Coiba: un oscuro pasado y un futuro incierto
LA COLONIA PENAL QUE ESTUVO EN LA ISLA POR 74 AÑOS PERMITIÓ CONSERVAR CASI INTACTAS SUS RIQUEZAS NATURALES.
... Y AHORA SU FUTURO ES INCIERTO Y UN “BUSINESS” PARA GANACIA DE ALGUNOS...
Los reos eran llevados a Coiba en la barcaza Tango-02 del Servicio Marítimo Nacional. Cuando se anunciaba el viaje, en los penales de tierra firme surgía una mezcla de temor y alegría. Para algunos era la posibilidad de encontrarse con enemigos con quienes debían saldar cuentas pendientes, para otros, una cárcel con sensación de libertad.
Un nuevo plan de manejo se está diseñando para la ex colonia penal. Incluye construir facilidades turísticas en cuatro áreas del parque: Bahía Damas, isla Uva, islas Contreras e isla Jicarón. Además, se establecerán zonas de pesca artesanal de baja intensidad, para aprovechar especies como la cherna y el pargo.
Los custodios y funcionarios civiles de Corrección aquí vivían, trabajaban, descansaban y esperaban, cada 15 días, que terminara su turno para ser reemplazados y volver a casa
EN RUINAS. Las celdas, kioscos y comedores de todos los campamentos están en abandono, pero con el nuevo plan de manejo del parque se buscará preservar la historia a través de un centro de exhibición.
“...Es el lamento del cazanguero en Coiba de madrugá’. Apúrate Chino Juan, que a la fila llaman ya, dice el guardia que esta vez no, no te quedes tan atrás”.
“Haga sol o llueva fuerte a la siembra hay que cuidar, que no venga la cazanga a tu esfuerzo a malograr...”.
Parte de la historia de Coiba como colonia penal, por 74 años, está descrita en El Cazanguero, canción de Rubén Blades que empezó a escucharse en 1975.
El tema describe quiénes eran los cazangueros, algunos de los castigos a los que eran sometidos los reos que infringían las reglas y la tristeza que significaba la lejanía de sus familias, con la incertidumbre y el temor del ataque de un enemigo, en un sistema penal abierto como el de Coiba.
Aunque el principal valor de la isla está en sus riquezas naturales, también es importante su historia y la de los reos que albergó, las anécdotas de aquellos que pagaron largas condenas por ir en contra de las leyes y el derecho ajeno.
EL VIAJE EN LA TANGO-02
“Cuando gritaban en La Modelo [la cárcel] ‘viene la tembladera’, ese era el anuncio del viaje y empezaba el terror [...]: muchos presos pensaban en una muerte segura por poderse encontrar con un enemigo. Otros decían que Coiba era libertad, pues tenían un plan de fuga”, cuenta Narciso Bastidas, ex recluso de la isla.
El traslado de los presos a Coiba, explica Rosa Cárdenas, ex directora Nacional de Corrección, se hacía normalmente por medio de la barcaza del Servicio Marítimo Nacional Tango-02, que era una de dos embarcaciones donadas por los Estados Unidos (EU) para tal fin.
Esos barcos -o bachas, como también se les llamaba- prestaron servicio en el ejército de EU durante la Segunda Guerra Mundial y fueron retiradas en 1945.
El trayecto iniciaba por vía terrestre hasta Puerto Mutis, en Veraguas, y de allí, por la desembocadura del río San Pedro y el Golfo de Montijo, hasta Coiba.
El tramo marino, con una carga de entre 70 y 110 reclusos, duraba unas ocho horas con buen tiempo y hasta 11 y media horas cuando el clima se complicaba.
No faltaba quien emprendiera el viaje de regreso por su cuenta. Las evasiones en Coiba eran en improvisados botes de tucas de balso, atados con alambre de púas.
Primero, los presos huían a la montaña por unos días, con algunas provisiones hurtadas previamente. Ahí cortaban la madera y el alambre -dejando los potreros sin cerca- y, una vez preparada la “embarcación”, se hacían a la mar.
Luis Lasso, quien fue encargado civil del penal por tres años, entre 1992 y 1995, recuerda que en cada campamento había entre 30 y 35 reclusos. Pero en el denominado La Central, que era el más grande, siempre se manejaba una cifra de entre 110 y 120.
“En [el campamento] El Machete había vestigios de torturas a reos. Encontramos huecos en la tierra y se comprobó que ahí enterraban hasta el cuello a los alzados de las fenecidas Fuerzas de Defensa que, el 16 de marzo y el 3 de octubre de 1989, intentaron derrocar a Manuel Antonio Noriega”, explica Lasso, y añade que el penal de Coiba era parecido a un campo de concentración.
