparecer.
Noriega se mantenía firme. Sin el depósito no se iría.
Entonces, el gobierno estadounidense consiguió que los bancos colombianos pusieran su dinero. Cuando todo estaba nuevamente acordado, el vicepresidente Bush levantó nuevamente sus objeciones: se trataba del banco de peor reputación en Colombia, acusado de lavado de dinero por la CIA.
El Senado hizo un voto de advertencia: 83 senadores votaron para advertir que se oponían a levantar los cargos contra Noriega.
Aun así, el 24 de mayo nuevamente estaba todo listo para anunciar el acuerdo y la salida de Noriega, antes del mes de agosto de 1988.
Solo faltaba que el general panameño se reuniera con los oficiales de las FDP, algo que según el general, no había tenido tiempo de hacer antes. Allí fue donde las negociaciones se fueron abajo. Los miembros del estado mayor se rebelaron contra el acuerdo. Temían que la salida del general significara su pérdida de privilegios y de influencia en la vida del país. Si Noriega aceptaba la oferta, ellos le harían un golpe de estado.
Noriega rechazó la negociación.
UNA ACCIÓN NO TAN ENCUBIERTA
La primera semana de agosto de 1988, Noriega aparecía nuevamente en los titulares de prensa estadounidenses. El Washington Post reportaba que tras el fracaso de las negociaciones, el gobierno de Reagan había autorizado una “acción encubierta” en contra del general.
Al ser consultada sobre el asunto, la Casa Blanca reconoció que era cierto. “No podía hablar sobre el tema, pero la acción no implicaba una intervención militar en Panamá”.
El asunto fue tomado con burla ¿Por qué se daba a conocer un plan “encubierto”? Según varios análisis se trataba de una presión para abortar el plan, que supuestamente involucraba asignar al disidente coronel Eduardo Herrera Hassan con un millón de dólares para que este organizara un golpe de estado.
Finalmente, el supuesto golpe nunca se dio.
Noriega aumentó el número de guardias de su seguridad personal, y contrató comandos privados con entrenamiento militar israelí. Noriega también reforzó la frontera con Costa Rica con armas traídas de Cuba.
El 12 de agosto de 1988, Noriega celebraba su quinto aniversario como comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá, en medio de un supuesto resurgimiento de su popularidad y haciendo planes para lanzarse como candidato presidencial el año próximo.
Fuente: La Estrella de Panamá