El asesinato que conmocionó a la república en la década del 40
Noticia publicada por La Estrella de Panamá, el 31 de octubre de 1940
El asesinato del profesor Armando Urzúa, de la Escuela Normal de Veraguas, fue uno de los acontecimientos más estremecedores de la década del 40. Dos profesores de la misma escuela, amigos y compañeros de Urzúa, fueron llevados a un sensacional juicio, acusados de un crimen descrito como “pasional”. Los hechos constituyeron la trama de la novela “En ese pueblo no mataban a nadie”, del escritor panameño Carlos Changmarín.
UN CRIMEN MACABRO COMETIDO EN LA PERSONA DEL PROFESOR ARMANDO URZÚA GUARDIA, DE LA ESCUELA NORMAL, HORRORIZÓ EL MARTES EN LA NOCHE A LA CIUDAD DE SANTIAGO DE VERAGUAS.
El cadáver del profesor Urzúa, que era chileno de nacionalidad, fue hallado en su habitación con tres heridas en el cráneo, causadas con un hacha y en principio de putrefacción.
El cuerpo exánime del profesor Urzúa fue encontrado a las 6 y 15 de la tarde, cuando un grupo de sus colegas de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena acudieron a su residencia para percatarse de lo que le ocurría ya que no se había presentado a clase ni a tomar sus alimentos en todo el día.
Cuando los visitantes tocaron la puerta del compartimiento que el señor Urzúa ocupaba en la planta baja del edificio de gobernación nadie respondió y decidieron forzar la puerta.
Al entrar al cuarto, se horrorizaron al ver al profesor tendido boca abajo en la cama y totalmente vestido, con tres heridas profundas en la cabeza, causada con un arma cortante.
Inmediatamente, se comunicó el macabro hallazgo a las autoridades de policía y el capitán Ocaña, jefe de la Policía de la provincia de Veraguas, se presentó al lugar de los sucesos en compañía del juez segundo del circuito, del fiscal y el gobernador de la provincia.
El doctor Arrieta González, del Hospital de Santiago, fue llamado para el levantamiento del cadáver y después de un examen preliminar informó que el profesor Urzúa tenía cerca de 24 horas de muerto.
Además de los tres hachazos, uno de los cuales le fue asestado en la nuca, el profesor Urzúa tenía un cordón amarrado al cuello, posiblemente utilizado por su atacante para ahorcarlo.
Al saberse la noticia en la ciudad de Panamá, la Secretaría de Gobierno y Justicia y la Comandancia de la Policía Nacional dispusieron el envío de una comisión especial a Santiago para la investigación del crimen, que quedó integrada por el capitán jefe de la oficina de investigaciones, don José Vásquez Villanueva.
Todo hace presumir que el profesor Urzúa, que tenía la cátedra de canto y música en la Escuela Normal, fuera ultimado en las horas de la tarde, pues al dìa siguiente en la mañana no se presentó a clases y tampoco se presentó al mediodía a tomar sus alimentos en el comedor de la Escuela.
Esta ausencia no causó extrañeza en el personal de la Normal, creyéndose que el profesor Urzúa se encontraba ligeramente enfermo, pero al no llegar a clases en la tarde y tampoco presentarse a cena, un grupo de profesores dispusieron hacerle una visita.
Dos de los hachazos fueron descargados sobre la frente del profesor y otro en la cabeza, cerca de la nuca, por lo que las autoridades creen que fue herido estando acostado.
Informes obtenidos por la Secretaría de Educación indican que el profesor Urzúa fue contratado por nuestro gobierno en el mes de abril de 1939 para desempeñar la cátedra de música y canto en la Normal. El profesor Urzúa tenía, pues, cerca de dos años de residir en la ciudad de Santiago y era persona ampliamente conocida.