“...¿Cuántas latas de cascajo hay de aquí hasta Catival?”, se pregunta Blades en su canción.
Según Bastidas, el ex recluso, los militares castigaban a los reos con golpes de manguera o palo, o los ponían a cargar cascajo en latas de aceite de cinco galones desde la playa hasta La Central o hasta el campamento de Catival -distante unos cinco kilómetros-. “A veces eran 40 ó 50 latas, era algo brutal”, sentencia.
Con la llegada de la democracia -tras la invasión de EU a Panamá en 1989- los palazos y manguerazos quedaron atrás, pero se seguía castigando con cargas de latas de cascajo.
“El cascajo, que en Coiba hay por todos lados, era usado para tapar los huecos de los caminos, para rellenar terrenos o en la construcción”, detalló Luis Lasso.
El ex funcionario asegura que, pese a los castigos, algunos reclusos evadían el trabajo. Aun así, siempre se buscaba la forma de darles oficio para evitar el ocio.
ANTIDOPAJE COIBEÑO
“Cuando los reos no tenían nada que hacer inventaban fermentar agua de pipa. Destapaban un coco, vertían azúcar dentro, lo volvían a tapar y lo colocaban en la misma palma de donde lo habían tomado. A veces lo enterraban”, relata Lasso.
Con este procedimiento, los reclusos conseguían una bebida alcohólica.
Para descubrir a aquellos que habían estado libando, los custodios mandaban al preso a correr una corta distancia de ida y vuelta. Antes de llegar al final del recorrido, le ordenaban contener la respiración y cuando finalmente exhalaba, el aliento a licor lo delataba. “Ese era el antidopaje coibeño”, cuenta orgulloso Lasso.
Pero no todo era libar clandestinamente e intentar escapar. Cuentan quienes vivieron o trabajaron en el penal de Coiba, que la mayoría de los reos tenía perros, que ayudaban a sus amos en la cacería o la ganadería, o sólo eran compañeros en la soledad de la prisión.
A simple vista, parece que hoy ya no quedan perros en la isla, pero en otro tiempo, un interno llamado Papeto era famoso por sus 30 ó 40 canes, que lo acompañaban a todos lados. En algunas ocasiones en La Central se escuchaba a lo lejos los incontables ladridos y todos -reclusos y custodios- sabían, sin haberlo visto, quién se acercaba por el camino.
Trabajo arduo
En la calle o en barrios populares de la capital, a fines de la década de 1970 e inicios de la de 1980, se escuchaba: “Ey, ese man es hachero”, para decir que una persona era valiente, osada y ágil.
La palabra salió de Coiba, era el nombre dado a quienes cortaban tucas de madera (árboles) con hachas. El trabajo arduo y las herramientas eran el gimnasio de la penitenciaría.
También estaban los cazangueros, que eran los reclusos que ahuyentaban a la cazanga -ave trepadora de la familia de los loros, de color verde, con cabeza y pescuezo azul, pico y patas negras- que acababa, cual plaga, con cualquier siembra que hallara a su paso.
“La cazanga bajaba de la montaña por miles, bien de madrugada, y los cazangueros tenían que espantarlas sonando latas de aceite vacías y gritando. A veces los ponían a hacer muñecos con formas humanas para ganarle la batalla a los pájaros”, explica Bastidas.
COCINERO DE LA CASA BLANCA
Ubicada en La Central, “la casa blanca” era la residencia en que trabajaban y dormían algunos funcionarios civiles en Coiba.
Aún hoy la estructura conserva sus dos plantas, con dos oficinas, cocina, comedor, cinco recámaras amplias y tres baños. Sin embargo, su color es ahora gris, con algunos restos del blanco que le dio nombre, y presenta un avanzado deterioro por falta de mantenimiento.
“La casa blanca” tenía un cocinero al que muchos de sus comensales no olvidaron. Phillip -quien pidió que no se publicara su apellido-, pagó 30 meses de una condena de 40 en Coiba por un caso de drogas.
Ex corneta de la Banda de Guerra de las antiguas Fuerzas de Defensa, es hoy agente de seguridad, pero todavía recuerda cómo llevó sus dotes en el arte culinario a la excelencia.
“Yo sabía cocinar, aprendí en la calle, pero en Coiba me perfeccioné. Me hice experto en mariscos y cocinaba cazón con crema de maíz, langostas, langostinos, lo que me trajeran del mar”, relata.