El señor Urzúa, según han relatado algunos que lo conocían, era persona de buenas costumbres, no fumaba y no bebía y no se le conocían aventuras amorosas. Pasaba sus ratos de ocio pegado al piano de la Escuela Normal. También se ha indicado que era soltero y vivía solo en la habitación donde fue hallado muerto; no tenía necesidades económicas y jamás pidió dinero prestado en la ciudad de Santiago. Es más, se agrega que al dirigirse a Chile para las vacaciones no pedía anticipadamente los sueldos de los meses de vacaciones y una prueba de sus métodos de vida, dentro de sus posibilidades económicas se encontró en uno de los bolsillos en forma de un cheque que había ahorrado por muchísimos meses.
Muchos vecinos de Santiago creen que el robo fue el móvil de este crimen brutal, primordialmente en vista de que Urzúa no tenía enemigos; robo en todo caso no se pudo consumar porque el occiso no cargaba dinero en efectivo
Sin embargo, la fantasía popular ha empezado a tejer versiones de diversa índole alrededor de este asesinato.
Este es el segundo crimen misterioso que ocurre en la Escuela Normal de Santiago, el primero de los cuales aun permanece en el misterio más profundo.
Años anteriores, un estudiante llamado Cecilio Archibold, que figuraba entre los alumnos más destacados de la Escuela, falleció trágicamente al estallar un taco de dinamita cerca de la cabecera de su cama. En aquella ocasión se pensó que Archibold se había suicidado, pero esa versión fue desvanecida por muchas otras circunstancias, aunque jamás se llegó a descubrir al culpable de aquel crimen.
Se recuerda también que un inspector renunció el cargo cuando fue sorprendido una noche por una lluvia de ladrillos que afortunadamente no le causaron heridas de consideración. También en esa ocasión no se pudo saber quiénes habían atentado contra el referido inspector.
‘No quedará impune el asesinato del profesor Armando Urzúa', prometió el recién estrenado presidente Arnulfo Arias, veintinueve días después de juramentarse el 1 de octubre de 1940 y a dos de la muerte del compositor chileno, en la ciudad de Santiago de Veraguas ( ver entrega anterior ).
Presionado por un grupo de prominentes ciudadanos de la provincia – entre ellos Octavio Medina, Luis Fábrega, Leopoldo Fábrega, Julio Sierra, Francisco Céspedes, Melitón Arrocha, Temístocles Céspedes, Julio Alcedo, Rodrigo Arosemena, Ana Richa, Demetrio Pinzón y otros más- Arias nombró una comisión con la idea de acelerar y dar fuerza a la investigación del horrendo crimen que consternaba a la población del país.
Una semana después, la comisión, liderada por el magistrado Adriano Robles y el doctor Rolando Chanis, empezó a rendir informes de los avances de las pesquisas, que inicialmente se mantuvieron en secreto para no alertar a los sospechosos.
Según los informes de la policía, el profesor de música y canto, una persona respetada y querida por compañeros y estudiantes de la Escuela Normal, había expirado el martes 28 de octubre entre 10 y 11 de la noche, a pocos minutos de entrar en su habitación.
El o los asesinos debían ser amigos o conocidos suyos, pues el occiso les había abierto la puerta y conversaba con ellos sentado en la cama, mientras se agachaba para quitarse los cauchos que protegían sus zapatos de los charcos de lluvia. Estando en esta posición, se le había propinado el golpe fatal.
Esta tesis se fortalecía con el testimonio de una vecina, una señora muy seria, que aseguró haber escuchado a Urzúa conversar tranquilamente entre las diez y once de la noche en su habitación.
Después de interrogar a medio pueblo, la policía se concentraba ahora en el equipo de profesores de la Escuela Normal de Santiago, un grupo que, dado el relativo aislamiento de la escuela, mantenía una buena cohesión.
GONZALO BRENES
Era fácil que entre todos los profesores interrogados llamara la atención de la prensa Gonzalo Brenes, un brillante compositor y llamativo soltero de 33 años, proveniente de una respetada familia chiricana que, al contrario de la mayoría de los profesores, era muy bien conocido en el ambiente nacional.
Brenes había sido diputado suplente, y se había dado a conocer al estrenarse con gran pompa el musical ‘La cucarachita mandinga', una farsa basada en cuentos infantiles transmitidos de generación en generación, que cosechó gran éxito al presentarse en el Teatro Nacional en diciembre de 1937 y enero de 1938. La pieza era de Rogelio Sinán, pero la música era toda de Brenes.
Desde muy joven, Brenes había sobresalido en el pobre ambiente cultural del país. En 1927, se había graduado con el primer puesto en el Instituto Nacional. Su inteligencia y talento capturaron la atención de su maestro Richard Newman, quien intercedió para que el Gobierno Nacional le otorgara una beca para continuar sus estudios musicales en el Conservatorio de Leipzig, Alemania, uno de los más reconocidos centros europeos, que apenas tenía cupo para unos 300 estudiantes.
Tras culminar sus estudios en 1931, había vuelto a Panamá, donde, influido por el movimiento de ‘nacionalismo musical', entonces en boga en Europa, se dedicó a componer piezas infantiles basadas en el folklore con la idea de fortalecer la identidad de las nuevas generaciones.
Entre su primer cancionero, escrito entre 1931 y 1937, sobresalían las piezas ‘La paloma Titibú' y ‘El caballito moro', con letras de la poetisa Ofelia Hooper.
En Santiago de Veraguas, la trayectoria y personalidad de Brenes le habían ganado el respeto y cariño de alumnos y, aparentemente, la amistad de su colega Urzúa, destacado compositor por cuenta propia.
Siendo los únicos profesores de música del plantel, Urzúa y Brenes compartían el mismo salón de clases y mantenían actividades comunes, como entrenar al coro escolar. Aunque habían sucedido algunos hechos desagradables alrededor de este coro, el personal de la escuela no tenía razones para pensar que entre ambos hubiera una tensión permanente y fueron varios los que comentaron haberlos visto regularmente conversando y riendo durante las comidas en las escuela.
EL BOCHINCHE
Cuando se supo que la policía de Santiago estaba interrogando a los profesores de la Normal, los locutores de radio de la ciudad capital, ávidos de mantener la sintonía de sus radioescuchas, hicieron un festín, especulando que Brenes era sospechoso y llegando a incluso a decir que había confesado el crimen, lo cual la policía se apresuró a desmentir.
En David, su madre, sumamente preocupada, contrató a un abogado defensor, Abraham Telembí Pérez, quien de inmediato partió en automóvil rumbo a Santiago. Sin embargo, al presentarse al Tribunal, el juez no aceptó su intervención aduciendo que ‘Brenes no es sindicado en las presentes sumarias'.
Para las decenas de miles de panameños que seguían el caso de cerca, fue una sorpresa encontrarse, el día 13 de noviembre, con que las primeras planas de todos los periódicos del país anunciaban la detención de Brenes, por instrucción del magistrado Adriano Robles, del Segundo Distrito Judicial.
La policía se había presentado en la escuela justo cuando Brenes preparaba su clase de música, para conducirlo al Cuartel Central de Santiago.
‘Soy inocente', repetía el profesor mientras se lo llevaban con las manos en la espalda, ante la mirada atónita de colegas y estudiantes.
Pese a los reiterados reclamos de su inocencia, la policía había encontrado varios indicios en su contra. Dos pares de sus zapatos estaban manchados de sangre humana. Sus manos, aparentemente limpias, fueron sometidas a una prueba química, y mostraron restos del líquido entre los finos relieves de las yemas de los dedos y en la cutícula de las uñas.
El compositor adujo que esto era resultado de la exposición al cadáver, el día 29, pero no pudo explicar las manchas en el segundo par de zapatos.