Phillip quedó libre gracias a un indulto, pero la alegría que sintió al enterarse se mezcló con la tristeza. “No sabía qué iba a encontrar, pero ya pasó y ahora rehice mi vida”.
Al final, la canción de Blades resume lo que es la estadía en cualquier prisión, y Coiba, con toda su belleza y encanto, no se escapa de la descripción: “la tristeza de todo preso es no obtener la libertad [...] un consejo allá en el monte aprendan a resbalar...”.
UNA NUEVA CARA PARA COIBA
LA 12 de octubre. Era uno de los 23 campamentos que hubo en el penal. Hoy alberga la estación de la Anam y los seis dormitorios para visitantes. Allí laboran unos 14 guardaparques que hacen turnos de 15 días.
POTRERO sin límites. El deterioro de las cercas provocó que las más de dos mil cabezas de ganado, que se cree hay actualmente, vaguen por la isla sin más barrera que el mar.
Al igual que “la casa blanca”, muchas de las edificaciones de Coiba se encuentran hoy en estado ruinoso. Celdas, oficinas, kioscos y comedores, en La Central y en Punta Damas, muestran que el paso de los años no ha sido en vano.
Un ‘talento’ de Coiba aparece en las pantallas
La vida de los reclusos no era fácil. Todos debían ganarse la vida en alguna labor agrícola, ganadera, como cocineros, entre otros trabajos. Ese encanto que genera la isla más grande del Pacífico centroamericano, hoy convertida en parque nacional, quiso que Narciso Bastidas, mejor conocido como Mali Mali, regresara como guardaparques después de cumplir una condena de 11 años y 6 meses. Mali, como abreviadamente le llaman, nació en Sasardí, Mulatupu, en la comarca Kuna Yala. Explicó que fue condenado a 17 años por complicidad en un homicidio, pero por su buen comportamiento lo beneficiaron con la rebaja a una tercera parte de esa sentencia -5 años y medio-, por lo que salió en 1998.
“En 1987, cuando me mandaron a Coiba, trabajaba de panadero en La Modelo, y pesaba 180 libras. En un mes de estar en la isla, comentó, ya pesaba 130 libras. Trabajaba de machetero de 6:00 a.m. a 6:00 p.m., para sembrar, para hacer trochas, para limpiar, para todo. Era tirar machete y machete. Un paisano me vio tiempo después y me dijo: pareces mali mali, que en nuestra lengua significa puro hueso”, recuerda entre risas.
Regresó dos años después a Coiba, cuando estaban los especialistas de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Fue contratado como guía y botero, y ahora trabaja como guardaparques con la Autoridad Nacional del Ambiente. El ex reo fue contactado por estudiantes de la Universidad de Alicante, España, quienes hicieron un documental llamado ‘Caín en el paraíso, que luego ganó el primer premio en un festival de cine en Alemania. También la cadena de deportes ESPN lo contrató como guía para un documental de pesca deportiva en Coiba. Mali ahora piensa escribir un libro con sus vivencias.
Muros de agua en una prisión de 74 años
En 1912, el entonces presidente de la República, Belisario Porras, destina la isla de Coiba como colonia penal. Sin embargo, no es hasta 1920 cuando se ordena el traslado de reclusos al lugar.
Es precisamente el hecho de haber sido cárcel durante 74 años, lo que permitió a la isla mantener su encanto, su misterio y casi un 90% de sus selvas vírgenes. Regularmente, los internos eran enviados a Coiba desde la Cárcel Modelo, en la capital; la Cárcel Pública de Santiago, en Veraguas, y la Cárcel Pública de David, en Chiriquí.
Poco a poco, en el penal se establecieron campamentos para albergar a los reos que llegaban desde las cárceles de tierra firme. Llegaron a ser 23, pues por motivos de espacio y seguridad no todos podían quedarse en el Campamento Central. Incluso, uno de esos campamentos estaba en Jicarón, una isla al sur de Coiba.
Las bandas a las que pertenecían los reos impedían instalar a miembros de “Los Hijos de Dios” con “Los Chukys”, o a integrantes de los “Tiny Toon” junto a “Los Perros de San Joaquín”, pues sería una masacre segura. Según Rosa Cárdenas, ex directora Nacional de Corrección, entidad antecesora de la actual Dirección Nacional del Sistema Penitenciario, los presos condenados eran los únicos candidatos a ser trasladados. Oficialmente, los últimos cinco detenidos salieron de la isla el 27 de agosto de 1994, detalló Cárdenas.