En retrospectiva, algunos testigos habían comentado a la policía que el día posterior al crimen, antes del levantamiento del cadáver, Brenes había mantenido una actitud sospechosa. Se había mostrado ‘demasiado' ansioso ante la tardanza de Urzúa y, al descubrir el cadáver, ‘había corrido a tocar el cuerpo y los objetos del cuarto, como para que sus huellas dactilares quedaran claramente marcadas en la habitación'.
Había otras piezas en el rompecabezas. El propietario de un restaurante ubicado en el kiosco de la plaza, un español de nombre Joaquín Marcos, denunció que la madrugada del día 29, cinco horas después de la supuesta hora del crimen, Brenes había estado en su restaurante pidiendo un té y dos huevos fritos.
- ¿Qué lo trae por aquí a estas horas?- le preguntó supuestamente Marcos.
- Estoy muy contrariado y quise tomar el fresco- le habría contestado Brenes, alzando ligeramente los hombros.
Al ser confrontado con las declaraciones del español, el profesor aseguró que la visita al restaurante no había sido el martes, sino el lunes 27, el día anterior al crimen, pues el martes, insistió, estaba en el salón de música de la escuela, lo que podía ser corroborado por el guardia de seguridad que le había abierto la puerta.
Pero al ser interrogado este último, aseguró que el martes él no estaba de servicio y que sí, había visto a Brenes de madrugada en el salón de música, pero la semana anterior.
Por cuatro días, Brenes fue, sino el único, el más fuerte sospechoso del crimen. Hasta que el día 16 de noviembre, un ecuatoriano de nombre Salomón García fue detenido en Penonomé.
García residía en Santiago de Veraguas y viajaba Panamá, pero como alcohólico que era, al llegar a Penonomé había cogido tremenda borrachera. Cuando la policía se le acercó para pedirle su identificación, empezó a hacer alarde de estar involucrado en la muerte de Urzúa. Inmediatamente fue apresado y enviado a Santiago.
Al día siguiente ya había confesado; ‘yo cometí el crimen'. Pero el misterio no había sido resuelto.
SALOMÒN GARCÌA SE CONFIESA : " YO MATÈ AL PROFESOR URZÙA:
Familiares y amigos cercanos de Gonzalo Brenes se sintieron aliviados cuando un borracho apresado en Penonomé terminó confesando la autoría del asesinato del profesor, pero el supuesto homicida nombró al compositor como autor intelectual y material del mismo
‘Te escribo desde la celda de la oficina de investigaciones en la que me han recluido. No te asustes, es un cuarto aceptable. Duermo bien, como bien. Me visitan mis amigos y alumnos. No estoy, pues, incomunicado, y sus visitas me hacen gran bien. Recibí tu carta y me emocionó mucho'.
‘Me he traído libros, papel de cartas y música para la celda. Estoy sacando en limpio mis últimas canciones infantiles y pretendo hacer algo más'.
‘Ten confianza como yo la tengo de que este horrible trance de mi vida ha de hacerme más bien que mal. Este sí que es tema para uno de tus famosos cuentos. No tienes idea de cómo me ha sido adversa la suerte esta vez. Los famosos indicios parecen complicarse, pero yo no les temo, pues mis nervios han sufrido tanto en los primeros días y se ha exaltado en mí la conciencia de mi absoluta inocencia en este asunto, a tal grado que hoy estoy lleno de ánimo, de confianza y lucidez para transitar los escabrosos caminos de los interrogatorios a los que me someten'. Afectísimo, Gonzalo.
Así escribía, el 13 de noviembre de 1940, desde su celda de Santiago de Veraguas, el compositor panameño Gonzalo Brenes a su buen amigo Rogelio Sinán, coautor del musical panameño ‘La Cucarachita Mandinga'.
Tres años antes, con el exitoso estreno de la obra, Brenes había disfrutado de gran popularidad. Ahora, como él mismo sugería, la diosa de la fortuna le era esquiva. El compositor se encontraba en prisión preventiva, como único sospechoso del horrendo crimen del profesor chileno Armando Urzúa, ocurrido el 28 de octubre en esa misma ciudad.
Dos días después de que Brenes escribiera la carta, familiares y amigos cercanos como Sinán suspiraron aliviados. Había aparecido el culpable. La radio y periódicos anunciaban que un borracho que se dirigía en chiva hacia la capital había terminado confesando la autoría del horrendo asesinato.
Pero si creyeron que ello terminaría el vía crucis de Brenes, se equivocaban. Apenas veinticuatro horas más tarde, el supuesto homicida nombraba al compositor como autor intelectual y material, colocándolo en una situación aún más comprometida.
DOS PERSONAJES DIFERENTES
Los dos protagonistas no podían ser más distintos. El primero, de 33 años, educado en uno de los centros de enseñanza más prestigiosos de Europa y conocido como una persona de exquisita sensibilidad y refinamiento, un patriota que rescataba oscuras melodías tradicionales para darles forma y dejarlas listas para ser ejecutadas por una orquesta.
El segundo, de 51, era un extranjero desconocido, de cabello rizado, nacido en Maraví, Ecuador, sin educación formal; un aventurero llegado a Panamá en 1919, sin talento para elevarse de su condición de simple trabajador manual.
El músico tenía el respaldo de la buena sociedad chiricana, en especial las señoras amigas de su madre, que lo conocían desde niño y defendían al ‘artista, al hombre bueno, persona de paz, incapaz de cometer un crimen de esa magnitud'.
García arrastraba un largo historial policivo: había sido detenido más de 25 veces, acusado, entre otras cosas, de golpear a una mujer, de hurto, de injuria, de negarse a pagar por una botella de licor, irrespetar a la policía, de molestar al secretario de Relaciones Exteriores, de destrozar una cantina, de no querer pagar una comida.
Desde su llegada a Santiago, había protagonizado varias grescas más, contraviniendo un decreto alcaldicio que prohibía emborracharse en días de trabajo.
LA VERSIÓN DE SALOMÓN GARCÍA
A los pocos días de ser detenido en Penonomé e interrogado en Santiago, el ecuatoriano ya había ofrecido un recuento bastante detallado del asesinato.
Se trataba de un testigo de excepción, pues desde septiembre de ese año trabajaba para la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena como encargado de la limpieza del salón de música, usado por Brenes y el profesor chileno asesinado.
Con Urzúa no tenía ninguna relación. En una oportunidad había tratado de saludarlo, pero, al no devolverle este la atención, más nunca lo intentó.
Con Brenes, la cosa era diferente. Conversaban a diario y, según el encargado de limpieza, el profesor hasta desahogaba con él las frustraciones que le ocasionaban los sucesos ocurridos en el salón de clases.
Pocos días antes del asesinato, lo había visto presa de una furia incontenible tras un incidente con un estudiante del coro.
‘Voy a matar a Urzúa, pero necesito tu ayuda. Te doy 200 dólares si me acompañas', le habría dicho Brenes.
Como el dinero no le venía mal, García aceptó y el domingo se sentaron a hacer los planes.
ASÍ OCURRIÓ TODO
El martes 29 de octubre, en horas de la noche, Salomón García se dirigió hacia la calle tercera - la que desembocaba en el mercado público-, por ‘la esquina del callejón'. Al alcanzar la oscura y poco transitada calle en la que se ubicaba el edificio de la Gobernación, donde residía el profesor chileno, se topó con un joven que alimentaba a su caballo.
‘Esto es peligroso. Váyase de aquí', le espetó el ecuatoriano, un testimonio que sería corroborado por el mismo joven, Faustino Aguilera, días después.
Minutos más tarde, llegaba Brenes, según la versión de García, completamente vestido de negro y con un sombrero del mismo tono oscuro. Llevaba el saco cerrado sobre la camisa y el cuello levantado le tapaba la cara. En las manos, envuelto en un trapo oscuro, tenía el arma homicida, un martillo mecánico.
Juntos, se dirigieron a la habitación del maestro chileno. La puerta estaba abierta.
‘Te estaba esperando', le habría dicho Urzúa a Brenes, invitándolo a pasar.
Ante la mirada de los visitantes, y con mucha familiaridad, Urzúa se quitó el saco; se sentó sobre la cama y se inclinó para quitarse uno de los cauchos que protegían los zapatos de los charcos de agua tan comunes en la lluviosa ciudad.
Seguido, bajó la cabeza para quitarse el segundo caucho, pero en esta ocasión, Brenes aprovechó el descuido para atestarle un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza con el arma homicida.
Rápidamente, García le introdujo la punta del mosquitero en la boca y, con el cordón de la bata de baño, le amarró el cuello con gran fuerza, para evitar que gritara. Mientras, Brenes le propinaba dos martillazos más en la frente.
La sangría corría sobre la cama y el piso. De las heridas de la cabeza de Urzúa salía la masa cerebral. Sin duda estaba muerto. García tapó el cadáver con el mosquitero. No le pareció suficiente y añadió la bata. Encima, colocó la almohada. En el piso, puso una palangana para evitar que la sangre llegara hasta la puerta.
Inmediatamente, se escondieron en el cuarto contiguo. Allí esperaron en silencio durante varios minutos, hasta estar completamente seguros de no haber llamado la atención de los vecinos. Entonces, salieron por el corredor del edificio y llegaron al patio de una casa vecina, le dieron la vuelta y se fueron por la paredilla de la calle tercera.
Brenes se habría deshecho del arma homicida, pero quedó nervioso. Al día siguiente, buscó a su compañero de andanzas para amenazarlo: ‘Cuidado con decir algo, que te mato'.
Una semana después, cuando Brenes se convirtió en el foco de atención de la policía como sospechoso, García abandonó Santiago. No planeaba decir nada sobre el homicidio, dijo, pero al emborracharse, y ser detenido por la policía en Penonomé, ‘se le escapó'.
REACCIÓN DE BRENES
En Europa, el ejército francés se desmoronaba ante la invasión alemana. En Panamá, el gobierno organizaba un plebiscito para que el pueblo aprobara o rechazara el borrador de la segunda constitución de la República: más poderes para el presidente Arnulfo Arias. Nacionalización del comercio. Razas prohibidas. Panamá para los panameños.
En Santiago de Veraguas, Brenes era sometido a un duro contrainterrogatorio de diez horas. La policía intentaba quebrarlo y forzarlo a inculparse, pero en ningún momento cambió su versión de los hechos. Él era completamente inocente.
El 16 se hizo un careo entre los dos sospechosos. García repetía su relato, cuando fue interrumpido por Brenes: ‘Este hombre está completamente loco. Deben examinarlo'.
Pero el otro no se intimidó: ‘El loco es usted, que ha planeado este crimen'.
Finaliza la investigación
El magistrado Adriano Robles tenía dos posibles homicidas, un móvil, una versión de los hechos. Y todo estaba documentado en un expediente de 440 páginas. La investigación estaba cerrada. Los sospechosos serían trasladados a Penonomé, donde se ubicaba el Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial, para preparar el juicio. Si todo salía bien, ambos serían condenados.
En realidad, las pruebas contra Brenes -la sangre en los zapatos, en sus manos, el testimonio del restaurantero-, mostrarían ser puramente circunstanciales.
Lo más serio eran las acusaciones de García, pero era la versión de uno contra la del otro.
De un lado estaba el individuo de brillante trayectoria, respaldado por una familia respetada y querida, con medios para contratar a un costoso abogado criminalista.
En la esquina opuesta, un ‘don nadie'.